38

Kate no podía apartar los ojos del cuerpo de Samuel. Lo habían lavado y vestido, y ahora reposaba dentro de un ataúd que no era más que parafernalia. Esa noche lo llevarían a un lugar apartado y quemarían su cuerpo. Todos los grandes pueblos, de grandes guerreros, rendían homenaje a sus muertos purificándolos con fuego. Los licántropos no eran diferentes en ese sentido. Su estirpe, una de las más antiguas en el mundo, había nacido de una bruja de los primeros Hombres del Norte, y sus ritos perduraban.

Apenas lograba soportar el dolor que había en aquella casa. Shane sollozaba como un niño pequeño, mientras Marie trataba de abarcar su enorme cuerpo con los brazos. Daniel no había dicho ni una palabra desde que abandonaron la iglesia horas antes. Su mente se encontraba en algún lugar muy lejos de allí. Jerome estaba sentado a su lado y consolaba a Keyla con lágrimas en los ojos. Ella, además de a su tío, había perdido a Stephen; en el vampiro había encontrado al amor de su vida.

Los sollozos de Rachel y Jill descendían desde la planta superior. Ambas llevaban horas junto a la cama de Evan. El chico había sido herido de gravedad y su estado no pintaba bien. No se curaba, y nadie entendía por qué.

Kate apretó los puños, sin saber qué hacer con todo lo que sentía; pero más importante que su pena, era el sentimiento de culpa que ensombrecía el corazón de William. A su lado, él soltó un sollozo inesperado, fue un sonido áspero y furioso. Ella no pudo soportarlo y abandonó la casa en silencio. Se sentó en el porche y contempló el bosque. Por primera vez desde que se había convertido en vampiro, su cuerpo percibió el frío de principios de noviembre. Ya no era solo una sospecha, se moría.

Cerró los ojos con fuerza y volvió a abrirlos. Llenó sus pulmones de aire y se dejó envolver por la pesadilla en la que se había convertido su vida. La gente a la que quería estaba muriendo. Primero sus padres; después su abuelo; Alice también la había dejado; y su nueva familia comenzaba a deshacerse. Apretó los puños. Rabia, ira, violencia…, se expandían dentro de su cuerpo alimentando sus células. No podía permitirlo. Tenía que hacer algo y sabía qué debía hacer, solo que le daba tanto miedo.

—Si vienes a molestarme, pierdes el tiempo, no hay nada que digas que pueda hacerme más daño en este momento —le espetó a Mako antes de que la vampira pudiera abrir la boca.

Hubo un largo silencio, roto tan solo por el sonido de unos pasos recorriendo el porche.

—En realidad, me remordería la conciencia si te hiciera sentir peor de lo que ya te sientes —contestó Mako. Se apoyó junto al balancín donde Kate estaba sentada, y soltó sin miramientos lo que sentía—: Lo admito, todas las cosas que te he dicho y te he hecho han sido horribles, no estuvieron bien. Pero no voy a disculparme por amarlo. Tú mejor que nadie sabes cómo me siento. Tenía que intentarlo.

Kate alzó la vista y la miró de soslayo.

—¿Intentar qué? William no te quiere. Te lo dijo abiertamente y nunca te dio esperanzas. ¿Qué esperabas que pasara?

—¿Tú qué crees? —preguntó ella a su vez—. Lo que aún espero, que un día abra los ojos y me vea de verdad. El amor nace y muere de muchas formas distintas. Él podría enamorase de mí. Y tú vas a morir, ¿por qué debería perder la esperanza?

Kate se puso de pie de un bote. Sus ojos se transformaron en rubíes incandescentes y sus colmillos descendieron con un siseo. El deseo de abofetearla le provocaba picor en las manos, las cerró en un puño y se quedó mirándola.

—No obstante, debería perder esa esperanza y no hacerme ilusiones. Soy tonta por aferrarme a lo que nunca será mío —continuó Mako. Esta vez no había desafío en su voz, solo resignación—. Ni siquiera podría competir contra tu recuerdo. Aunque tú ya no estés, él te querrá mientras viva, y yo no podría vivir sabiendo que soy un segundo plato.

