39

Kate inspiró hondo y apartó el papel. Había pensado dejarle una nota, explicándoselo todo, pero llevaba media hora frente a la hoja en blanco y no había logrado escribir una sola palabra. Quizá fuera lo mejor, no dejar ningún recuerdo al que él pudiera aferrarse.

«Espero que sepas lo que estás haciendo», se dijo a sí misma.

No sabía lo que estaba haciendo. De hecho, no tenía ni idea de si su plan funcionaría. Solo estaba segura de que debía intentar cambiar las cosas.

Cogió el pomo y lo apretó entre sus dedos, intentando reunir el valor necesario para abandonar la habitación. Había llegado el momento, y si quería hacerlo, debía ser ya. No había nadie en la casa salvo Rachel y Jill, que seguían junto a la cama de Evan; y Ariadna, que les hacía compañía. Giró el pomo con decisión y abrió la puerta.

Mako se precipitó dentro de la habitación y a punto estuvo de caer sobre ella.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Kate.

—Tu amiga, Jill, acabo de verla adentrándose en el bosque. La he llamado, pero no me ha hecho caso. Creo que va armada —le explicó a toda prisa.

Kate tragó saliva.

—¿Evan está…?

—No, sigue vivo, aunque no creo que aguante hasta mañana —respondió la vampira.

—Entonces, ¿adónde demonios va?

—No lo sé. ¿A vengarse? —aventuró Mako—. Puede que haya perdido la cabeza, parecía fuera de sí.

Kate apartó a Mako de su camino y salió de la casa a toda prisa. Con sus sentidos exploró los alrededores, rezando para que los arcángeles no estuvieran por allí e impidieran que se alejara. A veces desaparecían durante horas, ojalá fuera una de esas veces. Traería a Jill de vuelta y después continuaría con su plan. Iba a sacrificarse. No tenía ni idea de cómo acabar consigo misma, pero estaba dispuesta a intentarlo de todas las formas posibles y necesarias. Debía hacerlo, tenía que hacerlo para darles una oportunidad a las personas que quería.

Se adentró en la arboleda buscando el rastro de Jill. No percibía nada, ni olor, ni pisadas, ni sonidos. Nada de nada. Era imposible que una humana se moviera tan rápido y con tanto cuidado como para no sentirla. Lo único que oía eran las pisadas de Mako tras ella.

El golpe la pilló por sorpresa. Los huesos de su cráneo crujieron al fracturarse. Cayó hacia delante, golpeándose el rostro contra las piedras del suelo. La punzada de dolor que sintió la dejó aturdida un instante; el tiempo que su agresor utilizó para colocarle una mordaza impregnada en algo que le quemaba la piel y la lengua.

Gritó y el sonido quedó atascado en su garganta. Ni siquiera se paró a pensar en qué estaba sucediendo. Reaccionó sin más. Dobló la pierna y golpeó con el talón. Su atacante se desplomó sobre ella y aprovechó para echar la cabeza hacia atrás y golpearlo.

Forcejeó, tratando de liberarse. Logró darse la vuelta y se encontró frente a frente con el rostro de Mako. La furia y el desprecio transformaban sus hermosos rasgos, convirtiéndola en un monstruo. Quiso gritarle, preguntarle qué estaba haciendo, pero tuvo que conformarse con asestarle un puñetazo. Mako cayó hacia atrás con un quejido. Kate no perdió el tiempo. Se puso de pie y echó a correr mientras trataba de aflojar la mordaza. La vampira le dio alcance, le golpeó las piernas y la hizo caer de costado. Forcejearon, rodando por el suelo, golpeándose contra las rocas y las raíces. Kate se dio cuenta de que Mako llevaba puestos unos guantes de cuero, y no tardó en averiguar el motivo. En una de sus manos apareció una cadena de plata, con la que intentó atarle las manos.

Kate se defendió con todas sus fuerzas. Golpeó, mordió y pateó. Logró quitársela de encima y, con un giro feroz, la lanzó por los aires. El cuerpo de Mako voló hasta estrellarse contra un árbol. Se incorporó de un salto y arremetió contra Kate. Esta logró hacerse con una rama caída, la blandió como un bate y lanzó un golpe directo a su pecho.

Mako la superaba en habilidades y rapidez. Dobló su cuerpo hacia atrás y evitó el impacto, a la vez que con el pie lograba desequilibrar a Kate y hacerla caer de bruces. Saltó sobre ella, le sujetó las manos a la espalda e inmovilizó sus muñecas con la cadena. Una de las vueltas se la pasó por el cuello y otra por la cintura.

