24

El pánico, crudo y descarnado, se apoderó de los renegados.

Pandemónium.

William vació su último cargador. Tiró la pistola al suelo, se llevó las manos al pecho y desenvainó las dagas que llevaba cruzadas sobre él. El estrés era literalmente veneno en su torrente sanguíneo. Apenas era capaz de procesar todos los ataques que recibía. Giraba en un remolino de puñetazos y patadas, que él desviaba con los antebrazos y esquivaba agachando el torso y la cabeza.

Roland apareció frente a él, armado hasta los dientes y con una mirada desquiciada. El renegado parecía de verdad cabreado. William entornó los ojos y se permitió el lujo de sonreírle. Roland le lanzó un tajo con su daga, William interceptó el golpe, lo hizo girar y, utilizando su impulso, lo lanzó contra un grupo que intentaba acorralar a su hermano. Roland se recuperó rápidamente del inesperado impacto y arremetió contra él.

William se apartó en el último momento girando sobre sí mismo; sus brazos eran como aspas y se movieron con precisión. Su mano atravesó tejidos y huesos. Se quedó inmóvil con una rodilla en el suelo y los brazos extendidos, al igual que Roland. La expresión de este era de sorpresa y horror. Muy despacio miró hacia abajo y contempló el agujero en su pecho. Se desplomó hacia delante de golpe.

William dejó caer el corazón del renegado al suelo. Le dio una patada con desprecio y apuntó a su siguiente objetivo. Ser un semiángel tenía sus ventajas, cada vez que lanzaba una de aquellas lenguas de fuego, unos cuantos renegados se convertían en cenizas; pero no podía usarlas sin correr el riesgo de herir a uno de los suyos. Estaban demasiado mezclados, así que tenía que calcular muy bien el momento para no lamentar un daño irreparable.

Intentaba por todos los medios no perder de vista a Robert y a los Solomon, pero entre aquel mar de cuerpos era imposible ver nada ni a nadie.

Los hombres de Daleh eran cuanto habían esperado de ellos y mucho más. Eran auténticas máquinas de combate con los pistones bien engrasados, y parecían funcionar con una perfecta mezcla de alto octanaje, porque no aflojaban el ritmo, ni mostraban cansancio. La mirada de William se cruzó con la del lobo, una milésima de segundo que aprovechó un vampiro gigantesco del nido de Seattle para abalanzarse sobre Daleh; nada que una daga en el pecho no pudiera arreglar.

Mientras desnudaba los colmillos y un gruñido se elevaba en su garganta, William dio un salto y voló sobre sus cabezas. Giró en el aire como lo haría un proyectil. Un movimiento de muñeca y la cabeza del renegado se descolgó de su cuello a cámara lenta. Al aterrizar sobre el suelo, los pies de William resbalaron en la sangre que lo cubría. Parecía una pista de patinaje en la que sus botas se hundían unos buenos cinco centímetros. Miró a su alrededor. Había sangre por todas partes: las paredes, las puertas, las ventanas; incluso ellos estaban cubiertos por una capa pegajosa que escondía sus facciones, convirtiéndolos en una especie de figuritas de acción, todas iguales. Casi no podía distinguir a amigos de enemigos.

El descuido tuvo sus consecuencias.

Notó un golpe seco en el hombro y la punta de una hoja apareció bajo su clavícula. Sintió el mango del arma golpeándole la espalda. ¡Lo había atravesado de lado a lado! El dolor lo sacudió como un latigazo. Un grito ronco salió de su garganta mientras se giraba y hundía una daga en el cuello del renegado que acababa de apuñalarlo. A unos cuantos metros de donde se encontraba, Mako tenía verdaderos problemas para mantenerse a salvo de las estocadas de dos proscritos. William se lanzó hacia delante como un tren de mercancías, embistiendo todo lo que encontraba a su paso. Era un guerrero increíble, las dagas giraban en sus manos emitiendo destellos bajo las luces. Sus brazos y piernas se movían cambiando de posición más rápido que un parpadeo, con una ejecución y un equilibrio perfectos que tuvieron como resultado otras cuatro bajas en el bando enemigo.

—¿Estás bien? —le preguntó a la chica mientras la sostenía por un brazo.

Ella se llevó una mano al costado y asintió. William no pudo distinguir si se encontraba herida o si solo había recibido un golpe, estaba cubierta de sangre y no sabía si en parte era de ella.

