—¿De verdad es necesario que nos acompañen? —preguntó Kate mientras observaba a los guerreros. Cuatro vampiros, de increíble tamaño, controlaban con sus ojos felinos cada centímetro de la sala vip del aeropuerto de Dublín en la que esperaban su embarque.
—No voy a descuidar tu seguridad. Son necesarios —respondió William con la vista clavada en la pista de aterrizaje.
—Bueno, sí… pero todo el mundo los está mirando —susurró ella.
Llamaban demasiado la atención. Era imposible no darse cuenta de su actitud marcial. Ni siquiera el elegante traje oscuro que vestían disimulaba lo que eran: peligrosos soldados. Y no solo eso, eran vampiros, poseían ese atractivo innato que los hacía destacar entre los humanos.
—Fíjate en los pasajeros, están boquiabiertos —continuó ella.
William paseó su mirada indolente por la sala. Las gafas de sol ocultaban sus ojos, demasiado llamativos. Estudió a su escolta y se encogió de hombros.
—Solemos causar ese efecto. Ya deberías haberte acostumbrado —comentó con indiferencia.
Kate suspiró sin apartar los ojos de William. Desde hacía unos días su actitud estaba cambiando, estaba más frío y callado de lo normal, también ausente. A menudo lo encontraba sumido en sus pensamientos, ajeno a cuanto ocurría a su alrededor; y no solo eso: parte de su dulzura estaba desapareciendo tras un halo de agresividad y superioridad que la ponía de los nervios. Había tratado de no darle importancia, pero su extraña conducta le estaba afectando a un nivel más íntimo y personal. Sabía que algo no marchaba bien, y en las últimas horas sus temores cobraban fuerza. William estaba cambiando.
—¿Qué te ocurre? —preguntó de repente Kate.
—Nada. ¿Qué te hace pensar que me ocurre algo?
—Para empezar, que apenas me miras cuando me hablas —respondió ella. Se colocó entre él y el cristal que los separaba del exterior, obligándolo así a que la mirara.
William bajó los ojos y lentamente se quitó las gafas.
—No me ocurre nada —declaró, atravesándola con sus pupilas. Dio un paso hacia ella y la tomó por la nuca para que alzara la cabeza—. Nada —repitió.
—Entonces ¿por qué de repente este viaje?
William suspiró con un atisbo de exasperación y la soltó.
—Ya te lo he explicado. El Consejo va a reunirse en Roma. Debemos trazar un plan contra los renegados.
—Eso ya lo sé, pero tengo la sensación de que hay algo más, de que hay algo que no me estás contando.
—Bueno, tampoco me sorprende. Es lo que sueles hacer, ¿no? Si no hay motivos ya te encargas tú de buscarlos —le espetó William. Las aletas de su nariz se dilataron y un tic contrajo el músculo de su mandíbula—. A veces, las cosas simplemente son sencillas, Kate. No hay necesidad de complicarlas con suspicacias infundadas. —Poco a poco la arrinconó contra el cristal—. Tu desconfianza no me deja en muy buen lugar, ¿no crees?
Kate se quedó de piedra.
—¿A qué ha venido eso? —inquirió con un hilito de voz y los ojos muy abiertos, sorprendida a la par que molesta por su salida de tono.
—A que no entiendo por qué tienes que darle siempre vueltas a todo. ¿Por qué no te limitas a confiar en mí y ya está?
—Confío en ti, es solo que…
—¡¿Qué?! —replicó exasperado. Tenía la mirada encendida—. ¿Quieres que diga que hay algo más que no te he contado? Está bien, lo hay. ¿Te sientes mejor? ¿No es eso lo que quieres oír?
Cyrus apareció junto a ellos. Por la expresión incómoda de su rostro era evidente que la discusión no le había pasado desapercibida.
—El avión está listo, podemos embarcar —anunció.
Kate apretó los dientes y pasó entre los dos vampiros sin molestarse en disimular su enfado.
—Kate —dijo William intentando detenerla.
Se había arrepentido de inmediato de cada una de sus palabras. Tenía los nervios crispados y los remordimientos le arañaban el estómago, por eso se había comportado como un idiota. Ella se deshizo de su mano con un tirón y continuó caminando. Altiva y orgullosa, se dirigió a la puerta de embarque sin prestarle atención a los dos guerreros que se habían posicionado a su lado como perros de presa.