—Quédate quieta —gruñó Mako. El esfuerzo hacía que su voz sonara ronca.

Agarró a Kate por el pelo y le golpeó la cabeza contra el suelo. Después le clavó una rodilla en la espalda, tratando de inmovilizarla, mientras sacaba otra cadena de uno de sus bolsillos y se apresuraba a atarle los tobillos.

Kate gritó por el dolor abrasador que le recorría el cuerpo. El metal se le pegaba a la piel y tiraba de ella, despegándola de su carne cada vez que se movía. Volvió a gritar entre sollozos, tan pronto como Mako sujetó la cadena que le rodeaba el cuello y tiró de ella, obligándola a que se pusiera de pie.

—Maldita zorra consentida —masculló Mako.

Escupió al suelo la sangre que tenía en la boca y se limpió con la mano la que le manaba del labio. Le dio a Kate un puñetazo en el estómago que hizo que se doblara hacia delante con un gemido. La agarró y se la echó sobre el hombro. Empezó a caminar.

—Podría haber sido más fácil, menos doloroso —empezó a decir Mako—. Lo intenté por las buenas. En serio. Traté de convencerte de que te entregaras a él por voluntad propia, te di la oportunidad de salvar a las personas que te importan. Pero no, tú tenías que adoptar el papel de mártir, tenías que hacerte la heroína y elegir el sacrificio. Así todos dirán: «Pobre Kate, era tan buena que murió por nosotros. Convirtámosla en santa» —dijo con tono burlón.

Alcanzó el camino donde había aparcado su coche. Abrió la puerta trasera y lanzó a Kate al asiento. Se sentó frente al volante y se puso en marcha.

A Kate le daba vueltas la cabeza. La plata la estaba mutilando y el dolor era tan insoportable que no lograba concentrarse en nada salvo en el ardor de sus heridas. Al moverse para colocarse de espaldas, notó que la mordaza se había aflojado. Frotó la cara contra el asiento, hasta que logró deslizar la atadura hacia abajo.

—Mejor ser mártir que no una traidora —logró articular Kate en cuanto su boca quedó libre.

Mako miró hacia atrás por encima de su hombro. Hizo una mueca de fastidio al comprobar que se había desecho de la mordaza.

—O una mentirosa —continuó Kate—. Vas a llevarme con él, ¿verdad? Todo lo que me has contado era mentira.

—Sí, voy a llevarte con Lucifer. Tenemos un trato. Y no te he mentido. —Se encogió de hombros—. Bueno, puede que un poco cuando te dije que no tuve valor para traicionarlo, que sabía que no podría mirarlo a la cara si lo hacía y bla, bla, bla… —Suspiró—. La verdad es que haré cualquier cosa para tener a William. Y Lucifer me prometió que, si le ayudaba a que le devolvieras su alma, podríamos marcharnos juntos y que nadie nos haría daño.

Kate comenzó a atar cabos. Sintió un desprecio y un odio profundo por Mako.

—Fuiste tú quien les avisó anoche. Tú tienes la culpa de que Stephen y Samuel hayan muerto y de que Evan esté agonizando —susurró Kate. Le costaba hablar con la lengua quemada—. William acabará enterándose de lo que has hecho y te matará.

—William creerá lo que las evidencias muestren, y estas dirán que la culpa y la pena por tus amigos te han empujado a darle a Lucifer lo que quiere para evitar más muertes. Míralo desde el lado positivo, seguirás pareciendo una santa.

—No voy a hacerlo, no se la daré.

—Eso ya lo veremos. Te aseguro que todos ellos pueden ser muy persuasivos, sobre todo Mefisto.

Kate se estremeció. Se dirigía a las mismísimas puertas del infierno. Empezó a forcejear, pero era imposible aflojar aquellas cadenas, y solo estaba logrando debilitarse.

—No tienes por qué hacer esto, aún puedes dar la vuelta. No diré nada a nadie. Te lo prometo —Kate intentó apelar a su conciencia.

Mako negó con la cabeza.

—Debo hacerlo. Es la única forma de tener todo lo que quiero.

—Podrás tenerlo sin que me entregues. Voy a desaparecer, dejaré de ser un estorbo para ti.

—No es suficiente. Él tiene que quererme.

