—Voy a hacerlo, Will. Dejaré que Andrea me haga esa intervención —dijo Kate en voz alta. Sentada en el sofá del salón se abrazaba las rodillas—. Sea lo que sea esto que llevo dentro, quiero que me lo saquen.
William regresó de la cocina con un vaso de sangre templada y se lo entregó. Se sentó a su lado y suspiró.
—No creo que sea buena idea. No sabemos qué es, ni cuánto lleva ahí. Pueda que sea una anomalía genética y que nacieras con ella. O que la haya provocado tu transformación… —La miró a los ojos sin disimular lo mucho que lo preocupaba aquel tema—. Ten en cuenta que si Adrien y yo somos únicos en nuestra especie, tú también lo eres.
—¿Qué quieres decir? —preguntó ella mientras bebía pequeños sorbos.
—Que no te mordió un vampiro normal, sino un híbrido que es mitad ángel; y te alimentas de mí, otro híbrido. Puede que esa mancha sea una consecuencia, una marca de lo que eres. ¿Quién nos asegura que al tocarla no podamos matarte? Quizá sea tu centro vital, no sé. Los humanos tienen aura, puede que eso sea una especie de halo también. —Se pasó los dedos por el pelo y lo alborotó con un suspiro—. No estoy dispuesto a correr el riesgo, Kate. Es tu vida la que está en juego y me importa demasiado.
—Tú lo has dicho, es mi vida. Tengo derecho a decidir.
—Lo sé… —Hizo una pausa. Le costaba decir aquello—. Temo que Lucifer, Marak o como demonios se llame, te haya hecho algo, algo malo, para poder chantajearme a cambio de algún… favor. Esa táctica ya le funcionó a Mefisto hace unos meses. No haré nada sin estar seguro.
Kate se quedó en silencio, contemplando un anuncio en la tele sin sonido. Dejó el vaso sobre la mesa y con manos temblorosas se recogió la melena en una coleta. Estaba muy preocupada. No tener la menor idea de lo que le pasaba era una tortura, y las suposiciones de William lo eran todo menos alentadoras. Si le habían hecho algo para conseguir que él accediera a cualquier cosa que le pidieran, ella estaba segura de que lo haría sin dudar. No podía permitirlo, por eso debían adelantarse y saber qué terreno estaban pisando.
—Vale, puede que tengas razón —admitió Kate sin mucha convicción—. Pero necesito que me ayudes a averiguar qué es esta cosa que llevo dentro. Porque… porque… —no sabía qué decir. Estaba asustada—. No me gusta cómo me siento, es como si me estuviera absorbiendo la energía.
William le rodeó los hombros con el brazo y la atrajo hacia su pecho. La apretó con fuerza y la besó en el pelo. Su piel volvía a estar caliente y una fina película de sudor se le extendía por el cuello hacia la espalda. Era como si su vampirismo se estuviera revirtiendo y comenzara a ser humana de nuevo. ¡Una locura!, pero rezaba para que se tratara de eso, ojalá lo fuera.
—Lo haremos, te lo prometo. Ahora pensemos en otra cosa, ¿vale? Distraigámonos un poco, ambos lo necesitamos —sugirió él, dedicándole una sonrisa divertida. Le dio un golpecito en la nariz.
Ella sonrió. Le era imposible no hacerlo cuando se convertía en el hombre más encantador del mundo. Se acurrucó contra su pecho, mientras él apuntaba con el mando al televisor y seleccionaba una película. Se estaba convirtiendo en un adicto a las cintas de superhéroes y a los cacahuetes bañados en chocolate; y a ella le encantaba hacer cosas tan normales como esa.
—Así que Adrien y tú habláis sobre mí —dijo Kate.
William se puso un poco tenso.
—¿Te ha dicho que hablamos sobre ti?
Ella deslizó la palma de su mano por el estómago de él y sacudió la cabeza contra su camiseta.
—No. Pero estoy segura de que lo hacéis; y no solo habláis de mí, también de otras muchas cosas —aseguró convencida—. Parece que os habéis hecho amigos.
