—No sé qué le ocurre —dijo Keyla. Su larga melena negra ondeaba por la brisa que enfriaba el jardín.
William se quitó la gorra que llevaba puesta, se pasó los dedos por el pelo y después volvió a colocársela con un gesto violento. Apartó la mirada de ella para posarla en la casa, mientras tragaba saliva con la boca demasiado seca.
—Sea lo que sea, está empeorando —le hizo notar William—. Es un vampiro y está sudando y tiene fiebre como si fuera humana. Eso es imposible, pero está pasando.
Keyla lo miró. En su perfil pudo ver una expresión dura y atormentada. El dolor que había en sus ojos era inmensamente profundo.
—Me gustaría ayudarla, créeme. Kate es mi amiga y haría cualquier cosa por ella; pero no sé qué le ocurre, solo soy una enfermera. Conozco el cuerpo de los licántropos y también el de los humanos, y en ambos es normal tener fiebre de vez en cuando, las infecciones o que la nariz sangre. Pero en vosotros no tengo ni idea de qué es normal y qué no. Lo siento, Will —dijo en voz baja; y lo sentía de verdad.
Le tomó la mano para reconfortarlo, y acabo dándole un abrazo al ver lo afligido que se encontraba. De repente, una idea se coló en su mente.
—Quizá… —empezó a decir.
—¿Qué? —se interesó el vampiro de inmediato.
—Cuando un humano se transforma en vampiro, ¿su cuerpo sufre algún cambio interno? Me refiero a la anatomía. ¿Cambia algo o todo se mantiene igual?
Un brillo de interés iluminó los ojos de William.
—Cuando un humano se convierte, es como si su cuerpo se congelara durante la transformación. Todo permanece igual salvo que algunos órganos y tejidos no funcionan, dejan de producir fluidos. Los cambios son a otro nivel: la piel se endurece, los sentidos se agudizan y la fuerza y la velocidad se multiplica —explicó él.
—Entonces, podríamos llevarla al hospital durante mi turno y hacerle un par de pruebas. No perdemos nada intentándolo, al fin y al cabo, vuestra anatomía sigue siendo idéntica a la de un humano. Si hay algo extraño, lo veremos.
William la tomó por los hombros y le dio un fuerte abrazo.
—Gracias —susurró.
—No me las des, aún no he hecho nada. Llévala esta tarde, sobre las siete. Lo tendré todo preparado.
Keyla tocó el claxon a modo de despedida y agitó su mano tras la ventanilla. William le respondió con el mismo gesto y se quedó mirando cómo el coche se alejaba por el camino. Adrien se levantó de la silla donde estuvo sentado todo el tiempo que Keyla pasó explorando a Kate. Se acercó a William sin decir nada y se quedó inmóvil a su lado.
—Dime qué estás pensando —pidió William. Empezaba a conocer al chico.
—No te va a gustar. Y seguro que estoy equivocado.
—Sea lo que sea, quiero saber qué piensas.
Adrien embutió las manos en los bolsillos de sus tejanos y se le iluminaron las pupilas mientras pensaba cómo transformar en palabras sus pensamientos.
—¿Y si Lucifer le ha hecho algo? Ha estado en contacto con él varias veces.
William ladeó la cabeza y lo miró a los ojos sin ocultar su enfado.
—No debiste guardarle el secretito. Deberías habérmelo contado en cuanto supiste que un tipo que solo ella podía ver se estaba paseando por el pueblo.
—Ya, igual que debí contarle a ella el nuevo menú de tu dieta; pero no lo hice. —Adrien se encogió de hombros—. Además, no sirve de nada pensar en eso ahora. ¿Quieres que te lo cuente o no? —William asintió—. Todo apunta a que nosotros tenemos algo que Lucifer quiere, y si no lo tenemos, somos el medio para que lo consiga. Es evidente que ninguno moveremos un solo dedo para ayudarlo, a no ser que…
—Necesitemos algo a cambio —terminó de decir William.
Adrien sacudió la cabeza con un gesto afirmativo.
