34

Debían haber pasado minutos, o tal vez horas, cuando William se dejó caer al lado de Kate, completamente exhausto. Permaneció de espaldas, con la cabeza ladeada, contemplando su sonrisa. Dejó escapar un suspiro tembloroso y, cuando logró volver a moverse, se puso de costado, observándola y jugueteando con un mechón de su pelo.

Ella lo miró de reojo.

—¿Qué miras con tanta atención? —preguntó.

—¿De verdad tengo que contestar a eso? —preguntó William a su vez. Alargó la mano y le rozó el vientre plano, demasiado plano. Lo acarició de arriba abajo con las puntas de los dedos—. Eres preciosa.

Kate también se puso de costado.

—Bueno, tú tampoco estás nada mal —replicó, deslizando un dedo por su hombro hasta su pectoral.

Él sonrió con un atisbo de arrogancia y se inclinó hacia ella. Kate pudo ver los músculos de su cuerpo ondulándose; se entretuvo en ellos, en la forma en la que se estiraban y contraían. Su deseo por William era una fuente inagotable que no dejaba de fluir y, vista la forma en la que los ojos de él volvían a oscurecerse, el sentimiento era correspondido. Cada célula de su cuerpo le pertenecía sin reservas y sería suya durante toda la eternidad… Solo que… no tenía todo ese tiempo.

Dentro de ella había algo horrible que no debería estar allí. Se estremeció. Solo había dos formas de sacar esa alma de su cuerpo: dejando que los arcángeles acabaran con su vida, o permitiendo que Lucifer la recuperara. Fuera como fuese, ella no saldría bien parada en ninguno de los casos. El tiempo se acababa; e iba a morir. Lo sabía, lo sentía hasta en el rincón más recóndito de su ser. Puede que todo su futuro se redujera a unos pocos días, horas…

Horas…

Clavó sus ojos en los de William, consciente de la angustia que transmitían. Él la miraba preocupado y le acarició una mejilla con su fuerte mano. Había tantas cosas que quería decirle, que deseaba vivir con él. Irracionalmente se sintió celosa. ¿Cuánto tiempo tardaría él en superar el dolor de su pérdida? ¿Cuánto tiempo pasaría hasta que apareciera otra chica en su vida, que pudiera curar sus heridas del mismo modo que ella había sanado las que Amelia le dejó? Pensar en otra mujer junto a él la ponía enferma. Él era suyo, y no podía perderlo, no podía.

Sus labios impactaron contra los de él, feroces, ansiosos, con una urgencia infinita. William, sorprendido, trató de sujetarla por los hombros, pero ella lo empujó de modo que quedó de espaldas. Se encaramó de un salto sobre él y se sentó a horcajadas en sus caderas; sin dejar de atraer sus labios sobre los de ella, apretándose con fuerza contra su cuerpo.

William le devolvió cada gesto y dejó escapar un siseo cuando ella le clavó los dientes en el labio inferior, afilados como las espinas de una rosa, y le pasó la lengua lamiendo la sangre. ¡Dios, aquello era maravilloso! Gruñó con anhelo, mientras ella lo acosaba presa de una necesidad dolorosa que le enturbiaba la razón, lo aturdía y lo embriagaba. No tenía ningún control sobre su pensamiento racional; y, aun así, en algún rincón de su cerebro, se dio cuenta de que algo no marchaba bien.

—Hey, hey —susurró mientras intentaba detenerla. Ella le apartó los brazos y le sujetó las muñecas por encima de la cabeza—. Kate, ¿qué te pasa? —logró preguntar entre beso y beso.

—Es evidente, ¿no? —respondió mientras dejaba un reguero de besos por su cuello.

William se liberó de su agarre y esta vez fue él quien la sujetó por las muñecas, reteniendo sus pequeñas manos contra su pecho.

—No para mí.

—¿Qué pasa, no te gusta? —preguntó ella, ronroneando como un gatito.

Los ojos de William cambiaron de color, pasando de un azul oscuro a un rojo profundo moteado de estrellas plateadas.

—Me vuelve loco —gruñó. Una palabrota ascendió a sus labios y se obligó a calmarse—. ¿Qué te pasa, nena?

