Adrien y William se giraron hacia la casa, un segundo antes de que el grito de Kate restallara como un látigo en sus oídos. Lo habían sentido en la piel, en cada célula del cuerpo. Una energía que los atraía como un imán a una pieza de hierro. Se lanzaron hacia la escalera y penetraron en la casa.
Durante un instante, se quedaron inmóviles contemplando a los seis arcángeles que había en el salón. La imagen parecía sacada de un…, ni idea, nunca habían visto nada igual. Kate les plantaba cara con un atizador y la mirada encendida. Aquello los impactó aún más. Sabían que era valiente, pero no tan inconsciente como para enfrentarse a los seres más poderosos del mundo ella sola.
Miguel movió una mano y el atizador se deshizo en una cascada de polvo, que acabo en un montoncito en el suelo.
—Eso no es necesario —dijo con tranquilidad. Ladeó la cabeza y miró a William y a Adrien—. ¿Son ellos?
—Ellos son —confirmó Gabriel. Vestía de negro al igual que sus hermanos.
Miguel los contempló. Evaluándolos. Se detuvo en William.
—Te pareces a ella. Aunque no has heredado sus ojos.
—¿Quién eres? —preguntó William con un tono poco amistoso.
Rafael dio un paso adelante y su larga melena castaña se agitó con vida propia.
—Habla con respeto, abominación —le espetó con un atisbo de cólera en la mirada.
—¿He dicho alguna vez que no me gusta que me insulten? —intervino Adrien. Una sonrisita mordaz le curvaba los labios mientras le daba vueltas a una daga en la palma de la mano. Giraba como una peonza, destellando bajo la luz.
Rafael gruñó y alzó una mano en la que se formó una esfera de energía.
Miguel lo detuvo con un gesto.
—No hay duda de quién es tu padre —dijo el arcángel—. Compartes con él algo más que el aspecto, tenéis el mismo carácter. Bastante molesto, por cierto.
Adrien apretó los dientes. Ese tipo de comparaciones provocaba que hiciera estupideces, como lanzarse contra aquel cretino y arrancarle la lengua. William debió adivinar sus intenciones, porque le pidió a través del vínculo que compartían que no hiciera ninguna tontería. No tenían posibilidad de medirse con ellos.
—Mi nombre es Miguel —informó, respondiendo así a la pregunta de William—. Y ellos son mis hermanos: Gabriel, Rafael, Amatiel, Nathaniel y Meriel.
—¿Y qué queréis? —preguntó Adrien.
—Buscamos a Lucifer —respondió Miguel.
William se encogió de hombros, fingiendo una indiferencia que no sentía. Que los arcángeles estuvieran allí no era bueno, nada bueno. Una prueba más de que algo muy grande estaba pasando; y su instinto le decía que todo tenía que ver con la profecía. Su mente trabajaba a toda prisa buscando salidas. Los arcángeles no debían averiguar nada sobre Salma; y, menos aún, sobre la posible conexión que unía a Kate con Lucifer.
—Pues habéis venido al sitio equivocado. No está aquí. Hace días que no vemos su estúpida sonrisa —respondió Adrien.
—¡Entonces, es cierto, está aquí entre los humanos! —fue Nathaniel el que habló esta vez.
William asintió sin dejar de observar a Gabriel, el arcángel no apartaba sus ojos de Kate. La estudiaba como si fuera un espécimen al que estuviera diseccionando. No le gustaba ese repentino interés; aunque recordaba que ella ya había llamado su atención meses atrás, cuando la conoció junto al arroyo.
—Dices que lo habéis visto —terció Miguel.
—Sí, lleva un tiempo por aquí. Se pasó a saludar, trajo tarta de manzana…, ya sabes, esas cosas que suelen hacer los nuevos vecinos —bromeó Adrien—. Pero hace una semana que no lo vemos.
Miguel sacudió la cabeza, pensando.
—¿Sabéis el motivo que lo trajo hasta aquí? ¿Os pidió algo, os dijo algo? —Cada palabra que pronunciaba, por muy tranquila que fuese dicha, sonaba como una amenaza.
—No —respondió Adrien—. Comentó algo sobre la genética familiar. Parece que coincide contigo en lo mucho que comparto con mi padre. —Sonrió, dejando a la vista sus colmillos—. Yo creo que no nos parecemos en nada.
