35

William gruñó sin darse cuenta. Una afilada mezcla de ira y posesión dominaba su feroz instinto protector en lo tocante a Kate. Así que, cuando Gabriel se acercó a ella para «palpar» el alma de su hermano en su interior, William tuvo que recurrir a todo su autocontrol para no saltarle encima y apartarlo de un empujón. También ayudaba que Adrien tenía una mano en su brazo y Robert y Shane estaban delante de él como un muro de contención.

Kate no apartaba los ojos de él. La hechizaba por completo con su carácter taciturno, sus besos oscuros y su instinto protector. La aterraba que cada minuto pudiera ser el último, y si podía elegir la imagen que captaran sus retinas antes de apagarse, esa era la de él.

—Se está haciendo más fuerte —dijo Gabriel tras apartar las manos de la cabeza de Kate. Miró a Miguel como si fuera el único presente en la habitación—. Pero no veo nada que la una a ella. No hay ataduras, solo la contiene.

—Entonces, ¿sería posible? —inquirió Miguel.

Gabriel se quedó pensando. Al cabo de unos segundos se encogió de hombros.

—Técnicamente sí —respondió—. Pero ya sabes que en este caso no se trata solo de técnica. Se necesita a alguien con un gran poder que pueda llevar a cabo el rito.

En cuanto Gabriel se alejó de Kate, William fue hasta ella y la atrajo hacia la protección de sus brazos. La besó en el cuello en un acto de afecto completamente espontáneo

—¿Puede hacerse? —preguntó William sin rodeos—. ¿Y cómo de peligroso sería para ella?

—Podría hacerse, o eso parece. Pero no estamos seguros de si sería peligroso. Nadie esperaba lo que pasó anoche, alejarse de él casi la destroza —respondió Miguel.

William se pasó una mano por la barba incipiente. No estaba dispuesto a usar a Kate como si fuera un experimento, con la simple esperanza de que pudiera funcionar.

—¿Lo harías tú? —preguntó Kate, que hasta ese momento había permanecido callada.

—Kate, no… —replicó William con un sonido ahogado que expulsó todo el aire de sus pulmones.

Trató de que se girara para que lo mirara. Pero ella se deshizo de su contacto y dio un par de pasos hacia Miguel.

—Si existe una posibilidad, no voy a ignorarla porque sea peligrosa —repuso ella. Se dirigió de nuevo al arcángel—. ¿Harías tú ese exorcismo?

Miguel sacudió la cabeza. Una extraña aflicción formaba arrugas en su rostro, se sentía desarmado con todo aquel asunto.

—No, yo no podría. Debe hacerlo un humano, un hombre de fe.

—¿Un sacerdote? —preguntó Kate, y añadió antes de que él respondiera—: ¿Por qué un humano, cuando es evidente que vosotros tenéis poderes que ellos no?

—¿Por qué el fuego quema y el agua se congela? ¿Por qué un pájaro vuela y un escorpión posee veneno? Porque así se crearon, del mismo modo que a ciertos humanos se les dotó de dones que los hacen necesarios en un mundo donde las divinidades no pueden intervenir sin romper las reglas. Un profeta predice; un vidente muestra lo que está por venir; un hombre creyente puede expulsar a un demonio de un recipiente inocente… Tenéis vuestros propios protectores.

Kate asintió una sola vez y alzó la barbilla sin que su rostro mostrara dudas, solo una férrea seguridad.

—Bien —aceptó con voz firme. En realidad le importaba un cuerno el cómo o el por qué, solo quería que aquella pesadilla acabara—. ¿Sirve cualquiera o debemos buscar a alguien en particular?

William soltó una maldición. Se acercó a Kate y posó las manos sobre sus hombros con una delicadeza que no encajaba con la rabia que destellaba en sus ojos.

—Es demasiado arriesgado. No sabemos qué puede pasar. ¿Acaso no tuvimos suficiente anoche?

Kate iba a contestar cuando sintió un fuerte pinchazo en el interior de sus ojos. Notó un líquido descendiendo por el interior de su nariz hasta que asomó encima de sus labios y goteó sobre la alfombra. Ella se llevó las manos a la cara, intentando detener el sangrado. Se mareó y fueron los brazos de Miguel los que la mantuvieron cuando sus rodillas dejaron de sostenerla. William se la arrebató con un gruñido y la alzó del suelo. La llevó hasta la cocina y la sentó sobre la encimera junto al fregadero. Tomó un paño y lo humedeció bajo el agua del grifo. Empezó a limpiarla, pálido como un cirio.