—Como que le salvara la vida, de un mal que él mismo ha provocado, a una persona que nos importa a ambos.
—Sabe que haría cualquier cosa por ella.
—Ya lo hiciste en aquella iglesia —le recordó Adrien. William lo había arriesgado todo al romper la maldición sobre los vampiros para salvar a Kate de acabar convertida en un montón de cenizas bajo el sol—. Mi padre no habrá escatimado en detalles a la hora de hablarle de nosotros.
—¿Y si estás en lo cierto? ¿Y si le ha hecho algo y la única forma de que Kate se ponga bien es haciendo lo que ellos digan? —preguntó William.
Se miraron fijamente durante un largo instante.
—Yo nunca permitiría que le pasara nada malo a Kate, lo sabes. Pero ya no se trata de renegados a la luz del sol, sino de arcángeles reduciendo este mundo a cenizas. —William se giró hacia él con los puños apretados y una expresión asesina. Adrien alzó las manos en un gesto de paz—. ¡Eh, no estoy diciendo que vaya sacrificarla ni nada de eso! Solo digo, que tenemos que buscar la forma de que no le ocurra nada sin que eso suponga morir. Porque de nada servirá salvarla si después todos nos convertimos en combustible para las llamas del infierno. Y eso es lo que ocurrirá si se cumple la profecía.
William le dio un golpecito en el pecho con el dedo. La irritación lo aguijoneaba, eclipsando cualquier otra sensación.
—Eso está por verse —concluyó.
Las puertas del ascensor se abrieron y William las cruzó con Kate en brazos, seguido de Shane y Adrien. Robert, Carter y Evan controlaban los accesos a la planta para asegurarse de que nadie los vigilaba y que no habría visitas inoportunas.
—Tengo dos piernas que funcionan perfectamente —dijo Kate con los brazos rodeando el cuello del chico.
—Es cierto, tienes dos piernas preciosas y perfectas —replicó él sin darse por aludido. Una sonrisa traviesa iluminó su rostro y soltó una risita grave—, además de otras muchas cosas preciosas y perfectas que también me gusta contemplar.
Kate notó que se le calentaba la sangre. Se acercó a su oído y le susurró:
—¿Está coqueteando conmigo, señor Crain?
—No, señorita Lowell —bajó la voz hasta convertirla en su susurro profundo y sexy—, solo la estoy poniendo al corriente de cuales son mis intenciones para cuando esta visita termine. —Inclinó la cabeza y la besó en la comisura de los labios—. Espero que mis planes sean de su agrado —musitó sin despegar la boca de su piel.
Kate dijo que sí con un movimiento de su cabeza, incapaz de pronunciar palabra. Él se rió y el eco de aquel sonido la estremeció entera. Una embriagadora mezcla de emociones batallaba en su interior y, de repente, tuvo miedo de estar enferma de verdad. ¿Por qué parecían condenados a distanciarse cada vez que lograban estar juntos? Lo abrazó con fuerza y no aflojó cuando sintió las vértebras de su cuello crujir.
Keyla estaba rellenando un formulario en el puesto de enfermeras. Lo dejó a un lado en cuanto los vio aparecer y fue a su encuentro con una sonrisa en los labios.
—Todo esta listo —indicó la chica. Empujó una puerta batiente y la sostuvo con su cuerpo mientras William la cruzaba—. Le he pedido a la doctora Weatherly que venga para hacer las pruebas. Pertenece al clan y es de confianza. Ha venido desde Massachusetts solo para esto. Yo no podría interpretar correctamente los resultados —se justificó el ver cómo William fruncía el ceño.
—Está bien, Keyla. Confiamos en ti completamente —dijo Kate.
Keyla se detuvo frente a una doble puerta.
—Aquí solo puede entrar ella. Tiene que cambiarse y… —informó al vampiro.
William soltó un gruñido.
—No hay nada de ella que yo no haya visto, así que no pienso dejarla sola —le espetó.
La loba suspiró con los ojos en blanco.