Una vez a bordo, Kate ocupó su asiento ignorando de forma premeditada cuanto ocurría a su alrededor. Estaba furiosa. William nunca le había hablado de ese modo. Se le formó un nudo en la garganta y, de haber podido llorar, estaba segura de que un par de lágrimas ya se habrían deslizado por sus mejillas.
Contempló su anillo de compromiso y la asaltaron un sinfín de dudas. Ahora era vampira. Su antigua vida había dejado de existir, y William era cuanto le quedaba en el mundo. Toda su existencia giraba entorno a él y su mundo. Si le perdía, si por algún motivo él la abandonaba, ¿en qué lugar la dejaba eso? ¿A dónde iría si el mundo normal ya no era para ella? Apoyó la frente en la ventanilla y trató de no pensar en locuras. No podía permitirse el lujo de sacar las cosas de quicio.
William entró en el avión y ella apartó la vista. Cuando se sentó a su lado, Kate se deslizó hacia la ventanilla, poniendo distancia entre ellos. Él cerró los ojos un segundo y su rostro se contrajo con un tic.
—Lo siento mucho, Kate. Me he pasado. Me he comportado como un demente y tú no tienes la culpa de que todo este asunto me tenga de los nervios. ¿Puedes perdonarme? —Se inclinó sobre ella y le cogió la mano, después se la llevó a los labios y la besó.
A Kate se le hizo un nudo en la garganta solo por el hecho de habérselo preguntado. Asintió una sola vez y dejó que entrelazará sus dedos con los suyos. Contempló sus manos unidas. Encajaban la una en la otra como si hubieran sido concebidas para no separarse.
—A mí también me preocupa este asunto. Me siento tan responsable como tú —dijo ella—. Aunque no lo creas, entiendo perfectamente la magnitud del problema y estoy asustada. Me preocupa lo que pueda ocurrir a partir de ahora…
William sacudió la cabeza y sus ojos brillaron.
—No quiero que te preocupes. Jamás permitiré que te ocurra nada. Haré cualquier cosa para que no tengas que vivir con miedo. Cualquier cosa —dijo en tono vehemente.
—Lo sé —respondió ella alzando la vista de sus manos—, pero no quiero que me protejas si eso supone que me mantienes al margen; y tengo la sensación de que es eso lo que estás haciendo.
William soltó de golpe el aire de sus pulmones.
—¿Confías en mí? —preguntó.
—Sí, confío en ti —respondió Kate sin vacilar.
—¿Me quieres?
—Más que a mi propia vida y lo sabes —respondió ella con una seguridad pasmosa.
William alzó la vista y sus ojos se encontraron con los de ella.
—¿Y crees que serás capaz de recordarlo siempre?
Kate asintió con la cabeza.
—Sí —respondió. Jamás podría dejar de quererle.
—¿Y crees que podrás continuar a mi lado pase lo que pase y haga lo que haga?
Kate volvió a asentir de forma automática. No entendía a qué venían todas aquellas preguntas. Entonces se percató de sus últimas palabras; aunque no fue eso lo que provocó la alarma, sino el tono de su voz. Sus pupilas se dilataron y el iris de sus ojos adquirió un tono violeta muy vivo. Tragó saliva y un mal pálpito se apoderó de ella.
—¿Qué significa eso? ¿Qué vas a hacer?
—Ya te lo he dicho, lo que sea necesario —respondió él, de nuevo muy serio. Su teléfono móvil comenzó a sonar. Lo sacó del bolsillo de su cazadora mientras se ponía de pie.
Kate lo agarró por la muñeca.
—Pero no a cualquier precio, William —dijo con voz temblorosa. Lo miró fijamente a los ojos, incapaz de reconocerle en ellos—. Siempre hay un límite.
William le sostuvo la mirada. Los músculos de su cuello se movieron debajo de la piel, tensos como el acero. No respondió. Le dio la espalda y se llevó el teléfono a la oreja mientras se dirigía a la cola del avión.
—Shane, voy a volverme loco —susurró, apretando los párpados con fuerza. Intentaba mantener la compostura, fingiendo ser un tipo duro, pero el tono vulnerable de su voz lo traicionaba y le hacía parecer un niño.