—Voy a sacarte de aquí —le gritó por encima del ruido.

—¡No! —exclamó Mako.

Tarde, William ya se había desmaterializado con ella en brazos, sacándola del infierno que ellos mismos habían desatado. La dejó en un tejado cercano.

—No soy de las que huye —le gritó en cuanto tuvo los pies en el suelo. De repente fue consciente de cómo había llegado hasta allí—. ¿Cómo demonios has hecho eso?

William no respondió. Se quitó el anillo del rey y se lo puso en la mano.

—Si no salgo de ahí, devuélveselo a mi padre.

Desapareció en un latido y Mako se quedó en el tejado completamente sola.

Sarah echó a correr como alma que lleva el diablo. Aún no podía creer que hubiera logrado escabullirse sin que se dieran cuenta. Los nefilim estaban tan concentrados en repasar el ataque que, cuando Emerson le pidió que preparara café, y ella le hizo notar que se habían quedado sin agua, la enviaron al río sin nadie que la vigilara.

Ni siquiera se paró a pensar. Cogió una de las botellas y sin mirar atrás se encaminó al arroyo, pero no se detuvo allí, sino que continuó corriendo. Podría haber tomado cualquier dirección. Había conseguido algún dinero, suficiente para un billete de autobús que podría llevarla a cualquier parte lejos de allí, lejos de Emerson y de su grupo de psicópatas. Pero no lo hizo.

Alcanzó la orilla del lago y continuó corriendo sin detenerse. Tenía la sensación de que escapaba de un agujero peligroso para lanzarse sin cuerda a otro mucho peor. Algo inexplicable en su interior la empujaba a hacer estupideces, como ir al encuentro del híbrido por el que perdía la capacidad de hablar y que no dudaría en matarla a la menor ocasión, para intentar salvarle la vida.

A través de los árboles distinguió la casa. Había luces encendidas en el interior. Apretó el paso. Su respiración se asemejaba más a los estertores de un moribundo que a la de una joven sana. Sentía el sabor de la sangre en la boca, tan seca que los labios se le habían agrietado y la garganta la tenía en carne viva. Un líquido caliente escapó de su nariz. Lo notó resbalando por la comisura de su boca hasta la mandíbula. Había forzado demasiado su cuerpo para llegar hasta allí. Casi se derrumbó al pisar el primer peldaño del porche.

La puerta se abrió de golpe y Adrien apareció en el umbral. Sarah no lo creía posible, pero al verlo delante su corazón empezó a latir con más fuerza. Tras él, Kate se asomó por encima de su hombro.

—¡¿Tú?! —exclamó Adrien. Su mano voló hasta la daga que escondía bajo su camiseta.

Kate reaccionó a tiempo y se la arrebató de las manos.

—¿Qué haces? —lo reprendió.

—Van… a… ata… caros… Van… a… Están… a… punto… de lle… gar.

Sarah cayó de rodillas.

Kate empujó a Adrien a un lado y se arrodilló junto a la chica. Un grito ahogado escapó de su boca cuando vio el estado de sus zapatillas, estaban deshechas y a través de los agujeros se le veía la piel ensangrentada.

—¿Cuánto llevas corriendo?

—Muchos… kilómetros a tra… vés del… bosque —resolló.

—¿Qué quieres decir con que van a atacarnos? —gruñó Adrien. La agarró sin miramientos de un brazo y la puso de pie a la fuerza—. ¿O es otra de tus tretas? Nos la jugaste una vez; esa fue la primera y la última.

—No es… una treta.

—¡Y un cuerno! —le espetó él, sacudiéndola sin compasión.

Kate apartó a Adrien y lo obligó a que la soltara.

—Tranquilízate —le ordenó. Se acercó a Sarah y con una mano en su cintura la ayudó a sostenerse—. Vamos adentro. Te daré un poco de agua y me contarás por qué estás aquí, ¿vale?

—De eso nada. O se larga o le rebano el cuello —dijo él; y no lo decía para impresionar a nadie.

Kate solo tenía deseos de agarrar el macetero que había sobre la repisa de la ventana y estampárselo en la cabeza. Cuando se cerraba de aquel modo, razonar con él era imposible.

—Es mi casa, la acogeré si me da la gana —replicó con tono severo.

—No puedes estar hablando en serio —masculló él, pegándose a su oído—. Nos tendió una trampa y aquellos nefilim, sus amiguitos, casi nos matan a William y a mí. No podemos confiar en ella.

