Epílogo

Era el fin. La certeza de la muerte me había alcanzado, real e inminente. No era lo que había imaginado. No vi una luz blanca al fondo de un túnel, ni una escalera elevándose al cielo, tampoco se abrieron ante mí las puertas del infierno. Solo había silencio y oscuridad. Y fue un alivio dejar de notar ese dolor, no el de las heridas, a esa clase ya me había acostumbrado; sino el del corazón. Solo sentía un pequeño resquicio de consciencia, pensamientos e imágenes pulsando en mi cerebro como una débil señal. Después ni eso, solo dejé de existir.

Al menos un tiempo.

La lucidez se abrió paso a través de la nada. Primero como un concepto abstracto, como leves destellos. Y cobró fuerza devolviéndome cada pensamiento, cada recuerdo, cada herida abierta: Kate muerta bajo la estatua del ángel, la batalla en el desierto, yo venciendo a Lucifer y las sombras que se lo llevaron de vuelta al infierno.

Estaba tumbado de espaldas, con el pulso acelerado y la respiración pesada. Respiré hondo y exhalé el aire con fuerza, mientras una sola lágrima rodaba por mi cara. No oía nada, solo el latido de mi propio corazón. El maldito latía como loco. ¡Qué ironía sentirte vivo mientras estás muerto!

Abrí los ojos. Parpadeé y enfoqué la vista hacia el resplandor que nacía sobre mí. No sentía paz. Ni aceptación por todo lo ocurrido. Solo una rabia espesa que me calentaba la piel, sumiéndome en las brumas de la desesperanza.

No había descanso en el descanso eterno.

—Eh, ¿cómo estás?

Ladeé la cabeza y me encontré con el rostro de Adrien a solo unos centímetros del mío. Me senté de golpe, sin entender nada. Estábamos en un brillante patio de mármol negro, bajo un cielo completamente blanco. Miré a mi alrededor sin la menor idea de dónde me encontraba y qué hacía él allí.

—¿Dónde… dónde…?

—¿Estamos? —terminó de decir Adrien.

Asentí.

—En casa. Pero no la que imaginas. Ven conmigo.

Dudé, pero al ver que se alejaba me puse de pie y lo seguí. Miré mi cuerpo, vestido tan solo con un pantalón.

—No entiendo nada. Se supone que…

—Tranquilo. Todo está bien. Enseguida lo vas a entender —dijo Adrien con una enorme sonrisa.

—¿Qué demonios ocurre? ¿Dónde estoy? Lo último que recuerdo… —Las dudas me asaltaron.

—No sobreviviste —replicó Adrien como si me hubiera leído el pensamiento—. Y sí, vuelves a estar vivo. Bueno, no exactamente.

—¡¿Qué?!

—Confías en mí, ¿verdad? Pues ten un poco de paciencia, solo un poco más —pidió Adrien.

Cruzamos el patio y penetramos en una sala de paredes y suelos desnudos. Al fondo, frente a un balcón, se hallaban tres figuras de espaldas a nosotros. Mis pasos se ralentizaron hasta detenerse. Miguel, Gabriel y Mefisto se dieron la vuelta y me miraron. Empecé a hacerme una idea de dónde me encontraba. ¡Ni muerto iba a poder librarme de ellos! Adrien también se paró al ver que no lo seguía.

—No pasa nada. Escúchales. Quizá te interese lo que tienen que decir —Adrien me guiñó un ojo.

Respiré hondo y crucé la sala. Me paré frente a ellos sin decir una palabra. Gabriel me sonrió y me miró con un calor y afecto que nunca le había visto hacia nadie. Creo que me dio más miedo que otra cosa. Había aprendido que tras la sonrisa más hermosa, podía esconderse el peor de los monstruos. Me hizo un gesto con la cabeza y sus ojos volaron hacia un rincón, atrayendo mi atención.