—Yo diría que «amigos» es exagerar un poco —respondió él.
—Es posible que hace unas semanas sí. Ahora lo sois. ¡Venga, admítelo, te cae bien! —William no contestó, pero un brillo de diversión destelló en sus ojos—. Pues tú a él sí, me lo dijo.
—Así que Adrien y tú habláis sobre mí —replicó William con tono pícaro.
Kate sonrió y se apoyó en su pecho con las manos para incorporarse un poco.
—Me dijo que tú eres la única identidad que tiene, lo más parecido a unas raíces, y que no pensaba traicionarte ni siquiera conmigo. Creo que para él eres mucho más que un amigo. Contigo ha dejado de sentirse solo y diferente.
William se quedó mirándola. Le recogió un mechón de pelo tras la oreja, mientras pensaba en el híbrido. En cierto modo él se sentía igual respecto a Adrien. Saber que eran iguales en sus orígenes, que no era el único de una especie que no debería existir, suponía cierto alivio. Encogió un hombro con desgana y se acomodó con pereza contra el respaldo del sofá, contemplando de nuevo la pantalla iluminada por los créditos iniciales.
—Puede que empiece a caerme bien —dijo como si nada.
Kate apretó los labios para no soltar una risita.
—Solo bien —terció ella—. Ya, por eso lo llevas contigo a todas partes, incluso hoy al hospital. Confías en él. Yo diría que eso es algo más que caerte bien.
Volvió a acomodarse sobre el pecho de William y se abrazó a su estómago como si fuera una almohada, dura pero confortable, y que olía de maravilla.
—Creo que le gusta Sarah —dijo ella al cabo de unos segundos.
William le pasó los dedos por el pelo.
—¿En serio? —preguntó sorprendido. Kate dijo que sí con la cabeza. William soltó una carcajada—. ¡Vaya, quién lo iba a imaginar! El destino juega a veces estas pasadas.
—¿Por qué dices eso?
—Hace dos meses se enfadó conmigo porque no lo dejé que le rebanara el cuello a la chica, y ahora… Creo que me debe una disculpa.
Kate le dio una palmada en el estómago.
—¡Oh, por Dios, no se te ocurra mortificarlo con eso! Prométeme que lo dejarás en paz.
Una enorme sonrisa se extendió por la cara de William. Cruzo los dedos sin ningún disimulo.
—Lo prometo —dijo en tono solemne.
Empezaron a ver la película en un cómodo silencio. Al cabo de un rato, Kate dejó de prestar atención y se dedicó a contemplar a William. Parecía un niño pequeño, con los ojos muy abiertos para no perderse ni un detalle de cómo Lobezno volvía a enfrentarse por tercera vez a Magneto. No había rastro del hombre despótico, frío y malhumorado de las últimas semanas. Parecía el de siempre, dulce y atento, cariñoso y preocupado hasta sacarla de quicio con su actitud sobreprotectora; pero no cambiaría absolutamente nada. Ya no. Él se estaba esforzando, respetaba su espacio y sus decisiones y ella se lo agradecía con toda su alma. Su relación volvía a ser como al principio, mejor incluso. La última semana había borrado todos los sinsabores y los malos momentos, como si estos nunca hubieran existido.
Aunque Kate era muy consciente de que había cosas en William que aún lo hacían sufrir. Su naturaleza oscura pulsaba en su interior sin descanso. Luchaba a todas horas contra el deseo de dejarse llevar por sus instintos. No era capaz de estar cerca de un humano, no confiaba en sí mismo en ese sentido. Sus deseos irracionales continuaban tentando a su férrea voluntad; y cuando no le quedaba más remedio que mezclarse con ellos, siempre lo hacía con Shane y Adrien como muro de contención. Los únicos capaces de reducirle si llegaba el momento. Por eso los llevaba a todas partes con él.
Ahora estaba relajado, demasiado relajado para los peligros que aún los acechaban y la incertidumbre sobre lo que podría ocurrir con los ángeles. Kate no podía dejar de pensar en ellos, ni tampoco en Marak; así que, la calma de William era un bálsamo de tranquilidad para ella.
