—¡No puedes matarme, no dentro de este cuerpo! —barbotó el demonio.
—Si crees que mi buen corazón impedirá que destroce tu recipiente, es que no has oído suficientes cosas sobre mí —dijo Gabriel.
Apretó su mano sobre el cuello de aquella abominación y lo hundió en el agua de la fuente. El demonio comenzó a patalear y a boquear, el agua bendecida se colaba por todas partes causándole un dolor insoportable. Gabriel tiró de él y le sacó medio cuerpo fuera del agua. Tenía la piel cubierta de llagas y envuelta en humo. Sobre ellos, el cielo hindú brillaba cuajado de estrellas.
—Y bien, ¿dónde se esconden mis hermanos? —insistió el arcángel.
—No sé de qué me hablas.
—Mefisto, Uriel…, todos ellos.
El demonio se quedó mirándolo, aterrado. Poco a poco su rostro se relajó con una sonrisa, que fue extendiéndose por su cara hasta formar un arco de oreja a oreja. Se echó a reír y las carcajadas fueron subiendo de volumen hasta convertirse en graznidos bastante molestos. Adoptó una expresión desdeñosa y miró al arcángel directamente a los ojos. Deseos de venganza ardían en ellos.
—Ha sido tan fácil engañaros, manteneros distraídos —dijo satisfecho.
Gabriel lo miró perplejo y acercó su rostro al de él.
—¿Qué significa eso? —gruñó.
—Vais a perder vuestras alas, él mismo os las arrancará con sus propias manos.
—¿Él? —inquirió el arcángel.
El demonio sonrió.
—¿Quieres que te cuente un secreto? Podéis devolvernos al infierno mil veces, podéis cerrar todos los portales, colocar nuevas Potestades para que vigilen los límites. Seguiréis perdiendo el tiempo. Ha estado aquí desde el principio, viendo cómo os movíais en círculos corriendo detrás de cualquier hueso que él dejaba caer. Esta vez, él será quien gane. No hay nada que podáis hacer para evitar lo que está escrito.
—Explícate —gritó Gabriel.
El demonio negó con la cabeza y volvió a reír. Gabriel se enderezó a la velocidad del rayo. En su mano apareció una espada y, con un giro de muñeca, la hundió en el cuerpo del demonio, que quedó reducido a cenizas. Se quedó mirando el montoncito de polvo, mientras la brisa lo arrastraba y el agua diluía la mayor parte.
«Lucas», gritó en su mente. El ángel no respondió, no solo eso, ni siquiera notaba su presencia en este plano. El aire se agitó a su espalda, arrastrando copos de nieve.
—Es imposible —dijo Miguel.
—Está en la tierra —afirmó Gabriel.
—No puede ser. Tendría que dejar su alma atrás. No se arriesgará a abandonarla desprotegida; y sin ella, aquí no tiene nada que hacer —insistió su hermano.
—Y si ha encontrado la forma, Miguel, y si es más fuerte que toda tu magia y tus hechizos.
—No lo es. Si estuviera completo ya nos habría desafiado. Tiene que vencernos en combate para reclamar este mundo como suyo. Algo que, sin lugar a dudas, lograría en este momento. Así que, no, si está aquí, solo lo está su cuerpo.
—Entonces, ¿qué se trae entre manos? ¿Por qué se está arriesgando de este modo? —insistió Gabriel. Miguel abrió la boca para contestar, pero no supo qué decir, se sentía tan contrariado como su hermano. Gabriel apretó los dientes y su espada desapareció en un ligero resplandor—. Lucas no responde a mis llamadas.
—Es un Vigilante, solo vendrá a ti si descubre algo que deba preocuparnos. Ya sabes cómo son —le recordó Miguel.
—Mi instinto me dice que no estamos donde debemos. La clave está en los híbridos. Mefisto se tomó muchas molestias para cumplir la profecía de los malditos. Que nosotros no hayamos podido descifrarla, no significa que él no lo haya hecho.