Miré en la misma dirección y se me doblaron las rodillas. El cuerpo de Kate reposaba sobre un banco hecho con el mismo mármol negro. Parecía dormida, incluso una sonrisa se insinuaba en sus labios. Cualquier pensamiento desapareció de mi mente y corrí hasta ella con la esperanza ardiendo en mi pecho. Me dejé caer a su lado y la tomé por los hombros.

—Kate —la llamé. La sacudí al ver que no reaccionaba—. ¡Kate!

Su cuerpo colgó inerte entre mis brazos, lánguido, sin vida.

—¿Qué significa esto? —pregunté casi sin voz. Reviviendo el dolor que sentí cuando la sostuve del mismo modo en el cementerio—. ¿Un castigo?

Sacudí la cabeza. Después de todo, ¿tanto mal había hecho a lo largo de mi vida como para merecer semejante tortura?

Miguel se acercó a mí.

—No es un castigo, sino una recompensa por tu sacrificio. Nos salvaste a todos nosotros y evitaste el mayor desastre que podía haber caído sobre los hombres.

—¿Qué… qué quieres decir?

—Que puedes recuperarla si así lo deseas —dijo mientras sus ojos se posaban en Kate.

Di un respingo, convencido de no haberlo escuchado bien.

—¿Recuperarla?

Miguel sacudió la cabeza.

—Sí. Gabriel ha rescatado su alma y yo puedo devolverla a la vida. Tal y como era antes de morir —me explicó.

—Hazlo. Tráela de vuelta —supliqué con tono vehemente.

—Hay un precio. Siempre lo hay. La cara y la cruz

—No importa. Como si es mi vida lo que tomas a cambio. Devuélvemela.

—Primero deberías saber de qué se trata. Puedo asegurarte que es un precio alto y que te compromete de por vida. No admitimos devoluciones —comentó Gabriel, agachándose a mi lado.

—Lo acepto —insistí desesperado. ¿Qué parte era la que no entendían? Haría cualquier cosa que me devolviera a Kate.

—Puede que el sacrificio sea mayor de lo que imaginas —dijo Mefisto. Miró a Adrien y pude percibir una fuerte emoción en sus ojos.

—¿Peor que este dolor que siento por dentro?, lo dudo. —Reí sin ganas—. Acepto, sea lo que sea.

—No sería justo. Así que escucha antes de decidir —me pidió Miguel—. Nada ha terminado, William. Después de todo lo que ha pasado, lo único que hemos conseguido es volver a empezar.

—No entiendo lo que quieres decir.

—Lucifer no ha muerto, solo ha regresado a su prisión. Hay una nueva profecía —anunció Miguel con voz ronca—. Lo que significa que volverá a intentarlo. Procurará escapar y entre todos tendremos que detenerlo. Y digo entre todos, porque ese es el precio. Te unirás a nosotros y asumirás tu papel como arcángel: portales que vigilar, demonios que perseguir y un mundo repleto de humanos que proteger. Y mientras tanto, descifraremos esa profecía y haremos todo lo posible para que Lucifer no pueda regresar. —Se encogió de hombros—. Ese es el precio para recuperarla. Serás uno de nosotros para siempre. Conservarás esas alas para siempre, William.

Yo ni siquiera sabía que aún las tenía. Miguel se me quedó mirando fijamente. Le sostuve la mirada mientras pensaba en todo lo que me había dicho. Sentí que las entrañas se me retorcían y que en mi garganta se formaban dolorosos nudos de ansiedad. Lo que me estaba pidiendo no era fácil. Un compromiso de por vida convertido en algo que detestaba, junto a unos seres a los que no quería parecerme. Pensar que podría acabar siendo el recipiente vacío que ellos eran, resultaba devastador. Ser vampiro era mil veces más humano.

Miré a Kate.

—Lo haré. Seré uno de vosotros para siempre —dije si dudar.

Gabriel me pasó una mano por el pelo con una sonrisa, como si ya conociera de antemano la respuesta.

—Pues que así sea —dijo mientras se ponía de pie.

