31

Kate volvió a humedecer el paño en agua fría y limpió el corte que William tenía en la mejilla. Continuaba sangrando, al igual que el resto de sus heridas. Sentado sobre la mesa, su aspecto era el de alguien a quien había arrollado un camión de dos ejes. Él no apartaba los ojos de ella, mientras una decena de preguntas sin respuesta embotaban su cabeza. Sus vidas se estaban convirtiendo en un auténtico desvarío. Todo lo que estaba pasando era de locos. Una pesadilla que no parecía tener fin y que se complicaba más y más cada vez.

—Todo va a salir bien —dijo él en un susurro.

—¿Cómo? Ya te he contado lo que he visto cuando Gabriel me ha tocado. Yo soy el alma pura de la que habla la profecía —y repitió la frase que se había grabado a fuego en su cerebro—: Y el alma más pura, aquella dos veces nacida, dos veces marchita, completará el ciclo restituyendo con un sacrificio lo que una vez le fue concedido. Marak me entregó algo aquella noche y está aquí para que se lo devuelva. Cuando lo recupere, la profecía se cumplirá y empezarán a pasar cosas horribles.

—Entonces, ¿por qué no te pidió que le devolvieras esa… cosa, la primera vez que te vio? —preguntó William con tono escéptico—. Quizá te estás precipitando al sacar conclusiones.

Kate tragó saliva para aflojar el nudo que tenía en la garganta.

—No lo sé, pero estoy segura de que ellos lo saben —musitó para que los arcángeles no la oyeran—. Siguen ahí, hablando, y la forma en la que me miran…

—No dejaré que vuelvan a acercarse a ti. Ahora estoy preparado. Te prometo que nadie va a hacerte daño.

Ella lo miró a los ojos, asustada, y asintió forzando una sonrisa que no se reflejó en sus ojos. William ladeó la cabeza y le devolvió la sonrisa. Kate lo sujetó por la barbilla y lo obligó a que levantara el rostro para poder limpiarle las heridas.

—¿De verdad estás bien? —preguntó él. Aún le temblaba el cuerpo. Jamás se había sentido tan impotente y asustado como cuando había visto caer la espada sobre Kate. Alzó las manos y la abrazó por las caderas.

—Sí, tranquilo. Pero tú no lo estás —le hizo notar ella—. No dejas de sangrar y estos cortes no están sanando.

Adrien, que se hallaba junto a la ventana en silencio, se acercó y le echó un vistazo a su cara.

—Tiene razón. Estás débil, necesitas alimentarte —comentó con el ceño fruncido.

Kate corrió a la nevera y sacó una bolsa de sangre.

—No —repuso William. Alzó las manos, rechazando el alimento—. No voy a tomar sangre humana. Saldré de caza.

—¿De caza? ¡Si no te mantienes de pie! —exclamó ella—. Necesitas recuperarte del todo, y eso no lo vas a conseguir con sangre animal.

William sacudió la cabeza y el cansancio le encorvó los hombros.

—Desde Nueva Orleans no he tomado ni una sola gota. No puedo beber sangre humana, me incita a pensar en otras cosas. —Se pasó la mano por la cara y después por el pelo. Su mirada era fiera cuando alzó la cabeza—. Necesito concentrarme todo el tiempo para no caer en la tentación, y esa sangre no me ayuda.

Kate dejó caer los brazos a ambos lados del cuerpo.

—Ser vampiro es una mierda —dijo desde lo más profundo de su alma—. En serio, ¿qué ventajas tiene?

—Ninguna, ser vampiro es un castigo y una maldición, no un regalo —dijo Miguel desde la puerta—. Sufrir es vuestro sino.

Kate lo fulminó con la mirada. Cogió la muñeca de William y le puso la bolsa de sangre en la palma de la mano sin apartar la vista del arcángel.

—Entonces deberíamos empezar a comportarnos como lo que somos y dejar de torturarnos. Es evidente que la redención se creo para otros y no para nosotros. ¿No es así? ¿Para qué esforzarse? —preguntó a Miguel. Acunó el rostro de William con una mano y se inclinó para darle un beso en los labios—. Bébetela. Si necesitas más, este pueblo está lleno gente a la que desangrar. Al fin y al cabo, no importa lo que hagamos. Nada cambiará lo que somos.