—Me gusta que me llames así —susurró Kate mientras se inclinaba sobre él y lo besaba—. Me gusta mucho.

—Te cambiaré el nombre si así lo quieres, pero dime qué te pasa. —Esta vez su voz sonó más dura.

Kate no cedió en su empeño.

—Solo quiero estar contigo de nuevo. Como si esta fuera la última noche, la última vez… —susurró. El significado de esas palabras la golpeó como una enorme ola, y de nuevo la asaltó el demencial pensamiento que la había estado acosando—. La última vez que vamos a estar juntos.

Su voz se rompió con una emoción profunda y deslizó la mano por su pecho. Lo miró a los ojos y arrastró los dedos por su piel, provocándolo. William le sostuvo la mirada y entornó los ojos como si supiera lo que a ella le estaba pasando por la cabeza.

—Pero no es la última —dijo él soltándole las muñecas. Alzó una mano y le acunó la mejilla. Después enredó los dedos en su pelo enmarañado.

—Pero podría serlo —insistió Kate—. Imagina que lo es, que estos son los últimos minutos que pasaremos juntos. ¿No querrías hacer el amor conmigo hasta el último segundo? —preguntó con una mezcla de deseo y desesperación en su voz.

—¡Claro que sí!, pero estos no son los últimos minutos de nada —dijo él. Se giró hasta acabar encima de ella—. No lo son —aseveró con tono vehemente.

Kate gimió con una desesperación que nada tenía que ver con que él no estuviera accediendo a sus peticiones, sino a algo mucho más profundo. La consumía la impotencia de no poder ser dueña de su propia vida; de que las cosas fueran así y ya está; y que la última palabra fuera de cualquiera menos suya. La frustración se volvió abrumadora.

—¿Y si lo fueran, Will? —estalló. Le golpeó el pecho con los puños apretados—. Sé que lo son. No habrá más noches juntos, no habrá más momentos como este. Se acabó, ¿es que no lo ves? No hay un futuro para nosotros, no hay futuro para mí. —Su rostro era el de una mujer que luchaba y perdía—. Sea como sea no hay nada que pueda salvarme de esto. No se puede luchar contra el destino y menos contra el tiempo. ¡Un tiempo que se me acaba! —gimió desesperada. En sus ojos no había lágrimas, pero por dentro lloraba de un modo desgarrador—. Así que haz esto por mí, una vez más, la…

La frase acabó en silencio cuando él apretó su boca contra la suya. La besó hasta convertirla en una muñeca de trapo a su merced. Se apartó unos centímetros y clavó su brillante mirada en la de ella. Plata fundida sin el más mínimo rastro de una pupila que le diera vida. Fríos e inhumanos, fieros y amenazantes. Kate tragó saliva. Nunca le había visto así, y sus propios pensamientos se convirtieron en algo lejano bajo la intensidad con que la contemplaba.

—Escúchame atentamente —musitó William—. A ti no te va a pasar nada. No lo permitiré. Jamás. No dejaré que nadie te haga daño.

Su piel se iluminó con un suave halo de luz, y en alguna parte, muy por debajo de ellos, la tierra comenzó a temblar. El sonido fue ascendiendo hasta la superficie y los cristales vibraron. Afuera el viento sopló con fuerza, meciendo los árboles centenarios como si estuvieran hechos de papel. Un ligero crepitar estremeció las sábanas y Kate notó cómo se cubrían de escarcha a su alrededor y bajo su cuerpo. Lo mismo le ocurría a las paredes y a la ventana.

Las luces comenzaron a parpadear hasta apagarse por completo, sumiendo toda la casa en una oscuridad absoluta. Kate no podía distinguir nada a pesar de su aguda visión, solo dos esferas brillantes fijas en ella. Sintió su mano rodeándole la garganta, fuerte y tensa, contenida como si supiera que el más mínimo movimiento sin control podía partirle el cuello. Le acarició la piel con el pulgar.

—Y pobre del que lo intente —añadió para sí mismo.