Un sonido angustioso escapó de la garganta de Kate.

—¿Cómo, lavándole el cerebro? ¿Obligado por un arcángel? ¿De verdad crees que serás feliz teniendo a William así? No será amor de verdad.

—Lo será —aseguró.

De repente, Mako frenó en seco. Se giró en el asiento y volvió a colocarle la mordaza. Condujo hasta el cementerio. Lo rodeó y detuvo el coche junto al muro de piedra que lo circundaba por la parte de atrás. Se bajó y abrió la puerta. Las piernas de Kate salieron disparadas y la golpearon en el estómago. Se dobló hacia delante y esquivó por unos milímetros un nuevo golpe, esta vez directo a su cara.

Lanzó un gruñido y un par de palabrotas. Agarró la cadena que sujetaba los tobillos de Kate y le dio un fuerte tirón, sacándola del coche por la fuerza. La arrastró hasta la base del muro y lo recorrió buscando la puerta de hierro que antiguamente usaban los enterradores para los carros. La empujó con la mano y continuó arrastrando el cuerpo de Kate dentro del cementerio.

Una nube pasó por delante de la luna y todo quedó sumido en una oscuridad absoluta. Hasta sus oídos llegó el rumor de una tormenta que avanzaba con rapidez. A lo lejos, el cielo comenzaba a iluminarse con relámpagos. La atmósfera nocturna era pesada, como si el aire no contuviera suficiente oxigeno.

Kate se mordió los labios para no suplicar que se detuviera. Las cadenas eran una tortura que le devoraban la carne, causándole un dolor que se filtraba en su sangre y en sus huesos como si fuera ácido. Mako se paró frente a una cripta y la soltó, pero solo el par de segundos que tardó en sujetarla por el pelo y obligarla a ponerse de pie. Se la cargó sobre el hombro y penetró en la tumba. Olía a azufre y a humedad. Los olores se intensificaron hasta hacerla toser, mientras descendían la escalinata en forma de caracol. Acabaron en una sala de piedra abovedada, con las paredes agujereadas por una decena de nichos, sellados por antiguas lápidas decoradas con relieves y grabados.

Mako la dejó caer al suelo sin ningún cuidado.

—Aquí la tienes. He cumplido con mi parte del trato —dijo la vampira.

Kate ladeó la cabeza y la imagen que vio le heló la sangre. Lucifer estaba recostado sobre un sillón rojo de terciopelo. Tras él había seis hombres, todos vestidos de negro. Supuso que serían los Oscuros, los arcángeles que le guardaban lealtad. A su lado se encontraba Mefisto, de pie, con aire apático y molesto.

Lucifer se puso de pie y se acercó a ellas; y como si de su sombra se tratara, Mefisto lo siguió.

—¿Era necesario que la trataras así? —preguntó el señor del infierno, mientras se agachaba junto a Kate. Le apartó un mechón de pelo de la cara y le acarició la mejilla.

—No me lo ha puesto fácil. No he tenido más remedio que encadenarla —se justificó Mako—. He tratado de convencerla por las buenas, pero es demasiado estúpida. Iba a sacrificarse y no me ha dado más opción que recurrir a la fuerza.

Lucifer le dedicó a Kate una mirada indulgente y le sonrió. Se puso de pie y le hizo un gesto a Mefisto. Este movió las manos y las cadenas desaparecieron de su cuerpo. Kate dejó escapar un suspiro de alivio y se sentó con mucho esfuerzo en la fría piedra. Lucifer le ofreció la mano. Ella la rechazó, fulminándolo con la mirada, y se levantó del suelo por sus propios medios. Se sentía como un niño que aprende a caminar. No lograba sostenerse y la perdida de sangre la estaba debilitando rápidamente. Se quitó la mordaza y se limpió la boca con el dorso de la mano.

—Más que recurrir a la fuerza, parece que te has ensañado con ella —le hizo notar Lucifer. Se giró hacia Mako y la miró de arriba abajo—. Gracias. Has sido una gran aliada, bastante eficiente, la verdad. No lo esperaba.

Mako aceptó su gratitud con una ligera reverencia.

—He hecho lo que me pediste. Te he informado de todo. Ahora, cumple con tu palabra —exigió con tono vehemente, sin poder disimular el nerviosismo que se apoderaba de ella.

Lucifer sonrió y se acercó a Mako.

—Por supuesto, querida. Tenemos un trato. —Le ofreció su mano.