William la miró sorprendido por su repentino ataque de rabia. Se moría de miedo cada vez que Kate se comportaba de ese modo, retando y provocando a seres que eran mucho más fuertes que ella y que podrían destruirla con un chasquido de sus dedos. Y al mismo tiempo, se sentía orgulloso de su carácter y su fortaleza, de que no se dejara dominar por nadie, ni siquiera por él mismo.

Miguel guardó silencio un largo segundo. Después entró en la cocina, llenando con su presencia la amplia habitación. A simple vista parecía una persona más. Era alto y fornido, con el pelo del color de la miel formando leves ondas que le cubrían las orejas. Vestía un tejano negro y una camisa de lino del mismo color con el cuello mao. ¡Madre mía, si hasta iba a la moda! Su rostro y su cuerpo eran los de una persona joven; eran sus ojos los que mostraban su edad real.

—Necesito hacer algo antes de seguir hablando. —Su mirada se posó en Kate. Extendió el brazo, ofreciéndole la mano—. ¿Puedo?

William se puso de pie de un salto y la rodeó con su cuerpo.

—Déjala en paz —gruñó.

—No voy a hacerle daño. Nadie va a hacerle daño. Gabriel ya ha sido amonestado por su comportamiento.

—¡Amonestado! —exclamó Adrien; y añadió con la voz cargada de ironía—: Eso suena mal de verdad. ¿Le has obligado a escribir cien veces No volveré a hacerlo? Seguro que así aprende la lección.

Miguel resopló, sin esconder su disgusto. Se acercó a la encimera y tomó un cuchillo. Después se giró hacia Kate y volvió a extender la mano hacia ella.

—Tengo la sospecha de que ni siquiera podré rozar tu piel, pero tengo que asegurarme —le dijo—. Lo intentaré en el brazo, nada más.

William soltó una carcajada sin pizca de gracia.

—¿Qué parte de «si os acercáis a ella os despellejo» es la que no habéis entendido tus hermanos y tú?

—William —replicó Kate—. Por favor, yo también necesito saber qué pasa.

William bajó la mirada hacia ella, aún le temblaban las piernas por el efecto de la adrenalina. Asintió una sola vez y la soltó. Kate se acercó al arcángel y estiró el brazo hacia él. Miguel lo sostuvo por el codo con una mano y con la otra sujetó el cuchillo. Sin más dilación, dejó caer el filo de la hoja sobre su piel. El arma chocó con algo a dos centímetros de su destino. Ejerció presión. Nada, imposible herirla.

—Voy a intentar otra cosa, pero necesito que confíes en mí —pidió. Kate dijo que sí con la cabeza—. Bien.

Miguel soltó el brazo de Kate y, con una velocidad increíble, trató de sujetarla por el cuello con intención de estrangularla. No logró ni siquiera rozarla, sus dedos chocaron contra esa pared invisible que la protegía. Abrió y cerró el puño varias veces, recolocando los huesos en su sitio sin hacer una sola mueca de dolor. Su expresión impasible sacaba a William de quicio. Él, al contrario que el ángel, era un caleidoscopio de emociones. No daba crédito a lo que estaba ocurriendo. Kate era inmune a cualquier ataque. Eso era bueno, más que bueno; pero, por otro lado, le preocupaba mucho el precio de esa defensa.

—¿Has terminado? —preguntó William con malos modos. Atrajo a Kate de nuevo a la protección de sus brazos. Volvía a temblar, asustada, y enterró el rostro en su pecho.

—Deberíamos sentarnos y hablar —sugirió Miguel.

—Es lo primero con sentido que oigo en todo el día —soltó Adrien mientras abandonaba la cocina.

Cuando entraron en la sala, comprobaron con asombro que todos los destrozos habían desaparecido. Nada indicaba que unos minutos antes una explosión de una fuerza desconocida había asolado el mobiliario, las ventanas y había abierto un par de agujeros en las paredes. Kate dejó escapar un suspiro entrecortado. Ver su casa intacta le calentó el pecho y alivió un poco su tristeza. Sin soltar la mano de William, ocupó con él el sofá. Adrien se sentó a su lado, cosa que agradeció. Entre ellos se sentía a salvo y protegida.

Miguel se situó junto a la chimenea, al lado de Rafael; Nathaniel y Meriel estaban afuera, vigilando; y Gabriel contemplaba el jardín desde una de las ventanas, dándoles la espalda de forma intencionada. William lo taladraba con la mirada. Le costaba permanecer quieto cuando lo tenía tan cerca. La idea de atravesarle el pecho con una daga era demasiado tentadora.

