Kate echó a correr y alcanzó el bosque sin que nadie tuviera tiempo de detenerla. Continuó corriendo hacia el único lugar que consideraba suyo de verdad: su casa, su refugio desde el día que nació. Aunque esa casa estuviera ahora vacía de recuerdos.
Unos brazos le rodearon la cintura, deteniendo su frenética carrera. La alzaron del suelo y le aplastaron la espalda contra el tronco de un viejo pino. Se encontró con la cara de Adrien a solo unos centímetros de la suya. Ni siquiera pensó en lo que hacía, su mano salió disparada y lo abofeteó.
—Lo sabías y no me lo dijiste —le espetó, apartándolo de ella de un empujón—. ¿Cómo has podido?
—Intenté decírtelo, ¿recuerdas? Te hablé de la oscuridad, de la luz que necesitamos para no hundirnos en ella. Te dije que él estaba pasando por demasiadas cosas que apenas podía controlar… Que no se le debía presionar mucho…
—No me dijiste un cuerno, Adrien. Palabras sin más. No me dijiste que estaba enganchándose a la esencia de los humanos. No me hablaste de Amanda, ni del vagabundo, ni de lo que ocurría cada vez que Jill venía a casa. Y tampoco me dijiste que se ha convertido en un recipiente vacío sin un ápice de arrepentimiento. En un psicópata en potencia.
—Por supuesto que no —replicó él alzando la voz. El brillo de sus ojos perforaba la oscuridad—. No puedo contarte sus secretos, cuando no soy capaz de contarle los míos ni a mi propia madre. No es fácil decirle a alguien que quieres que ya no queda dentro de ti ni un atisbo de humanidad, que te estás convirtiendo en un monstruo sin remordimientos y que, además, te gusta sentirte así. ¡Nosotros somos diferentes, diferentes a todos vosotros! —gritó exasperado. Se le crispó el rostro—. Ya no somos vampiros, Kate.
»Si quedaba algo de la estirpe en nosotros, ya no está. Se ha diluido. No somos vampiros ni ángeles, ni una cosa ni la otra; y no hay nadie a quien podamos recurrir que nos ayude. Estamos solos y aprendemos solos. Él es mi identidad, lo más parecido a unas raíces que tengo, y no voy a traicionarlo.
Kate se quedó sin palabras. No tenía ni idea de cuáles eran los sentimientos reales de Adrien hacia William. Puede que él tampoco, viendo la cara que se le había quedado tras el arrebato que acababa de sufrir.
—Tenía derecho a saberlo —insistió ella en un susurro.
—Es posible, pero ¿qué hay de sus derechos? William también merecía saber que compartes confidencias con fantasmas que, casualmente, han puesto en tus manos un diario bastante sospechoso, justo cuando nos hacía falta —le hizo notar con una mirada elocuente.
Kate se quedó helada, ni siquiera se había dado cuenta de la conexión. Algo incómodo se agitó dentro de ella. Él continuó:
—Me pediste que guardara silencio, que no dijera nada para no preocuparlo; y cumplí mi promesa a sabiendas de que no debía. Tú estás haciendo exactamente lo mismo que él a hecho. Y mi mala suerte me ha colocado entre vosotros dos.
Kate quiso replicar, decirle que las acciones de William no se podían comparar a las suyas, que ella no era un peligro para nadie. Abrió la boca buscando las palabras, pero no había nada que decir. Adrien tenía razón.
—¿Te lo ha contado todo? —preguntó él.
Ella asintió.
—Creo que sí.
—Ya… Y por lo que veo, no te lo has tomado muy bien.
—¿Y cómo quieres que me lo tome?
Kate se dejó caer hasta sentarse en el suelo. Se abrazó las rodillas y apoyó la barbilla sobre el brazo.
—Hay algo que no entiendo —dijo Adrien. Se agachó frente a ella y empezó a juguetear con el cordón de su bota de forma distraída—. Mi historia es aún peor. Sabes que he matado a muchas personas para alimentarme de su esencia; algunas inocentes, con familias que han quedado destrozadas. Sabes que soy un adicto intentando rehabilitarme y que estar cerca de cualquier humano me tortura, incluida tu amiga. Y puedo asegurarte que, si William no se hubiera adelantado, yo mismo habría matado hoy a ese ángel.
Ella levantó la vista y lo miró a los ojos. Vio que estaba diciendo la verdad.