—¡Hermano! —dijo Miguel con aire frustrado—. No te inquietes por ellos, aunque se cumpla la profecía, no ocurrirá nada que deba preocuparnos a nosotros. Que los malditos se maten entre ellos solo nos simplifica las cosas. ¡Ojalá acaben exterminándose los unos a los otros y una aberración menos mancillará este mundo! Confía en mí. El alma de Lucifer está anclada tras el velo, no hay forma divina de que cruce.
Gabriel dejó de respirar. Un mal presentimiento se apoderó de él. Entornó los ojos y frunció la boca, pensando.
—Has dicho divina y no es la primera vez que lo mencionas —musitó. Miguel asintió—. ¿Y si hemos pasado por alto lo más sencillo?
—¿Qué quieres decir?
—Hablo de un recipiente.
Miguel sacudió la cabeza, exasperado.
—Su alma sería detectada por la magia, su poder no puede esconderse así como así. Un recipiente como el que insinúas, sería casi un milagro de Dios. No existe esa pureza en estos tiempos.
—Pero… y si existiera un recipiente capaz de esconderla, dentro del cual pasara desapercibida. Podría cruzar, ¿estoy en lo cierto?
La expresión de Miguel empezó a cambiar. Su piel se tornó roja, como la rabia que comenzaba a bullir dentro de él. No podía haber sido tan estúpido, se negaba a pensar en ello. Asintió una sola vez.
—Pero el recipiente tendría que aceptar ser el portador, y después devolverla con la misma disposición. Un alma pura no se prestaría a algo así. Eso nos lleva de nuevo al principio: no existe tal recipiente —explicó Miguel con tono vehemente. Ya no estaba tan seguro, por eso tenía la imperiosa necesidad de convencerse a sí mismo.
—Y si la engañó. Nuestro hermano es el padre del engaño —insistió Gabriel.
—Entonces, su alma se encuentra a este lado del velo. Y si su cuerpo también ha cruzado, lo único que necesita… es recuperarla —concluyó Miguel temblando de pies a cabeza—. ¡Debemos reunirnos, ya! Encuentra a Lucas, averigua si ha visto algo raro sobre esos híbridos.
Habían pasado cinco días desde la masacre en Nueva Orleans. En las noticias solo se hablaba de un incendio provocado, que había reducido a escombros una parte del puerto. No tenían ninguna pista sobre lo ocurrido, y las investigaciones de la policía forense y de los cuerpos especializados no aportaban ningún dato relevante con el que aclarar lo sucedido. La alta temperatura que el fuego alcanzó, había fundido hasta el metal de la estructura donde se originó el incendio y no había nada que analizar.
Con la mirada clavada en las imágenes de la pantalla del televisor, Kate no era capaz de imaginar el infierno que allí se había desatado. Entre aquellos escombros, reducidos a polvo, estaban los restos de cientos de renegados y, también, los de los vampiros y licántropos que habían acabado con ellos. Sintió una pena profunda por todos ellos. Buenas personas que habían dado su vida para que la raza perdurara.
Ahora intentaban recuperar la normalidad a marchas forzadas. Desde el primer momento, se habían creado nuevos grupos de cazadores y guerreros para localizar a los renegados dispersos e ir acabando con ellos.
El resto había regresado a sus hogares. William envió a Mihail a Europa con todos sus hombres y con la mayor parte de los de Cyrus. Este último permanecería unos días más en el país, para organizar un pequeño ejército de guerreros, similar al que lideraba Samuel, que asegurara la paz entre la raza vampira y su protección. Stephen los encabezaría, pero sería William quien controlaría hasta el último movimiento. Personalmente iba a encargarse de los asuntos del clan en el país, había llegado el momento se convertirse en quién debía ser.
Robert pensaba quedarse un tiempo y se instaló en casa de Marie; algo que a Shane no le hizo ninguna gracia. Rachel regresó con los niños. La librería volvía a funcionar como si nada, aún mejor con la ayuda de Ariadna: las dos mujeres habían congeniado a las mil maravillas. Keyla iba a regresar a su trabajo en el hospital, tras la pequeña excedencia que había solicitado; y ahora Stephen y ella pensaban vivir juntos.
