A pesar de la música y la decoración, en el ambiente no se respiraba el aire de fiesta que envolvía a los bailes. Los miembros del Consejo y el resto de asistentes aún estaban conmocionados por los últimos sucesos y lo precipitados que estos habían sido. Todas las conversaciones giraban en torno al nuevo rey y a los cambios que esa realidad podría suponer dentro del clan vampiro.
Sebastian había sido un buen rey, firme, autoritario e implacable; pero bueno y leal a su estirpe. William poseía todas esas aptitudes, aunque siempre había estado rodeado de un halo misterioso y siniestro que, junto a sus cualidades como guerrero y asesino, invitaban a guardar las distancias con él.
—¿Jugando al escondite?
Kate dio un respingo y su cuerpo se estremeció al notar un aliento en su cuello. No necesitó verle para saber que era Adrien quien se encontraba a su espalda. Asintió con la cabeza y continuó observando a las personas que bailaban en el centro del patio ajardinado. Se había refugiado bajo la galería porticada que sostenían las columnas del claustro, esperando pacientemente a que William apareciera. Marie le había dicho que se retrasaría un poco por culpa de una discreta reunión.
—¿Y te escondes de alguien en especial? —preguntó Adrien bajando el tono hasta convertir su voz en un ronroneo. Su humor estaba mejorando por momentos. Dentro de aquella burbuja asfixiante que era el palacio, solo Kate tenía ese efecto sobre él. Ella era uno de los pocos rayos de luz que disipaban sus sombras.
—Creo que de todos —respondió ella, mirándolo por encima del hombro. Frunció el ceño y se puso seria—. No esperaba encontrarte aquí.
—No es tan raro. No hay nadie más metido hasta el fondo que yo en este asunto.
—Tú también sabías de qué iba todo esto, ¿verdad? ¿También te hizo prometer que no me dirías nada? —preguntó con malhumor.
Adrien la contempló un instante. Solo necesitó un segundo para darse cuenta de por qué estaba enfadada. Sonrió y le apartó un mechón de pelo de la cara.
—Si estás pensando en echarme la bronca y pagar conmigo tu rabia, lo siento, pero no sabía nada de todo este asunto hasta que llegué esta mañana. Y te juro que, de haberlo sabido, te habría ido con el cuento. —Le guiñó un ojo con picardía—. Lo que sea para ganarme tu agradecimiento.
Kate disimuló una sonrisa y trató de mantenerse seria. Adrien chocó su hombro contra el de ella de forma juguetona.
—Anda, demos un paseo.
Kate negó con la cabeza.
—Espero a William.
Adrien se encogió de hombros.
—Créeme, tardará un buen rato en aparecer. Y estoy seguro de que prefieres pasar este tiempo conmigo que con esos cretinos. —Hizo un gesto despectivo hacia los vampiros, más atentos a ellos que al baile.
Kate sopesó su oferta y finalmente aceptó acompañarlo. Adrien le ofreció su brazo y, sin decir una palabra, pasearon por la villa hasta encontrar un pequeño invernadero repleto de flores y plantas trepadoras, que se enroscaban en la estructura metálica que sostenía los cristales. Se sentaron en un banco de piedra situado entre lilas. Permanecieron el uno junto al otro durante un buen rato, sumidos en un silencio cómodo y natural.
—Lo siento —dijo de repente Adrien.
Kate parpadeó un par de veces y ladeó la cabeza buscando su mirada, que de pronto se había vuelto esquiva.
—¿Qué es lo que sientes?
—Esto —respondió él, rozando con la yema del dedo el pulso que debería latir en la muñeca de la chica—. Siento cada minuto que ha pasado desde que te conocí. Te arrebaté la vida y el derecho a decidir sobre esa vida…
Kate le tapó la boca con sus dedos. Tan solo unos centímetros de aire cálido los separaban y ella los acortó aproximándose a él. Apoyó la cabeza en su hombro y contempló cómo una polilla nocturna revoloteaba contra el cristal buscando una salida.
—Hace tiempo que te perdoné por eso. No te castigues, ¿vale? —dijo ella en voz baja.
Adrien la besó en el pelo. Cerró los puños para controlar el deseo de envolverla con sus brazos; parecía tan frágil en aquel momento. Ni siquiera sentía que mereciera estar allí con ella después de todo lo que le había hecho, pero era incapaz de mantener la distancia. Kate era importante para él y, aunque sabía que nunca lograría poseerla de la forma que deseaba, aquello que tenían era mejor que nada.
—Lo que no sé si lograré perdonarte es que estés participando en toda esta locura —murmuró Kate, y su cuerpo entero se agitó. Su malhumor y su preocupación regresó. Se puso de pie y se alejó unos cuantos pasos—. Lo que William pretende es un disparate, y parece que todos vosotros estáis dispuestos a seguirle como un rebaño de corderos directo al matadero.
Adrien la siguió.
—Ninguno quiere morir, te lo aseguro, y yo menos que nadie. Pero no hay muchas alternativas; por no decir ninguna. Mira, no sé qué sabes exactamente sobre el plan, porque es evidente que William ha intentado… —Se quedó sin saber qué decir para no herirla.
