25

¡Están aquí! —exclamó Sarah. Se apartó de un salto de la ventana y se pegó a la pared.

Adrien, con el teléfono pegado a la oreja, la miró un segundo; el tiempo que necesitó para darse cuenta de a qué se refería. Abrió la boca para gritarles que se pusieran a cubierto, pero no tuvo tiempo. Los cristales de las ventanas estallaron y una lluvia de flechas de ballesta llovió sobre ellos. Apenas tuvo tiempo de rodear a Salma con un brazo y arrastrarla con él al suelo. Ella era humana, por lo tanto la más débil, y una pieza clave en todo el asunto de la profecía que no podía perder.

—Ve arriba, sube hasta la buhardilla. En el pasillo, en el techo, hay una trampilla que lleva a un pequeño desván. Escóndete allí —la urgió.

Salma no dudó, salió a gatas del salón y se precipitó escaleras arriba.

Una segunda lluvia de flechas penetró en la casa. El guerrero, que William había dejado bajo las órdenes de Adrien, cruzó la habitación de un salto y rodeó a Kate con sus brazos al tiempo que la empujaba contra la pared para protegerla. Tres flechas impactaron en la espalda del soldado, de las que no dio muestra de percatarse. Se apartó de Kate para examinarla de arriba abajo. Sus ojos brillaron por el alivio al comprobar que ella se encontraba bien.

—Gracias —logró decir Kate.

—Mi reina —dijo el vampiro con una inclinación de cabeza. Le colocó una daga en cada mano—. No os separéis de mí.

Kate no pensaba discutir esa petición. Se pegó al vampiro mientras otra de las ventanas reventaba y acababa convertida en una miríada de fragmentos brillantes esparcidos por el suelo. El olor a quemado se extendió por el aire. La alfombra estaba ardiendo.

Adrien miró a su alrededor, desesperado. Un rápido vistazo al exterior le mostró lo que ya sabía. Una veintena de tipos tatuados corrían hacia la casa. Y él solo contaba con un guerrero, dos licántropos que aún no habían alcanzado la madurez, su madre, su hermana, Marie y Kate; y una nefilim que yacía acurrucada en una esquina completamente aterrada e incapaz de moverse. Rodó por el suelo hasta ella.

—¿Sabes usarla? —le preguntó mientras le ponía una pistola en la mano. Solo estaba cargada con balas de plata, pero balas al fin y al cabo, y, aunque se necesitaban varios disparos en zonas vitales para cargarte a un nefilim, era mejor que nada. La chica meneó la cabeza con ojos llorosos—. Bueno, tú apunta al cuerpo y dispara. Con una bala en el estómago serán más lentos.

Adrien pensó qué hacer. Necesitaban un milagro. Iban a masacrarlos. Ni siquiera desmaterializándose conseguiría sacarlos a todos de allí. Pateó aquellos pensamientos al fondo de su cerebro, mientras corría a la cocina a por el arsenal que guardaba en su bolsa. Ponerse histérico no iba a cambiar el resultado. Regresó en la sala y empezó a repartir armas.

—Si llevan cadenas, no se os ocurra transformaros si os atrapan —le dijo a Jared y al otro chico.

Jared asintió y tomó las armas que le ofrecía.

—¿Listo? —preguntó Adrien al guerrero. El tipo hizo crujir los huesos de su cuello y adoptó una posición de ataque.

Los nefilim entraron en la casa a través de puertas y ventanas. Adrien se abalanzó sobre los dos que tenía más cerca, y una sonrisa peligrosa desnudó sus colmillos. Sus muñecas se movieron con dos giros certeros y el olor a sangre se mezcló con el del humo. Un par menos, aun así eran demasiados.

Kate alzó la cabeza hacia un nefilim que debía medir al menos dos metros. Durante un instante se quedó paralizada.