—Mírala, si no es capaz de tenerse de pie.

—No lo necesita. Ella es el caballo de Troya, como la otra vez. No me gusta. Seguro que es una trampa. Seríamos idiotas si picáramos de nuevo.

—Tengo un presentimiento. Algo me dice que debemos escucharla.

Adrien se pasó una mano por el pelo, intentando tomar una decisión.

—Definitivamente soy idiota —dijo mientras empujaba a la nefilim dentro de la casa—. Empieza a hablar.

—Me… llamo Sarah.

—¿Acaso crees que me importa tu nombre? —explotó él.

Sarah se encogió y apretó los párpados muy fuerte. Estaba aterrorizada, aunque esa sensación ya formaba parte de ella. Se obligó a mirarlo y cerró los puños para sacar fuerzas. Nada podía ser peor que todo lo que ya había soportado.

—El grupo de nefilim que os atacó este verano lo dirigía un hombre llamado T.J., estaba loco y era peligroso. Emerson es su hermano pequeño, es mil veces peor que T.J., y está ahí fuera, en alguna parte de ese bosque, viniendo hacia aquí para vengar la muerte de su hermano —fue su breve explicación.

Adrien y Kate se miraron un instante. Tras ellos, Cecil y Ariadna aparecieron junto al guerrero. Marie bajó del piso de arriba.

—¿Quién es? —preguntó la vampira.

—Alguien con los minutos contados —respondió Adrien.

Sarah los observaba muerta de miedo, intentando mantener la compostura y no derrumbarse.

—No miento —insistió al ver que todos guardaban silencio, sometiéndola a un incómodo escrutinio.

—¿Esperas que crea que has venido hasta aquí para avisarnos de que tus hermanitos Quiero Unas Alas Doradas pretenden cortarnos el cuello esta noche? —preguntó Adrien. Sarah asintió sin dudar—. ¿Y por qué ibas a traicionar a tu gente para ayudarnos? ¿De verdad esperas que me lo trague?

Sarah alzó la barbilla y le sostuvo la mirada con aplomo. Durante un instante se perdió en sus ojos negros y su corazón volvió a revolotear en su pecho; y esta vez no fue por miedo.

—No son mi gente aunque pertenezcamos a la misma especie. Yo no soy como ellos, nunca he hecho daño a nadie. Y os lo debía por lo que pasó. —Bajó la vista y se abrazó el estómago mientras lanzaba miradas preocupadas a las ventanas—. Ya deben saber que me he escapado. Debo irme o volverán a atraparme; y vosotros deberíais hacer lo mismo.

Adrien se quedó callado sin dejar de mirar a Sarah. Su instinto le decía que no estaba mintiendo. Sacó su teléfono del bolsillo y buscó en la marcación rápida el teléfono de Jared.

—Problemas, y de los grandes —dijo cuando este descolgó.

Sarah dio media vuelta dispuesta a marcharse por donde había venido, con la esperanza de contar todavía con algún minuto que le permitiera huir de Emerson.

—No podemos dejar que se vaya, está sola. Y ha elegido venir hasta aquí para avisarnos, cuando podría haberse largado sin más —susurró Kate a Adrien, cogiéndolo del brazo.

Adrien sacudió la cabeza.

—No somos una ONG —replicó él.

Kate frunció el ceño y lo reprendió con la mirada. Adrien lanzó una maldición y salió tras la chica.

—Eh. —La detuvo con una mano en el hombro y se esforzó por parecer un poco más amable. Aunque el cambio no se notó mucho, el tono de su voz solo había pasado de ser ácido a áspero como un trozo de lija—. Puedes quedarte aquí si no tienes a dónde ir. Total, para morir, cualquier sitio sirve. Y si has dicho la verdad, quizá no pasemos de esta noche.

Sarah se dio la vuelta. Aquello era lo último que esperaba oír. Se quedó petrificada, con la garganta seca, mirándolo incapaz de decir nada. Cuando él apartó la mano, ella sintió un escalofrío. Contempló la firme línea del cuello de Adrien que desaparecía bajo la camiseta…, y notó un calor sofocante ascendiendo por sus mejillas. De repente fue consciente de que llevaba días sin pisar algo más que el baño de una gasolinera y el agua helada del arroyo. Tenía el pelo sucio y enmarañado, la cara cubierta de arañazos; y estaba segura de que no olía muy bien. Sí, desde luego, aquel era el momento perfecto para preocuparse por eso.

