3

Diez minutos después, William abandonaba la cabaña con una extraña sensación de alivio. Ariadna había aceptado sin dudar, a pesar de que él apenas le había dado información sobre lo que se esperaba de ella y de Adrien. Por seguridad, no podía decirles nada hasta que todo estuviera dispuesto.

Miró la hora en su reloj, rezando para que Kate aún continuara en la bañera. Se desmaterializó y segundos después tomó forma a pocos metros de la casa. Sacó su teléfono móvil del bolsillo y llamó a su hermano.

—Hecho. Asistirán y harán cuanto les pida. Prepáralo todo —informó cuando la voz grave de Robert respondió al otro lado.

—Será dentro de tres días. Padre está enviando en este momento misivas a todos los miembros del Consejo.

William se estremeció y el estómago le dio un vuelco. Infinidad de emociones cruzaron por sus ojos.

—¿Solo tres días? —preguntó algo ansioso.

—No hay tiempo que perder. Sé que querías estos días para pasarlos con Kate, sobre todo en estos momentos, pero…

William suspiró, cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás. El teléfono crujió entre sus dedos y los aflojó un poco.

—Tranquilo. No pasa nada. Con un poco de suerte saldremos de esta y tendré toda la eternidad para compensarla.

Hubo una larga pausa al otro lado del teléfono.

—¿Cuándo se lo vas a decir? —preguntó Robert.

—No sé cómo decírselo—susurró—. Joder, ¿cómo voy a decirle que es posible que estos días sean los últimos que pasemos juntos? ¿Cómo voy a mirarla a los ojos y a decirle que estoy poniendo en peligro a todos los que significan algo para ella en este momento? Acaba de perder a su abuela. Mantener el contacto con su hermana ya no es prudente…

—Will, debes decírselo. Tiene derecho a saberlo y, sobre todo, a prepararse para despedirse. Llevo mucho tiempo en este mundo. He sobrevivido a una esposa, a muchas amantes y a mi propia madre. Sé lo importante que es despedirse.

Los ojos de William brillaron y su cuerpo se iluminó con un tenue resplandor. Notaba el estómago revuelto. Levantó la mirada al cielo, sin importarle si desde allí arriba alguien podía ofenderse por el odio que sentía.

—Quizás sea yo el que no está preparado para despedirse —dijo con voz áspera.

—¡William! —lo llamó Kate desde el interior de la casa.

—Tengo que colgar, Robert. Envía a unos guerreros para que acompañen a Adrien y a su familia hasta Roma. Y que Cyrus esté aquí a primera hora de la mañana.

Colgó el teléfono. Se sacudió, incómodo, y miró al suelo.

Entró en la casa y fue hasta el dormitorio. Encontró a Kate frente al armario, enfundándose en un vestido rojo. La contempló desde la puerta. Su piel era pálida y tersa; su rostro hermoso y delicado; y su cuello largo y esbelto. «Perfecta» no la definía, era mucho más que eso. Su mirada la recorrió de arriba abajo. Fue descendiendo por la espalda hasta las caderas ceñidas por la fina tela, y su cuerpo se agitó. Sus ojos brillaban de nuevo, casi deslumbraban. Jamás pensó que podría desear a alguien tanto como la deseaba a ella. La necesitaba de un modo que rayaba la locura.

Kate se sobresaltó al notar a William pegándose a su espalda.

—¡Dios, me has dado un susto de muerte! —protestó.

Kate intentó darse la vuelta, pero él no la dejó. Las manos del vampiro le recorrieron los costados en un lánguido descenso hasta sus muslos. Tenían un tacto lento y deliberado. Agarró el borde del vestido y, con la misma lentitud, lo fue enrollando en torno a sus caderas mientras con los dedos le acariciaba la piel. Tragó saliva y cerró los ojos cuando él escondió el rostro en su cuello, rozándole la piel con la nariz.

—Creía que querías salir a cazar esta noche —susurró ella.

—Ya estoy cazando —le dijo al oído.

Kate se estremeció. Él le sacó el vestido y le acarició el estómago hasta el pecho. Se separó de ella una décima de segundo y de nuevo volvió a sentirlo; se había quitado la camiseta. Notar su piel desnuda contra la de ella borró cualquier otra protesta. Se dejó acariciar sin mover un solo músculo, aunque se moría de ganas de tocarlo. Como si hubiera leído sus pensamientos, William la giró hacia él y sus miradas se encontraron. Se quedó sin habla. Sus ojos parecían de plata fundida, calientes y brillantes mientras examinaban su piel desnuda como si la estuvieran viendo por primera vez.

—Me enseñaste que no se debe jugar con la presa. Sufren mucho —dijo Kate.

William sonrió, y un leve gemido escapó de su garganta cuando Kate se apretó contra él y comenzó a desabrocharle los pantalones.