—También sabes que he hecho cosas horribles de las que jamás podré redimirme —continuó Adrien—. Tú eres la prueba de ello. Te condené a vivir en este sórdido mundo sin darte elección. Casi te sacrifico, y obligué a William a cumplir la profecía. Pero nunca te has enfadado conmigo por esas cosas. Has tratado de ser comprensiva y perdonarme, incluso me has defendido a riesgo de perder a tus amigos. ¿Por qué no eres capaz de hacer lo mismo con él? —Su frustración era casi palpable. No quería hacerse ilusiones, no era idiota y sabía que ella no iba a darle la respuesta que cambiaría su vida, porque no lo quería de ese modo—. En serio, no logro entenderlo. ¡Dios, si William comparado conmigo es tan inocente como un bebé!
Kate alzó la cabeza y miró el cielo. El firmamento nocturno era inalterable sin importar cuánto cambiaran las cosas bajo él. Cada estrella, cada planeta y constelación, ocupaba su lugar; y ella se sentía tan fría como la luz que irradiaban. No tenía una respuesta clara a la pregunta de Adrien. Pero la vergüenza que comenzaba a sentir le daba una idea del porqué. Miedo, celos… Que era completamente idiota… Más celos, infantiles y enfermizos.
—¿Crees que va a recuperarse? —preguntó Kate mientras dibujaba una línea en el suelo con el dedo.
Adrien asintió. Allí sentada, bañada por la luz de la luna, estaba tan hermosa que sintió que la herida que tenía dentro le volvía a doler.
—Estoy convencido. Es mucho más duro que yo y su voluntad es más fuerte que la mía. Lo está haciendo bien… la mayor parte del tiempo. De vez en cuando pierde el control, después se autocastiga y sufre, pero hasta ahora he podido controlarlo durante esos arrebatos. —Kate lo miró a los ojos y él pudo ver en ellos un agradecimiento profundo al saber que había estado cuidando de William. Le sonrió—. Yo he pasado dos años en ese infierno, solo, pero he regresado. Se puede salir de él y vivir. Nunca te libras del deseo a sucumbir, de la oscuridad, pero al final encuentras los motivos que te ayudan a soportar todo eso.
—No logro entender cómo ha acabado así. Bueno, intenta salvar al mundo, eso debe volver loco a cualquiera —admitió ella mientras su enfado remitía un poco.
—¿El mundo? —Adrien soltó una risita burlona—. Le importan un cuerno los humanos y cualquier otra especie. Nunca le han importado, y lo sabes tan bien como yo.
Kate asintió con la cabeza, era cierto. Cuando conoció a William, lo primero que percibió fue su desprecio por todo lo que lo rodeaba. Sus pequeñas muestras de afecto se limitaban a quienes significaban algo para él. Los demás eran como cucarachas bajo sus zapatos. ¡De qué se sorprendía ahora!
—Todo lo que está haciendo lo hace por ti —añadió Adrien—. Quiere darte un futuro en el que estés a salvo, en el que no tengas que esconderte de nada ni nadie. Y no le importa el precio que deba pagar.
Kate se frotó los ojos, le escocían. Las retinas le ardían por las lágrimas que no podía producir. Él le acarició la mejilla y añadió:
—Ve a verlo antes de que se vaya. Arregla las cosas —sugirió. Intentó no sentir aquella punzada que solía encogerle el corazón.
Kate se puso de pie de un salto.
—No puedo hacerlo —dijo con un estremecimiento.
—¿Qué te lo impide? —preguntó Adrien.
—Le dije cosas horribles que deben haberle hecho mucho daño y… rompí con él.
—¿Qué? —Adrien miró su mano y comprobó que al anillo no estaba allí.
El miedo y la ansiedad se mezclaron en la mente de Kate, al darse cuenta de que había sido una estúpida y que ahora no era capaz de retractarse por más que lo deseara.
—Entré en la habitación y vi a William con Mako en mi cama, casi sin ropa…
Los ojos de Adrien se abrieron como platos.
—¿Estaban…?
—¡No, no hacían nada de eso! —se apresuró a aclarar ella—. Mako le estaba dando un masaje en la espalda, pero no pude evitar que me pareciera igual de íntimo. Me enfadé muchísimo y perdí el control. No he podido evitarlo, ¿vale? Ella… desde que la encontramos en Roma no ha dejado de perseguir a William. Siempre está cerca de él con su uniforme de guerrera y su expresión de suficiencia —dijo con despecho—. Mientras yo me quedo en un segundo plano.