Kate frunció el ceño, sorprendida por la declaración. No podía culparla por sentir lo que sentía, al igual que no podía culparla por mantener la esperanza. En su lugar, ella probablemente estaría haciendo lo mismo. Y lo que había dicho era cierto, iba a morir, iba a morir sin remedio por culpa de aquella cosa que llevaba dentro. E iba a morir por nada.

La realidad se abrió paso como una luz en la noche. No importaba cuánto hicieran, cuánto arriesgaran o sacrificaran, no se podía luchar contra el destino, contra lo que estaba escrito. Por más que intentaron impedirlo, cada paso de la profecía se había cumplido. Nunca tuvieron la más mínima posibilidad de ganar aquellas batallas. Les había tocado la peor mano y no iba a mejorar. Al contrario, lo estaban perdiendo todo, y ella iba a perder hasta la vida.

Sí, su muerte solucionaría el problema inmediato, el alma de Lucifer iría al otro lado, arrastrada por la suya; pero, antes o después, encontraría la forma de recuperarla y regresaría a este lado para cumplir lo inevitable.

—¡No lo hagas, no te sacrifiques! —dijo Mako de repente.

—¿Qué?

—Dale su alma, y a cambio pídele que… que… nos salve. Pídele que nos deje vivir, que deje vivir a William. Prefiero verlo contigo y a salvo (y sufrir por ello), a que todos muramos. Negocia con él. Lucifer podría hacerlo si quisiera, seguro que puede. Devuélvele su alma a cambio de nuestras vidas.

A Kate le costó unos segundos asimilar lo que Mako le estaba pidiendo, y un poco más darse cuenta de las consecuencias que tendría considerar algo así.

—¿Y qué pasa con el resto del mundo? ¿Qué pasa con los humanos? ¿Podrías vivir con todas esas muertes? —preguntó Kate.

Mako se encogió de hombros.

—Quizá, esa parte sobre el fin del mundo no sea como la pintan. Cada uno cuenta la historia desde su punto de vista, y hasta ahora solo conocemos el que Miguel nos ha contado. No sabemos qué pretende en realidad Lucifer. Puede que todo se limite a un cambio de gobierno, nuevas normas… Dicen que Lucifer es el ángel más poderoso que existe, dudo que haya algo que no pueda hacer.

A Kate se le escapó un sollozo.

—¿Por qué me haces esto? —preguntó con voz suplicante.

—No te estoy haciendo nada.

—Sí lo haces. Intentas que tenga esperanza cuando ya la he perdido. Llevo horas mentalizándome de que voy a morir. Diciéndome a mí misma que es lo mejor y que merece la pena. Porque, cuando pase, William, Marie…, todos ellos dejarán de estar en peligro. Y ahora tú me pides que vaya en contra de todo lo que creo, de mis principios, ¿por puro egoísmo?

—Sí, eso es lo que te estoy pidiendo. Si fuera al contrario, William lo haría por ti sin dudar.

La puerta se abrió y Jill apareció en el porche. Estaba pálida y ojerosa, y tenía los ojos tan rojos que parecía que lloraba sangre. Se quedó mirando el horizonte, mientras temblaba de arriba abajo.

—Jill —susurró Kate. Se percató de que llevaba algo en su mano, una de las 45 del arsenal de Evan—. Jill —insistió.

Jill se giró hacia ella, como si acabara de darse cuenta de que se encontraba allí.

—No se regenera y no recupera la consciencia. No pasará de esta noche —dijo la chica en un susurro.

—Oh, Dios, Jill, lo siento mucho —se lamentó Kate. Se acercó para abrazar a su amiga, pero Jill dio un paso atrás, alejándose de ella.

—¡No me toques! —le espetó. Estiró el brazo con el arma en la mano, apuntándola. Kate dio un paso atrás con los ojos como platos—. Por culpa de esa cosa que llevas dentro, Evan está sufriendo y voy a perderlo. Es culpa tuya, siempre es culpa tuya. —Bajó el arma. Dos lágrimas se deslizaron por su rostro—. Si él se va, no pienso quedarme atrás. No me quedaré aquí viendo cómo todos mueren.