Las reparaciones de la casa de huéspedes habían comenzado un par de días antes. La ayuda de Salma y Sarah era más que bienvenida, ambas se estaban involucrando en el trabajo y ya no parecían tan incómodas entre tanto vampiro y licántropo. En especial Sarah. La joven nefilim no apartaba la vista de Adrien y Kate conocía el porqué, sus ojos hablaban por ella cuando estaba con él.
Ahora que Jill era consciente del problema de William, se había mostrado de lo más comprensiva. Aunque no era capaz de estar cerca de él sin la presencia de los chicos. Confiar en él le iba a costar un largo tiempo.
William y Kate habían regresado a su casa junto a la cascada. La tenían toda para ellos solos. Él se negó rotundamente a conservar guardaespaldas, nunca los había necesitado, se bastaba para cuidar de sí mismo y de Kate. Necesitaban estar solos, recuperar el tiempo perdido y llevar una vida lo más normal posible.
Las únicas sombras en sus existencias continuaban siendo los ángeles. No tenían ni idea de qué pretendían, ni del papel que jugaban en sus planes. Y luego estaba Mako, la vampira había rechazado regresar a Europa con Mihail y se había ofrecido para formar parte del ejercito que permanecería en el país. Kate intuía sus motivos: continuar cerca de William. Se había prometido a sí misma olvidarse de la guerrera. Él no tenía ningún interés en ella y eso era lo único que importaba.
Kate se levantó del sillón y apagó el televisor. Fue hasta la cocina y se quedó en la puerta, contemplando el exterior a través del cristal. William, Adrien y Shane se encontraban en la terraza, sentados sobre una mesa bajo las primeras luces del amanecer. Se habían pasado toda la noche leyendo, una vez tras otra, el diario que Salma había traído consigo. Buscaban interpretaciones y pistas que pudieran aclarar un poco el misterio que encerraban aquellas páginas. Si averiguaban dónde se encontraba el riesgo, sería más fácil protegerse de él. Por ese motivo no se rendían y continuaban indagando, recurriendo a los sabios de ambos clanes, incluso a internet y a miles de páginas que alguien en sus cabales jamás miraría: visionarios, gente que aseguraba haber presenciado apariciones, videntes…, todo podía contener algo de verdad. De momento, no habían tenido suerte.
Una de las dagas de William voló desde el tronco del árbol donde estaba clavada hasta la mano de Adrien. Durante un par de segundos quedó suspendida en el aire a escasos centímetros de sus dedos. La hoja giró sobre sí misma y salió disparada a la velocidad del rayo hasta hundirse en la misma hendidura.
Se repitió la escena. Esta vez, la daga se detuvo frente a William. Señaló un punto a lo lejos. Adrien le dedicó una mirada de «Venga ya, eso es imposible». William encogió un hombro y el arma voló como un proyectil; y debió acertar donde pretendía, porque Shane rompió a reír y Adrien sacó un billete de veinte dólares que puso en la mano de William.
Viéndolos allí, riendo a carcajadas como cualquier grupo de chicos normal, costaba creer por todo lo que habían pasado en los últimos días. Kate deseaba más que nada que las cosas continuaran así, que nada perturbara la calma que se habían ganado con dolor y sangre. Daría cualquier cosa para conseguirlo.
«¿Cualquier cosa?», susurró una voz en su cabeza.
Dio un respingo y se llevó las manos al pecho, a la altura del corazón. Sabía que era imposible, pero lo sentía latir contra las costillas con un dolor insoportable. Parecía vivo y que intentaba salir a la fuerza de su pecho. ¿Sería eso lo que los médicos llamaban un dolor fantasma? ¿Percibir las sensaciones de una parte de ti que ya no está? Si era así, estaba sufriendo un infarto psicológico. Oyó pasos y se obligó a tranquilizarse.
—¡Buu!
Kate miró por encima de su hombro y le dedicó una sonrisa a Marie.
—¡Menudo susto! —exclamó. Se llevó una mano al pecho con un gesto dramático y se masajeó el esternón, tratando de deshacerse de la sensación de ahogo.
Marie puso los ojos en blanco y se apoyó contra el dintel.