—Bien… —empezó a decir Miguel—, solo hay una forma de intentar arreglar este asunto: que seamos sinceros e intentemos ayudar. Así que, necesito que todos colaboremos y que tratemos de entendernos lo mejor posible. No pido que nadie se disculpe ni se arrepienta de nada. Gabriel es el primero que se niega a hacerlo. Cree que ha hecho lo correcto y no se lamenta, pero ha prometido que no os hará daño a ninguno. ¿No es así, hermano?

Gabriel lo miró por encima de su hombro y asintió una sola vez con la barbilla. Su mirada se cruzó con la de Kate y acabó bajando hasta su pecho. Ella se encogió, abrazándose el estómago.

Miguel cruzó los brazos y entornó los ojos con gesto de concentración.

—Creo que es inútil remontarnos al pasado y explicar acontecimientos que en este momento serían irrelevantes, y que no aportarían nada salvo la pérdida de tiempo. Así que voy a limitarme a resumir lo más importante que debéis saber y a mostraros la situación en la que nos encontramos.

Cuando estuvo seguro de que tenía la atención de todo el mundo, comenzó a explicar:

—Existen catorce arcángeles. En este momento, ocho de nosotros se han convertido en Oscuros. Eso quiere decir que han desobedecido las leyes impuestas por nuestro padre y que han abandonado el camino de la rectitud. Consideran que el mundo les pertenece y que el hombre nunca ha merecido un regalo como este, que no merecéis el libre albedrío. Los lidera Lucifer, el más fuerte de todos nosotros. Él siempre ha anhelado poseer cada creación de nuestro padre, superarla. Su mayor deseo es dominar la tierra y hacerse con todas las almas que la habitan. Si habéis leído sobre el Apocalipsis, entonces sabéis a qué me refiero.

»Tras la última batalla que nos enfrentó, y que nosotros ganamos, logré encerrar a Lucifer en lo que conocéis como infierno. Me aseguré de que no pudiera volver a salir de allí de ningún modo. Lo despojé de sus poderes y estudié cada profecía que anunciaba su advenimiento, para crear cadenas y sellos que lo mantuvieran encerrado si estas se cumplían. Y no solo eso, para no correr riesgos, hice algo que iba en contra de mis propios principios, algo prohibido que ni siquiera a mí me está permitido. Pero que aseguraría el encierro de Lucifer de forma permanente.

Evitó mirar a Rafael. Su hermano aún estaba consternado y confuso, enfadado con él por llevar algo así a cabo y haberlo ocultado durante tanto tiempo a sus hermanos.

—Entonces se estableció un acuerdo de honor con el resto de nuestros hermanos —continuó—. Nosotros moraríamos en el cielo y ellos en el infierno. Y el poder del cielo y el infierno lo decidirían los hombres con su libre albedrío. La lucha se libraría en las mentes humanas a través de su voluntad para elegir entre el bien y el mal. El desequilibrio a favor de un bando u otro lo decidiría esa voluntad. El mundo pertenecía a los humanos y no podría ser tomado por ninguno de los dos bandos. No influiríamos en el futuro de la especie y permaneceríamos recluidos en nuestros planos correspondientes. Así que, se levantó un velo insalvable que separara los distintos mundos.

»Pero hubo ciertas concesiones. A los arcángeles y a los caídos de mayor rango se les permitía descender y disfrutar de los placeres y la belleza del mundo, pero únicamente si mantenían su promesa de no intervenir. Se crearon unos portales para permitirles el paso entre planos. Los portales los custodiaban unos guardianes llamados Potestades, ya que siempre había insurgentes, siervos del lado oscuro que incumplían dicha norma y cruzaban para poseer cuerpos y obrar con una maldad absoluta. Ellos los capturaban y devolvían al otro lado; además, se aseguraban de que tanto nosotros como los Oscuros cumpliéramos el acuerdo.

—Ya, muy interesante toda la historia, pero… ¿podrías resumir un poco más e ir directamente a la parte que tiene que ver con Kate? —lo interrumpió William. Se tomó un segundo para frotarse las mejillas. El cansancio estaba haciendo estragos en él.

—No eres nadie para exigirle nada. Cierra la boca —le espetó Gabriel con rabia.

—Gabriel, me has dado tu palabra —le recordó Miguel.