Jill dio media vuelta y entró de nuevo en la casa. Kate se quedó inmóvil, completamente rota por dentro. ¿Cuánto más iba a durar aquella locura? ¿Cuándo merecerían un poco de descanso? Volvió a sentarse y escondió el rostro entre las manos. Notó que Mako se sentaba a su lado.

—¿Crees que todo acabará cuando tú cruces al otro lado? No lo hará —dijo la vampira—. Querrán venganza. Vendrán a por nosotros y uno a uno te seguiremos al infierno. ¿No te das cuenta?, tu sacrificio no servirá de nada. En realidad vas a sacrificar a los que amas por un mundo que no lo merece y al que no le importas. La mayoría de los humanos nos aniquilarían sin dudar, si supieran de nuestra existencia. ¿Por qué te empeñas en ser buena, en ser una mártir? Es como si tú misma levantaras la espada sobre nuestras cabezas.

Kate se sentía mareada. Sus palabras eran como un látigo en su espalda, descarnándola, desangrándola. Lo que Mako proponía era una idea espeluznante para la humanidad que aún quedaba en su conciencia…, pero ella ya no era humana. Era un vampiro, algo que una parte de ella se había negado a admitir.

—Lucifer podría salvar a Evan, estoy segura —añadió Mako.

Kate se estremeció. No sabía qué decir. En realidad no había nada que decir. Mako solo había puesto voz a sus propios pensamientos. Llevaba horas dándole vueltas a todo aquello y siempre acababa en el mismo punto. Lo que estaba escrito sucedería sin remedio, antes o después, era inevitable. Entonces, ¿por qué seguir dudando?

—Si decidiera intentarlo —susurró tan bajo que Mako apenas podía oírla. Se asustó de sí misma, estaba flaqueando—. ¿Cómo voy a salir de aquí sin que nadie se entere? Los arcángeles, William, Adrien…, todos me vigilan.

—Yo te ayudaré. Puedo sacarte sin que se den cuenta. Esta noche, mientras están distraídos con el funeral de Samuel. Déjamelo a mí —susurró.

—¿Y cómo encontraré a Lucifer? ¿Me pongo a dar gritos hasta que aparezca? —preguntó con sarcasmo.

—Tengo la impresión de que él siempre sabe dónde te encuentras. Aun así, creo que sé cómo encontrarle.

Kate se enderezó de golpe, se giró hacia Mako, buscando su mirada.

—¿Sabes dónde se oculta y no has dicho nada? —le recriminó.

—¿Y que William salga como un loco a por él y regrese en una caja de pino? —preguntó a su vez con tono despectivo.

Kate sacudió la cabeza.

—No, pero Gabriel y sus hermanos…

Mako chasqueó la lengua, frustrada.

—Esos no han hecho otra cosa que esconderse, no se enfrentarán a Lucifer si pueden evitarlo. ¿Acaso no te has dado cuenta? Nadie va a hacer nada por nosotros. Todo este asunto se ha convertido en una cuestión de supervivencia, incluso para ellos —dijo con tono vehemente.

—¿Y cómo has averiguado tú dónde se esconde?

Mako se puso de pie y se acercó a la balaustrada de madera. Apoyó las manos en ella y se quedó mirando el paisaje.

—Vinieron a mí. Querían que les ayudara, que les pasara información útil sobre vosotros. Acabé aceptando —admitió al cabo de unos largos segundos.

—¿A cambio de qué?

Mako miró a Kate por encima de su hombro y sonrió con aire triste.

—De William. Me prometieron que él siempre estaría a salvo y que sería para mí. —Hizo otra pausa, más larga que la anterior—. No pude, al final me arrepentí y no tuve valor para traicionarlo. Sabía que no podría mirarlo a la cara si lo hacía. Le tendría, sería mío, pero yo no lo quiero así, así no… ¿Puedes entenderlo?

—Creo que sí —admitió Kate. Lo entendía perfectamente, aun cuando los celos le estaban taladrando el pecho. Era doloroso oír a otra mujer hablar de ese modo sobre William, por muy segura que estuviera de sus sentimientos por ella.