—Soy feliz —dijo de repente la vampira pelirroja—. Después de convertirme en vampiro, nunca creí que lo sería del todo. Siempre tenía la sensación de que me faltaba algo, pero no sabía qué era ese algo. —Sonrió y sus ojos volaron hasta Shane—. Ahora lo sé: me faltaba él, este lugar, esta vida… —Suspiró con inquietud—. Tenemos el mismo derecho que cualquiera a vivir una vida tranquila y en paz, ¿verdad? No hacemos daño a nadie, nos preocupamos de los nuestros e intentamos cuidarlos lo mejor que podemos. Hacemos lo que haría cualquiera que quiere vivir y tener una familia, ¿no es así? Deberíamos poder tener una existencia apacible y segura.
Kate le acarició el brazo con ternura.
—Deberíamos.
—Yo solo quiero eso, Kate. Una vida tranquila junto a mi familia y al hombre que amo.
—Y la vas a tener. ¡La vamos a tener, ya lo verás!
«¿Estás segura de eso?», la voz irrumpió de nuevo en su mente.
Kate se dobló hacia delante y se abrazó el estómago. Sintió nauseas y su garganta se contrajo con unas arcadas que amenazaban con hacerla vomitar. ¡El corazón le iba a explotar! Su cabeza era incapaz de mantenerse erguida y las piernas dejaron de sostenerla.
—¡Will! —oyó que alguien gritaba.
Entre la bruma en la que se sumergió su mente, Kate notó cómo unos brazos fuertes y sólidos la recogían del suelo y la alzaban. Oía el eco de unas voces, aunque no lograba identificar qué decían. Notó un fuerte tirón y el modo en que cada célula de su cuerpo trataba de separarse, pero estas reaccionaron como si estuvieran unidas por unos hilos elásticos que impedían que se distanciaran las unas de las otras.
Todo era confuso e inconexo. Seguía oyendo voces, entre ellas la de Marie, más aguda que el resto:
—¿Qué le pasa? No tiene buen aspecto.
Una voz profunda contestó y Kate la siguió, sumergiéndose en aquel sonido hermoso y reconfortante.
—¿Y cómo se sabe si un vampiro desmayado sigue vivo?
Esa era la voz de Shane.
—Está viva. Kate está bien, ¿de acuerdo?… Tiene que estarlo…
De nuevo el arrullo de aquella voz preocupada. Quiso decirle que no le pasaba nada, que solo estaba cansada y que quería dormir. Abrió la boca, pero no estaba segura de si había dicho algo. Le llegaron más voces apagadas, que se fueron alejando, hasta que ya no oyó nada más.
No podía dejar de sonreír, a pesar de que se moría de sueño. La lluvia caía fría y torrencial, tamborileando sobre el cristal mientras los limpiaparabrisas se movían sin descanso. Abrazó a su conejito de peluche y empezó a tararear, tratando de seguir el ritmo. Imposible cuando su padre desafinaba maullando como un gato mojado.
Su madre se echó a reír, se giró en el asiento y le colocó su pañuelo como si fuera una manta sobre las piernas.
—Duérmete, cielo. Aún falta un buen rato para llegar.
Se acomodó en la sillita y bostezó, pero sus párpados se negaban a cerrarse. La lluvia arreció y resultaba difícil ver con claridad el asfalto. Doblaron la curva y dos haces de luz incidieron sobre ellos, deslumbrándolos. El coche dio un bandazo y se salió de la carretera. Su padre pisó el freno a fondo y las ruedas se bloquearon, aunque eso no detuvo el avance del coche, que se deslizaba a toda velocidad sobre el barro del arcén.
Se precipitaron por la pendiente y cayeron al río. Muy despacio se sumergieron en la corriente helada y el interior comenzó a inundarse con rapidez. El parabrisas resquebrajado cedió, y la corriente del río la arrastró fuera del coche. El agua congelada le quemaba los pulmones. Gritó, pero solo consiguió tragar más líquido. Pataleó con todas sus fuerzas, intentando aferrarse a cualquier cosa en la oscuridad.
No había nada, solo agua negra y fría. Intentó quitarse el abrigo, pesaba demasiado. Apenas sentía los dedos y los botones se le resbalaban. Dejó de resistirse en cuanto comprendió que todo era inútil. A pesar de su corta edad, entendía perfectamente qué le estaba ocurriendo. Se moría. Poco a poco se hundió, hasta posarse en el fondo con el último latido de su corazón.