Miguel le sostuvo la mirada durante unos eternos segundos.
—¿Insinúas que vino hasta vuestra casa para darse la vuelta y marcharse sin más? Mentir es pecado —dijo con un suspiro.
—No está mintiendo —intervino Kate. Lo miraba como si estuviera dispuesta a arrancarle los brazos si intentaba algo contra alguno de ellos—. No nos dijo nada ni nos pidió nada. Vino a ayudarnos.
—¿A ayudaros? —preguntó Meriel con un tono a medio camino entre el desdén y la sorpresa.
—Un grupo de nefilim nos atacó. Eran demasiados y nos habrían ejecutado si él no hubiera intervenido —explicó Adrien, atrayendo de nuevo la atención sobre él. Se movió de forma que Kate quedó unos pasos por detrás, entre William y él.
Miguel y Gabriel cruzaron una mirada elocuente. Por el tiempo que pasaron en silencio, sin apartar la vista el uno del otro, William sospechó que se estaban comunicando del mismo modo que Adrien y él utilizaban. Su instinto le dijo que aquel medio era seguro y que solo involucraba al emisor y al receptor al que iba dirigido el mensaje.
«Si la situación se complica…», dijo William.
«Sacar a Kate de aquí es la prioridad, lo sé», terminó de decir Adrien.
—Así que vino a protegeros —musitó Miguel para sí mismo. Su mirada plateada se clavó en William con una intensidad que resultaba incómoda—. ¿Y a ti te dijo algo?
—No —respondió William sin perder de vista a Gabriel. El arcángel solo tenía ojos para Kate—. Yo ni siquiera estaba aquí, me encontraba a miles de kilómetros.
—Miente —masculló Nathaniel con desprecio.
—¿Y por qué iba a mentir? —preguntó William, levantando la barbilla con un gesto desafiante.
—Ayudáis al bando equivocado —lo reprendió Rafael.
—Para mí no hay bandos salvo el mío; y ni Lucifer ni vosotros estáis en él —escupió William.
—Eso simplifica nuestra presencia aquí —replicó Rafael. Una espada apareció en su mano mientras daba un paso hacia William.
—Ni se te ocurra acercarte a él —gruñó Kate con los puños apretados.
William giró la cabeza hacia ella sin poder creer que hubiera dicho aquello. Una parte de él se sintió orgulloso de que se lanzara a defenderlo de ese modo; otra se estremecía de miedo porque hubiera tenido el valor de amenazar al arcángel. «No los provoques e intenta salir de aquí», coló el pensamiento en su mente con demasiada desesperación, y ella no estaba preparada.
Kate dio un respingo y se llevó la mano a la cabeza. Su pecho comenzó a palpitar con fuerza y la temperatura de su cuerpo a subir.
—¿Lo notas? —preguntó Gabriel, que hasta entonces había permanecido en silencio.
—Sí —respondió Miguel.
—Proviene de ella.
Gabriel hizo el intento de acercarse a Kate. William y Adrien se movieron como perfectas máquinas sincronizadas, interponiéndose como un muro entre ellos.
—Déjala en paz —gruñó William.
Gabriel clavó sus ojos en él, fríos e inhumanos, desprovistos de cualquier emoción salvo ira.
—¿De verdad quieres un enfrentamiento entre nosotros? Seis hijos de Dios contra dos abominaciones como vosotros. Podría reducirte a cenizas ahora mismo —soltó con desdén, esforzándose por mantener el control sobre sí mismo y no convertirlo en ascuas.
William acercó su rostro al de él.
—No-te-acerques-a-ella —remarcó cada palabra sin parpadear.
Su cuerpo se iluminó con un leve resplandor, y sus iris se transformaron adoptando el mismo aspecto que el de los arcángeles. Sintió el poder de Gabriel golpeándolo, rodeándolo. Bloqueó cada intento sin apenas esfuerzo.
El ángel dejó de intentarlo, sorprendido a la par que molesto. El híbrido se había hecho mucho más fuerte que la última vez que midieron sus fuerzas.
—No quiero hacerle daño.
—No confío en ti —dijo William.
—Desprende una energía extraña. Necesito saber qué es.