Entornó los ojos y Kate cogió una bocanada de aire como si la necesitara para respirar. La mano de William seguía en su cuello, posesiva. La otra… Se encogió bajo su tacto al tiempo que intentaba decirle con un suspiro que fuera más delicado. Pero algo le decía que William no era él mismo en ese momento. No había piedad en sus ojos. Su sonrisa sádica terminó de confirmárselo. Esa noche su control había sido puesto a prueba varias veces y al final lo había perdido; pero Kate sabía que era capaz de lidiar con él en esas circunstancias.

Todo su cuerpo descansaba sobre el de ella.

—Y ahora que hemos aclarado esa parte…, nena —le susurró junto al oído—. Yo también quiero estar contigo.

A Sarah le daba miedo la oscuridad sobrenatural en la que el bosque y el lago se habían sumido. Sentada en el muelle, aún se preguntaba qué estaba haciendo allí. Unos pasos y el aroma que los envolvía le recordaron el motivo. Se le aceleró el corazón con un violento golpeteo. Un tenue resplandor amarillento la iluminó. Adrien se sentó a su lado, tan cerca que sus hombros se tocaban, y dejó junto a él una antigua lámpara de queroseno.

—¿Todo bien?

—Sí —respondió Sarah.

—Salma me ha dicho que no has comido nada en todo el día.

Sarah ladeó la cabeza y lo miró. Notó cómo le enrojecían las mejillas al ver que él la estudiaba sin ningún pudor. Pensó que debería sentir miedo, como las otras veces que lo había tenido tan cerca, pero lo que sentía era otra cosa que la asustaba aún más por su intensidad.

—¿Me vigilas?

Adrien sacudió la cabeza y sonrió.

—No, me preocupo por ti —respondió. Le puso en la mano un sándwich que ella no había visto. Luego sacó una chocolatina del bolsillo trasero de sus pantalones—. Si te lo comes, puede que te dé una de estas. Tienen caramelo por dentro —comentó mientras le quitaba el envoltorio y le daba un mordisco.

Sarah se lo quedó mirando, embobada con el movimiento de sus labios al masticar. Alzó una ceja, divertida por el chantaje. Su corazón flaqueó un momento al pensar que su bienestar le preocupaba de algún modo.

—Podríamos pasar directamente a la chocolatina. La verdad es que no tengo hambre —sugirió ella con una sonrisa.

—Si no te comes ese sándwich, te tiraré de cabeza al lago —dijo él como si nada.

Los ojos de Sarah se abrieron como platos.

—¿Hablas en serio?

Adrien se rio un poco ante su tono indignado.

—Muy en serio. Estás demasiado delgada.

Le sostuvo la mirada durante un largo minuto. Sabía lo que ella estaba pensando. Consideraba hasta qué punto hablaba en serio con lo de lanzarla al lago. Debió pensar que lo haría, porque le quitó el plástico y empezó a mordisquearlo con la vista clavada en su regazo. Al cabo de un rato, tragó el último trozo y sacudió las migas que le habían caído en el pantalón como si fuera el trabajo más meticuloso del mundo.

—Así que te gustan las chicas con curvas —indicó Sarah, incapaz de mirarlo a los ojos.

—¿Qué te hace pensar eso? —inquirió Adrien. Alargó la mano y le limpió con un dedo una mancha de salsa en la comisura de los labios.

Sarah se quedó sin respiración al sentir su roce en la piel; tenía la sensación de que el pecho iba a estallarle.

—Lo que has dicho antes sobre que estoy delgada —se obligó a responder.

—Ya —suspiró el vampiro—. ¿Y qué quieres saber exactamente, si me gustarías con unos cuantos kilos más?

Sarah dio un respingo. Un calor sofocante le calentaba las mejillas. ¿En qué momento aquella situación se había vuelto tan incómoda?

—No… no estoy hablando de mí en absoluto. Era una observación… Solo eso —empezó a justificarse—. Además, sé que jamás te fijarías en mí en ese sentido.

—¿Y eso quién lo dice? —preguntó Adrien, taladrándola con los ojos.

Sarah se rió con nerviosismo.

—Bueno, es evidente…

—¿El qué? —insistió él con sus ojos cambiando de color rápidamente.