O quizá no estaba tan relajado como parecía.
Se oyó un ruido en el exterior, apenas perceptible y que podría haber pasado por el susurro de las hojas mecidas por la brisa nocturna. Kate iba a mencionarlo cuando se dio cuenta de que William tenía un par de dagas sobre el muslo y que de su costado sacaba muy despacio un arma cargada con balas con el interior de plata líquida. Levantó los ojos hacia su rostro, pero él continuó viendo la película como si no pasara nada. Su cuerpo era lo único que delataba su tensión, rígido como una barra de acero. De repente, suspiró y se relajó por completo.
La puerta corredera de la cocina sonó con un clic y a continuación se abrió. Se oyeron pasos y después cómo alguien abría un armario y el sonido de una bolsa de plástico.
—¿No te han enseñado a llamar? —preguntó William alzando la voz.
—Sabías que me acercaba antes de poner un pie en tu jardín —respondió Adrien con una risita. Apareció en el salón con una bolsa de palomitas—. ¿Para qué iba a llamar?
Saludó a Kate con una sonrisa y se dejó caer en el sofá. Puso las piernas sobre la mesa y empezó a comer.
—Podría estar desnudo. Es mi casa, no te invitado, no has llamado antes de venir; y podría apetecerme estar en bolas —le hizo notar William con una mirada poco amistosa.
Adrien le dedicó una mueca burlona.
—No debes preocuparte. —Alzó las cejas con un gesto elocuente—. No eres mi tipo. Me gustan más listos.
A Kate se le escapó una risotada, que disimuló sin mucho éxito con una mano en la boca. William, lejos de enfadarse, también se echó a reír mientras sacudía la cabeza.
—¡Me encanta esta película! —exclamó Adrien. El mando a distancia escapó de entre los dedos de William y fue a parar a su mano. Subió el volumen hasta que casi resultó molesto—. Aunque la primera es mucho mejor.
—¿Esta visita es por algo, o simplemente te apetecía desvalijarme la cocina y fastidiarme la noche? —le espetó William.
Adrien entornó los ojos, ofendido. Iba a replicar cuando su oído captó el sonido de dos vehículos aproximándose a toda velocidad.
—¿Esperas visita? —preguntó.
William se enderezó, cauteloso. De repente su cara se iluminó. ¡Dios, lo había olvidado por completo!
—Es Cyrus, esta noche regresa a Europa. Lo olvidé, no sé dónde tengo la cabeza —respondió mientras se ponía de pie.
Kate aprovechó que William iba a estar ocupado un buen rato, para subir y darse un baño. Sentía la piel pegajosa y caliente, y aún tenía en el pecho restos del gel que habían usado para hacerle la ecografía. Entró en su dormitorio y se asomó a la ventana. William y Adrien conversaban con Cyrus y Stephen junto a un par de vehículos aparcados en el lateral. Con ellos había otros dos vampiros que, por sus ropas y aspecto, supo que eran parte de los nuevos guerreros reclutados por William. Mako también estaba allí.
Su primera reacción fue un terrible sentimiento de ira; la segunda, llenar los pulmones de aire y tranquilizarse. De momento, la vampira era alguien a quien debería soportar, y tenía que hacerse a la idea. Además, no existían motivos por los que tuviera que preocuparse, William era suyo y de nadie más.
Entró al baño, abrió el grifo del agua fría y, mientras la bañera se llenaba, reflexionó sobre qué podía estar pasándole a su cuerpo. Tenía miedo de que aquella mancha en su pecho fuese algo malo. Los vampiros no podían enfermar por las mismas enfermedades que acosaban a los mortales, pero… ¿y si se trataba de otra cosa? ¿Y si… la suposición de William era cierta? Apartó la idea, empujándola al rincón más apartado de su mente. Estaba agotada y necesitaba descansar, desconectar de todo y no pensar en nada. Se metió con cuidado en la bañera. Cerró los ojos y dejó que su cuerpo resbalara hasta sumergir la cabeza por completo en el agua fría; un alivio para la temperatura de su piel.