El hombre levantó el brazo, dispuesto a hundir una estaca en su pecho. Sonó un disparo que le acertó en el hombro. El nefilim soltó un grito y se le escapó la estaca de entre los dedos, ladeó la cabeza para ver quién le había disparado. Sarah le apuntaba desde el otro extremo de la habitación, temblando de arriba abajo; parecía que el arma se le iba a escurrir de las manos en cualquier momento.

Kate aprovechó la distracción y recordó sobre la marcha todas las lecciones que William le había dado. Le propinó un empujón en el pecho. El tipo cayó hacia atrás y rodó por el suelo para alejarse de ella. Kate no perdió el tiempo. Se lanzó hacia delante y corrió a por él. Pisó una silla y saltó en el aire, su pie izquierdo encontró la pared y la utilizó para impulsarse más arriba. Mientras volaba levantó la daga que tenía en la mano y cayó sobre el nefilim antes de que lograra ponerse derecho, enterrando la hoja en su pecho hasta la empuñadura. La giró con un rápido tirón hacia la derecha y después hacia abajo. Notó los huesos partirse y un charco de sangre se formó a sus pies. El nefilim se desplomó en el suelo completamente muerto.

Sus ojos recorrieron la escena. Los nefilim los triplicaban en número; no lo iban a conseguir. Una sensación de urgencia se apoderó de ella. Tenía que ponerlos a salvo, no podía perder a nadie más. Algo empezó a despertar en su interior, un instinto desconocido que no sabía que poseía y que la dominó por completo.

Repitió la misma táctica. Se lanzó hacia delante, saltó sobre la mesa y se impulsó con el pie, alcanzando la altura suficiente para volar por encima de un par de nefilim que iban a por Sarah. Aterrizó en el suelo, giró sobre sí misma y abrió los brazos en cruz. Golpeó hacia atrás y hundió las puntas de las dagas en el espacio entre sus vértebras, seccionándoles la espina dorsal. Se desplomaron sin más.

Una chica la golpeó en el costado con un trozo de madera que había arrancado de algún mueble. ¡El aparador de su abuela! Ignoró el dolor y el crujido de los huesos. Se giró hacia ella, le arrebató la improvisada estaca y la sacudió como si fuera un bate de béisbol. No dudó, ni siquiera ante la expresión de súplica de la muchacha. De repente, esas emociones que la hacían humana habían desaparecido. No sentía compasión, ni lástima, nada; solo el deseo de hacerle pagar que quisiera herir a las personas que le importaban. La golpeó en el estómago, y el impacto lanzó a la nefilim contra una vitrina. Antes de que pudiera levantarse, Kate le atravesó el pecho.

Su auténtica naturaleza, la que había mantenido oculta en un estado latente, tomó el control. Ni siquiera sabía que era capaz de comportarse como una asesina en serie sangrienta. Pues bien, lo era, y se sentía fantásticamente bien con esa nueva faceta.

En el vestíbulo, junto a la escalera, Ariadna tenía problemas para contener el ataque de un tipo de piel oscura y ojos muy claros. Costaba creer que alguien tan hermoso pudiera poseer una mirada tan sucia y desprovista de sentimientos. Corrió hasta ellos evitando los golpes que Adrien y un nefilim, que atendía al nombre de Emerson, se estaban propinando en medio de la sala. Por suerte, ella tampoco se sentía muy compasiva en ese momento. Vislumbró una espada en el suelo, la cogió al paso y la esgrimió con toda la fuerza que pudo invocar a sus brazos. Con un rugido de furia le cercenó la cabeza al hombre.

Ariadna lanzó un grito de socorro. Arriba, junto a la escalera, Cecil estaba en el suelo con uno de aquellos semiángeles sentado a horcajadas sobre sus caderas mientras la atacaba con una daga. Los brazos de la vampira presentaban cortes que sangraban de forma abundante, los estaba usando a modo de escudo para protegerse de las cuchilladas.