—Me alegro de no haberlo hecho. Ahora tendría que vivir con la muerte de Stephen, de Samuel, y puede que con la Evan. No soy tan mala y fría como todos piensan —se lamentó Mako.

Kate se levantó y se acercó a ella. Tras tomar aire, colocó su mano sobre la Mako en la barandilla. Ella tampoco podría vivir consigo misma si hacía un trato con Lucifer, los remordimientos se convertirían en un pozo oscuro y destructivo que acabaría con ella.

—Estás demostrando que no eres mala. Gracias por sincerarte conmigo.

Los ojos de Mako se perdieron en la lejanía, fijos, absortos.

—¿Se lo dirás a los demás?

Kate sacudió la cabeza y dejó escapar el aliento de golpe.

—No, no lo haré. Y tampoco intentaré negociar con Lucifer. No confío en él.

Mako se giró hacia ella.

—Pero ¡hace un instante estabas de acuerdo! —exclamó, intentando entender en qué momento había cambiado de opinión.

—Sé que tienes razón en todo lo que has dicho —la atajó Kate. No quería correr el riesgo de que lograra convencerla de nuevo. Bastantes dudas y miedos tenía ya—, pero no voy a hacerlo. Sé cual es el problema y cómo solucionarlo.

—El único modo es…

Kate levantó una mano para que no lo dijera.

—Sí, es el único. En realidad esta vida nunca me ha pertenecido, ha sido un préstamo. Mi vida terminó cuando era una niña, en ese accidente.

Dio media vuelta y se dirigió al interior de la casa. No tenía nada más que decir.

—William sufrirá. No podrá superarlo —dijo Mako.

—Al final lo superará. —Sonrió—. Sé que lo hará.

Kate encontró a William en la parte de atrás de la casa, de pie, de espaldas a ella, mientras contemplaba el cielo. Sus pensamientos volaron a la primera noche que estuvo allí, en aquel mismo jardín. Parecía que hiciera una eternidad desde aquella cena a la que acudió con Jill, aunque apenas habían pasado unos meses. Hubo una tormenta épica y su cámara fotográfica, uno de los pocos recuerdos que conservaba de su madre, acabó empapada. Estuvo a punto de perderla para siempre, pero Jared logró arreglarla. ¡Dios, ni siquiera se había dado cuenta de que había dejado de hacer fotos!

Contempló a William, estaba ensimismado en sus propios pensamientos y no se había percatado de su presencia. Se acercó a él y lo abrazó por la cintura, apoyando la mejilla en su espalda. Su mejor recuerdo de aquella primera noche se lo debía a él. Aún se le electrizaba la piel al recordarlo, empapado bajo la lluvia, sosteniéndola contra su pecho para que no resbalara sobre la hierba mojada. Cada detalle estaba vivo en su mente: su piel fría, sus ojos sobre ella, su cuerpo contra el suyo disparándole el pulso, la suavidad y la fuerza de sus brazos al levantarla. Cómo un instante parecía odiarla y al siguiente adorarla.

Kate quiso gritar. Gritar hasta que la sangre se le subiera a la cabeza. Hasta que los ojos se le salieran de las órbitas. Hasta que se le quebrara la voz, convertida en un estertor dramático. El dolor por lo que iba a hacer, por lo que iba a perder la atravesó, hiriéndola de tal modo que no le habría sorprendido encontrar una herida sangrante por cualquier parte.

Habría sido tan fácil si Gabriel hubiera podido matarla el día que descubrió lo que portaba en su interior. Pero no, ella no tenía derecho a que fuera fácil, como si formara parte de un castigo aún mayor del que ya sufría. Ni siquiera estaba segura de cómo iba a hacerlo, o si podría hacerlo. Si esa especie de escudo que la protegía de un daño físico, también la protegía de sí misma, no podría lograrlo.

