5

Recorrieron el laberinto de callejuelas del barrio de Trastévere hasta llegar al río, y continuaron caminando deprisa bajo la sombra de los árboles que cubrían la zona. Un rápido vistazo a su espalda, le bastó a Kate para darse cuenta de que los otros guerreros que les habían acompañado durante el vuelo habían vuelto a unirse a ellos, junto con otros dos que ni siquiera había visto aparecer.

—Aseguraos de que no nos ha seguido nadie —dijo Cyrus a dos de ellos. Después, se acercó a otros dos—. Quiero a todo el mundo en su sitio. Si la seguridad se ve comprometida, decapitaré al responsable.

Los guerreros asintieron una sola vez y dieron media vuelta. Kate sabía lo difícil que les resultaba moverse a plena luz del día, rodeados de humanos de corazones palpitantes y bajo un sol que hasta hace poco era letal para ellos. Pero nada en su aspecto manifestaba el tormento que, estaba segura, sufrían en su interior.

Dos minutos después, se detenían frente a un pequeño palacete de muros rojizos. Cyrus golpeó una enorme puerta de madera oscura. Inmediatamente se abrió y en el umbral apareció un vampiro de pelo oscuro y ojos rasgados. Se inclinó con una profunda reverencia, que no abandonó hasta que todos estuvieron dentro. Kate dedujo que debía ser algo así como un mayordomo.

—Mi príncipe —dijo con tono ceremonioso una vez hubo cerrado la puerta.

Volvió a inclinarse y, con un gesto de la mano, les indicó que lo siguieran.

Kate se quedó boquiabierta en cuanto abandonó el vestíbulo y penetró en la siguiente sala. Los techos y las paredes estaban recubiertos de frescos. Los dorados de las puertas y las ventanas entraban por los ojos como destellos, que rivalizaban con el brillo del suelo de mármol y las columnas. El lujo y la opulencia la dejó muda. Cruzaron un pasillo que era casi tan ancho como la casa de huéspedes, con enormes ventanales que daban a un jardín interior donde una fuente impresionante humedecía el ambiente. Al final del pasillo una puerta se abrió, y Robert apareció a través de ella. El vampiro vestía de esa forma tan elegante habitual en él; con el porte de un príncipe, pero la expresión de un condenado.

—Hermanito —saludó con una sonrisa. Abrazó a William y lo sostuvo apretado contra su pecho unos segundos.

Kate empezó a preocuparse de verdad. Ni una broma sobre su atuendo, ni un pique, nada. Solo un abrazo desesperado que no había visto nunca.

—Hola, Kate —Robert se dirigió a ella. La tomó de las manos y se las llevó a los labios para besarlas—. Tan preciosa como siempre.

—Hola, Robert. Me alegro de verte.

El vampiro le dedicó una sonrisa y le rodeó los hombros con el brazo.

—Madre ha dispuesto una habitación para vosotros en la primera planta —empezó a explicar a William. Señaló con la barbilla al mayordomo—. Giusto ya ha subido vuestro equipaje y lo ha preparado todo… —Se detuvo un instante y olisqueó el aire. Una sonrisa se extendió por su cara—. ¿Os habéis puesto de acuerdo para llegar al mismo tiempo?

El sonido de unos pasos apresurados repiqueteó contra el suelo. Una de las puertas se abrió y Marie entró a la carrera tirando del brazo de Shane; Daniel los seguía con Carter pisándole los talones; y Samuel cerraba el grupo con cuatro de sus cazadores vigilando con ojos atentos hasta el último rincón.

—¿Qué hacen ellos aquí? Creía que el Consejo no se reunía con los lobos —preguntó Kate a William.

—Esta reunión es algo diferente. El tema que vamos a tratar nos incumbe a todos —respondió antes de que Marie saltara sobre él y se colgara de su cuello—. Hola, pequeñaja.

William se acercó a Shane y le dio un abrazo. Repitió el mismo gesto con Carter. Después se dirigió a Daniel y a Samuel, y los abrazó al mismo tiempo por el cuello.

—Gracias por estar aquí, no podría hacer nada de esto sin vosotros —susurró.

—Esta guerra también es nuestra. Y si no lo fuera, estaría contigo de todas formas —dijo Daniel—. Tú harías la misma maldita cosa por mí. Somos amigos.

—Somos familia —intervino Samuel sin apartar su mirada del séquito de guerreros que en ese momento ocupaba el corredor. Después paseó la vista por sus hombres; estos asintieron con una leve reverencia. Jamás pensó que lo vería de verdad: vampiros y licántropos bajo un mismo techo. A pesar del pacto, sus especies nunca dejaron a un lado los sentimientos y las heridas que, siglos de guerra y destrucción, habían marcado a fuego sus corazones. Hasta ahora.