Kate y Ariadna corrieron en su auxilio escaleras arriba, pero no pudieron llegar hasta ella. Un hombre con el tamaño de un luchador de sumo, las agarró por la espalda y las hizo volar por encima de su cabeza. Ariadna impactó contra la pared y Kate cayó sobre el perchero que colgaba junto a la puerta. Notó cómo uno de los ganchos de metal se clavaba en su espalda y le rasgaba la piel mientras caía al suelo.

El nefilim saltó sobre ella empuñando un cuchillo de cocina. Pero, en lugar de asestarle una estocada, en el último momento, su mano cambió de dirección y se apuñaló a sí mismo a la altura del corazón. Cayó sobre Kate sin vida.

Kate salió de debajo del cuerpo sin dar crédito a lo que acababa de ver. Arriba, Cecil contemplaba en estado de shock cómo una sombra con apariencia de hombre le partía el cuello al tipo que intentaba matarla. La sombra se volvió sólida al saltar desde arriba al vestíbulo, y Kate vio a un hombre de piel cetrina con los ojos completamente negros. Arrancó a su paso un barrote de la barandilla y ensartó a un nefilim que corría hacia él.

—¿Quién eres tú? —logró preguntarle Kate.

—La caballería —respondió el ser con una sonrisa maliciosa.

Con los ojos como platos, Kate comprobó que en la casa había otros dos… (lo que fueran aquellos seres), luchando contra los semiángeles. Uno de ellos recibió un buen tajo dirigido a Marie; ni siquiera tembló. Apartó a la vampira a una posición segura y encajó otro corte que llegó hasta el hueso de su antebrazo. Con ese mismo brazo, atravesó el pecho de su atacante y un corazón palpitante acabó en su mano. Kate lo observaba atónita, por eso no vio venir a otro nefilim empuñando contra ella un arma que se asemejaba a una lanza.

Se giró en la última décima de segundo; demasiado tarde para reaccionar. Kate extendió las manos, como si así pudiera detener el golpe que iba dirigido a su pecho. La punta de la jabalina chocó contra un muro invisible de energía, que se desplazó a través del arma y lanzó hacia atrás al hombre. Acabó clavado a la pared por el cuello, colgando de forma grotesca, mientras la vida se le escapaba sin ninguna clemencia.

Una mano agarró a Kate por el cuello y la puso de pie como si pesara menos que nada.

—¿A que te alegras de que no sea un chico obediente? —susurró una voz junto a su oído.

Kate vio a Marak por el rabillo del ojo. Sonreía con prepotencia, y era evidente que estaba disfrutando con la situación. A ella no le quedó más remedio que responder que sí.

Marak soltó una risita y la tomó en brazos. Salió con ella al porche y la alejó de la casa unos metros antes de dejarla en el suelo.

—No sé cómo lo has hecho, pero… gracias —dijo ella.

—No permitiré que nadie le haga daño a mi pequeña. Aunque, algo me dice que no necesitas que te proteja, ¡ya no! —exclamó con un brillo fiero en los ojos—. Mi niña, puedes hacerlo tú sola, y muy bien. ¡Eres una caja de sorpresas! ¡Y me encantan las sorpresas!

Kate se estremeció con el sentimiento de posesión que tenía su voz, y dio un paso atrás sin entender de qué estaba hablando. Marak acortó ese paso y la sujetó por el cuello con ternura, con una mano mucho más sólida que la última vez que pudo tocarlo. Todo él parecía más consistente. Le acarició la piel con el pulgar y Kate notó un revoloteo en su pecho, como si su corazón hubiera comenzado a latir de nuevo y quisiera abandonarla.

—Ahora me debes un favor —dijo él, acercando su cara a la de ella. Sus labios casi se rozaban—. Uno muy grande.

—Yo no te he pedido nada —replicó Kate, un tanto confundida y recelosa.

—Es cierto, no lo has hecho. Pero ellos, tus amigos, están vivos gracias a mí —le hizo notar, señalando con uno de sus dedos la casa—. Me debes un favor.

—Eso depende de lo que pretendas pedir a cambio —replicó ella sin estar muy segura de si Marak hablaba en serio o solo le estaba tomando el pelo.