En su mano apareció una luz blanca que creció hasta el tamaño de una manzana. Miguel la tomó en su mano y susurró unas palabras. A continuación, la luz flotó hasta penetrar en el cuerpo de Kate, que se iluminó con un suave resplandor y empezó a vibrar entre mis brazos.

De repente caí en la cuenta de algo. Si cada recompensa tenía un precio. Si cada vida devuelta exigía un pago…

—¿Quién ha pagado por mí? —pregunté con un nudo en el estómago.

Cada rostro se giró en una única dirección. Adrien apartó su mirada, cohibido, y dejó que vagara por la sala. Acabó mirándome fijamente con una tímida sonrisa. Se me cayó el alma a los pies.

—¿Qué les has dado? —pregunté con voz ronca.

Se encogió de hombros con un gesto cansado.

—No más que tú —respondió al tiempo que unas alas enormes se desplegaban a su espalda.

Cerré los ojos un segundo. Adrien había pagado con su vida la mía. Sabía cuánto odiaba él todo lo relacionado con los ángeles… a su padre; y, aun así, se había sacrificado por mí convirtiéndose en otro de ellos.

—Gracias —fue lo único que pude decir.

El cuerpo de Kate se estremeció entre mis brazos y la luz que la envolvía palideció lentamente. Se hizo el silencio mientras los ojos más bonitos que existían se abrían muy despacio y se clavaban en mí. Vacilaron un segundo y se abrieron como platos en cuanto comenzaron a comprender.

—¿Will?

Asentí. No era capaz de hablar. Su voz, su preciosa voz en mis oídos.

—¿Cómo… cómo es posible? ¿Tú…?

Le tomé el rostro entre las manos y la besé, acallando sus palabras con mis labios. En ese momento, cualquier duda que aún pudiera albergar se disipó. Su olor, su sabor, la forma en la que su cuerpo encajaba en el mío. Era real, ella completamente real. La rodeé con los brazos, desesperado, y el beso fue más apasionado. La besé sin preocuparme por lo que pudiera significar el futuro. De su garganta brotó un gemido adorable, que hizo que me derritiera. Ella era la dueña de mi corazón, de mi alma y de mi razón, y me olvidé por completo de que no estábamos solos.

Me aparté para mirarla. Su sonrisa me llegaba al alma y su cuerpo estaba despertando al mío. Ella se había convertido en mi destino, mucho antes de que el hilo de su vida fuera tejido. Fue creada para mí, para convertirse en mi hogar, en mi guía, en mi vida. Lo supe en ese momento. No había nada ni nadie capaz de separarnos. No importaba qué pudiera ocurrir, Kate y yo estaríamos juntos para siempre.

Me perdí en sus ojos, brillantes y preciosos. Sonreía de oreja a oreja como hacía tiempo que no la veía sonreír. Di gracias por haberme perdido aquel día en la montaña, mientras buscaba el maldito pueblo. Y di gracias a la lluvia que la hizo resbalar en el asfalto, poniéndola en mi camino.

Dos meses después sigo dando gracias. A todas horas. Porque soy el capullo más afortunado del universo por tenerla a mi lado.

Nada es como antes, nunca podrá serlo después de todas las cosas horribles que han pasado, de las traiciones y los sacrificios, del vacío tan doloroso que han dejado los que ya no están. Las heridas son profundas, y puede que nunca sanen, pero nos han hecho más fuertes. Keyla comienza a sonreír, aunque a veces la descubro observando a Kate con cierta melancolía; y, aunque la adora y se alegra de que haya regresado, sé que una parte de ella sigue herida y piensa que es injusto que Kate esté aquí y Stephen no. No puedo culparla por ello. En su lugar no sé cómo me habría tomado que las cosas hubieran sido a la inversa.