—¿Y si dejo que la presa juegue conmigo? —preguntó sin aliento.

Ella le dedicó una mirada coqueta que lo aflojó por completo. No podía renunciar a tenerla de aquel modo. ¡Que el mundo entero se fuera al infierno! La tomó en brazos y se sentó en la cama con ella a horcajadas sobre sus caderas. La besó como si estuviera muerto de sed. Entonces, los labios de Kate se volvieron más impacientes, exigentes. La hizo girar y se abalanzó sobre ella perdiendo el control por completo. La poca ropa que los separaba desapareció hecha jirones.

Kate agradeció que no necesitara respirar. William no parecía dispuesto a abandonar sus labios mientras le separaba las rodillas con las piernas. Había algo distinto en él, podía percibirlo. Sentía una extraña desesperación en sus caricias, en la forma en la que le clavaba los dedos en la piel y su lengua se abría paso en el interior de su boca. Dejó de pensar y se abandonó a la maravillosa sensación ardiente que le provocaba el movimiento de su cuerpo contra el suyo. Todos sus sentidos estaban colmados por él. Abrió los ojos y su mirada sobre ella la deshizo en mil pedazos.

—¡Creído! —exclamó William. Tumbado boca abajo en la cama, trató de darse la vuelta, pero Kate se lo impidió sujetándolo por los hombros—. ¡Creído! —repitió.

—Lo eres. Eres un vanidoso —dijo ella trazando la longitud de su columna con un dedo—. Aunque admito que tienes motivos, así que… ¡Es un defecto bastante atractivo! —puntualizó mientras le daba un azote en el trasero.

William se echó a reír. Un brillo malévolo apareció en sus ojos.

—Sabes que este juego ha sido idea tuya y que después me toca a mí, ¿verdad?

Kate arrugó la nariz y le dedicó un mohín. Sentada a horcajadas sobre sus piernas, se inclinó sobre él.

—Vale, a ver si adivinas esta.

Comenzó a trazar las letras sobre la espalda del vampiro. Lo hizo de un modo lento y deliberado, disfrutando del torbellino de sensaciones que le provocaba sentir su piel, y del modo que él reaccionaba a su contacto. Afuera empezó a llover y el olor a tierra mojada inundó el ambiente. En apenas un par de segundos, la lluvia arreció hasta convertirse en un aguacero. Kate dibujó la última letra y una sonrisita frunció sus labios.

Él se quedó en silencio, inmóvil. Muy despacio, ladeó la cabeza buscando su mirada y varios mechones de pelo sedoso se le deslizaron sobre la frente. En sus ojos brillaba una advertencia y en su sonrisa había peligro. De repente, se desvaneció.

Kate cayó de bruces contra las sábanas y, antes de que pudiera darse cuenta de qué ocurría, unos brazos le rodearon las caderas y le dieron la vuelta arrastrándola hacia abajo.

—¿Arrogante? —preguntó él a solo unos centímetros de su cara—. Hasta ahora has dicho que soy controlador, insufrible, creído y arrogante.

Kate apretó los labios para no reír a carcajadas. Intentó apartarlo con las manos, pero él fue más rápido y le sujetó los brazos por encima de la cabeza.

—También iba a decir que eres muy sexy, pero no me has dado tiempo.

—Ya… No creas ni por un momento que vas arreglarlo tan fácilmente. —A medida que se inclinaba sobre ella su voz se tornó más grave. Kate enlazó las piernas a su cintura y entornó los ojos—. Vas a necesitar mucho más que eso… —Ella se humedeció los labios con la lengua. El vampiro tragó saliva—. Mucho más…

El teléfono de William vibró en la mesita y la pantalla se iluminó con un mensaje. Un rápido vistazo le bastó para ver que se trataba de Cyrus. Sus ojos volaron hasta la ventana. El cielo cubierto de nubes negras y las sombras en las que se hallaba sumido el paisaje habían engañado a sus sentidos. Hacía rato que había amanecido. El deseo y la diversión desaparecieron de sus ojos, y ahora brillaban inquietos y con un atisbo de culpabilidad. Miró a Kate.

—¿Qué pasa? ¿Quién es? —preguntó ella.

—Cyrus. Está afuera —anunció con un tono demasiado seco—. Vístete y recoge tus cosas. Tenemos que irnos.

—¡¿Qué?! ¡Creía que nos quedaríamos aquí toda la semana! —exclamó Kate.

William sacó ropa limpia del armario y comenzó a vestirse.

—Lo sé, yo también. Pero ha surgido algo y debemos viajar hasta Roma.

—¿Roma? ¿Y… y cuándo te has enterado de eso? —inquirió Kate. Envolvió su cuerpo desnudo con la sábana y se acercó a él buscando su mirada esquiva.

—Anoche…

Kate arqueó las cejas, sorprendida.