Pataleó con todas sus fuerzas. El agua la arrastraba, golpeándola contra las rocas. Algo afilado le arañó la pierna. Giraba y se hundía en un remolino de agua fría y oscura. No podía respirar, notaba fuego en los pulmones y su cabeza palpitaba a punto de estallar. Poco a poco dejó de sentir dolor, y solo quedó el frío seco y gélido que le entumecía la piel. El agua y la oscuridad habían desaparecido, y todo a su alrededor era blanco. No había líneas ni formas que evidenciaran dónde se encontraba. No había un arriba o abajo; un suelo o un cielo; no había paredes ni un horizonte. Solo blanco por todas partes.
Notaba la tez tirante. Tratando de controlar el tembleque que le recorría el cuerpo, alzó una mano de dedos temblorosos para palparse la mejilla. Descubrió que tenía el rostro cubierto de una fina lámina de hielo y que su pelo estaba congelado. Abrió la boca y su aliento se transformó en una nube. Entornó los ojos y miró con atención; una sombra estaba tomando forma, haciéndose más nítida conforme se acercaba. Una mano le acarició el pelo, calentándola. Se deslizó por su brazo hasta su mano y ella la agarró con sus dedos, que apenas tenían sensibilidad…
Kate dio un respingo, agitando piernas y brazos como si estuviera descendiendo en caída libre, buscando dónde asirse para no estrellarse contra el suelo. Sus manos aferraron con fuerza el borde de la bañera y logró enderezarse. Jadeó mientras escupía todo el agua que había tragado. Miró a su alrededor, tratando de recordar dónde se encontraba. Había vuelto a desvanecerse.
Se llevó una mano a la garganta sin poder dejar de toser. Sintió que algo explotaba tras sus retinas y un sabor conocido inundó su boca. Se palpó la cara y comprobó, para su propio horror, que volvía a sangrar. Se lavó la cara y salió de la bañera. Se envolvió en una toalla y se acercó al espejo. Pasó otra toalla por la superficie y contempló su reflejo en el cristal. Parecía un fantasma con los ojos hundidos y la piel seca y blanca como el papel.
«Me estoy muriendo», pensó.
Se desenredó el pelo con fuertes tirones y se vistió a toda prisa. No tenía ni idea de cuánto tiempo había pasado en la bañera, pero, para su sorpresa, cuando miró el reloj que tenía sobre la mesita, comprobó que solo habían pasado quince minutos. Quince minutos que se le habían antojado un mes.
Se asomó a la ventana. La reunión continuaba bajo un cielo cubierto de estrellas. William se giró y miró hacia arriba, como si supiera que Kate estaba allí. Una sonrisa le iluminó la cara al descubrirla y ella se encontró alzando el brazo con un tímido saludo. Apoyó la palma de la mano en el cristal que los separaba, sintiéndolo como si en realidad fuera un muro de acero de un metro de grosor, y no una fina capa vidrio.
Bajó la escalera y se dirigió a la cocina. Nada más cruzar la puerta se encontró con Mako lavándose las manos en la pila. No pudo evitar encenderse como leña empapada en gasolina. Aquella casa había dejado de ser un campamento para guerreros vampiros y volvía a ser su hogar. Ella no tenía ningún derecho a estar allí. No era bienvenida. Mako cerró el grifo y la miró mientras se secaba las manos con un paño. Junto a ella había un vaso con restos de sangre. ¡Vaya, si hasta se había servido un tentempié!
—No tienes buen aspecto —le dijo Mako con un tonito engreído, acompañado de una sonrisa despectiva y suficiente. Se estaba comportando como si la molesta intrusa fuera Kate.
—¡Fuera! —dijo Kate con los brazos colgando rígidos a ambos lados del cuerpo.
—¿Qué?
Kate acortó la distancia que las separaba, mirándola fijamente a los ojos. Su cara se transformó con una expresión maliciosa que hizo que Mako diera un paso atrás. Allí estaba otra vez, ese lado oscuro que había aflorado la noche del ataque nefilim.