Un escalofrío de muerte la estremeció, y abrazó a William con más fuerza, sintiendo contra su pecho cada línea, cada músculo de su espalda. En lo más profundo de su ser, sabía que estaba obrando bien. Su muerte no era la solución, cuando los hechos demostraban que la profecía acabaría por cumplirse en algún momento; pero les daría un tiempo precioso. William y todos aquellos a los que quería podrían disfrutar de una larga vida. Puede que siglos y siglos de tranquilidad mientras Lucifer encontraba otro modo de regresar. Y esta vez, Miguel podría aprender de los errores cometidos y ponérselo mucho más difícil.

Solo sentía no haber tomado la decisión mucho antes, habría evitado las muertes de Samuel, Stephen, Maritza…

«¡Oh, Dios!, no permitas que a Evan le ocurra nada malo», pensó. No quería imaginar por lo que Jill estaba pasando. Si fuese William el que estuviera agonizando en ese momento, ella se estaría volviendo loca.

—Te quiero —musitó.

William entrelazó sus dedos con los de ella y apretó las manos contra su estómago. El sol se estaba poniendo y el paisaje se había convertido en una dorada postal.

—Yo a ti más —susurró él. Se dio la vuelta, la atrajo hacia sí y la acunó entre sus brazos.

—Siento como si esto estuviera mal. Tú y yo aquí, aliviados por estar juntos, mientras ellos lloran sus muertes ahí dentro —dijo Kate.

—No está mal. Así es la vida. Siento un dolor profundo por ellos, pero, por otro lado, no dejo de pensar en lo afortunado que soy de que no hayas sido tú. —Le tomó el rostro entre las manos y depositó un dulce y tierno beso en sus labios—. Tú eres lo más importante de mi vida, lo único que no soportaría perder, si eso me convierte en un egoísta y en mala persona… Entonces lo soy.

Se inclinó y la besó de nuevo. El mundo desapareció durante esos preciados momentos. Se perdió en aquel beso desesperado con sabor a miedo y a remordimiento. Sentimientos que fueron desterrados por un intenso deseo al sentir las manos de ella bajo su camisa. A duras penas logró controlarse. No era el momento ni el lugar.

A Kate le flojearon las rodillas y los brazos de William impidieron que se desplomara.

—¿Estás bien? —preguntó él.

—Sí, solo estoy un poco cansada.

William la tomó en brazos y se sentó con ella en la mesa de jardín. La acomodó en su regazo.

—Pronto estarás bien —dijo en voz baja con la vehemencia de una promesa—. Encontraremos a alguien como Maritza, y esta vez seremos más cuidadosos. Sé que saldrá bien.

Le cubrió de besos la mejilla y la nariz. Kate sonrió y se quedó mirando aquellos preciosos ojos azules.

—Lo sé. Saldrá bien y seguiremos adelante. Olvidaremos todo esto, como si no hubiera pasado, y tendremos una nueva vida —musitó ella sin dejar de sonreírle.

Levantó la mano y le acarició la mandíbula con los dedos. Contempló sus ojos; las largas pestañas, más oscuras que sus cejas; el arco perfecto que formaba su nariz; sus pómulos y su bonita boca; el mentón cubierto por una leve sombra oscura. La realidad de que era la última vez que iba a tenerlo así la sacudió. La certeza del fin la había alcanzado. Sin salidas, sin esperanzas. Se acababa y no era un concepto abstracto, sino un hecho real e inminente.

Kate posó sus labios sobre su boca mientras lloraba por dentro. «No quiero irme. No quiero dejarlo. Por favor, no me obligues a dejarlo. Por favor, por favor, que alguien detenga esto. Por favor, solo quiero quedarme aquí con él. Por favor…», rezó con todas sus fuerzas, suplicando sin saber muy bien a quién o a qué. Ni siquiera creía a pesar de todo lo que había visto.

Le rodeó el cuello con los brazos y lo abrazó. Después lo besó en el hombro y bajo la oreja. Apretó los labios contra su piel y aspiró su olor.

—Te quiero muchísimo, no lo olvides nunca, ¿vale?

William la apartó un poco y buscó su mirada.

—No podré hacerlo, porque tú me lo recordarás cada día.

Kate sonrió.