Asintió sin estar muy segura de si era la mejor decisión, pero, de momento, no quería ir a ninguna otra parte. No tuvo tiempo de pensar mucho más en el asunto. Sus ojos volaron al camino, donde una furgoneta avanzaba hacia la casa a toda velocidad. Notó cómo el brazo del chico cruzaba por su estómago y la empujaba hacia atrás, hacia el interior de la casa.

El guerrero apareció al lado de Adrien empuñando dos espadas gemelas, dispuesto a abalanzarse sobre cualquier peligro que pudiera surgir del vehículo. La furgoneta se detuvo con un fuerte frenazo y una mujer salió del interior de un salto. Los ojos de Adrien se abrieron como platos; aquella se estaba convirtiendo en la noche de los fantasmas. Contempló a la vidente, mientras ella lo miraba a él sin parpadear, abrazada a un viejo libro. Su pecho se agitó con un mal presentimiento. Cada vez que una de esas antiguallas aparecía, no era por mera casualidad. A este paso iban a reunir una colección digna de una biblioteca.

—¿Te acuerdas de mí? —preguntó Salma.

—Eres la vidente —respondió él con voz grave, sintiendo como el aire de la noche se volvía espeso a su alrededor. Su mente se iluminó con una idea que lo dejó frío—. ¿Qué has visto?

—Muchos cadáveres. Un mar de sangre. Y esto… —Agitó el diario—. Lo que sea que vais a llevar a cabo, tenéis que dejarlo antes de que sea tarde.

—¿Tarde para qué? —preguntó Adrien.

—Para el fin del mundo.

—Explícate —la urgió, moviendo una mano para que se acercara. Ella vaciló—. Mira, has venido hasta aquí, así que dudo mucho que tu seguridad sea lo que más te preocupa. Pero, si te sirve de algo, nadie va a hacerte ningún daño.

Salma inspiró hondo, como si tratara de olvidar un mal momento.

—Hace unas horas he visto morir a una amiga en manos de un demonio, mientras intentábamos conseguir este libro. No creo que pueda ocurrirme nada peor que eso.

—¿Demonios? —repitió Adrien.

Ella asintió, aún conmocionada. Se acercó a Adrien y lo siguió a la casa.

Desde el porche, Kate miraba atónita a la vidente. Se frotó el brazo en el mismo punto donde aquella noche la mujer le clavó las uñas, mientras le pedía que tuviera cuidado con el demonio de ojos rojos que intentaría arrebatarle su don más preciado. Su aviso fue innegable hasta cierto punto; poco días después, un semiángel, y no un demonio, le arrebató su humanidad.

Se miraron a los ojos y Kate creyó que la mujer podía desnudarle el alma si se lo proponía.

—Me hubiera gustado equivocarme —dijo Salma en un susurro—. Lo siento.

Kate no respondió y se limitó a seguirlos hasta la sala.

Salma dejó el libro sobre la mesa. No tenía más de cuarenta páginas, y la encuadernación se limitaba a unos cuantos agujeros por los que pasaba un fino cordón manteniendo las hojas unidas. Se recogió el pelo tras las orejas y miró a los presentes sin poder evitar que el estómago se le encogiera.

La puerta se abrió de golpe y Jared entró a la carrera, seguido de un joven licántropo: un nuevo recluta de Samuel.

—Empecé a tener visiones después de que fueras a buscarme por el cáliz. —Salma abordó el tema sin más dilación.

—¿Ya la conocías? —preguntó Kate a Adrien.

—Es una larga historia —respondió Adrien sin intención de profundizar en los detalles—. Continúa, por favor —le pidió a Salma.

La vidente se había ganado su respeto cuando le mostró el camino hacia el cáliz. No era ninguna farsante, de eso no tenía la más mínima duda. Así que, si había ido hasta allí, y viendo lo alterada que se encontraba, iba a tomarse muy en serio cualquier cosa que dijera.

—He tenido visiones muy extrañas. Al principio no lograba interpretarlas. Eran fragmentos inconexos, sin mucho sentido, pero hace dos semanas se tornaron más nítidos y empecé a ver vuestros rostros.

—¿Qué más? —presionó Adrien al ver que se detenía. Sarah no dejaba de moverse y de asomarse a las ventanas, preocupada, y lo estaba poniendo de los nervios.