—Puedes decirlo —replicó ella—. Me ha dejado fuera. Me ha mantenido al margen porque creía que iba a ser un problema para él con mis lloriqueos y «manipulaciones» —escupió la última palabra, recordando cómo William la había acusado de eso apenas unas horas antes.
Adrien resopló disgustado, William podía ser bastante idiota cuando se lo proponía. Se plantó delante de ella, tan cerca que solo pudiera fijarse en él.
—No puedo creer que vaya a decir esto… —Se pasó una mano por el pelo—. William no obró bien manteniéndote al margen, pero, viendo tu reacción y sabiendo que no eres de las que se quedan con los brazos cruzados, creo que yo habría hecho lo mismo para proteger el secreto de esta misión. No podemos permitirnos el lujo de cometer errores. Y cuando piensas con el corazón y no con la cabeza, como estás haciendo tú ahora, esos deslices son peligrosos.
—¡¿Qué?! ¿Lo dices en serio? —estalló furiosa.
—Yo soy la prueba de ello —respondió Adrien con tono mustio. Kate abrió la boca para discutírselo. No pudo, él tenía razón, había puesto en peligro a muchas personas para protegerlo—. Puede que tu corazón no palpite, pero está muy vivo en tu interior. En estos tiempos eso es una debilidad.
Kate lo fulminó con la mirada, enfadada y avergonzada porque en el fondo sabía que él estaba en lo cierto. Intentó apartarse, pero Adrien se lo impidió, sujetándola por los hombros.
—Vamos, Kate. Tú eres una chica lista que nunca se ha dejado intimidar por el miedo.
—Sí cuando se trata de perder a tantas personas que me importan —respondió ella con la voz quebrada. Un sentimiento de profundo pesar la abrumó.
—Kate. —Suspiró Adrien acercándola a su pecho. Cuando comprobó que ella aceptaba su gesto, la estrechó entre sus brazos—. Ojalá pudiera decirte otra cosa, pero no es así. Si no lo impedimos, se desatará una guerra que no podemos ganar. No podemos sentarnos a esperar un milagro que lo arregle todo, porque no hay tal milagro; esta vez no.
»Si no vamos a por ellos, serán ellos los que vengan a por nosotros; y moriremos de igual modo. Solo es cuestión de tiempo, ¿entiendes?, tenemos que golpear primero, con tanta fuerza que no sean capaces de volver a levantarse. Si no, serán ellos los que acaben con nosotros, y lo intentarán con todos los medios de que dispongan.
Kate lo miró con tal desesperación e impotencia que Adrien tuvo que obligarse a permanecer quieto; porque lo único que deseaba era sacarla de allí y llevarla a cualquier parte que borrara esa expresión de su cara.
—¿Y qué puedo hacer yo? —preguntó ella con un hilo de voz.
Adrien le acarició la mejilla con ternura. La respuesta a esa pregunta era un puñal en su pecho.
—Hay cierto idiota que debe estar de los nervios en este momento, y eso no es bueno sabiendo cómo las gasta cuando se pone nervioso. Puede que necesite que alguien le diga que todo está bien.
—Pero es que nada de todo esto está bien.
—Lo sé, y él también lo sabe. No es fácil escoger el camino difícil. Por eso, a veces, la vida solo te muestra ese. ¡Él te necesita más que nunca! —Alzó una ceja con un gesto travieso—. Esa corona debe de apretarle más que el collar de castigo de un perro de presa.
Kate sonrió y su cara se iluminó llena de vida.
—¿Cuándo te licenciaste en psicología?
Adrien se echó a reír. Bajó la vista y la sonrisa desapareció de su rostro.
—Caer en el lado oscuro no es tan difícil, Kate. En William y en mí esa oscuridad forma parte de nuestra naturaleza. —Hizo un gesto hacia el cielo, dejando claro que se refería a los ángeles. Unos seres fríos, insensibles y soberbios—. Necesitamos una luz para no quedarnos a oscuras. Tú eres su luz, no lo olvides.
Kate asintió y se quedó mirando a Adrien con un calor que le estrujaba el pecho.
—¿Cuál es tu luz? —preguntó. Su mirada sobre ella le hizo arrepentirse de la pregunta. Por nada del mundo quería que Adrien sufriera por aquello que ella no podía darle.
—¿Quieres que te acompañe? Si no, creo que iré a dar una vuelta por ahí. Este baile es demasiado aburrido para mí y dicen que la noche en Roma es muy excitante —comentó Adrien, dando por zanjada una conversación que estaba tomando unos derroteros peligrosos.
—Tranquilo, ve —respondió Kate.
Adrien se desvaneció en el aire y Kate se quedó sola en el invernadero. Cuando se llevó la mano al cuello para aflojar la tensión que lo agarrotaba, notó que le temblaba. Había pasado todo el día aterrada, confusa, y después enfadada. Sus emociones se sucedían unas tras otras de una forma vertiginosa. Deseó ser menos impulsiva y tener más control sobre sí misma. De ser así, quizá hubiera tenido la calma suficiente para escuchar a William y no habría necesitado de la paciencia de Adrien para comprender que no había otro modo de resolver el problema que ahora los acosaba; y que ella misma había propiciado.