—Es el protocolo del hospital —terció Keyla—. Kate entrará sola y tú te quedarás en el pasillo para que la doctora pueda hacer su trabajo. Y esto no es negociable, William. Pero si te empeñas en continuar con el papel de troglodita, también puedo pedirle a mi hermano que te acompañe a la salida.
William miró de reojo a Shane. El chico se encogió de hombros y sonrió a modo de disculpa. Lo sacaría de patitas a la calle sin dudar, y Adrien parecía dispuesto a colaborar.
—Will —susurró Kate—. No va a pasarme nada. Estaré ahí mismo, ¿vale?
Él pareció meditar las opciones. Finalmente la dejó en el suelo y, antes de que pudiera moverse, la cogió por el rostro y la besó con fuerza.
—Todo va a ir bien —dijo con la frente apoyada en la de ella.
—Eso ya lo sé.
Kate siguió a Keyla. Entraron en una habitación blanca donde había una mesa con monitores junto a una pared con un cristal, a través del que se veía otra sala con una máquina enorme que parecía salida de un proyecto de la NASA. Llamaron a la puerta y entró una enfermera, seguida de la doctora Weatherly. Kate supo que se trataba de ella sin necesidad de ver la placa identificativa. Olía a licántropo.
—Kate, esta es la doctora Weatherly —se apresuró a presentar Keyla.
—Es un placer, doctora —dijo Kate tendiéndole la mano.
—Llámame Andrea, por favor. Y el placer es mío. ¿Preparada? —preguntó con una enorme sonrisa.
Kate asintió y llenó sus pulmones con una bocanada de aire que le colmó el olfato con un fuerte olor a desinfectante y… a algo más que no supo identificar, pero que le hizo sentirse mal, mareada.
—Estupendo —rió la doctora. Se giró hacia la enfermera—. Por favor, acompáñela para que pueda cambiarse; y después puede dejarnos. Yo me ocuparé del resto.
La enfermera sonrió y empujó la puerta que conducía a la sala que se veía a través del cristal.
—Sígueme, por favor.
Kate hizo lo que le pedía. Penetró en aquella sala fría y miró con atención, y un poco de cautela, aquel tubo futurista. La enfermera desapareció tras una cortina. Un segundo después le entregaba una bata de color blanco con topos azules.
—Puedes cambiarte tras la cortina —le dijo a Kate; y añadió al ver que parecía preocupada—: Eso es un tomógrafo. Te tumbarás en la camilla mientras se introduce en el hueco. Hará unos ruidos un poco raros, pero no debes preocuparte. Tú no te muevas, relájate y cierra los ojos, verás cómo la doctora termina en un suspiro.
—Gracias —susurró Kate. Le dedicó a la enfermera una tímida sonrisa—. Los espacios cerrados me producen claustrofobia. No puedo evitar ponerme nerviosa.
La enfermera ladeó la cabeza y la miró con atención. Tenía el pelo corto y rubio, y unos ojos azules que desprendían una inusitada calidez. Alargó la mano y acarició la mejilla de Kate. Para sorpresa de la vampira, aquello dedos estaban increíblemente calientes.
—Oh, cielo. No tienes que ponerte nerviosa —dijo con exagerada emoción. La expresión de su cara cambió mientras bajaba el tono de voz—, jamás permitiríamos que te pasara nada malo.
Kate dio un paso atrás. Durante una décima de segundo le pareció ver que aquellos ojos azules perdían su color tras un velo negro que los cubrió por completo. La enfermera se dio la vuelta y se dirigió a la puerta. Kate reaccionó.
—Disculpe —dijo. La enfermera se giró con una sonrisa tirando de sus labios, y Kate no vio nada raro en sus ojos. Quizá solo lo había imaginado, se le daba muy bien ponerse paranoica con cualquier cosa—. No es nada. Perdone.
Kate se desvistió y se puso la bata. Un minuto después, Keyla la ayudaba a tumbarse en la camilla. Se quedó completamente quieta, tal y como le había explicado su amiga. Cerró los ojos y trató de relajarse. Los zumbidos que la máquina emitía eran fuertes y molestos. Intentó pensar en algo agradable, pero lograrlo se convirtió en una misión imposible. Su mente se empeñaba en vagar por aguas oscuras que la engullían asfixiándola.