Marak frunció los labios con un mohín. Le chispeaban los ojos con un brillo inusitado que escondía su color castaño.

—Nada que no puedas darme —susurró él con complicidad. Una enorme sonrisa se extendió por su cara, y Kate se dio cuenta de que hablaba completamente en serio. Estaba en deuda con él.

Dentro de la casa los sonidos cesaron.

Adrien miró a su alrededor. Aquellos tipos que habían aparecido de la nada eran el milagro que había suplicado. Se habían desecho de los nefilim que quedaban con vida en un visto y no visto. Una treintena de cuerpos despedazados salpicaban toda la planta baja y la escalera. Algo así era difícil de esconder. Bueno, ya tendría tiempo de pensar en eso. Buscó a quiénes de verdad le importaban. Jared atendía en el suelo al otro licántropo.

—¿Está bien? —preguntó.

—Sí, solo tiene una herida en el costado, pero está sanando —respondió el chico.

Adrien vio a su madre y a su hermana ayudando a Marie a sentarse. La vampira tenía una flecha atravesándole el muslo de lado a lado. Ella misma la sacó con un fuerte tirón mientras apretaba los dientes. El guerrero recuperaba las fuerzas; bajo su brazo se encontraba Sarah. La chica respiraba con dificultad y tenía un golpe bastante feo en la frente. Oyó un pitido y una ligera vibración. Vio su móvil junto al sofá, se estaba quedando sin batería.

¡William! Debía avisar a William para que no continuara adelante. ¡Maldita profecía! Esperaba que Salma se encontrara bien, necesitaban a la vidente para intentar salir de toda aquella locura. Las teclas del móvil estaban cubiertas de sangre y le costó pulsar los números. Los tonos se sucedieron. William no contestaba al teléfono. Adrien empezó a ponerse cada vez más nervioso, pensando en los motivos por los que no respondía. ¿Y si ya había empezado la masacre?, ¿podría aún detenerla? ¿Y si estaba muerto? ¡Dios, puede que ya estuviera muerto, que todos estuvieran muertos! Apretó el teléfono contra su oreja mientras recorría la casa con un nudo en el estómago.

—¡Kate! —gritó. No la veía por ninguna parte y todo su cuerpo se puso en tensión con un brote de pánico—. Kate —gritó con más fuerza.

—Estoy aquí.

Adrien corrió hasta el porche y se quedó de piedra. Kate estaba junto a un hombre que logró que todos sus instintos y sentidos se volvieran locos. Algunas partes de su cuerpo se transparentaban, aunque empezaban a cobrar solidez por momentos. Tras él, se materializaron los tres hombres que les habían salvado la vida.

—Marak me sacó de la casa, vino a ayudarnos —dijo ella con una sonrisa de alivio.

Adrien no parpadeaba. Por supuesto que habían venido a ayudarles; aquella aparición empezaba a cobrar sentido.

—Ese no es Marak —indicó con un tono de voz tan frío como el hielo.

—Claro que sí. —Kate parpadeó—. Un momento, ¿puedes verle?

Adrien asintió sin apartar los ojos del tipo y alargó la mano hacia Kate.

—Aléjate de él, rápido.

Ella sacudió la cabeza, sin entender qué pasaba.

—No va a hacerme daño. Marak acaba de…

—Te digo que ese no se llama Marak —insistió él—. Y mucho menos es un fantasma. Es el Caído. ¡Aléjate de él!

—¿Qué quieres decir? No es un caído, es un fantasma, mira su cuerpo…

Los ojos de Kate se abrieron como platos, el cuerpo de Marak se estaba volviendo completamente sólido ante su mirada.

«… y en un mar de sangre renacerá el caído», pensó Adrien. Empezó a comprender: con cada paso de la profecía cumplido él se fortalecía en la tierra, y ahora tenía un aspecto más que saludable.

—No es un caído cualquiera. Es el Caído, ese es Lucifer.