—Cada día —susurró ella contra sus labios. Le acarició las mejillas, el pelo, la nuca. Sus manos lo tocaban como si quisiera aprenderse de memoria cada centímetro de piel—. ¿Sabes? Si de verdad existen los milagros, este sería un buen momento para uno —dijo con una sonrisa que no pudo esconder el profundo dolor que sentía. No entendía cómo un corazón muerto podía doler tanto como dolía el suyo en ese momento.

—¿Qué te pasa, nena? —preguntó William, acunándole el rostro con la palma de la mano.

Kate sollozó.

—¿Te he dicho alguna vez lo mucho que me gusta que me llames así? —preguntó.

William le dedicó una sonrisa, esa que era capaz de derretir hasta un bloque de hielo.

—Nena… nena… nena —repitió él entre besos.

Kate se aferró a su cuello, incapaz de soltarlo. Se quedó así un minuto, dos… hasta que perdió la noción del tiempo.

William se puso de pie, con ella entre sus brazos.

—Me quedaría aquí toda la noche, pero ha llegado el momento… Ya sabes… Samuel —explicó con tono vacilante. Kate asintió—. Voy a llevarte a mi antigua habitación para que descanses, ¿vale?

Kate asintió de nuevo y se acurrucó contra su pecho mientras él subía la escalera, recorría el pasillo y abría con su mente la puerta. La dejó sobre la cama y se sentó junto a ella. Le acarició el pelo y le colocó un par de mechones tras la oreja. Kate pudo percibir su tristeza y lo mucho que le costaba levantarse e ir a donde debía estar. Junto a los Solomon. ¡Madre de Dios, y con su decisión ella iba a terminar de destrozarlo!

«Lo superará», pensó, aferrándose a ese deseo.

—Puedes hacerlo —dijo Kate—. Eres fuerte y puedes con esto.

Él la miró a los ojos.

—No lo sé. Sigo pensando que pude evitarlo. Si hubiera insistido un poco más, si lo hubiera obligado a quedarse en la casa en lugar de dejar que nos acompañara.

—No te atormentes. No puedes cargar con toda la culpa.

—Me cuesta no hacerlo.

Kate apoyó la mano contra su corazón.

—Entonces, este es un buen momento para dejar que esa parte oscura de ti tome el control. Piensa con frialdad, Will. Samuel ha sido un daño colateral, algo que podía pasar. Una baja más en una guerra. Ha pasado y ya no se puede hacer nada. No es tiempo de lamentaciones, sino de superarlo. —Apretó la mano contra su pecho—. Así que, deja que la oscuridad que encierras aquí salga afuera; y en su lugar guarda tus emociones.

Los ojos de William se abrieron como platos al oírla hablar de ese modo. No era propio de ella pensar así. Y no era un farol, lo decía en serio, le estaba pidiendo que bloqueara sus sentimientos.

—No me mires así, lo digo de verdad—replicó Kate—. He asumido quién eres en realidad y lo que puedes hacer y sentir en algunos momentos. Esfuérzate, mentalízate y no sientas nada. Ni por mí ni por nadie —le exigió con tono vehemente, sujetando su mano con fuerza.

William se sorprendió por su actitud dura y agresiva. Se inclinó sobre ella.

—Contigo lo voy a tener un poco complicado. Me haces sentir demasiadas cosas, algunas muy difíciles de ignorar —le dijo con un guiño.

Le dio un beso en los labios, lento y perezoso, que poco a poco se volvió más profundo y apasionado. Casi sin darse cuenta, se encontraron el uno en los brazos del otro. Tocándose, explorándose, perdiéndose en la forma en la que sus cuerpos se movían juntos, con la sensación de que no lograban acercarse lo suficiente. La ropa dejó de ser un obstáculo, y su control la siguió fuera de la cama. Quizá fuera el subconsciente, que les susurraba que aquella sería su última vez, o la fuerza de un deseo contenido durante mucho tiempo buscando la liberación. Pero había algo hermoso en la violencia con la que se tomaban el uno al otro, desesperada y dolorosa.

—Te veo luego —le susurró él después de vestirse.

—Aquí estaré —respondió Kate bajo sus labios.