—¿Anoche? ¿Y no me lo dijiste?

Frunció los labios con disgusto, preguntándose qué demonios estaba pensando y a qué venía aquel repentino viaje. Dio media vuelta y se dirigió al armario. Dejó caer la sábana y se quedó desnuda mientras miraba la ropa que colgaba de las perchas.

—Iba a decírtelo, pero me distraje con otras cosas… —replicó William contemplando de arriba abajo su cuerpo.

Ella lo miró por encima del hombro y le dedicó una sonrisa irónica sin pizca de humor.

—Pues deja de distraerte y explícame qué pasa —le espetó.

William sonrió y sacudió la cabeza. Desde que Kate se había convertido en vampira todo en ella se había magnificado, incluido su carácter. Un carácter fuerte e impulsivo que no lo dejaba indiferente. Se puso de pie y se acercó a ella. Le recogió su larga melena sobre el hombro y le besó el cuello.

—Lo siento, ¿vale? Debí decírtelo. Te prometo que iba a hacerlo cuando regresé después de hablar con Duncan. Para eso me llamó. —Otra mentira y ni siquiera le tembló la voz. Muy despacio le subió la cremallera del vestido y depositó otro beso en su hombro. La estrechó contra su pecho—. ¿Qué culpa tengo yo de que causes ese efecto en mí? Logras que me olvide de todo y que no piense en otra cosa —susurró mientras con las manos trazaba el contorno de su cintura.

Kate se relajó entre sus brazos, se giró y lo miró a los ojos. Sonrió, iluminando las sombras de su corazón; otra cosa que solo ella lograba. ¡Maldita sea, cuando supiera la verdad iba a odiarlo! Ella levantó la mano y recorrió su mejilla con los dedos. William ladeó la cabeza y apretó los labios contra la palma de su mano.

—Yo tampoco pienso en otra cosa —susurró Kate—. Menos cuando sé que Cyrus está al otro lado de la puerta escuchando todo lo que decimos. —Una sonrisa indulgente y perezosa se extendió por la cara de William. Se encogió de hombros, como si ese detalle no le supusiera un problema. Kate puso los ojos en blanco y suspiró—. ¿Por qué vamos a Roma?

Él apretó los labios, formando una fina línea recta.

—Mi padre ha convocado al Consejo. Hay temas importantes que tratar y que no pueden esperar. Los renegados son un peligro cada vez mayor y no podemos quedarnos de brazos cruzados.

—¿Y por qué en Roma? ¿Por qué no en Blackhill House como la última vez?

—Porque esta vez estarán presentes los Arcanos —respondió William. Un estremecimiento le recorrió el cuerpo al pronunciar su nombre.

—¿Y quiénes son los Arcanos?

William se apartó y la miró de reojo mientras se agachaba para recoger del suelo la ropa que habían dejado tirada la noche anterior.

—Son una especie de maestros, algo así como guías espirituales. Atesoran toda nuestra historia desde el principio de los tiempos y mantienen vivas nuestras tradiciones y ritos. Lilith los creó para que cuidaran de sus hijos, de su legado e historia, aunque nadie sabe exactamente qué son. Desde luego, no son solo vampiros. Son muy poderosos y tienen dones. Pueden ver dentro de la mente de un hombre como el que mira a través de un cristal.

—No me gusta la idea de que alguien pueda mirar dentro de mi cabeza.

—A mí tampoco —dijo William a media voz.

Su piel comenzó a resplandecer y de su mano saltaron pequeñas chispas. Apretó los dientes y cerró el puño con fuerza para hacerlas desaparecer. ¿Qué harían los Arcanos cuando miraran dentro de él y supieran que era mucho más que un vampiro? ¿Qué dirían cuando averiguaran que era un mestizo, una abominación para su raza que los había traicionado porque amaba demasiado a una mujer? Si se negaban a celebrar el rito, sus planes se vendrían abajo y las opciones se reducirían hasta desaparecer en un único camino: el del caos.

Kate le acarició la espalda.

—¿Estás bien? Porque si alguien tiene la culpa de todo esto, esa soy…

—¡Yo, soy yo! —la interrumpió William de forma brusca. Se alejó de ella y empezó a guardar la ropa en la maleta sin ningún cuidado. De repente, la alzó y la estrelló contra la pared—. Yo cumplí la profecía, yo rompí la maldición y yo concedí el libre albedrío a los renegados. Y sí, lo hice sin dudar y lo volvería a hacer mil veces. Nada ni nadie te hará daño jamás. Y por el mismo motivo, haré lo que sea necesario para enmendar lo que provoqué, ¡lo que sea!

Kate abrió la boca para decir algo, pero la mirada que él le dedicó la hizo enmudecer.

Sonaron unos golpes en la puerta.

—William, debemos marcharnos —dijo Cyrus al otro lado.