—No —replicó William categórico.
—Esa fuerza que desprende no es suya y la está consumiendo. ¿Y si resulta que puedo ayudarla?
—Y a qué precio sería eso —gruñó William desde lo más profundo de su garganta. No se fiaba de él ni de nadie; a veces, ni de sí mismo.
—Depende de lo que encuentre —respondió Gabriel con su habitual tonito engreído.
Kate no aguantó callada por más tiempo. Al fin y al cabo, era de ella de quien estaban hablando.
—¿Qué tendrías que hacer para saber qué me ocurre? —preguntó.
Gabriel la miró de arriba abajo.
—Tocarte. Posaré mis manos en tu cabeza y escucharé, nada más.
—Kate, no lo hagas —dijo William.
—Tengo que saberlo —suplicó con un susurro.
—Puedo averiguar qué es —indicó Gabriel.
Kate le sostuvo la mirada, vacilante, con los puños apretados para disimular el temblor de sus manos. En su mente, William no dejaba de gritarle que no lo hiciera. Le pedía que saliera de allí a toda prisa y que no dejara de correr. Pero Kate no podía hacerlo, sabía que algo no estaba bien dentro de ella y necesitaba saber qué era y si había alguna posibilidad de sacárselo.
—Está bien —aceptó al fin.
—Si le haces daño, me haré una almohada de plumas con tus alas —le susurró Adrien cuando pasó por su lado.
Gabriel se paró delante de Kate. Alzó las manos y las posó a ambos lados de su cabeza. Sus dedos lanzaban pequeñas descargas que le electrizaban la piel. Kate cerró los ojos y apretó los párpados con fuerza. Una vez que ella dejó de estar a la defensiva, derribar los muros de su mente fue sencillo. Su voluntad penetró en ella como la hoja caliente de un cuchillo lo haría en un trozo de mantequilla. Notaba la extraña energía que encerraba su frágil cuerpo, pero no lograba encontrar el origen; de hecho, se había replegado hasta casi desaparecer.
Exploró su mente. Pasó entre sus recuerdos y sus pensamientos con rapidez, descartando lo irrelevante. Volvió a percibir lo que aquel día de verano: su alma tenía una marca, la marca que recibían los que regresaban de la muerte, y solo regresaban aquellos que una voluntad divina decidía. No le habían permitido cruzar.
Empezó a ponerse nervioso. «Si quieres esconder algo, déjalo a la vista, así nadie lo verá», pensó. Aceleró la exploración y retrocedió en la vida de la chica. Se detuvo en un punto oscuro, bloqueado. Intentó penetrar en el agujero, pero una barrera invisible frenaba todas sus tentativas. Lo intentó con más fuerza. La vampira gimió entre sus manos y su fuerza vital disminuyó. Empujó de nuevo, tensando la barrera hasta que notó que esta cedía. Cayó de golpe dentro del agujero.
Miró hacia arriba, intentando distinguir quién era aquella sombra que le sostenía la mano. Parpadeó varias veces, pero no logró verla con claridad. Una sensación de calidez se fue extendiendo por sus miembros y poco a poco dejó de sentir frío. Miró hacia atrás y vio luces de colores iluminando los árboles, y cómo unos hombres sacaban su cuerpo del agua y lo depositaban sobre la hierba. Sintió miedo, pero la sombra le apretó la mano y su contacto la tranquilizó.
—Ven conmigo —dijo la sombra.
Se dejó llevar por ella y se adentraron en la niebla. Caminaron cogidos de la mano sobre un manto de hierba blanca que su fundía en el horizonte con la bruma. Comenzó ha disiparse y entonces los vio: sus padres estaban al otro lado de un río de aguas también blancas. Tras ellos, un túnel brillante se abrió y una necesidad extraña de cruzar al otro lado se apoderó de ella. Quiso ir con ellos, pero aquel ser la sujetó con fuerza mientras negaba con la cabeza.
—Quiero ir allí —lloriqueó como la niña pequeña que era.
La sombra se convirtió en un hombre. Se agachó frente a ella y pudo ver su rostro traslúcido. Era hermoso, con unos ojos oscuros salpicados de plata. Su pelo tenía un color indefinido, unos cabellos eran tan rubios que casi parecían blancos y otros tenían el tono de la noche oscura. Su sonrisa era perfecta y tranquilizadora.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó.