La luz la cegó y desapareció con la misma rapidez que había aparecido. Se vio a sí misma en la cama de un hospital, cubierta de cables conectados a unos monitores. Sonó un pitido agudo y constante. Después se oyeron unos lamentos y vio unos rostros bañados por las lágrimas. Un médico se acercó a los monitores y los apagó, después abandonó la habitación con la vista clavada en el suelo y los hombros hundidos.
De repente, notó cómo una fuerza invisible tiraba de ella hacia el cuerpo que yacía inerte. Se dejó arrastrar y penetró en su interior. Sintió la familiar sensación de sus miembros y su mente funcionando. El aire entró en sus pulmones y sus ojos se abrieron. ¡Estaba viva!
William, sentado en la butaca que había junto a la puerta del vestidor, no apartaba los ojos de la cama.
—En apariencia está bien, no creo que le ocurra nada malo —dijo Silas, cubriendo el cuerpo de Kate con la sábana. Continuaba inconsciente.
—¿No crees? Los vampiros no se desmayan, y ella lleva así todo el día —indicó William al borde de un ataque de nervios.
Silas resopló mientras se ponía derecho y sacudía las arrugas de su túnica.
—Los vampiros no se desmayan, y tampoco enferman, jovencito. A veces, algunas hierbas suelen ayudar en ciertos casos, pero muy pocos conocen esas hierbas porque esos «ciertos casos» se han dado en muy raras ocasiones, ¿entiendes lo que digo? Por eso no existen médicos en nuestra raza, no son necesarios. Solo padecemos y nos recuperamos por la sangre; ese es nuestro único mal. Pero ella está completamente sana en ese sentido, demasiado sana te diría. ¿Solo toma sangre humana?
William no contestó.
—Entonces, ¿qué hacemos? —preguntó sin mucha paciencia.
—No lo sé. Quizá deberíamos trasladarla a mi casa, allí tengo más medios —sugirió Silas.
—Imposible. No puedo moverla así como está, y un viaje en avión supone demasiadas horas. No voy a arriesgarme a hacer algo que pueda perjudicarla —replicó William.
—¿No podrías llevarla del mismo modo que Adrien me ha traído hasta aquí?
William lo miró a los ojos y frunció el ceño con frustración.
—Fue lo primero que intenté, pero no puedo desmaterializarme con ella. Algo lo impide —admitió. Se puso de pie y se acercó a la cama. Le dolía verla tan quieta, como si estuviera muerta.
—No puedo hacer mucho más —dijo Silas.
Se giró hacia el anciano y sacudió la cabeza.
—No te preocupes. Adrien te llevará de regreso inmediatamente.
Tras despedirse de Silas, William se quedó a solas con Kate. Se sentó sobre la cama y la cogió de la mano, preguntándose qué demonios le ocurría. No soportaba verla en ese estado y un brote de pánico se fue apoderando de él. ¿Y si no reaccionaba?
De repente, Kate dio un bote y se quedó sentada, tomando una bocanada de aire tras otra. Necesitaba respirar para dejar de sentir aquel dolor en el pecho. Notaba los ojos secos y le escocían como si alguien le estuviera echando alcohol en ellos.
—Tranquila, tranquila…
Kate parpadeó, tratando de enfocar la vista, y se encontró con el rostro de William a solo unos centímetros del suyo. Estaba de rodillas frente a ella y le sostenía la cabeza entre las manos, ayudándola a mantenerla erguida. Él le apartó unos mechones de la cara que se le habían quedado pegados a la piel por culpa del sudor. ¿Sudor?, los vampiros no sudaban.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó él.
Kate se obligó a prestarle atención, se sentía desorientada y mareada.
—Creo que bien. ¿Qué… qué me ha pasado?
William suspiró. La tomó en brazos y la sentó en su regazo mientras la abrazaba con fuerza contra su pecho.
—No vuelvas a hacerme algo así, ¿me oyes? No vuelvas a darme un susto como este.