—He dicho… ¡fuera! Quiero que salgas inmediatamente de mi casa y que no vuelvas a poner un pie dentro a no ser que yo te lo permita. Pero te aseguro que eso no sucederá jamás —le espetó.
De nuevo su pecho volvió a agitarse, la sensación de revoloteo regresó y notó cómo se expandía hinchando su corazón como un globo. Esta vez no le resultó doloroso, sino extrañamente placentero.
Mako levantó un dedo.
—Tú no eres…
—¡Cierra la boca, no te permito que me hables! —gruñó Kate. Sin saber cómo, en su mano apareció un cuchillo de cocina que normalmente estaba en un taco de madera sobre la encimera—. Esta es mi casa y tú no eres bienvenida.
Los ojos de Mako volaron hasta el arma y se puso tensa. Por primera vez se sintió intimidada por ella. Desprendía un aura que le ponía los pelos de punta y que le susurraba que tuviera cuidado.
—William… —empezó a decir la guerrera.
Kate soltó una risita fría y cínica.
—William te enviaría a Groenlandia a vigilar tu propia sombra si yo se lo pidiera —bajó la voz hasta convertirla en un susurro—. Dame un solo motivo y lo haré. —Sonrió y dio media vuelta. Abrió la nevera y sacó una bolsa de sangre—. ¿Es cosa mía o sigues aquí?
Mako giró sobre sus talones y salió de la casa dejando tras de sí una estela de rabia contenida. Se sentía humillada y… vencida en su propio juego. La odiaba, odiaba a Kate con toda su alma inmortal. La odiaba porque poseía cuanto ella quería; y porque sabía que cada palabra que había dicho era cierta. William haría cualquier cosa que ella le pidiera. La amaba de verdad y no la dejaría por nada ni por nadie.
Kate se apoyó en la encimera. Dejó el cuchillo y lo empujó lejos de ella, hizo lo mismo con la sangre, y se sujetó con fuerza al borde. Temblaba de arriba abajo, aunque se sentía bien por lo que acababa de hacer. Mako había forzado aquella situación, sacando de ella sus peores instintos. Había tenido que apelar a su conciencia para no destriparla allí mismo.
Necesitaba sentarse y descansar. Una risita divertida sonó en su mente, aturdiéndola. Se llevó las manos a las sienes y las presionó con fuerza.
«Sal de mi cabeza», pensó con rabia.
Prestó atención a los sonidos del jardín. William continuaba hablando con Cyrus. Por lo visto, en un mes comenzarían las obras de un nuevo edificio en Boston, que acogería las primeras oficinas de la Fundación Crain. Una sede idéntica a la que tenían en Inglaterra. Una sociedad fantasma que invertía dinero en la investigación hematológica y genética; en realidad se dedicaban a comprar sangre en el mercado negro para abastecer a los vampiros. William estaba dispuesto a llevar las cosas del clan del mismo modo que su padre en Europa. La fórmula funcionaba y él lograría lo mismo en su nuevo hogar.
Cyrus entró un segundo para despedirse. Kate le dio un fuerte abrazo y le sonrió como si ningún problema la atormentara. Se encaminó al salón con piernas temblorosas, mientras oía el sonido de los coches alejándose por el camino. Las primeras luces del amanecer coloreaban el cielo y la tenue penumbra del interior.
Notó un escalofrío, seguido de una vibración en el ambiente. Su cuerpo se puso tenso de inmediato. Algo raro le pasaba al aire. De repente la casa crujió, los cristales temblaron, y un intenso olor a electricidad le colmó el olfato. Seis cuerpos tomaron forma frente a ella. Una pared de músculos, rostros hermosos y miradas que la aplastaban; y… alas. Las paredes se inclinaron un poco a medida que el pánico le taladraba el pecho.
—¡Will! —gritó con todas sus fuerzas a la vez que agarraba el atizador de la chimenea y lo esgrimía como un bate de béisbol.