—Mi príncipe —intervino el mayordomo—. La reunión está a punto de comenzar y vuestro padre desea hablar con vos antes.

William asintió una sola vez y lo miró por encima del hombro.

—Asegúrate de que están bien atendidos —dijo al mayordomo.

Se dirigió a la puerta más cercana con Robert a su lado. Hizo todo lo posible para no mirar a Kate, pero podía sentir sus ojos sobre él: expectantes, preocupados, y también aterrorizados. Se arrepentía tanto de no haber hablado con ella antes; ahora ya no quedaba tiempo.

Los demás siguieron al mayordomo hasta un enorme recibidor. El vestíbulo estaba revestido de mármol blanco, desde el suelo hasta las columnas que sostenían el peso de una cúpula decorada con frescos que se alzaba varios metros por encima de sus cabezas. Una mujer, con la misma actitud servicial del mayordomo, los esperaba junto al pasamanos de una de las dos escaleras que conducían a la primera planta.

—Si me lo permiten, les mostraré sus habitaciones —se dirigió a Kate y Marie.

Empezó a subir la escalera.

—¿Ellos no vienen con nosotras? —preguntó Kate en un susurro, al ver que los licántropos ascendían por la otra escalera en dirección contraria a la de ellas.

Marie sacudió la cabeza con un gesto negativo. Sus ojos se entretuvieron un instante en la espalda de Shane.

—Tú confías en ellos y no te sientes amenazada por su presencia, pero no olvides lo que ellos son y qué somos nosotros. Para el resto de vampiros que habitan entre estos muros es difícil estar cerca de los hombres-lobo. Y a los lobos les ocurre exactamente lo mismo —explicó Marie en voz baja—. El pacto mantiene la paz entre ambas especies, pero aún no ha logrado que seamos capaces de convivir con normalidad. ¿Recuerdas el baile del centenario?

—Sí —respondió Kate. Jamás olvidaría esa noche.

—Ya viste cómo reaccionaron los invitados cuando vieron a Shane, y en aquel momento solo era uno. Ahora hay una treintena de ellos.

Terminaron de subir la escalera y continuaron por un largo corredor, que se asemejaba más a la sala de un museo que al pasillo de una casa. Kate tomó aliento en un intento por calmarse. Sus pulmones se hincharon de aire, a pesar de no necesitarlo, y lo expulsaron con un largo suspiro.

—¿Tú sabes de qué va todo esto en realidad? —preguntó Kate.

Marie alzó las cejas con un gesto inquisitivo.

—¿A qué te refieres?

Kate echó un rápido vistazo a su alrededor y aminoró el paso para alejarse un poco de los oídos de la sirvienta.

—A este viaje, a esta reunión tan precipitada, al Consejo… ¿Cuántas veces han estado presentes los licántropos en una reunión del Consejo? Nunca, ¿verdad? No sé, pero hay algo raro.

Marie se detuvo y cogió a Kate de la mano.

—Cielo, las cosas ahí fuera se están poniendo muy feas, y van a empeorar. De ahí la premura para esta reunión. Hay que encontrar la forma de parar a los renegados y eso es algo que incumbe a ambos clanes. No lo lograremos si no unimos fuerzas.

Kate le lanzó una mirada confusa. Se pasó una mano por la cara y la deslizó hasta su esbelto cuello.

—Eso lo sé, y lo entiendo. Pero…

—Si estuviera pasando algo, Shane me lo habría dicho.

—Marie, no son paranoias, lo siento aquí dentro… —Se llevó la mano a la altura del corazón. Hizo una pausa, y empezó a confeccionar una lista mental de todas las cosas que la habían empujado a creer que allí se estaba tejiendo la trama de algo que no presagiaba nada bueno, empezando por la propia confesión de su prometido—. William está muy raro.

—¿Más de lo normal, quieres decir? —bromeó Marie.

Kate sacudió la cabeza. Su habitual sonrisa había desaparecido y, en su lugar, una expresión más adusta y seria ensombrecía su rostro.

—Me está ocultando algo. Siempre está preocupado. Se enfada por cualquier cosa y está muy distante. Rehúye mi mirada y… —Se mordió el labio, confiando en no parecer una neurótica paranoica—. Él mismo lo ha admitido. Va a hacer algo que tiene miedo a contarme.

—¿Me estás tomando el pelo? —soltó Marie con los ojos muy abiertos—. William nunca te ocultaría nada. Es demasiado honorable y responsable para hacer algo así. Es más, yo diría que tiene algún tipo de alergia a lo incorrecto. Si intentara portarse mal, seguro que se hincharía como un globo y la piel se le llenaría de pústulas.

Kate no pudo evitar sonreír.

—Sé cómo es, pero estos últimos días no es el de siempre. Algo le pasa, Marie. Lo sé.