—He visto a un hombre escribiendo este libro. Vivió hace mucho tiempo, puede que cientos y cientos de años atrás. También tenía visiones, como yo. Mis visiones están directamente relacionadas con él, es como si yo reviviera lo que él veía en aquel tiempo. No encuentro las palabras para explicar…

—Te agradezco toda esta charla, Salma, pero… ¡no me estás explicando un cuerno! No tienes que convencerme, ¿vale? Digas lo que digas, creo que voy a creerte. —Se dio la vuelta—. ¿Podrías quedarte quieta un segundito? —le ladró a Sarah.

—Tenemos que irnos, ya —susurró la nefilim.

Salma continuó sin perder tiempo.

—Vale. Todas estas visiones que he tenido, creo que son cosas que van a pasar, pero que no deben pasar. Cada una es la imagen de un hecho concreto, una cadena de sucesos que conducen a un fin escrito hace mucho, y que anuncian algo malo. Como si fueran las vueltas de una llave en una cerradura, y cuando la llave gire por última vez, una puerta que no debería abrirse jamás, liberará la oscuridad que ha estado conteniendo.

Adrien se pasó una mano por la cara. Que le arrancaran un brazo si había entendido algo.

—Vale. Empieza por describirme esas visiones.

Salma asintió, y señaló a Kate.

—La vi a ella a punto de ser sacrificada. Y a ti y al otro vampiro, tu amante —aclaró dirigiéndose a Kate—, vertiendo vuestra sangre en un cáliz. El mismo cáliz por el que me preguntaste aquella noche. Después he visto cientos de vampiros saliendo bajo la luz del sol sin que este les cause daño. He visto a hombres de otros tiempos convertirse en lobos y desprenderse de unas cadenas invisibles que doblegaban su voluntad. ¡No se les debe liberar, nunca! —enfatizó la última palabra.

Kate y Adrien cruzaron una mirada, no había que pensar mucho para darse cuenta de que la vidente hablaba de Daleh y su manada. ¿Quién si no? Pues el aviso llegaba tarde. Salma continuó:

—Vi un mar de sangre, cientos de cuerpos despedazados y una sombra que cobraba fuerza con cada visión. Estoy segura de que todo eso está escrito en estas páginas. —Posó la mano sobre la cubierta del libro—. Supe de inmediato que todas las respuestas estaban aquí, y que sean lo que sean esas visiones, no deben cumplirse o estaremos iniciando el Apocalipsis. Y no hablo metafóricamente. También he visto ángeles, y no querubines como los que aparecen en los retablos. Estos eran peligrosos y luchaban entre sí reduciendo este mundo a escombros. Todo perecía bajo el fuego. —Tragó saliva—. No importa qué ocurra, ni las consecuencias, pero esas cosas que he visto no deben ocurrir. ¡No pueden pasar!

Adrien cogió el libro y comenzó a hojearlo.

—Está escrito en una lengua que desconozco —comentó Salma—. Si consiguiéramos descifrarlo, quizá podríamos averiguar más cosas y saber qué hacer.

—Es enoquiano —susurró Adrien.

—¿La lengua de los ángeles? —preguntó la vidente.

El vampiro asintió y ella se abstuvo de preguntar cómo conocía esa lengua.

Adrien comenzó a leer, mientras lo hacía le preguntó:

—¿Cómo lograste el libro?

Salma palideció y pensó en Lena, muerta sobre el asfalto.

—Lo vi en uno de mis trances. El lugar, la hora… Vi a esos demonios saliendo de la casa, distraídos durante unos minutos, y algo me dijo que debía ir a buscarlo. Que debía traerlo hasta aquí. No sabía el precio que tendría pagar: la chica que me ayudaba murió asesinada por uno de esos seres.

Kate se acercó a ella y puso una mano en su hombro.

—Siento lo que le ha pasado a tu amiga.

Salma le dedicó una sonrisa de agradecimiento y le dio una palmadita en la mano.

Adrien se concentró en el texto. Dejó escapar un siseo que logró captar la atención de todos los presentes. Se estremeció para liberarse de toda aquella desagradable energía que se estaba apoderando de él. Llegó a un pasaje que ya conocía y una sensación incómoda se instaló en su pecho mientras leía. ¡Tenía entre sus manos la maldita profecía que durante meses había buscado para intentar saber qué tramaba en realidad Mefisto!