Kate retrocedió deprisa hasta chocarse con el pecho Adrien. Él la rodeó con un brazo y la atrajo hacia sí.

—Hola, sobrino —dijo Lucifer. La sonrisa que iluminó su cara era maldad en estado puro—. Tu padre me ha contado cosas sobre ti que me han impresionado. Es raro que mi hermano muestre afecto por alguien, pero a ti te ama… A su manera, claro está, pero te ama. ¡No sé si sentirme celoso!

—Puedes decirle a mi padre —escupió la palabra—, que él y yo tenemos un asunto pendiente. Un día de estos, me quedaré con su cabeza como trofeo.

Marak se echó a reír con ganas. Unas carcajadas fuertes y claras inundaron el tenso silencio. Los Oscuros que lo acompañaban rieron con él.

—Desde luego, es digno de ser tu heredero —dijo Lucifer.

El aroma a tabaco turco llenó el aire y unos pasos sonaron sobre la hojarasca. Mefisto apareció con paso lento y seguro, mientras daba largas caladas a un cigarrillo.

—Es blando como su madre —susurró con voz envenenada. Alzó los ojos hacia el porche y le dedicó una sonrisa a Ariadna, que estaba tras su hijo con los puños apretados—. Querida —saludó. Se giró hacia su hermano—. Si has terminado de jugar…

—Por supuesto —suspiró Lucifer. Sus ojos oscuros se clavaron en Kate—. Adiós, mi dulce niña, y no olvides nuestra conversación.

Kate le sostuvo la mirada. Una mirada plateada que él ya no escondía. Estaba enfadada. Se sentía como una marioneta a la que obligaban a moverse a un son que no le gustaba. Era la mayor idiota del mundo por pensar que todo tenía un lado bueno. Creyó en Marak e ignoró sus instintos, los avisos que le gritaban que se equivocaba y que debería desconfiar. Se paseó con ese libro durante días hasta que cumplió con la labor que esperaba de ella; y no lo había visto venir. ¿Y ahora qué?

—¿Qué quieres de nosotros? ¿Qué quieres de mí? —gritó Kate exasperada, pero no halló respuesta. Se desvanecieron sin más.

William no dejó de caminar hasta alcanzar el borde del muelle. Los gritos y el fragor de la batalla aún resonaban en sus oídos, pero ese estruendo ya formaba parte del pasado. El puerto estaba sumido en un silencio sepulcral, roto tan solo por el arrastre de cuerpos hasta el centro del edificio. Los guerreros amontonaban los cadáveres en una improvisada pira funeraria; el fuego limpiaría cualquier rastro y purificaría el lugar. La tonelada de productos inflamables que había metido allí, subiría la temperatura del incendio hasta convertirlo en una caldera donde ni el acero resistiría las llamas.

Un goteo continuo le hizo mirar a sus pies, pequeños riachuelos corrían entre sus botas para caer al mar formando diminutas cascadas. El olor metálico y dulzón le colmaba el olfato, hasta el punto de enmascarar el penetrante olor a combustible. A pesar de la oscuridad, su sentido de la vista vampírico, desarrollado hasta límites insospechados por su naturaleza angelical, captó el color que el agua salada estaba adquiriendo. Ante él se extendía un auténtico mar de sangre, cientos de litros derramándose en la superficie; la recreación viviente de la plaga más grotesca que narraba la Biblia.

Captó un ligero zumbido. Le costó unos segundos darse cuenta de que su teléfono móvil estaba vibrando. Parpadeó y se obligó a salir del trance en el que se hallaba inmerso. De repente fue consciente de la realidad que lo rodeaba. Con las manos aún manchadas de sangre, sacó el teléfono de uno de los bolsillos de su pantalón, comprobó que se trataba de Adrien y no perdió el tiempo en saludar.

—¿Kate está bien?

—Eh… —vaciló Adrien. Estuvo a punto de hacer un chiste sobre su corazón roto por no decirle ni siquiera un «hola»—. Sí, ella se encuentra bien. Está aquí mismo.