La estaba provocando a propósito, porque había algo que necesitaba saber. El tipo fuerte y confiado, capaz de arrancarle el corazón a un demonio sin ni siquiera inmutarse, no tenía valor para mover un dedo respecto a una chica sin estar seguro de que no iba a rechazarlo. Solo lo había hecho con Kate, con ella se abrió sin reservas, y acabó con el corazón roto.

—¿Qué es evidente? —la presionó al ver que guardaba silencio.

—Que yo no te gusto como… —Sarah tragó saliva— como chica, como mujer.

—¿Y yo te gusto a ti? —Adrien dejó caer la pregunta con descuido, aunque a ella debió parecerle un golpe en el estómago, porque se puso pálida y contuvo el aire.

Sarah abrió la boca un par de veces, incapaz de contestar. Estaba tan roja que sus mejillas destellaban a la luz de la lámpara. Su corazón latía por los dos, rápido y nervioso. Si aquello no era un sí rotundo, entonces era una mentirosa de lo más convincente.

—Yo creo que sí te gusto —alegó Adrien con una sonrisa traviesa.

Ella cerró los ojos y cuando volvió a abrirlos, él estaba a solo unos centímetros de su rostro. Sentía su aliento frío en la cara, dulce y seductor. Quiso apartarse, pero quedó atrapada en aquellos ojos oscuros que no dejaban de cambiar de color. Sus labios se separaron para recuperar el aliento y, casi sin darse cuenta, asintió dándole la razón.

Las fosas nasales de Adrien se dilataron, leer en las reacciones de los nefilim era tan fácil como hacerlo en un humano. Su corazón, el sudor, incluso el olor los delataba. Sarah sentía una atracción intensa hacia él.

—Tú también me gustas —confesó él, rozándole la mejilla con el dorso de la mano.

Sarah tardó un largo segundo en asimilar lo que Adrien acababa de admitir. Su corazón aleteaba como las alas de un pajarito. Una parte de ella se estremeció excitada; la otra, estaba aterrada y le costaba aceptar que decía la verdad.

—Creía que me estabas ayudando por otros motivos —susurró mientras se abrazaba las rodillas.

—Al principio sí —contestó Adrien con tono travieso.

Le tomó la barbilla para que lo mirara y, cuando se encontró con sus enormes ojos asustados, el deseo de besarla se convirtió en un impulso incapaz de controlar. Se inclinó sobre ella con la vista clavada en su boca.

—Nunca me han besado —dijo Sarah con voz temblorosa.

Adrien se detuvo. Eso sí que era una sorpresa. También el hecho de que su sangre cargada de adrenalina olía de maravilla, mejor que cualquier perfume. Su olor lo envolvió. La miró a los ojos y sonrió.

—Suerte que soy un buen maestro —susurró.

Los labios de Sarah se apretaron contra los suyos antes de que tuviera tiempo de moverse. Sintió un impacto que se extendió por todo su cuerpo. Un calor que le inundó las venas, tan real como la sangre. Sus labios eran suaves y sabían de maravilla. Se retiró un momento y la miró a los ojos para ver su reacción. Ella los mantenía cerrados y ese gesto le hizo sonreír. La besó muy despacio, sin prisa, como una tentativa, con besos cortos y suaves, exploratorios.

Ella enlazó los brazos en torno a su cuello y se apretó contra él. Adrien aceptó la invitación y la abrazó envolviéndola con su cuerpo. La atrajo hasta colocarla en su regazo, sin dejar de acariciarla; y el ritmo de los besos aumentó, cada vez más rápidos, hambrientos, hasta que él no pudo más y rozó con la lengua la fresa que formaban sus labios. Sarah le dejó entrar con una timidez que a él le provocó fiebre.

Al cabo de un rato, y en contra de su voluntad, Adrien se separó de ella. Excitado y abrumado, la tentación de ir más allá amenazaba con anular su lado racional. Le acunó el rostro entre las manos y la miró. Tenía los labios rojos e hinchados y el contorno plateado de sus iris brillaba dándole el aspecto de un felino. Preciosa. Le acarició el labio inferior con el pulgar.