Gabriel apretó los dientes y regresó junto a la ventana. Apoyó la espalda contra la pared y se cruzó de brazos. Miguel fue junto a él y se quedó contemplando el jardín, buscando las palabras adecuadas para que pudieran entenderlo. No sabía cómo hablarles de las almas que había sacrificado para lograr la magia necesaria que encerrara a su hermano. Cómo se había fallado a sí mismo y a todo lo que protegía para lograrlo. Cómo había cometido el mayor de los crímenes. No había modo de explicar algo así.

—Usé una magia antigua y prohibida para crear un hechizo —confesó de golpe—. Aunque todas las profecías se cumplieran, los portales se abrieran y los sellos que impedían su paso se rompieran, mi hermano Lucifer nunca cruzaría hasta aquí. El hechizo rompía el vínculo entre su cuerpo y su alma; por lo que si intentaba cruzar, solo podría hacerlo su cuerpo. El alma quedaría atrás, atrapada en el infierno sin protección. Y sin alma en la tierra, es tan frágil como un niño humano e igual de mortal.

»Creí que había sido más listo que él y que todos los profetas, porque estaba seguro de que mi hermano no se arriesgaría a dejar su bien más preciado a merced de los caídos y sus siervos. Lucifer no confía en nadie y jamás se separaría de su poder. Pero me equivoqué. No supe interpretar vuestra profecía y no vi lo evidente: que en el recipiente adecuado, hasta su alma hechizada podría cruzar a este lado sin ser detectada por ninguno de nosotros y completamente a salvo.

Kate levantó la vista y miró fijamente a Miguel. De repente necesitaba aire, o vomitaría allí mismo. Fue incapaz de moverse, su cuerpo estaba paralizado por un fuerte shock. Era evidente que Marak le había entregado algo, pero…, ¡no podía ser eso! Miguel continuó, sin apartar su mirada de la de ella.

—Él sí lo averiguó, no sé cómo pero lo hizo. Y aguardó a que ese recipiente apareciera. Durante quince años ha esperado a que los portales se abrieran para él, y ahora solo le resta recuperarla para volver a estar completo.

—¿Llevo dentro el alma de Lucifer? —preguntó Kate sin aliento.

—Sí, Gabriel lo ha visto, la has llevado todo este tiempo contigo. Y ahora Lucifer está listo para recuperarla. Pero eso no puede pasar de ningún modo —respondió Miguel sin suavizar la respuesta.

Kate se puso de pie con piernas temblorosas.

—Tenéis que quitármela. No quiero tener esto dentro —pidió con voz entrecortada. Acortó la distancia que la separaba de Miguel—. ¡Quítamela!

—No podemos —dijo Gabriel, incapaz de guardar silencio por más tiempo—. Tienes algún tipo de protección que impide tocarte.

—Lo que impide es que le hagas daño —repuso William atando cabos—. Si Kate muere, tanto su alma como la de él cruzarían al otro lado, ¿no es cierto? Eso es lo que pretendías.

—Sí —admitió sin ningún remordimiento—. Pero es evidente que Lucifer ya lo tenía previsto.

—Tiene que haber alguna forma de sacarla —terció William.

—Hay algo que no entiendo —dijo Adrien—. ¿Por qué nos ayudó Lucifer cuando los nefilim nos atacaron? Si a ella no podían herirla, ¿por qué se arriesgó a que averiguáramos quién era?

La habitación quedó en silencio. Adrien estaba en lo cierto, no tenía sentido.

—Porque no hay ninguna protección —indicó Miguel al cabo de un par de segundos. Miró a Kate fijamente—. ¿Cómo no me he dado cuenta antes? No eres un vampiro corriente. Hay algo de nosotros en ti. ¿Cuál de ellos dos te transformó? —le preguntó con voz ronca y apremiante.

—Fui yo —respondió Adrien.

—¿Por qué lo hiciste?

Adrien dejó que su vista vagara por la habitación. Se pasó una mano por el pelo, nervioso y avergonzado. Había evitado hablar de todas las cosas que se vio obligado a hacer durante los dos años que su madre y su hermana estuvieron secuestradas por Mefisto. Creía que si las ignoraba y fingía que no habían sucedido, acabaría por ser cierto.