Los ojos de Mako fueron desde la mano hasta su cara y volvieron a descender. Despacio, alargó su brazo y estrechó la mano de Lucifer. Sintió su fuerte apretón y una ligera sacudida que indicaba su compromiso con el acuerdo. El gesto logró que se relajara un poco y que una leve sonrisa empezara a dibujarse en su cara. Lucifer le dio un tirón y la atrajo hacia su cuerpo con la intención de abrazarla.

El golpe contra su pecho fue rápido y seco. Intentó apartarse cuando el brazo que le rodeaba la espalda se convirtió en un cable de acero que le aplastaba los huesos. Forcejeó y gimió. De su boca salió el sonido de un burbujeo, y por las comisuras de sus labios escaparan dos hilos de sangre roja. Se le doblaron las rodillas y quedó colgando entre sus brazos.

—¿De verdad has creído en algún momento, que mantendría a mi lado a alguien que es capaz de traicionar a su propia especie por puro egoísmo e interés? —le susurró al oído—. ¿Quién me asegura que no intentarías lo mismo conmigo al primer cambio? Lo siento, querida, pero nuestro acuerdo acaba de expirar… Como tú.

La soltó y el cuerpo de Mako se desplomó en el suelo, agonizante. De su pecho sobresalía una daga envuelta en un fuego azul, que se fue apagando al igual que el brillo de sus ojos, clavados sin vida en la bóveda.

Kate no podía apartar la vista del cuerpo de Mako. Levantó la mirada y se encontró con el rostro de Lucifer. Una sonrisa espeluznante, por la maldad que reflejaba, y hermosa, por el rostro que la enmarcaba, le tiró de los labios.

—¡Vaya, se me ha manchado la camisa! —exclamó él. La prenda estaba empapada de sangre. La arrancó de su cuerpo y la arrojó al suelo, dejando a la vista un torso de piel dorada y líneas perfectas. Alzó una mano con un gesto despreocupado—. Uriel, ¿serías tan amable?

Uno de los seis arcángeles se movió, y en su mano apareció una camisa negra que le entregó con rapidez.

—Gracias, hermano —dijo Lucifer; y, mientras se ponía la prenda, se acercó a Kate.

Kate retrocedió arrastrando la pierna izquierda, en la que su tendón de Aquiles estaba tardando en curarse. Chocó contra la pared de piedra y se pegó a ella como si quisiera atravesarla.

Él se detuvo a pocos centímetros. La luz de las velas dibujaba sombras en su cara y lanzaba destellos sobre su pelo de dos colores.

—¿Damos un paseo? —sugirió, ofreciéndole su brazo.

—No puedo caminar —le hizo notar Kate con voz ronca.

—¡Oh, es cierto, que poco considerado por mi parte! —Buscó a Mefisto con la mirada—. Hermano, deberíamos hacer que nuestra invitada se sintiera un poco más cómoda.

—No soy tu invitada, soy tu prisionera —le espetó Kate.

Mefisto se acercó a ellos. Sus ojos, completamente negros, recorrieron el cuerpo de Kate de arriba abajo. Ella se encogió sobre sí misma para evitar que la tocara, pero no sirvió de nada. Mefisto la cogió por el brazo y tiró de ella hasta plantarla frente a él. Cerró los ojos e inspiró, mientras la sujetaba por los hombros.

Kate notó un ligero picor por todo el cuerpo, que se convirtió en una sensación insoportable en las zonas donde las cadenas le habían lastimado la piel. Las heridas sanaron en cuestión de segundos.

—Mucho mejor —suspiró Lucifer—. Ahora, pasea conmigo. Hace una noche preciosa.

—No voy a dártela —indicó Kate sin acobardarse.

—Y yo no puedo obligarte a que me la des. Aunque espero que cambies de opinión. —La miró y un destello de impaciencia le iluminó los ojos—. Camina conmigo.

Kate siguió a Lucifer fuera de la cripta. La tormenta se aproximaba con rapidez. Los relámpagos iluminaban el cielo, precedidos del rumor de unos truenos que sonaban como si la tierra fuese a resquebrajarse. Una ligera brisa se movía entre las ramas de los árboles, y arrastraba hojas sobre el mantillo frío y podrido, aún mojado por la lluvia de la noche anterior. Pensó en echar a correr y tratar de escapar. Un rápido vistazo a su alrededor, le bastó para darse cuenta de que no llegaría muy lejos. Sus hermanos lo seguían a una distancia prudencial, controlando cada metro de terreno. Mefisto no apartaba sus ojos de ella.