De la semilla del primer maldito nacerán dos espíritus sedientos de sangre. Uno heredero de la luz y el otro de la oscuridad. El equilibrio perfecto. Tan poderosos que con una palabra darán vida a la muerte y muerte a la vida. Cuando la noche venza al día en su plenitud, la oscuridad dominará con sus sombras a la luz. Sobre el cáliz que alimentó a la primera plaga, los espíritus derramarán su sangre mancillando la tierra sagrada, y aquellos que se ocultan en las tinieblas caminarán bajo la estrella de fuego a salvo de las llamas. Se abrirán las puertas del averno y el mal que guardan abandonará su destierro.

Vale, aquello empezaba a pintar bastante mal. Adrien continuó:

El pecado de la carne expiará con magia y el castigo forjará la nueva raza. Cuerpo de hombre, alma de bestia. El espíritu noble de corazón atormentado, el primero de todos, el Guerrero, será coronado rey y gobernará la tierra desde un trono impuesto. Bajo su espada los enemigos tornarán aliados. La réplica devolverá la nobleza a los padres de la raza. Prisioneros de la marca, doblegados por el honor, sometidos por las cadenas invisibles del perdón.

»Y el hijo destronado, el hermano derrocado, el dragón derrotado iniciará su ascensión.

Adrien resopló y se pasó una mano por la cara.

—El dragón derrotado iniciará su ascensión —repitió—. No soy muy bueno interpretando acertijos, pero no me gusta cómo suena todo esto.

—Continua —rogó Kate.

El castigo será cumplido, la falta enmendada y los pecados perdonados. La muerte cobrará su precio, los errantes regresarán al abismo, y en un mar de sangre renacerá el caído. El tirano se alzará. Y el alma más pura, dos veces nacida, dos veces marchita, completará el ciclo restituyendo con un sacrificio lo que una vez le fue concedido.

»Donde el cielo cae, dando nombre a la tierra. Ante los que un día estuvieron y ya no se encuentran. Ante los que fueron carne y en polvo se desvanecen. Una promesa cumplida traerá consigo el fin de los días. El velo caerá, la oscuridad retornará, y la tierra llorará sangre cuando los primeros hijos se desafíen.

Adrien dejó de leer y clavó sus ojos en Kate. Ella le devolvía la mirada completamente desesperada, también había llegado a la misma conclusión que él.

—¡Es vuestra profecía! No acabó con la maldición, hay mucho más y la estamos cumpliendo sin darnos cuenta —dijo ella con la voz apagada, como contenida.

Adrien se quedó callado, pero sus ojos hablaban por él. Los peones de un juego, eso eran, simples piezas en un tablero que manejaban otros. Un juego que no iba a detenerse hasta el final y que ganaría el más taimado y mezquino. Algo le decía que ese era Mefisto, su «queridísimo» padre. Él lo había iniciado y, hasta ahora, lo había dominado; pero Adrien pensaba cambiar ese final, costara lo que costara.

—Tengo que hablar con William. Hay que parar la masacre —dijo mientras sacaba su teléfono móvil del bolsillo de sus pantalones.

—¿Qué? No podemos hacer eso, no a estas alturas —dijo Jared.

—Escucha, ese mar de sangre hace referencia a la matanza de esta noche. Estoy seguro. Cientos de renegados muertos bajo la espada del Guerrero, ese es William. ¿Y quiénes crees que son los aliados bajo su mando? —Jared palideció, y Adrien añadió—: Exacto, los clanes de vampiros y licántropos. Mira, lo siento, pero todos los que estamos aquí hemos comprobado que estas cosas se cumplen; y que cuando lo hacen, la situación empeora. No me voy a arriesgar a provocar… a provocar… —No encontraba las palabras.

—El fin del mundo —terminó de decir Salma—. Con azufre, fuego y toda la parafernalia que podáis imaginar. Lo he visto.

Kate se quedó mirando a la vidente, pálida como un cirio. Sus piernas apenas la sostenían.

—Llama a mi hermano —rogó Marie, que miraba pasmada a la adivina.

Kate sacudió la cabeza, de acuerdo con la idea.

Adrien empezó a marcar el número en su teléfono; los cientos de kilómetros que los separaban impedían la conexión mental. Desmaterializarse hasta Nueva Orleans no era una opción, no con la amenaza de un posible ataque nefilim. La aparición de Salma no había hecho que se olvidara de ese pequeño detalle. Soltó una maldición. ¿Qué más podía salir mal?