—Formaba parte del plan de mi padre. Él sabía que William no me ayudaría a romper la maldición de los vampiros, pero si ella se convertía en uno y corría el riesgo de morir bajo el sol…

—Acabaría por hacerlo —terminó de decir Miguel. Sonrió para sí mismo—. Siempre ha sido el más inteligente, además del mejor estratega. Convertirla no solo sirvió para que se rompiera la maldición, su muerte cumplió otro punto de la profecía. Dos veces marchita. Ese día murió por segunda vez. —De repente se echó a reír con fuertes carcajadas que resonaron por toda la sala. Se sentó en el sofá y se repantigó con los brazos estirados sobre el respaldo—. Y no solo eso. Te transformó un híbrido, así que, no solo has adquirido los poderes de un vampiro; por lo que veo, también los de un ángel. Lucifer no tiene nada que ver en esto.

Kate no lograba entender a dónde quería ir a parar el arcángel. Buscó a William con la mirada. Él la observaba como si fuera una extraña y la estuviera viendo por primera vez. Entonces recordó algo que Marak le había dicho durante su encuentro en la biblioteca; y a lo que William y Adrien también se habían referido en alguna ocasión: «Tú no eres un vampiro corriente. Te convirtió un semiángel y la sangre de otro te alimenta. Querida, tú también eres única en tu especie. Otro milagro de la evolución. ¡Quién sabe qué cosas podrás hacer!». Kate emitió un sonido estrangulado de angustia, haciendo que William maldijera entre dientes. Se acercó a ella, la atrajo contra sí y le rozó el cabello con la boca.

—Se protege a sí misma. No sé cómo lo está haciendo, pero ese campo de fuerza lo está creando ella de forma inconsciente al sentirse amenazada —explicó Miguel sin dejar de reír.

Gabriel se lo quedó mirando con los dientes apretados. Era raro ver reír a Miguel, y mucho más por un tema que no tenía nada de divertido.

—Me alegro de que te resulte tan entretenido, ¡porque yo no le veo la gracia! —En su voz vibraba el eco de la cólera.

—¡Porque no la tiene! —gritó Miguel perdiendo la sonrisa. Una capa de hielo se extendió por su pecho; fría, rígida y letal.

—Bien, ¿qué hacemos? —preguntó Adrien.

—¿Hacemos? —replicó Gabriel con tono mordaz—. Vosotros no vais a hacer nada, estáis fuera de esto, ya no sois relevantes. Ella vendrá con nosotros hasta que encontremos la solución.

William se movió en un visto y no visto. Empujó a Kate a los brazos de Adrien y, sin tiempo a que nadie pudiera detenerlo, se abalanzó sobre Gabriel y lo agarró por el cuello.

—Kate no se moverá de aquí y tú no te acercarás a ella —farfulló entre dientes mientras lo aplastaba contra la pared. Su imagen en absoluto era inofensiva, era la de un depredador, hábil, alerta y peligroso como ninguno.

Gabriel lo sujetó por la muñeca e intentó liberarse del agarre, pero William no estaba dispuesto a ceder. Rafael ni siquiera se movió, se había propuesto quedarse al margen de todo y pensaba cumplirlo aunque su hermano y el híbrido volvieran a las manos. Miguel, lejos de intervenir, soltó un suspiro y posó sus ojos en Kate. La voz de Amatiel se coló en su mente con un aviso.

«Deja que se acerque y que no os vea», le ordenó Miguel.

William soltó a Gabriel y se giró hacia la puerta, justo cuando esta se abría y Shane entraba como alma que lleva el diablo.

—Algo ocurre en el pueblo —dijo con la voz entrecortada por el esfuerzo.

Sus ojos se abrieron como platos al ver a Gabriel, Rafael y Miguel. Todos sus instintos reaccionaron y sus ojos destellaron adquiriendo el color de ámbar. La bestia se agitó en su interior, gruñendo como loca. Al primero ya lo conocía y sabía cómo las gastaba.

—¿Qué está pasando? —preguntó William.

—Algunas personas se están comportando de un modo extraño. La policía ha establecido controles en los accesos al pueblo y nadie puede entrar ni salir. Aseguran que se han detectados casos de gente enferma por una infección desconocida. Keyla dice que nada de eso es cierto, que en el hospital no han declarado ninguna alerta —respondió.

Gabriel y Miguel cruzaron una mirada. William supo que volvían a hablar en privado y, por sus expresiones, era importante y nada bueno.

—Demasiado tarde, saben que estamos aquí. Están preparados y han movido primero —dijo Rafael con voz ronca.