William se relajó con un suspiro.

—Gracias —susurró, sin saber muy bien a quién le estaba agradecido; y añadió antes de que Adrien pudiera decir nada—: Ha acabado. Lo hemos logrado. Están todos muertos, Adrien. Han caído muchos de los nuestros, pero no ha sobrevivido ningún renegado.

—Lo sé —dijo Adrien con un tono de voz ronco.

No dejaba de pensar, de repasar paso a paso la profecía, y había llegado a la conclusión de que Lucifer siempre estuvo entre ellos, haciéndose más fuerte con cada sello que se iba rompiendo. Kate empezó a verlo nada más convertirse William en rey. En ese momento solo era un ente etéreo, pero que, paso a paso, fue adquiriendo fuerza. Según la profecía, aún quedaba otro sello que romper, puede que más, antes de que se alzara por completo. Tenían una posibilidad de evitar lo que quiera que estuviera planeado.

William percibió algo extraño Adrien.

—No parece que te alegres.

—Créeme, por dentro soy una fiesta; pero no tendría gracia si todo fuera tan fácil.

William no entendía qué quería decir, pero si que podía percibir las emociones de Adrien. Algo no iba bien, nada bien.

—¿Qué ocurre? ¿Por qué me has llamado?

—No te preocupes por eso ahora, ya no. Hablaremos con más calma cuando regreses —comentó. No servía de nada revelarle en ese momento otro montón de problemas.

—¿Seguro que están todos bien?

—Te lo juro por mi familia. Todos están bien.

—Voy para allá —dijo William antes de colgar.

Adrien se quedó mirando el teléfono y no se movió de donde estaba, esperando. El vampiro no tardaría en aparecer.

William colgó el teléfono, completamente seguro de que algo había pasado en Heaven Falls. Tenía que regresar de inmediato y ver con sus propios ojos que estaban bien. Se giró hacia el fuego, que comenzaba a calentarle la espalda. El edificio ardía envuelto en una cortina de llamas que se alzaban varios metros hacia el cielo. Toda la estructura del tejado se desplomó con un estruendo y el humo cubrió el muelle con una densa nube. El espectáculo no tardaría en llamar la atención. Alguien daría la voz de alarma y, en pocos minutos, el puerto se llenaría de humanos curiosos y servicios de emergencia.

Cyrus y Mihail repartían ordenes y comenzaban a organizar a todos los supervivientes vampiros. Daniel, junto a su familia, hacía otro tanto con los miembros de su clan. Mientras iba en su busca, William comprobó con alivio que todos se encontraban bien; solo estaban cansados y con algunas heridas leves, nada que el descanso y el alimento no pudieran solucionar. Robert salió a su encuentro, cojeaba y el brazo izquierdo le colgaba de forma extraña.

—¿Estás bien? —preguntó William a su hermano.

Robert lo miró con ojos brillantes. Se apoyó en el Hummer y, sin pararse a pensar en lo que iba a hacer, golpeó su hombro contra el coche. Se oyó el crujido de los huesos al recolocarse y el gemido de dolor que escapó de su garganta.

—Mucho mejor. Aunque una bañera con agua caliente y una preciosa mujer en su interior, sería mi definición perfecta de estar bien —suspiró el vampiro. Empezó a mover el hombro en círculos, mientras abría y cerraba el puño.

William sonrió y deslizó un brazo por el cuello de su hermano, lo atrajo hacia su pecho y lo besó en la sien sin importarle todas las miradas que se habían posado sobre ellos. Verlo vivo y con su habitual sentido del humor, era un regalo del destino que no esperaba. En su interior siempre pensó que no lo conseguirían.

—¿Crees que podrías encargarte de todo esto? Necesito regresar a Heaven Falls de inmediato.

Robert lo estudió con ojos perspicaces.

—¿Algún problema? ¿Marie está bien?

—Sí, acabo de hablar con Adrien, todos están bien; pero necesito volver.