—¿Qué quieres de mí? —preguntó Sarah.

—¿Cómo?

Adrien frunció el ceño, sin entender la pregunta.

Sarah tragó saliva y apartó la mirada. A lo largo de toda su vida nadie se había preocupado por ella. Nunca se había sentido querida y, mucho menos, deseada. Todas las personas que se habían acercado a ella, siempre lo hicieron por un motivo interesado.

—Quiero decir que, si esto…, tú y yo… —Hizo una pausa para tomar aire e intentar no parecer tan patética—. Me refiero a… si vas en serio o si solo soy un pasatiempo.

Los ojos Adrien se abrieron como platos. Menuda pregunta. Ni siquiera se había parado a pensar en ello. Sarah le gustaba, y mucho, pero no se había detenido a analizar nada de aquella relación. ¡No hacía ni diez segundos que acababa de darle su primer beso! Se pasó una mano por el pelo mientras con la otra le acariciaba la espalda de forma distraída.

—No sé qué contestar a eso. Yo… —Silencio.

Sarah sintió que el corazón le daba un vuelco. Se le pusieron los ojos vidriosos y un escalofrío de vergüenza le recorrió el cuerpo. Ni siquiera sabía por qué le había preguntado algo así. No se conocían y… ¿ya esperaba que le prometiera amor eterno? Intentó levantarse de su regazo y marcharse.

—No, espera —pidió él, sujetándola con fuerza—. No me malinterpretes. Desde luego que no eres un pasatiempo. Dame un segundo, ¿vale? —rogó sintiéndose un poco agobiado. Sus ojos ardían con mil emociones diferentes—. Verás. Lo que he dicho es cierto, me gustas; y después de ese beso… —Esbozó una sonrisa traviesa. Ella se sonrojó y pudo notar cómo la temperatura de su piel subía de golpe—. El caso es que… ¡Dios, parezco idiota! Lo que intento decir… —La miró a los ojos con decisión—. Me gustas, me gustas mucho, y me encantaría poder conocerte y ver a dónde nos lleva esto. Supongo que lo correcto sería pedirte salir y esas cosas formales; pero, por otro lado, me parece absurdo cuando puede que mañana esos arcángeles nos maten a todos. Y desde hace días es en lo único que pienso, en ellos.

Sarah se estremeció. Adrien la tomó por la barbilla y le alzó el rostro.

—Aunque ¿sabes qué? Al cuerno con eso. Me gustaría salir contigo y hacer todas esas cosas que hacen dos personas que se atraen —continuó. Las palabras se atropellaban en su boca—. Quiero conocerte y ver qué pasa, ver si funciona. Y te juro que me esforzaré mucho para que funcione, porque me gusta cómo me siento cuando estoy contigo. Así que, si esto te parece un ejemplo de «ir en serio», pues sí, voy en serio. Sería un idiota si no lo hiciera. ¿Y tú qué… quieres ir en serio conmigo?

Ella le sostuvo la mirada mientras una ráfaga de aire frío con olor a lluvia le acariciaba los costados y los hombros. Asintió, un poco cohibida, y acabó dibujando una sonrisa que logró que una de las capas que aún escondían el corazón de Adrien se derritiera. Rió con suavidad y la atrajo hacia él hasta rozarle los labios con un beso. Ella le puso una mano en el pecho y profundizó ese beso.

Cuando se separaron, Sarah jadeaba sin aliento y su mano se había colado bajo la camiseta de él, ascendiendo por su estómago. Con una lentitud que resultó graciosa, Adrien bajó la mirada hacia su mano al tiempo que iba arqueando una ceja. Una sonrisa pecaminosa se dibujó en su cara.

—Me he propuesto ir despacio contigo, pero me lo estás poniendo muy difícil.

Sarah enterró el rostro en su cuello y se quedó allí mientras él la abrazaba.

—¿Cómo está Kate? —preguntó al cabo de un minuto.

Adrien levantó la vista al cielo y lo estudió unos segundos antes de contestar.

—Parece que ahora está bien. Sigue en su habitación, descansando.

—¿Qué le ha pasado?