—Me llamo Kate.
—Hola, Kate. Tienes un nombre precioso. ¿Cuántos años tienes?
—Casi cuatro —respondió entre hipidos, sin dejar de lanzar miradas al otro lado del río donde se encontraban sus padres—. Quiero ir con ellos —suplicó, temblando de arriba abajo.
El hombre sacudió la cabeza y le acarició la mejilla.
—Kate, eso no es posible. Debes volver a casa —le dijo. Ella rechazó la idea, moviendo la cabeza de forma compulsiva—. Confía en mí. Todos acabáis aquí antes o después. Unos cogen un camino y otros… —dejó la frase suspendida en el aire—. Volverás aquí, con ellos, pero otro día, dentro de mucho tiempo. Ahora debes volver a casa.
—¿Tú vendrás conmigo? Mis papás dicen que no debo ir sola a ninguna parte.
—Me encantaría, pero no puedo. —Le guiñó un ojo—. Estoy castigado, mis hermanos mayores son un poco gruñones y no les gusta que me divierta. ¿Tú tienes hermanos mayores?
Kate sacudió la cabeza.
—Se llama Jane, y a ella tampoco le gusta que me divierta —confesó con una leve sonrisa.
El hombre se echó a reír y la rodeó con su brazo de forma cariñosa.
—Mi dulce niña. Sabía que eras especial, pero no que lo fueras tanto. Eres un rayo de luz en un mundo que se muere. Cuando supe de ti no quise creerlo, pero aquí estás, y la espera ha merecido la pena. —Le acarició el rostro—. Tienes que volver.
—No puedo. Quiero quedarme aquí, con mis padres y contigo —insistió, testaruda—. Ahora soy como tú, ¿ves? —Miró su mano traslúcida entre los dedos de él.
—Mi hermosa niña, no puedes permanecer aquí, necesito que regreses.
Kate se negó de nuevo con el rostro bañado por unas lágrimas tan etéreas como su piel.
—Regresa a casa, pequeña. Tienes mucho que vivir, amigos que conocer. La vida es hermosa. Conocerás el amor y otras cosas igual de maravillosas. Además, necesito que me hagas un favor, necesito que cuides de alguien por mí —le dijo mientras le mostraba la palma de la mano hacia arriba. De ella brotó una mariposa dorada que agitó sus alas lanzando destellos—. Mírala bien, ¿notas su energía?
Kate asintió y sonrió al ver cómo el insecto levantaba el vuelo y revoloteaba a su alrededor. Era la cosa más bonita que había visto nunca. Se echó a reír cuando se acercó tanto que le acarició con sus alas de terciopelo la punta de la nariz, haciéndole cosquillas
—¿Lo harás? ¿Cuidarás de ella por mí? —volvió a preguntar él.
—Lo haré.
Él sonrió de oreja a oreja y la besó en la frente.
—Bien, porque solo alguien especial puede cuidar de ella, alguien tan puro como para mantenerla a salvo de aquellos que quieren destruirla —le susurró con los labios acariciando su piel—. Ahora, vuelve.
Con una mano en la espalda la empujó hacia la niebla.
—No se ve nada —dijo Kate sin estar muy segura.
—El camino está ahí, solo tienes que avanzar.
—¿Volveré a verte?
—Nos veremos dentro de un tiempo. Te lo prometo —dijo el hombre.
Gabriel rompió el contacto con Kate.
Ella, aturdida, abrió los párpados. Su mente aletargada despertaba lentamente; y de golpe lo recordó todo. Ahora entendía por qué tenía esa sensación de familiaridad hacia Marak. Ya se habían visto antes. Una parte de ella se agitó con un sentimiento extraño. La noche del accidente en el que murieron sus padres, ella no solo resultó herida, sino que también perdió la vida; y él se la devolvió y la trajo de vuelta con un único motivo.
De repente, todo cobró sentido. «Y el alma más pura, aquella dos veces nacida, dos veces marchita, completará el ciclo restituyendo con un sacrificio lo que una vez le fue concedido», pensó en el pasaje de la profecía. Ella había nacido dos veces: una como humana y otra como vampira. También había muerto en dos ocasiones: la noche del accidente y cuando Adrien la convirtió; aquel día murió para renacer como lo que ahora era.