—Supongo que, si a mí me esperara alguien como Kate, también estaría desesperado por volver.

William desvió la mirada. Aún no le había dicho nada a su hermano sobre la ruptura, ni tampoco lo haría en ese momento. Se limitó a sonreír y a palmearle la espalda con afecto.

—¿Podrás?

—Claro que sí. Yo me encargo de todo —respondió Robert.

William se acercó a Cyrus y le dio unas cuantas indicaciones. Todos los guerreros debían regresar a sus lugares de origen. Volverían a organizarse y se crearían pequeñas facciones para dar caza a los renegados que, con toda seguridad, correrían a esconderse en cuanto se extendiera la noticia de lo que había pasado en Nueva Orleans. Solo sería cuestión de tiempo dar con ellos y eliminarlos. Habían logrado aniquilar a la mayor parte de proscritos con un único y certero golpe; lo más difícil ya lo habían conseguido. Le puso en la mano el anillo de su padre, que Mako le devolvió nada más reencontrarse tras la masacre.

—Dáselo en cuanto regreses. Debe recuperar el trono lo antes posible para mantener el orden —pidió William.

—Querría que te lo quedaras. Lleva algún tiempo pensando en dejar el trono. Está cansado —le hizo notar Cyrus—, seguro que agradecería el relevo.

—Si mi padre quiere dejarlo tendremos que arriesgarnos con Robert, y rezar para que no quiera uniformarnos a todos con trajes de Tom Ford y diseños minimalistas en Blackhill House. —Cyrus se echó a reír, y William añadió—: Yo no sirvo para esto. Soy un guerrero, no un político.

Cyrus asintió con la cabeza y se guardó el anillo.

—Parece que tendremos algo de paz durante un tiempo. Tenía mis dudas sobre este asunto, nunca creí que lo conseguiríamos. Si no hubiera sido por los lobos… —dejó las palabras en el aire.

—Tendremos paz durante un tiempo; espero que sea mucho —deseó William.

Vio a Daniel conversando con Daleh. Ambos licántropos parecían mantener una conversación importante, probablemente relacionada con el futuro de la manada. William se percató de que su familia había sufrido cuatro bajas, que sumadas a las de los cazadores de Samuel y sus propios guerreros, completaban una cifra importante que empañaba la alegría de haber ganado aquella batalla. No había nada que celebrar salvo muerte y más muerte.

—Debo regresar —informó William a los licántropos—. ¿Podréis arreglároslas sin mí?

—Por supuesto —dijo Daniel. Miró por encima de su hombro el edificio en llamas—. Aquí ya hemos terminado. Organizaré a mis hombres e iré a buscar a Rachel. Ahora que todo este infierno parece haber llegado a su fin, necesito que vuelva a casa e intentemos vivir como si no hubiera pasado nada. ¡Dios sabe que lo necesito!

—Lo haremos, hermano —le aseguró William.

—Lo haremos —repitió Daniel mientras le daba un fuerte abrazo—. Siempre lo hemos hecho.

William se enfrentó a Daleh. Lo miró a los ojos y le ofreció la mano.

—Gracias por ayudarnos, y lamento sinceramente que hayas perdido a tus hermanos.

Daleh se quedó mirando su mano un largo segundo, al final la estrechó con fuerza.

—Han muerto con honor —se limitó a decir el lobo.

—¿Regresaréis a vuestras montañas?

—Espero que decidan quedarse. Nuestra raza estaría más segura con ellos cerca —intervino Daniel. Samuel, tras él, movió la cabeza dándole la razón a su hermano. Se dirigió a William—. Ve, no te preocupes. Nos vemos en casa, y esta vez será con una cerveza bien fría y una barbacoa en mi jardín. Cocino yo.

William sonrió y le dio un abrazo.

—Ahora puedo decirlo con conocimiento de causa: ¡cocinas de pena! —le susurró al oído, y se desmaterializó sin que Daniel tuviera tiempo de abrir la boca salvo para gruñir.