Adrien se encogió de hombros.

—Si tienes tanta curiosidad, ¿por qué no te has quedado en la casa mientras hablábamos?

—No me gusta estar cerca de ellos, de los arcángeles; me ponen nerviosa —confesó Sarah, poniéndose tensa.

Adrien le acarició la espalda y notó cómo ella se relajaba de inmediato.

—Creo que nos pasa a todos. Mi madre los evita como si tuvieran la peste. —Suspiró y se concentró en lo que Sarah le había preguntado—. Ellos creen que el vínculo entre el cuerpo de Lucifer y su alma se está restableciendo. La magia del hechizo se diluye en este plano. Así que, cuando Kate se aleja de él, el hilo de ese vínculo se tensa y ella sufre todos esos daños.

—¿Podría matarla? Porque cuando vi entrar a William con ella en brazos, creí que estaba muerta —comentó Sarah. Se separó de él y lo miró a los ojos, preocupada.

Adrien sacudió la cabeza.

—Nadie está seguro de qué puede ocurrirle. Pero te juro que esta noche he creído que sí, que iba a morir. Jamás he visto a nadie sufrir tanto —susurró con voz temblorosa. Ver a Kate sangrando y gritando de ese modo era algo que jamás olvidaría. Se había sentido tan impotente.

—¿Y qué vais a hacer para ayudarla?

—Querrás decir, vamos a hacer. Ahora tú formas parte de esta extraña familia —le recordó. Sarah sonrió agradecida—. La única forma es sacarle esa cosa de dentro y, de momento, solo conocemos un modo de conseguirlo: que Lucifer la recupere. Pero eso no podemos hacerlo, Sarah. Las consecuencias… —se lamentó con la voz rota, como si pidiera perdón por pensar así.

—Lo sé —dijo ella. Alzó una mano y enterró los dedos en su cabello negro y espeso—. He estudiado la Biblia y todos los textos sagrados, incluidos los textos apócrifos. Sé lo que supone el Apocalipsis. —Se pasó el pelo por detrás de las orejas—. ¿Sabes? En realidad, lo que le ocurre a Kate parece un caso de posesión. Solo que es un tanto atípico. Si ella fuese humana y él un demonio corriente, un exorcismo podría ser la solución.

Adrien dio un respingo y la agarró por los brazos.

—¿Qué has dicho?

Sarah sintió el poder de aquellos músculos apretándole los brazos, y se estremeció con un temor absoluto. Durante un segundo una oleada de vívidos recuerdos la asaltó: golpes e insultos. Pero cuando logró mirarlo a los ojos no vio nada que la hiciera temer, solo una intensa preocupación y un atisbo de esperanza. No cabía duda de que era menuda, casi parecía una muñeca sobre su enorme cuerpo, pero no era débil ni frágil; y se obligó a creérselo. Adrien jamás le haría daño y ella tenía que empezar a comportarse como una persona libre.

—Que parece una posesión y, en circunstancias normales, un exorcismo podría expulsar esa cosa de ella —respondió en voz baja.

Adrien no dijo nada, se limitó a quedarse mirándola fijamente. De repente, asaltó su boca con un beso que amenazaba con bebérsela como si estuviera hecha de agua. Se separó de ella, dejándola sin aliento, y se puso de pie arrastrándola consigo. La cogió de la mano y tiró de ella hacia la casa.

—Puede que, sin saberlo, acabes de dar con la solución. ¡Ojalá! —exclamó Adrien. La miró con una sonrisa en los labios, mientras ella corría a su lado para mantener el ritmo de sus largos pasos—. ¿De verdad estudiaste la Biblia y todos esos textos?

—Emerson nos obligaba y después nos daba su propia interpretación de lo que significaban. De su mensaje.

—Ya. Algo me dice que siempre de una forma beneficiosa para él.

Sarah asintió.

—Se consideraba una especie de salvador. En realidad estaba loco, y también su hermano.

Los ojos de Adrien destellaron un segundo con un resplandor púrpura.

—Ya no tienes que preocuparte de ellos. Ni de nadie más. Jamás —aseveró con voz ronca.