Sus ojos se encontraron con los de Gabriel. No tuvo tiempo de moverse. Una espada apareció en la mano del arcángel y la descargó sobre ella con un rugido de furia en menos tiempo de lo que dura un latido. La hoja chocó contra un campo de fuerza invisible y el impacto sonó como una explosión. Aquella coraza etérea que protegía a Kate absorbió el golpe y lo devolvió multiplicado, generó una onda expansiva que los estrelló a todos contra las paredes y reventó los cristales.
William sintió cómo crujían todos sus huesos al impactar contra la pared. Rebotó y cayó al suelo. Sus retinas habían captado toda la secuencia y su cerebro las procesó sin dar crédito a lo que acababa de ver. Buscó a Kate con el corazón en un puño. Estaba de pie, en medio de la sala, sin un solo rasguño. Al contrario que la habitación, por la que parecía que acababa de pasearse un tornado.
Sus ojos volaron al otro lado de la sala, Gabriel se estaba poniendo de pie y miraba a Kate con una mezcla de horror y sorpresa. Crack. El muro que contenía su violencia se rompió y un poder como jamás había sentido lo llenó por completo. Una fría explosión de furia surgió de su interior. La temperatura bajó de golpe al menos veinte grados.
Se lanzó a por el arcángel, con el aire a su alrededor cargado de venganza y una promesa de muerte. Se movió tan rápido que ningún ojo pudo seguirlo. Embistió a Gabriel como lo haría un tren de mercancías sin control y atravesaron la pared. Rodaron por la hierba, atizándose. Se empujaron y golpearon, chocando contra la casa, los árboles y los vehículos aparcados, destrozando todo lo que encontraban a su paso.
Gabriel giró sobre sus talones y golpeó a William en la espalda con el codo. Con un giro feroz, William evitó caer, logró agarrar al arcángel y lo arrojó por los aires como si fuera un frisbee. Rafael se movió para ayudar a su hermano, pero Miguel lo contuvo con una mano.
—No nos habías dicho que fueran tan fuertes —le recriminó Rafael.
—Desconocía su poder —aseguró Miguel, igual de sorprendido. Gabriel era el más fuerte de todos ellos, junto con él, y el hijo de Aileen lo igualaba en poder. Asombroso al igual que peligroso.
—Se han descontrolado —les hizo notar Meriel—. Hay que pararlos antes de que se maten entre sí.
Miguel apretó los dientes y cerró los ojos un segundo. Una nube negra surgió de la nada y descargó un rayo que se dividió en dos, alcanzando a Gabriel y a William al mismo tiempo. El crujido del impacto reverberó en cada rincón de Heaven Falls. Días después, la gente aún hablaría de la explosión que se había sentido a varios kilómetros a la redonda. Ambos cayeron al suelo de rodillas, envueltos en una nube de vapor. William tuvo que apoyar un puño en la tierra para sostenerse erguido. Gabriel se sentó sobre los talones sin dejar de mirar a William, aún con ganas de saltarle encima y destrozarlo.
—Basta —dijo Miguel con un tono de voz tan firme y autoritario que nadie se atrevió a rechistar.
Incluso William se contuvo y permaneció donde estaba. Ni siquiera sabía si podría moverse si lo intentaba. Estaba destrozado, y nunca le había dolido el cuerpo como le dolía en aquel momento.
La nube empezó a descargar una fina llovizna, que los empapó de inmediato, aunque ninguno pareció notarlo. Estaba agotados, llenos de heridas y destilando un odio profundo por cada poro de su piel. De reojo, William vio a Kate en el hueco de la ventana, estaba perfectamente sana. Aún no podía creerlo, debería estar… partida en dos. Pero la espada había rebotado en ella como si su cuerpo fuera duro como un diamante.
—Vuelve a intentar algo parecido y te arrancaré la piel de los huesos con mis propias manos —gruñó William mientras se levantaba con esfuerzo. Se irguió por completo, sin pasar por alto que se sentía distinto. Algo había cambiado en su interior. Miró a Gabriel desde arriba—. Y sabes que puedo hacerlo.