—Me gustan los cementerios —dijo Lucifer con una sonrisa sincera en los labios—. Me refiero a los antiguos como este, por supuesto, no a esas abominaciones de diseño que se construyen ahora.

Kate lo miró de reojo y guardó silencio. Él continuó:

—Son espléndidos, verdaderas obras de arte. Fíjate —le pidió, abriendo los brazos—. Las criptas, los nichos, la capilla que corona la colina…, todos estos pequeños monumentos funerarios son magníficos. Ensalzan la muerte, la convierten en algo hermoso; y no tétrico como os empeñáis hoy en día.

Pasaron junto a una cruz de piedra, frente a la que se levantaba la estatua de un ángel arrodillado con las manos unidas, orando. Lucifer se detuvo un segundo, la miró con un atisbo de desdén, y continuó caminando.

—Nunca he entendido esta idea que los hombres tienen sobre nosotros. Fíjate en ese. —Señaló con uno de sus dedos la efigie de un ángel que sostenía una corona de flores entre sus manos—. Mira esos rizos, esa cara apenada, con los ojos siempre puestos en el cielo, implorando. ¡Es patético y humillante!

Continuó hablando sobre las esculturas afligidas, la mezcla de estilos y la grandiosidad de otras épocas; y sobre la creencia de los hombres de que algo tan efímero como la muerte, debía ser celebrado con ostentosas ceremonias, enormes mausoleos…, convirtiendo los cementerios en jardines de cuentos de hadas de insólita belleza.

Mientras paseaban por los senderos plagados de vegetación, Kate trataba de prestar atención a todo lo que él decía, pero no lograba entender a qué venía aquel itinerario turístico sin sentido. A no ser, que su cometido fuera el de distraerla, que se sintiera cómoda, o, peor aún, a salvo.

—Ángeles dolientes, esperanzados, querubines… No me gustan estas representaciones… —continuaba Lucifer. De repente, se detuvo— excepto esta. Me atrae, tiene un… —Suspiró. Muy despacio, rodeó la tumba sobre la que se hallaba—. Me conmueve y no sé por qué. Puedo sentir su dolor y la tristeza que refleja. Tan abatido que parece que llora.

Kate contempló la escultura: un ángel arrodillado, con el torso inclinado sobre un bloque tallado en mármol. Tenía el rostro oculto tras un brazo y las alas caídas.

—Es una réplica de El ángel de la pena —dijo Kate quedamente—. El original se encuentra en Roma, en un cementerio protestante.

Lucifer la miró de reojo, y volvió a centrar su atención en la figura.

—¿El ángel de la pena?

—Sí. Lo esculpió un hombre llamado William Wetmore, y fue su última creación. Lo creó en memoria de su esposa fallecida, Emelyn. Dicen que la amaba con locura y que el ángel representa todo el dolor, la tristeza y la desdicha que sentía por su pérdida. Yace ocultando su rostro, y sus alas cuelgan lánguidas, vencido por un llanto eterno y desconsolado por no volver a ver al ser amado. Contemplar algo así hace que te enamores de la muerte, solo por sentir un amor tan grande.

Lucifer sacudió la cabeza y sonrió.

—Muy poético —comentó con una chispa de diversión. Y añadió—: También el hecho de que el escultor se llame William, ¿no te parece? La tal Emelyn te envidiaría. Tú tienes a un ángel de verdad amándote de la misma forma.

Kate se sintió incómoda por la comparación y volvió a notar esa opresión en el pecho.

—¿Por qué yo? —preguntó de repente—. ¿Por qué entre tantas personas me elegiste a mí?

Lucifer alzó la mirada al cielo y lo observó como si fuera de día e intentara averiguar la hora por la posición del sol. Se quedó callado un largo rato y Kate temió que no fuera a contestar.

—¿Has oído hablar de las Parcas? —preguntó; y sonrió abiertamente.

A Kate esa sonrisa le alimentaba su lado malo, ese que le hacía imaginar mil formas de torturar a una persona y disfrutar con ello. Asintió sin gana. Por supuesto que había oído hablar de las Parcas. Siempre le habían gustando las clases de Historia, e Historia Clásica estaba entre sus preferidas.