Pienso en Samuel todos los días, sigo repasando cada minuto de aquella noche y no dejo de preguntarme qué habría ocurrido si hubiera insistido un poco más en que no nos acompañara. Kate cree que ese era su destino, que no se podía hacer nada. Quizá tenga razón. Shane ha ocupado su lugar y ahora dirige a los cazadores. Daleh se ha convertido en su hombre de confianza, en el mejor consejero que podría tener. El viejo licántropo y su manada aún intentan adaptarse a su nueva vida. Daniel ha conseguido que abandonen las montañas y ahora viven a las afueras, en el viejo aserradero; todos menos Nadia, la hija de Daleh. Marie prácticamente ha adoptado a la chica y la ha instalado en la casa de huéspedes; donde el sueño de Kate se cumple poco a poco.

«El refugio de Alice». Me gusta el nuevo nombre.

Las cosas también han cambiado en el clan vampiro. Mi padre se ha negado a asumir de nuevo la corona, está cansado. ¡Quién no lo estaría después de tantos siglos intentando gobernar un reino como el de los vampiros! Ahora trata de convencer a mi madre para dar la vuelta al mundo en barco; dudo que lo consiga. Mientras tanto, han convertido mi casa en Laglio en su nuevo hogar.

Y sí, Robert es el nuevo rey; y, contra todo pronóstico, lo está haciendo bien y no ha puesto patas arriba todo el sistema. Quizá sea porque pasa más tiempo en Heaven Falls que en Blackhill House. ¡Algo que a Shane le encanta!

—¡Hola, cumpleañero!

La mano de Kate se desliza por mi pelo mientras se sienta a mi lado en la escalera. Es 31 de diciembre, Nochevieja, y también mi cumpleaños. Nada más y nada menos que ciento setenta y un años; pero para mí es como si acabara de nacer. Inclina su hombro sobre el mío y me da un empujón cariñoso.

—¿Todo bien? —pregunta.

Le recorro el brazo con los dedos antes de cogerla de la mano. Ella me mira con sus resplandecientes ojos verdes. Asiento con una sonrisa y la abrazo hasta acurrucarla contra mi pecho. Huele a violetas y su pelo me acaricia el cuello con el tacto de una pluma. Su cuerpo se ajusta al mío como si yo hubiera sido su molde. Estar con ella es mi adicción. Mi cuerpo se pone tenso y la abrazo con más fuerza.

—¿Crees que tardarán mucho en largarse? —le pregunto con voz ronca.

La casa está llena de gente. Marie ha organizado una fiesta sorpresa para mí, por la cual llevo amenazado una semana para que no se me ocurra escabullirme. ¡Sorpresa!

—Olvídalo, tu hermana es capaz matarte si desaparecemos ahora —me susurra escondiendo el rostro en mi pecho.

—Pero moriré feliz —replico.

Kate se echa a reír y me da un golpecito en el muslo. Jane acaba de salir de la cocina con una tarrina enorme de helado. Nos saluda con la mano y se deja caer en el sofá con un suspiro. Ha dejado su trabajo y piensa trasladarse a Heaven Falls con su prometido para estar cerca de Kate. La relación entre ellas ha cambiado y sé lo feliz que Kate se siente por tener a su hermana cerca. Sin secretos, sin mentiras.

—Jane está embarazada —dice Kate de repente.

La miro sin poder disimular mi asombro.

—¿En serio?

—Sí. Ella aún no lo sabe.

—¿Y tú sí?

Kate sonríe sin apartar los ojos de su hermana.

—Tú también lo sabrías si te hubieras fijado. —Cierra los ojos y me aprieta el muslo con sus dedos—. Escucha.

Hago lo que me dice y concentro todos mis sentidos en Jane. Al principio no consigo oírlo, pero poco a poco voy limpiando el ruido hasta que todos los sonidos desaparecen excepto uno. Un leve latido, rápido y constante. Sacudo la cabeza sin dar crédito y un hormigueo que me encoge el estómago.

—¿Te parece bien? —No puedo evitar preguntárselo.

Ella me mira a los ojos y asiente completamente convencida.

—Claro que sí. Ese niño es mi oportunidad —responde. Sabe qué es lo que me preocupa, porque me conoce mejor que yo mismo. Su voz brilla de emoción—: Yo nunca podré tener hijos, pero ese pequeño será un poco mío. Seré para él como una segunda madre, solo que yo podré consentirlo y mimarlo todo lo que quiera. ¡La tía Kate será la más enrollada!