—Debemos hacerlo —dijo Kate. Él no contestó, negándose a escucharla. Ella le sujetó la muñeca y la alzó hasta que el paño ensangrentado quedó a la altura de sus ojos—. No puede haber nada peor que esto. No puedo más. Si ha de acabar quiero que lo haga ya, y si hay una posibilidad tengo que intentarlo. Cualquier cosa menos seguir así —sollozó.

William se quedó mirándola y la expresión de sus ojos cambió.

—Me pides que me cruce de brazos y me limite a mirar.

—Lo sé —dijo ella—. Y si sale mal, tienes que saber que no será culpa tuya.

—Si sale mal, no hará falta un Apocalipsis para que este mundo deje de ser como es —cedió al fin. Se había prometido a sí mismo que la protegería a cualquier precio, pero que nunca más se impondría por la fuerza. Ella era libre de elegir, aunque eso lo matara.

Regresaron al salón, donde nadie se había movido. Adrien, Robert y Shane se hallaban juntos. Los arcángeles se mantenía alejados de ellos y las miradas de odio circulaban en ambas direcciones, letales como el veneno.

—Está bien, intentémoslo —dijo William.

Kate le apretó la mano, a pesar de que él se la estrujaba con fuerza.

—Es más fácil decirlo que hacerlo —intervino Rafael.

—¿Qué quieres decir?

—Que el último exorcista capaz de algo así, murió hará unos… Hace mucho —respondió sin estar muy seguro del tiempo transcurrido en aquel plano.

—Pero, entre los humanos hay casos de posesión, lo sé —dijo con tono vacilante Sarah. Todos se giraron para mirarla. Nadie recordaba haberla oído decir una sola palabra en los últimos días. Se puso colorada y deseó no haber hablado. La sonrisa que Adrien le dedicó la animó a seguir—. ¿Quién se encarga de esos casos?

—Existen unos pocos exorcistas, pero no harán nada a no ser que haya una investigación previa por parte de un tribunal eclesiástico que demuestre que ella está poseída por un espíritu. En el caso de que se convenzan de ello, se necesitaría la autorización de un obispo de su diócesis que permitiera al sacerdote llevar a cabo el rito de exorcismo. Esos trámites son demasiado lentos.

Robert soltó una carcajada sin pizca de gracia.

—¿Aunque un arcángel grande y fuerte como tú… les pidiera que movieran sus sacros culos hasta aquí ya? —acabó gritando.

Rafael lo fulminó con la mirada.

—Ten cuidado con cómo te diriges a mí —le espetó. Robert iba a replicarle, pero el codazo que Shane le dio en las costillas lo obligó a callarse. Rafael añadió—: Si me hubieras dejado terminar, te habría dicho que ninguno de esos sacerdotes puede llevar a cabo el exorcismo.

—¿Por qué? —preguntó William.

—Explicar el porqué nos llevaría más tiempo que deciros lo que necesitamos. Además, dudo que pudierais comprenderlo —intervino Gabriel.

En circunstancias normales, William habría sido más paciente y cauteloso. Sabía que tenía los medios y la fuerza para enfrentarse al arcángel, pero que pudiera vencerle entraba dentro de un número limitado de posibilidades, condiciones y supuestos que podían no estar de su parte en ese momento. Pero su control, junto con su prudencia y aguante, caminaba sobre una cuerda sin red en la que no dejaba de tropezar.

—¿Sabes? Empiezo a estar harto —soltó William—. Dinos de una vez qué tenemos que hacer para sacarle esa cosa, o te juro que empezaré a plantearme la posibilidad de negociar con el otro bando. Seguro que se muestra más predispuesto a caerme bien.

Gabriel rechinó los dientes y un tic contrajo su mandíbula. Tenía los puños apretados, intentando controlar el acceso de ira y destrucción que pulsaba en su interior desde hacía días. Sostuvo la mirada de William, y sin darse cuenta se encontró a sí mismo admirando la fuerza y la osadía del híbrido.

—Lo harías, ¿verdad? —le preguntó Gabriel.

—Sí —admitió sin dudar—. Del mismo modo que tú harás cualquier cosa para conseguir lo que quieres.

Gabriel no contestó, no hacía falta. Parpadeó, sosteniendo su mirada, luego se llevó un dedo a la frente y se la frotó como si le doliera. Empezó a hablar:

—Hay hombres que nacen con ciertos dones. La mezcla de sangre entre ángeles y humanos da lugar a híbridos. Híbridos que tienen descendencia: generaciones y generaciones que nacen y mueren sin nada en especial. Pero, a veces, entre ellos viene al mundo alguien único. Alguien con la capacidad de ver mucho más allá del velo. Poseen restos de magia en su sangre y pueden hacer cosas como sanar, invocar fuerzas, exorcizar pequeños demonios. Eso es lo que necesitamos, alguien con la capacidad de hacer todas esas cosas y una habilidad concreta.