—Vale —logró responder Kate, sin saber muy bien a qué se refería. Le rodeó el torso con los brazos. El olor de su piel y la familiaridad de las líneas de su cuerpo la reconfortaban. Miró a su alrededor, sin tener muy claro aún dónde se encontraba. Poco a poco reconoció su habitación.
—¿Qué ha pasado?
—Te desmayaste, parecías muerta. ¡Dios, durante un instante llegué a creer que lo estabas de verdad!, pero me di cuenta de que seguías aquí porque tus ojos no dejaban de moverse bajo tus párpados, como si estuvieras soñando.
«¿Soñando?», pensó Kate. Los vampiros no sueñan, porque, para empezar, ni siquiera pueden dormir. De repente todas las imágenes volvieron a su mente, como si alguien estuviera volcando una tina de ellas en el interior de su cabeza. Se llevó las manos a las sienes. Un gemido ahogado escapó de su garganta.
—Lo he visto…
—¿El qué? —preguntó William, cada vez más preocupado.
—El accidente en el que murieron mis padres. Nunca supe qué pasó aquella noche, no lo recordaba, como si mi mente infantil hubiera bloqueado esos recuerdos. —Miró a William con los ojos como platos—. ¿Por qué lo recuerdo ahora?
William inclinó la cabeza cerca de la de ella. Acabó enterrándola en su cuello y respiró hondo.
—No lo sé. Todo esto es muy raro —admitió él con un suspiró. Tenía la voz ronca y cansada. La abrazó de nuevo y la besó en el pelo—. ¿Recuerdas algo? Me refiero a antes de desmayarte.
Kate sacudió la cabeza.
—No. Sentí un dolor muy agudo en el pecho y…
Se quedó callada. Se estremeció con un escalofrío recorriéndole la espalda.
—¿Qué ibas a decir? —inquirió William.
Ella le sostuvo la mirada, vacilante. Los secretos entre ellos se habían terminado.
—A veces siento la voz de Marak en mi cabeza —empezó a decir. No lograba llamarle de otro modo—. Y cuando eso ocurre, mi cuerpo reacciona.
—¿Y cómo reacciona?
—Como si mi corazón estuviera vivo y latiera al doble de su capacidad. Late tan fuerte y deprisa que me duele, me duele mucho. Eso es lo que me ha ocurrido abajo.
William la miró angustiado.
—No sabía que un vampiro pudiera desmayarse —añadió ella.
—Yo tampoco —confesó él—. He llegado a pensar que era culpa mía. Has estado bebiendo de mí y he creído que quizá estabas enfermando por eso.
Kate le acarició la mejilla con las puntas de los dedos. Una sonrisa cansada se le dibujó en los labios.
—No creo que eso tenga nada que ver. Llevo tiempo haciéndolo y tu sangre no es la de un vampiro, es como la humana. Quizá él, Marak, me haya hecho algo. No sé, puede que haya establecido algún tipo de conexión entre nosotros. Puede que… para espiaros a través de mí. Parece una locura, pero qué no lo es últimamente.
William se encogió de hombros.
—Es posible. Pero ya pensaremos en eso más adelante. Ahora necesitas descansar.
—¿Descansar? Llevo… —Se fijó en que no entraba luz por la ventana. Había anochecido—. ¿Cuántas horas he pasado inconsciente?
—Toda una vida —suspiró William. Al menos eso le había parecido a él.
Volvió a abrazarla y la sostuvo contra su pecho durante un rato. Notó algo líquido empapándole la camiseta. Primero percibió el olor, y una rápida mirada le bastó para comprobar que no se trataba de su imaginación. La apartó y le alzó la cara con un dedo bajo la barbilla; la vida abandonó su rostro.
Kate se llevó una mano temblorosa a la nariz, después se miró los dedos y un jadeo escapó de su garganta. Estaban manchados de sangre y goteaban sobre sus piernas.
—¿Por qué estoy sangrando? —preguntó con los ojos muy abiertos y brillantes.
—No lo sé, pero vamos a averiguarlo, te lo prometo. No dejaré que te pase nada. —Se puso de pie con ella en brazos, muerto de miedo—. Vamos al baño a limpiarte.