No puedo evitar que el corazón se me encoja. Ni tampoco pensar en cómo sería tener un hijo con Kate, a cuál de los dos se parecería y qué tipo de padres seríamos. Eso es algo que ninguno de los dos sabremos. Me acerco y rozo sus labios con los míos, mientras le cubro la mejilla con la mano.

Adrien acaba de llegar. Lo sé antes de verlo cruzar la puerta. Al igual que él sabe donde me encuentro sin necesidad de buscarme. Viene directo hacia mí con Sarah de su mano. Una sonrisa se extiende por su cara y yo se la devuelvo sin darme cuenta. Ahora es mi hermano, y le debo tanto.

—¡Feliz cumpleaños, idiota! —dice mientras cierra su puño para chocarlo con el mío. Después besa a Kate en la mejilla.

Se sienta un peldaño más abajo y arrastra a Sarah con él hasta sentarla sobre sus rodillas. Me gusta verlos juntos, y no porque eso signifique que se ha olvidado de Kate. Adrien necesitaba a alguien como Sarah en su vida. Y por cómo la mira, sé que es «ella».

—¡Kate, ven, tienes que ver esto! —grita Jill desde un rincón. Agita la mano en el aire, apremiándola para que se dé prisa. Una sonrisa de oreja a oreja le ilumina la cara—. ¡Sarah, tú también!

—Ahora vuelvo —dice Kate. Me da un beso en la mejilla y se marcha con Sarah al encuentro de su mejor amiga.

—¿Cómo lo llevas? —me pregunta Adrien.

Me encojo de hombros sin mucho entusiasmo. Él esboza una sonrisa que, conociéndolo, debería darme miedo. Mete la mano bajo su cazadora y saca lo que parece una botella envuelta en papel de regalo. Le quito el papel y no puedo evitar quedarme con la boca abierta. Tengo en las manos uno de los mejores whiskies escoceses del mundo, un Glenfiddich de 1937. Lo que se traduce en muchos miles de dólares la botella. Creo que este chico empieza a ser una mala influencia para mí.

—¿De dónde has sacado esto? —pregunto, de repente más animado.

—¡Sé hacer regalos, eh! —Se pone de pie y me guiña un ojo—. Vamos a tomar el aire.

Lo sigo hasta la calle. Ha dejado de nevar y el suelo está cubierto por un manto impoluto de nieve. Caminamos sin prisa hasta adentrarnos en la arboleda. El silencio es sobrecogedor. Adrien abre la botella y me cede el primer trago. ¡Dios, está bueno! La conversación oscila entre bromas, deportes y futuros planes de cosas que no sé si lograremos hacer algún día. Pero me gusta perder el tiempo de ese modo. Entre nosotros se ha establecido algún tipo de pacto no hablado, y evitamos mencionar cualquier cosa que tenga que ver con ellos. Arcángeles. La palabra nos viene demasiado grande. Ninguno de los dos logramos hacernos a la idea de que eso es lo que somos ahora, y no sé si algún día lo asimilaremos. Adrien acaba de colocar una piedra sobre la nieve y con una rama intenta jugar al golf lanzando una bola alta. Falla el primer intento y da un traspié. Rompo a reír y la botella se me escapa de las manos. Consigo cazarla al vuelo y me caigo de culo. Esta vez es Adrien el que se parte de risa a mi costa. No debería beber con el estómago vacío.

—Dais pena.

Kate acaba de aparecer tras nosotros. Nos mira con los brazos cruzados sobre el pecho y una enorme sonrisa.

—Sarah te está buscando —le dice a Adrien.

—¡Hora de irse! —replica antes de arrebatarme la botella y desvanecerse en el aire.