—En la cultura griega existían las Moiras, para los pueblos nórdicos las Nornas. Lo cierto es que siempre han sido las mismas con distintos nombres, y existen —indicó él como si nada.

Los ojos de Kate se abrieron como platos y su frente se llenó de arrugas. Sus emociones eran tan confusas que apenas podía interpretarlas. ¿Las Parcas existían? ¿Y qué tenían que ver con ella?

—En realidad, los que existen son los ángeles del Destino —continuó él—. Ellos conocen cada vida desde su comienzo hasta su final. No sirven a nadie, solo a las almas de los mortales, y se encargan de recolectarlas y guiarlas al cielo o al infierno, según su vida y su destino. Dejaron el cielo para poder proteger mejor a esas almas, así que se mantienen lejos de las desavenencias entre mis hermanos y yo. Podría decirse que son neutrales.

Esbozó una sonrisa siniestra. Rodeó de nuevo la estatua y se detuvo tras sus alas de piedra. Con el dedo fue repasando en contorno de las plumas.

—De vez en cuando van hasta el infierno, para asegurarse de que no hay ningún alma que no deba estar allí —prosiguió—. Ellos me hablaron de ti. Estaban tristes. Siempre lo están cuando es la vida de un niño la que se termina. Pero en tu caso su pena era mayor y sentí curiosidad. No me costó mucho que se les soltara la lengua, y así supe de ti. Tu luz brillaba tanto en sus pensamientos, que enseguida me di cuenta de que una sombra como la mía sería invisible bajo ella.

»Te convertiste en mi oportunidad. Así que esperé y te encontré; y te di el mayor regalo que jamás le he concedido a nadie. Te confié mi vida y te devolví la tuya. En aquel mismo momento, vi cómo los lazos del destino cambiaban ante mis ojos y se entrelazaban, uniendo el hilo de tu vida a los hilos de los híbridos, de una forma tan profunda y sólida que supe que eras tú, sin lugar a dudas, aquella de la que hablaban los profetas. Y también supe que ellos te mantendrían a salvo para mí. William, Adrien y tú. Tres.

Regresó junto a ella y se la quedó mirando fijamente.

—El tres siempre ha sido un extraño número. Trinum —continuó Lucifer—. La imagen del ser supremo; principio, medio, fin; es el símbolo de la tierra; las tres leyes de la armonía universal; las tres Furias; las tres Parcas; las Trinidades; los tres Reyes Magos; hasta Pedro negó tres veces a su señor. El tres tiene un poder especial. El tres simboliza un triángulo. ¿Has oído hablar del Triángulo del arte, Kate?

Kate iba a responder que sí, cuando una ráfaga de viento arrastró el manto de hojas y tierra que cubría el suelo. Se oyó un chisporroteo y unas líneas brillantes comenzaron a trazarse sobre la superficie. Kate giró sobre sí misma, contemplando atónita las formas del dibujo. La última línea se cerró y el dibujo se iluminó con una luz rojiza que confirió a sus rostros una apariencia fantasmal. Y entonces lo vio en conjunto y supo de qué se trataba. Lucifer y ella se encontraban dentro de un triángulo, en cada vértice se situaba un objeto: una vara, una espada y un cáliz. Junto a su base había un círculo y en el centro de este, Mefisto.

Kate dio un paso atrás, y luego otro, hasta que chocó contra una barrera invisible que la contenía dentro del triángulo. Eran símbolos de invocación y contención.

—No voy a dártela, ya te lo he dicho —se reafirmó Kate con voz temblorosa—. Te aseguro que no me da ningún miedo morir. Pienso llevarme tu alma conmigo al otro lado. Y algo me dice que cuando ocurra, tu cuerpo la seguirá. Puedo sentir cómo el vínculo con ella se ha hecho más fuerte. Te arrastrará.

Los ojos de Lucifer perdieron su color y se convirtieron en un abismo, frío y oscuro, que amenazaba con absorberlo todo. Alzó una mano y Uriel cayó desde el cielo arrastrando un cuerpo consigo. Cuando se enderezó, Kate comprobó atónita que se trataba de su hermana.

—¡Jane! —exclamó.

Quiso abandonar el triángulo e ir hasta ella. Corrió y chocó de bruces contra la barrera mágica.

Su hermana sonrió. Se sacudió los brazos después de que Uriel la liberara y acortó la distancia que la separaba de Kate. Se paró al otro lado de la barrera y levantó la mano. Sus ojos verdes se oscurecieron hasta adquirir el color del petróleo.