Iba a iniciar el camino de vuelta al jardín, donde estaba teniendo lugar la sobria gala, cuando un sonido llamó su atención: el repiqueteo de unos tacones, que casi resultaba molesto para sus sentidos desarrollados. Otros pasos, más rápidos y suaves, se acercaban desde la misma dirección.
—¡Mako, espera!
Kate se quedó de piedra al escuchar la voz de William. Por puro instinto dio un paso atrás, ocultándose tras un arbusto plagado de diminutas y olorosas florecitas rojas. A través de los tallos, vio cómo la mujer que había ungido a William se detenía y se daba la vuelta. Había cambiado la túnica por un vestido de corte sirena que se ceñía a sus curvas voluptuosas.
William llegó hasta ella, luciendo un esmoquin; estaba tan guapo que su imagen abrumaba.
—¿Por qué me estás evitando? —preguntó él.
—No te evito. Tenía prohibido hablarte mientras duraran todos los pasos del rito.
—¿Por qué?
Mako se encogió de hombros.
—Normas de los Arcanos. Yo las acato sin preguntar —respondió, posando sus ojos oscuros en los de él.
—¿Cómo has acabado sirviéndoles?
Nerviosa, Mako parpadeó varias veces y se pasó una mano por el brazo.
—Conocí a Mihail en Varsovia, durante una emboscada al nido que yo perseguía. Me aceptó entre sus guerreros. Unas décadas después me recomendó para la Guardia Púrpura. Pasé las pruebas y me quedé. Unos años más tarde asumí el servicio personal de los Arcanos.
Hubo un largo silencio en el que ambos se quedaron mirándose sin parpadear.
—¿Por qué te fuiste sin decirme nada? Los amigos no hacen esas cosas. No desaparecen de la noche a la mañana sin siquiera despedirse —dijo William con frustración.
—No podía quedarme, Will. Llevábamos casi dos años cazando juntos. Tu vendetta se convirtió en la mía, y yo tenía unos padres a los que vengar. Era algo que necesitaba hacer sola.
—Podías haberme dicho esto entonces y no largarte sin más. ¿Crees que habría intentado impedir que te marcharas?
Mako sacudió al cabeza.
—¡No! —exclamó. Alargó las manos para tocarle, pero se detuvo en el último momento.
—Te busqué durante mucho tiempo. Creí que te había ocurrido algo malo, que algún grupo de renegados te había capturado. Permanecí en la ciudad todo un mes, buscando cualquier pista sobre ti. Y durante años traté de encontrarte, hasta que no me quedó más remedio que aceptar que quizás habías muerto.
Ella bajó la vista y la clavó en sus pies.
—No creí que lo hicieras. Lo siento.
—¿Lo sientes? —le espetó enfadado—. Éramos amigos y desapareciste sin más. Mi obligación era remover cielo y tierra para encontrarte. Pero está claro que tú no querías que lo hiciera.
Ella lo miró vacilante.
—No podía seguir contigo, Will. Pasar tanto tiempo juntos no era bueno para mí.
—¿Por qué dices eso? Creía que formábamos un buen equipo…
—Y lo formábamos —lo atajó ella. Apartó la vista. Su piel era un lienzo blanco sin mácula, pero en sus ojos se podía ver el rubor que no llegaba a sus mejillas—, en todos los sentidos, tanto que de haberme quedado contigo me habría destrozado.
William frunció el ceño.
—No lo entiendo.
—¿Ves? Ni siquiera te diste cuenta.
—¿De qué tenía que darme cuenta? —preguntó William con un tono dulce, reflejo de la paciencia que trataba de mantener.
Ella se lo quedó mirando un momento.
—De que para mí, aquello que había entre nosotros, dejó de ser solo sexo y compañía; significaba mucho más. Pero tú no tenías esos sentimientos por mí, solo pensabas en Amelia y en encontrarla. Yo únicamente aliviaba tu cuerpo y tu soledad.
Esta vez fue William el que se avergonzó.
—Eso no es cierto, tú me importabas mucho.
—Lo sé, pero no me amabas, Will. Y para mí el sexo ya no era suficiente, necesitaba más de ti. Mucho más.
—Debiste decírmelo —la acusó.
Ella se encogió de hombros con una disculpa.
—¿Y de qué habría servido? Te conozco, William. Te habrías sentido culpable, responsable y… me habría ido de todos modos. No quería a un hombre que estuviera a mi lado por caridad. Aunque ese hombre fueras tú.
—Mako, decidiste por los dos, pensando solo en ti. ¡Debiste decírmelo! ¡Me volví loco buscándote!
—¿Y qué habrías hecho, eh? ¿Enamorarte de mí sin más? ¿Abandonar la búsqueda de tu esposa para vivir conmigo en una casita blanca junto al mar?
—No lo sé. Pero eso es algo que ya nunca sabremos. Te di por muerta y anulé mis sentimientos. Ya sabes que eso se me daba bastante bien —replicó con amargura y un ligero tono de reproche.