De repente, el sonido se detuvo y una mano en su brazo le indicó que ya habían terminado. Se puso de pie y se dirigió a la cortina para volver a vestirse.
—Kate —dijo la doctora desde la otra sala a través de un intercomunicador—. No te quites la bata, me gustaría hacerte otra prueba. Keyla, quiero hacerle una ecografía, ¿podrías prepararlo todo?
—¿Una ecografía? —repitió Kate—. ¿Ha visto algo?
—No estoy muy segura, por eso quiero cerciorarme. —Miró a Kate—. No te preocupes, no será nada.
Kate sintió un escalofrío que le recorrió la espina dorsal. No le gustaba la expresión de la doctora, parecía preocupada, incluso confusa. Y la cara de Keyla, al oír las palabras de Andrea, terminó de convencerla de que algo ocurría. Se le hizo un nudo en la garganta y le temblaron los labios.
—Ahí, ¿lo ves? —preguntó la doctora.
Keyla miró con atención la pantalla del monitor. Ladeó la cabeza, primero hacia la izquierda, después repitió el gesto hacia la derecha. Entornó los ojos y se acercó un poco a la imagen.
—Se mueve —susurró.
—Yo diría que es como un latido. Se expande y se retrae de forma rítmica —comentó Andrea Weatherly.
—¿Qué ocurre? —preguntó Kate cada vez más preocupada.
—No lo sé —respondió Keyla—. Puede que sea normal en vosotros. Iré a buscar a William, quizá él sepa algo.
Kate pudo oír el sonido de las botas de William pisando con fuerza el pasillo. Segundos después, él entraba en la habitación casi a la carrera. Miró a Kate directamente a los ojos y después a la doctora.
—¿Qué ocurre? —preguntó.
—No estoy segura —contestó Andrea. Señaló un punto en la pantalla—. ¿Ves esa mancha blanca, tras el corazón, cerca del esternón?
William estudió la imagen y asintió con la cabeza. Frunció el ceño hasta que sus cejas formaron una sola línea.
—¿Es posible que tú tengas algo parecido? No sé, quizá sea algo natural en los vampiros —continuó Andrea.
William casi no escuchaba a la doctora. No podía apartar la vista de la extraña mancha. Tras el corazón de Kate había una masa luminosa que palpitaba, creando el efecto de que era su corazón el que latía. El órgano se expandía a su ritmo y con la misma intensidad. De repente, el tamaño comenzó a aumentar con cada palpitación y Kate volvió a notar aquella presión angustiosa en el pecho.
—¿Qué es eso? —preguntó William, respondiendo así a la doctora.
—No lo sé. Es imposible ver algo más con los medios que tenemos —empezó a explicar Andrea—. Se le podría hacer una pequeña intervención y observarlo in situ. Es algo complicado, porque con la capacidad de regeneración empezaría a sanar antes de que pudiéramos completar la incisión. Por lo que tendríamos que debilitarla lo suficiente como para ralentizar el proceso de curación y…
William empezó a negar con la cabeza antes de que ella terminara la frase.
—No voy a dejar que la toques, y mucho menos que la drenes. De eso nada, olvídalo, es peligroso para ella. Tiene que haber otra forma de saber qué es eso.
—Quiero verlo —pidió Kate con voz temblorosa.
No quería asustarse. Quizá estaban exagerando y no era nada. O quizá sí lo fuese, porque aquella cosa se movía dentro de ella como si quisiera salir. Una de las imágenes de la película Alien, el octavo pasajero, acudió a su mente como un mal augurio. El miedo empezó a dominarla.
—Claro —dijo Keyla al darse cuenta de que la estaban ignorando. Giró el monitor para que pudiera verlo—. Es esto de aquí. ¿Lo ves? ¿Ves cómo late?
Kate asintió. Dentro de su pecho había una tenue luz que se movía, y parecía una…
—Es una mariposa —se le quebró la voz; y el fogonazo de un recuerdo oculto que no supo identificar se coló en su mente.