—Hola, Kate. Tu hermanita te saluda. —Agitó los dedos y le guiñó un ojo.

—Sal de ella. ¡Maldita sea, sal de ella! —gritó al darse cuenta de que no era Jane quien había hablado. Se giró hacia Lucifer, echando chispas por los ojos—. Ordénale que la deje en paz —le exigió.

—No lo haré si no me ofreces algo a cambio —dijo él con una tranquilidad que hizo que Kate quisiera borrar aquella expresión de su cara a golpes.

—Me pides que cargue con el peso de millones de muertes —replicó derrotada.

—¿Millones de muertes? ¡Yo no ansío esas muertes! Un dios necesita fieles que lo veneren. ¿Por qué nadie es capaz de leer entre líneas? —preguntó exasperado. Se acercó a Kate y clavó sus ojos en los suyos, de modo que ella solo podía ver aquellos dos agujeros negros—. Sí, habrá un fin: el fin de los tiempos, el fin de los días conocidos. El mundo dejará de ser como hasta ahora. Pero yo no busco su desaparición, solo instaurar un nuevo orden. Si los hombres se someten a mis preceptos, nadie sufrirá. El único castigo que ansío va dirigido a mis hermanos y a mi padre. Tengo un infierno hecho a medida para ellos —apostilló con un tono cargado de ira y venganza. Sus ojos se transformaron en dos llamas en las que sombras oscuras danzaban, se retorcían y gritaban.

Kate podía sentir el calor que emanaba de aquellos ojos. Notaba su ardor recorriéndole las venas, susurrándole un montón de promesas. Ese fuego la llamaba, le daba la bienvenida y la tranquilizaba. Miró de reojo a su hermana y vio que en su mano había un cuchillo, con el que jugaba dándole vueltas entre los dedos. Recordó la facilidad con la que Salma rebanó el cuello de Maritza, y sintió un escalofrío.

En ese momento se dio cuenta de cuánto quería a su hermana y lo mucho que la había echado de menos. Intentó encontrar la razón por la que se habían pasado toda la vida distanciadas, ignorándose o molestándose la una a la otra con comentarios malintencionados que no sentían; y no la encontró.

No podía sacrificarla. Que Dios la perdonara, pero no podía.

—Pídeme lo que quieras y te lo concederé, sin mentiras ni falsas promesas. Te lo prometo —dijo Lucifer, como si fuese consciente de sus pensamientos.

Kate enfrentó su mirada, tomando la decisión más difícil de toda su vida.

—Los mantendrás a salvo, a todos ellos. No necesito darte sus nombres porque tú ya los conoces. No sufrirán ningún daño. No me importa lo que pretendas hacer con tus hermanos, eso es cosa tuya. Sé un dios si es lo que quieres, pero deja el mundo como está. Y… no sé si es posible, pero busca la forma de que todos los que murieron la otra noche regresen. Sana a los que están heridos y… —Se quedó pensando, completamente confundida y abrumada por la decisión egoísta que acababa de tomar. En un abrir y cerrar de ojos, la confusión desapareció y la sustituyó la ira—. En cuanto a mí.

Lucifer negó con la cabeza y una expresión de pesar oscureció su rostro.

—Intentaré recuperar a los que han muerto, aunque puede que no haya tiempo. Sanaré a los heridos, te lo juro. Pero esa petición que estás a punto de pronunciar no es posible; aunque quisiera que lo fuera. No puedo prometerte que vivirás y que volverás con él.

—¿Por qué? —sollozó Kate.

—Porque cuando tenías cuatro años moriste en aquel río, mi niña. Y fue definitivo, sin vuelta atrás. Es mi alma la que alimenta la tuya. Una vez que la recupere, tú desaparecerás. Lo siento.

Kate enfrentó sus ojos y creyó en lo que decía. De verdad lo lamentaba.

—De acuerdo —aceptó finalmente. Miró a su hermana—. Quiero despedirme de ella.

—Por supuesto —dijo él.

A un gesto de su mano, una columna de humo rojo escapó a través de los ojos de Jane. La chica parpadeó como si acabara de despertar de una pesadilla y recobrara la conciencia. Miró a su alrededor, muerta de miedo, hasta que sus ojos se detuvieron en Kate. Con un sollozo desgarrado se precipitó entre sus brazos. Kate la abrazó con fuerza.