—Tranquilo, tío. Estamos a punto de llegar —contestó el licántropo al otro lado del teléfono.
—No hay otra opción, ¿verdad? No son delirios.
Shane soltó una risita maliciosa que hizo que William también sonriera.
—¿Crees que me jugaría el pellejo en una misión suicida si solo se tratara de una de tus paranoias? —bajó la voz—. Escucha, idiota. Es una locura, es probable que todo falle, pero es lo único que tenemos. No vamos a rajarnos, hermano. Cuando a una serpiente le extraes el veneno, deja de ser peligrosa. Y nosotros vamos a dejarlos secos.
William apretó el teléfono con fuerza. Shane se había convertido en alguien muy importante para él. Siempre lograba que las cosas parecieran fáciles. Sin contar con que era el único al que le permitía que lo llamara idiota.
Aterrizaron en el Aeropuerto Intercontinental Leonardo da Vinci a media tarde, donde los esperaba un coche que los llevaría hasta el centro de la ciudad. Kate trató de retomar el tema, pero entre las constantes interrupciones telefónicas y la presencia de Cyrus y el guerrero que conducía, no tuvo la más mínima oportunidad. Así que, se resignó a confiar en él, tal como le había pedido con tanta desesperación.
El coche se detuvo en la plaza de Santa María, en el antiguo barrio de Trastévere. Kate la reconoció enseguida. La había visto en tantas fotografías y documentales, que no tenía dudas. Durante unos largos segundos, se quedó fascinada admirando hasta el último rincón. La plaza estaba llena de turistas ruidosos e infinidad de olores que le colmaban los sentidos; incluido el de la sangre.
No se había dado cuenta de lo sedienta que estaba hasta que aquella marea de cuerpos palpitantes la rodeó. Sus ojos volaron hasta el cuello de un chico que chocó con ella por accidente. Le sonrió, apenas un esbozo tentador, pero el muchacho se detuvo y le devolvió la sonrisa. Indeciso, regresó lentamente sobre sus pasos, atraído por ella y el aura que la envolvía.
Una figura se interpuso entre ellos. William fulminó al chico con una mirada helada. Después ladeó la cabeza y miró a Kate. Echaba chispas por los ojos.
—Me da igual si solo es por la sangre, pero si vuelves a mirar a otro hombre de ese modo le partiré el cuello —le susurró al oído con voz envenenada.
Kate lo miró de hito en hito, mientras él la agarraba del brazo y la obligaba a caminar hacia una de las callejuelas. Nunca había oído hablar a William de ese modo, ni de la vida de un inocente con esa ligereza.
—Lo siento. Tengo hambre y aún me cuesta controlar el «influjo».
—Ya me he dado cuenta. Y también me hago una idea de cuáles serán las fantasías de ese humano durante los próximos días —masculló William. Él mismo había sentido la sensualidad de esa influencia—. Debería volver y dejarle frito el cerebro.
—¡¿Qué?! —exclamó Kate sin importarle que Cyrus y los guerreros pudieran oírla—. Entonces, yo también debería partirles el cuello a esas dos que no apartan sus ojos de ti.
William alzó la vista y sus ojos se posaron en dos turistas de piel dorada que lo observaban con disimulo. Negó con la cabeza.
—No trates de darle la vuelta, Kate. Ni de lejos estamos hablando de lo mismo. No vuelvas a hacer algo así, o el próximo idiota que te mire de ese modo perderá los ojos. Aunque sea culpa tuya.
—¿Desde… desde cuándo te has convertido en alguien tan celoso? —inquirió ella sin entender su actitud.
William apretó los dedos en torno a su brazo y aceleró el paso. Estaba sorprendido de su arranque, no se reconocía a sí mismo. Se maldijo por haber explotado como lo había hecho, pero las palabras le quemaban en la boca.
—Desde que sé cómo somos los vampiros y tú eres una de nosotros, con los mismos instintos y apetitos —masculló con desdén.
Kate se quedó pasmada.
—¿De verdad crees que puedo sentirme atraída por otros hombres? ¡Pues te equivocas! ¿Esta es tu idea de la confianza? Maldita sea, William, ¿qué demonios pasa contigo? —musitó. Se estaba esforzando para no levantar la voz—. Solo tengo sed, su sangre olía bien… No había nada sucio por mucho que te empeñes en sacar las cosas de quicio.