Kate se me queda mirando durante unos segundos. Y yo no soy capaz de apartar la vista de ella. Despacio, se acerca y me coge de la mano. Me lleva con ella serpenteando entre los árboles. No dice nada. Solo se vuelve y me mira con los ojos entornados y una sonrisa coqueta. Se me acelera el corazón y me golpea las costillas con fuerza. Sé que puede oírlo, pero no me importa que sepa el poder que tiene sobre mí.

Al llegar junto al arroyo se detiene. Apenas unos centímetros de aire separan nuestros cuerpos. Levanta la barbilla y me mira a los ojos, mientras saca del bolsillo trasero de su pantalón un pequeño sobre de color blanco.

—Feliz cumpleaños —susurra.

Cojo el sobre y sonrió. Con rotulador ha dibujado un corazón y ha escrito mi nombre dentro de él. Lo abro y saco una tarjeta en la que solo hay escrita una fecha: 25 de abril. La miro a los ojos.

—¡Me encanta, en serio! Siempre he querido una de estas.

Kate sacude la cabeza y suspira con ganas de estrangularme.

—Ni siquiera sabes lo que es.

—Sí que lo sé —replico, rodeándole la cintura con las brazos—. Es el día que nos conocimos.

Sonríe y se muerde el labio.

—¡Bingo! Pero es la fecha de algo más.

Frunzo el ceño y trato de pensar a qué se refiere.

—Vale. Me has pillado —admito, dejando caer la cabeza hacia delante.

Noto que se ha puesto nerviosa por la forma en la que traga saliva. Toma aire antes de empezar a hablar.

—Hay algo que he estado evitando durante un tiempo sin saber muy bien por qué. Creo que… porque en el fondo sabía que nos precipitaríamos si dábamos el paso, porque ese momento aún no había llegado para nosotros. Necesitábamos vivir algunas cosas para estar de verdad preparados. Ahora sé que estoy preparada y que lo deseo más que nada.

Vuelve a meter la mano en su bolsillo y saca una alianza de hombre. Yo acabo de quedarme sin aire. Me mira a los ojos y tengo que esforzarme para que no se me doblen las rodillas. Sé que he empezado a sonreír como un idiota.

—Bueno… —Se le escapa una risita mientras toma mi mano y me pone el anillo muy despacio—. ¿Crees que estarás libre para ese día? —Lanza una mirada elocuente hacia el cielo y la timidez hace que le brillen los ojos—. Porque si lo estás, creo que sería un día perfecto para casarnos.

Dejo escapar un profundo y lento suspiro. Cuando creo que no puedo amarla más, va y hace algo como eso.

—Creí que no me lo pedirías nunca —replico.

Me agarra de la camisa y me da un golpe en el estómago, completamente avergonzada. Quiero sentir sus labios contra los míos. La miro muy serio, porque es uno de lo momentos más importantes de mi vida y quiero que pueda sentirlo.

—Estoy completamente libre. Y yo también creo que es un día perfecto para casarnos. ¡Me muero por convertirte en mi esposa, Kate!

Ladeo la cabeza y la miro, y su irresistible sonrisa ilumina mi mundo y me llega al corazón, con ese cosquilleo al que nunca lograré acostumbrarme. Me inclino y la beso, y como siempre ocurre, todo se desvanece a mi alrededor.

No importa cuánto tiempo pase. Kate me sigue doliendo como una herida abierta. Abierta por el amor que siento, por el fuego que me abrasa las entrañas y por un deseo puro e insaciable. Ya no siento ese vacío en el estómago, porque he encontrado justo lo que debía llenarlo.

A lo lejos un coro de gritos comienza una cuenta atrás. Diez, nueve, ocho… El año se está acabando.

Mi vida no es para nada tal como la había imaginado.

Es mil veces mejor.

Porque ya no hay sombras. Kate las borra con su sonrisa tranquila y llena de complicidad.

Porque ella es mi cielo.

La luz que ilumina mi alma oscura.

El firmamento se enciende con fuegos artificiales que no tengo ni idea de dónde han salido. Kate mira al cielo y empieza a reír.

—Feliz eternidad —dice mientras me abraza.

—Feliz eternidad —susurro antes de besarla de nuevo.

Fin