—Lo siento, lo siento mucho, Jane —le susurró mientras la estrechaba.

—Yo también lo siento. He sido una hermana horrible. —Las lágrimas resbalaban por su mejillas—. ¿Quiénes son estas personas, Kate? ¿Qué es todo esto?

Kate miró a Lucifer por encima del hombro de su hermana.

—No quiero que le pase nada.

—Nadie le hará daño —dijo él con el tono de una firme promesa—. Date prisa.

—¿Qué está pasando? —inquirió Jane—. ¡Dios mío, dentro de mí había algo!

—Todo está bien, Jane —musitó ella—. Nadie te hará daño. Esto solo es un mal sueño del que vas a despertar, te lo prometo. —La besó en la mejilla—. Te quiero mucho, muchísimo. Eso no lo olvides, ¿vale? No lo olvides nunca. Y… y dile a Bob que te cuide mucho, y que… que a él también lo quiero. Y cuida de William. Pídele perdón por mí. Dile que lo amo y que es por ese motivo que estoy haciendo esto; que no se preocupe, todos van a estar a salvo, me lo han prometido. Díselo, por favor, dile que lo amo.

—Se lo diré.

Abrazó con más fuerza a su hermana.

—Adiós, Jane. Estoy muy orgullosa de ti.

—¿Por qué… por qué te estás despidiendo? —preguntó Jane soltándose del abrazo para poder verle la cara.

Uriel se acercó y la cogió de un hombro. Tiró de ella para sacarla del triángulo.

—Te quiero, Jane. Te quiero muchísimo, y lo siento, de verdad que lo siento —repitió Kate alzando una mano a modo de despedida.

—¿Qué sientes? —preguntó Jane con desesperación, segura de que algo muy grave estaba a punto de pasar—. Kate, dime qué pasa. Dime ahora mismo qué ocurre.

Kate le dio la espalda y se quedó cara a cara con Lucifer. Asintió una vez y cerró los ojos.

—Será rápido —susurró Lucifer.

Mefisto inició una extraña letanía, una oración en una lengua que pocos conocían, mientras el resto de arcángeles se unían a él. La voz grave y siniestra reverberaba en cada rincón del cementerio, entre las tumbas y los muros.

El cuerpo de Kate se iluminó con un leve resplandor y flotó unos centímetros, suspendida ante Lucifer como un sacrificio. La sensación de revoloteo dentro de su pecho se hizo mayor, le quemaba por dentro, empujaba y golpeaba ascendiendo por su garganta. Quiso gritar. Abrió la boca, pero no brotó ningún sonido. Dolor y fuego, no sentía otra cosa; y deseó que aquel sufrimiento acabara de una vez y para siempre.

Unas manos se posaron en sus mejillas, acunando su rostro con ternura, y un alivio inmediato hizo que soltara un gemido, mitad quejido, que quedó ahogado entre unos labios que se posaron sobre los suyos. Sintió el aleteo dentro de su boca. Alas de terciopelo rozando su lengua y escapando de entre sus labios con un hondo suspiro que detuvo su tiempo. Para siempre.

Lucifer sostuvo el cuerpo de Kate entre sus brazos. La miró un largo rato y, muy despacio, la depositó junto a la tumba del ángel. Le peinó con los dedos unos mechones de pelo y le limpió una mancha de la mejilla con una ternura inusitada. Se puso de pie y contempló la escena. ¡Por fin todo era como debía de ser!

Se dio la vuelta y enfrentó a sus hermanos. Ellos le devolvían la mirada sin poder disimular la excitación y la ansiedad que los dominaba, los corroía. Una sonrisa se extendió por cara, al ritmo que un poder desmedido se apoderaba de él. Echó la cabeza hacia atrás y lanzó un grito al aire. Decenas de sombras cubrieron el cementerio. Salían de cada rincón, de cada agujero, de cada grieta; y danzaron a su alrededor. Lo cubrieron como un suave manto y lo alzaron en el aire, mientras el ambiente se cargaba de electricidad y chisporroteaba. Segundos después, las sombras se disiparon del golpe y Lucifer cayó al suelo con el torso desnudo y los ojos cerrados.

Los abrió, y dos alas negras como la noche se extendieron a ambos lados de su espalda, brillantes y majestuosas. Por fin estaba completo, y era libre.

—Preparémonos. Ha llegado la hora de tomar lo que siempre debió ser nuestro —dijo a sus hermanos.