Intentó que la soltara retorciendo la muñeca.
De repente, William tiró de ella y la hizo entrar en el portal de una vieja casa. Cerró la puerta tras ellos y estampó a Kate contra la pared. Se quitó la cazadora, la tiró al suelo, y pegó su cuerpo al de ella hasta eliminar el último espacio.
—Bebe —ordenó William ladeando la cabeza para mostrarle el cuello.
Kate se quedó de piedra, incapaz de moverse por la impresión.
—Estás sedienta, bebe —insistió él con el mismo tono severo del que no lograba deshacerse, como si estuviera enfadado todo el tiempo.
—No, puedo esperar —respondió ella sin poder apartar la mirada de su cuello.
Un hambre voraz le arañaba el estómago, pero no podía hacerlo. No podía beber de él y menos de ese modo.
—Quiero que bebas de mí y vas a hacerlo.
—Esto no está bien, no puedo… —susurró; pero sin darse cuenta sus manos se aferraron a sus bíceps y lo apretaron atrayéndolo hacia sí. Un deseo frenético se apoderó de ella. La tentación era demasiado intensa.
—Bebe, Kate —esta vez sonó a súplica.
Presionó su cuerpo contra el de ella, atrapándola con las piernas y las caderas. Deslizó una mano por su nuca, la enredó en su pelo y la atrajo hacia él. Ella se resistió un poco, creando un deliciosa fricción entre sus cuerpos que provocó que William la abrazara con más fuerza. Notó cómo ella cambiaba de opinión, incluso antes de que separara los labios y mostrara sus diminutos colmillos. Un escalofrío le recorrió el cuerpo en el momento que le perforó la piel, y un sonido áspero escapó de su garganta. El efecto que produjo en él fue narcótico, una tentadora mezcla de deseo, excitación y profunda relajación. Sus manos se perdieron bajo su ropa casi sin darse cuenta, acariciándole sin prisa las caderas mientras ella tomaba cuanto necesitaba.
—Prométeme que siempre serás mía —susurró con voz áspera.
Kate aflojó la presión sobre su garganta y soltó el aliento de golpe, completamente saciada.
—Siempre —respondió con un hilito de voz, abrumada por la euforia que la sangre de William estaba provocando bajo su piel y sus caricias sobre ella.
Él la sostuvo por las caderas y la aplastó contra la pared con su cuerpo, como si nada fuera lo suficientemente cerca. La besó, sintiendo en la lengua el sabor de su propia sangre.
—A partir de ahora yo te alimentaré… —Le dio un mordisquito en el labio inferior. Kate asintió, dejándose llevar—. Nunca habrá nadie más, solo yo. Pase lo que pase no me dejarás nunca. ¡Prométemelo! —añadió él en tono vehemente.
—Solo tú —logró articular Kate entre beso y beso.
—Porque no dejaré que te vayas… Nunca.
Kate apenas lograba pensar. Su mente solo era consciente de las caricias, cada vez más apremiantes, que exploraban su cuerpo. No necesitaba el aire y aun así se estaba ahogando en la muerte más dulce. Él deslizó una mano por su costado, acarició sus costillas y ascendió hacia su escote. Y eso significaba que su vestido no estaba donde debía estar. De repente, fue consciente del portal, del ruido de la ciudad al otro lado de la puerta y de las voces que descendían de la vivienda que habían invadido.
—Espera, espera —jadeó mientras se apartaba un poco. William volvió a besarla—. Espera —repitió deteniendo el avance de su mano—. No podemos seguir, no podemos hacer esto aquí.
—Sí podemos, podemos hacer lo que nos dé la gana —replicó mientras le mordisqueaba la barbilla.
—Vale, podemos, pero no debemos seguir. Aquí no —insistió Kate.
Su mirada voló hasta la puerta, segura de que al otro lado Cyrus y los guerreros los esperaban. Empezaba a sentirse avergonzada, demasiado consciente de las escenas que William y ella estaban protagonizando en las últimas horas; ya fuera para tirarse los trastos a la cabeza, o para perder esa misma cabeza por una sobredosis de lujuria.