—¿Cuál? —preguntó Kate.

—Debe ser un guía. Una vez que el alma se libera, debe poder guiarla a un nuevo recipiente. En este caso, el nuevo recipiente tiene que ser uno de nosotros.

—Vale. ¿Dónde lo encontramos? —inquirió William.

—No lo sé. El único que lleva un registro de humanos con habilidades es Lucas, un ángel a mi servicio. Pero hace semanas que no sé nada de él. Desapareció justo después de que le enviara a observaros. ¿Sabéis algo de ese asunto? —preguntó con recelo.

Se había olvidado de Lucas por completo. Demasiados preocupaciones ocupando su mente.

William y Adrien cruzaron una mirada.

—Está muerto —mencionó William sin ninguna emoción—. Y no pienses ni por un momento que me arrepiento. Era un intruso, una amenaza y yo protejo a los míos contra quien sea.

La casa se agitó con una vibración que ascendía desde los cimientos en oleadas.

—¿Lo mataste? —rugió Gabriel—. ¡Era un ser noble!

—No me culpes cuando tú estás dispuesto a matarla a ella aun sabiendo que es inocente —replicó William. Abrazó a Kate contra su pecho.

—Toda guerra tiene sus bajas —masculló el arcángel.

—Pues asume las tuyas. Estamos en paz.

—Discutir no nos conduce a ninguna parte —intervino Miguel. Miró a su hermano—. ¿Hay forma de encontrar un humano con esas habilidades en las próximas horas? Conforme pasa el tiempo, Lucifer se hace más fuerte.

Gabriel sacudió la cabeza.

—No lo sé. Es posible que…

—Yo sí puedo —replicó Salma. Sentada en una silla junto a la ventana, con una manta sobre los hombros, intentaba que aquella situación no la sobrepasara.

De repente, toda la atención de los presentes estaba puesta en ella. Se reclinó en el asiento y el cansancio le encorvó los hombros. Miguel dio un paso hacia ella y Salma subió los pies haciéndose un ovillo sin apartar sus ojos de él.

—¿Qué puedes? —le preguntó el arcángel.

Salma vaciló. Buscó la mirada de William, pidiendo permiso con los ojos. Él le dijo que sí con un gesto imperceptible.

—Conozco a una santera. Estuvo unos años viajando con los mismos feriantes que yo. Llegamos a convertirnos en amigas. Nos hacíamos compañía durante los viajes y compartimos la misma caravana durante unos meses. Por eso sé que no es ninguna farsante. La vi hacer cosas… —Guardó silencio mientras esbozaba una sonrisa perturbada, como si los recuerdos la pusieran nerviosa.

—¿Qué cosas? —preguntó Shane.

Salma se encogió de hombros.

—Iba a verla gente muy enferma, casi agonizante, y salían de allí por su propio pie y completamente recuperados. Otros parecía estar poseídos, hablaban lenguas extrañas. Maritza, así se llama, los ahumaba con unas hierbas. Después ella ingería una extraña infusión y entraba en trance. Sacaba cosas de esas personas y las guardaba en unos recipientes de barro decorados con pinturas y lazos de colores…

—¿Qué quieres decir con que sacaba cosas? —se interesó Robert, arrodillándose frente a ella.

—Nunca vi nada, nada tangible, no como te veo a ti ahora. Pero de esas personas escapaba algo que Maritza atrapaba en su boca y que luego vertía en aquellas vasijas.

Miguel asintió con la cabeza y la vista clavada al frente.

—Es una médium, si es poderosa, podría servir —dijo más para sí mismo que para los demás. En las profundidades de su mente empezó a ver una luz de esperanza que cobraba fuerza por momentos.

—¡Poderosa! —exclamó Salma como si la hubiera ofendido—. Lo es y mucho. Apostaría un brazo a que no existen muchas como ella.

—¿Puedes contactar con ella? —preguntó William.

—No, hace tiempo que perdimos el contacto. Sé que se instaló en el Condado de Fairfax, en Virginia. Su madre era muy mayor y quería estar con ella. Aunque sé quién puede hacerlo.

—Bien. Hazlo, localízala, pero ella tendrá que venir hasta aquí. Después de lo que ocurrió la otra noche, no voy a arriesgarme a mover a Kate —indicó William.

—Verás. Es que… Maritza no trabaja de manera desinteresada —comentó Salma.

—Dile que le pagaré lo que pida. Seis ceros, siete, ocho… Que ponga una cifra —intervino William. Le daría su propia vida a cambio si se la pedía.