Volvió a detener su brazo atrevido con una mano y con la otra apresó los mechones de pelo que se le rizaban en la nuca. Hundió los dedos en ellos y tiró, obligándolo a que alzara la cabeza para mirarla. Se estremeció, sorprendida. Los ojos le brillaban desde dentro, apenas se distinguían las pupilas. Tenían el aspecto de dos diamantes y reflejaban un gran tormento.
—¿Qué te pasa, William?
Él sacudió la cabeza y trató de besarla, pero ella le tomó el rostro entre las manos y lo obligó a sostenerle la mirada.
—Tú no estás bien. Hace días que no estás bien, puedo verlo. Cuéntame lo que te ocurre —insistió—. Sabes que puedes contarme lo que sea. —Le acarició las mejillas con los pulgares—. Lo que sea.
William apretó los párpados, tratando de no desmoronarse. Imposible cuando ella le hablaba de ese modo. No podía más. Una a una las piezas de su interior comenzaron a aflojarse. Tragó saliva y bajó los ojos. Poco a poco le colocó el vestido en su sitio.
—No lo entenderías —susurró. Apoyó su frente en la de ella. No quería hacerle daño, que se enfadara, y parecía que eso era lo único que lograba hacer últimamente—. Sé que no vas a entenderlo, porque ni yo lo entiendo.
A Kate se le aflojó el cuerpo. Ahí tenía la confirmación de que en realidad ocurría algo extraño, y que no era su imaginación paranoica la que le estaba jugando una mala pasada. Lo abrazó, mientras en sus oídos aún resonaba su voz. Esa voz cálida y grave en la que una chica podía perderse para siempre, pero que ahora sonaba destrozada.
—Te prometo que lo intentaré —le aseguró ella. Apenas podía abarcar su enorme cuerpo entre los brazos, aun así, lo acunó como si fuera un niño pequeño.
—¿Y si no lo consigues? ¿Y si no eres capaz de…? —preguntó él.
Ella le tapó la boca con los dedos y siseó para hacerlo callar. Le acarició la barba incipiente y lo miró a los ojos.
—William, no siempre vamos a estar de acuerdo. Somos distintos y muchas veces veremos las cosas de forma diferente. Discutiremos, es inevitable, pero eso no va a cambiar lo que sentimos. No cambiará lo que siento por ti. Que me mientas o me ocultes cosas sí puede cambiarlo. Tenemos que confiar el uno en el otro para que lo nuestro funcione.
William soltó el aire que había estado conteniendo y la envolvió con sus brazos.
—No quiero perderte.
—No vas a perderme —aseguró Kate.
—Te he mentido. Han pasado algunas cosas… y he tomado decisiones que te afectan y que no he compartido contigo —confesó al fin en un susurro.
A Kate esas palabras le cayeron como un jarro de agua fría, pero intentó que no se le notara. Él se estaba sincerando y era evidente que se sentía mal.
—¿Por qué? —preguntó a media voz mientras le acariciaba la nuca.
—Porque sé que no lo vas a entender. Estoy a punto de hacer algo de lo que ni yo estoy seguro…
—William, debemos darnos prisa —dijo Cyrus al otro lado de la puerta.
William ladeó la cabeza y miró la madera. Su rostro se convirtió en la viva imagen de la resignación y la desolación.
—¿Qué vas a hacer, Will? —preguntó Kate llamando de nuevo su atención. No estaba dispuesta a que la conversación terminara allí.
—Me gusta cuando me llamas así —suspiró él, y añadió tras una breve pausa—: Tenemos que irnos.
La liberó del peso de su cuerpo. Una fría máscara cubrió sus facciones. La tomó de la mano, recogió su chaqueta del suelo y abrió la puerta. La luz del sol y el ruido los envolvió de nuevo.
Kate cruzó su mirada con Cyrus. El vampiro parecía demasiado tenso y atento a los movimientos de William.
—¡Will! Confianza, ¿recuerdas? —exclamó Kate.
Tiró de su mano, tratando de frenarlo. No podía soltarle que le había estado mintiendo y dejarla así, sin una sola aclaración. William se dio la vuelta.
—Pues confía en mí. Vas a tener que hacerlo si de verdad crees firmemente en todo lo que acabas de decirme. ¿Me quieres?, entonces no debería costarte mucho.