—A él no le interesa esa chica, te lo aseguro —replicó Adrien, completamente convencido. Ella lo miró a los ojos, como si necesitara creerle para volver a respirar—. Oí lo que Mako te dijo en el jardín. No debes creerla. Cualquiera puede ver que está enamorada de William, y también que es capaz de muchas cosas para intentar separaros. Pero sé que pierde el tiempo.
»Kate, ve a hablar con William, estoy seguro de que no tendrás que esforzarte mucho para arreglar las cosas.
—No puedo.
Adrien la miró con los ojos como platos, sin entender nada de nada.
—¿Por qué? Mírate, estás fatal —le hizo notar. Suspiró. Se estaba ganando a conciencia el título de mayor idiota de la historia, empujándola a los brazos de otro solo por verla feliz—. Si dejas que se vaya así, y en los próximos días él no…
«No lo consigue, no sobrevive», acabó la frase en su mente.
Kate empezó a moverse de un lado a otro. Negó con la cabeza, como si no lo hubiera escuchado.
—Le he hecho mucho daño, le he dicho cosas que en el fondo no sentía. ¡Dios, estaba tan celosa! He roto con él, le he devuelto su anillo y me he ido, porque en el fondo esperaba que me siguiera. Pero no lo ha hecho, se ha quedado allí… Así que eso deja bastante clara su postura. Lo ha aceptado sin más.
Adrien se quedó con la boca abierta.
—A ver si lo entiendo, ¿no quieres arreglar las cosas porque no estás dispuesta a tragarte tu maldito orgullo? —Kate no contestó y le dio la espalda. Le temblaba el cuerpo de arriba abajo y él tuvo que pegar los brazos a los costados para no abrazarla—. ¿Cómo puedes ser tan…?
—¿Mala, vengativa, vil? ¡Tú me has hecho como soy, no lo olvides! —le espetó. Cerró los ojos con una punzada de dolor en el pecho. Se dio cuenta de que se estaba comportando con Adrien del mismo modo mezquino que con William unos minutos antes. Se llevó la mano a los labios, pero ya no había modo de borrar sus palabras.
—Iba a decir infantil e inmadura —susurró él. Las palabras de Kate lo habían afectado más de lo que cabía pensar. Sus remordimientos afloraron enganchándose en su carne como espinas—. Aunque, tampoco podría reprochártelo. En realidad solo eres una niña de dieciocho años que empezabas a conocer el mundo cuando yo te lo arrebaté.
—Diecinueve —dijo Kate con la voz rota—. Hoy es mi cumpleaños.
Adrien cerró los ojos con fuerza y maldijo para sí mismo una sarta de disparates. Era el cumpleaños de Kate, nadie se había acordado y como regalo le habían machacado el corazón entre todos. Se le acercó por la espalda y la rodeó con sus brazos. Apoyó la barbilla sobre su cabeza y la estrechó con más fuerza. La sintió estremecerse, su interior lloraba en silencio. Tan solo era una niña que intentaba ser fuerte en un mundo que aún no conocía ni entendía, ¿qué más se le podía exigir que no hubiera dado ya?
—Lo siento, preciosa. Lo siento tanto. Te mereces mucho más que todo esto.
Kate posó sus manos sobre las de él.
—No me ha seguido, Adrien. Me ha dejado ir. Ha dejado que me fuera. Me ha visto marchar y se ha quedado allí sin que le importara.
Él la besó en el pelo. Luego, la hizo girar y, cuando la tuvo de frente, le tomó el rostro entre las manos.
—En las películas queda bien, ¿verdad? Romántico e intenso. —Le acarició las mejillas con los pulgares—. Esto no es una película, Kate. Cuando a un tipo como William le dices «No», respeta ese «No» aunque hacerlo lo mate. Le dejaste muy claro que habíais terminado y le devolviste tu anillo de compromiso. No había más que decir. Aunque estoy seguro de que tuvo que atarse a los cimientos de la casa para no salir a buscarte.
Los ojos de Kate se iluminaron.
—¿Lo crees de verdad?
Adrien dijo que sí con un gesto. Por supuesto que lo creía, William vivía por y para Kate, para nadie más.
—¿Podrías llevarme con él? —cedió al fin.
—No debería desmaterializarme y correr el riesgo de llamar la atención de los de arriba. Sobre todo después de lo que ha ocurrido esta tarde.
Kate asintió, lo entendía. Y él añadió:
—Pero ¿sabes qué? —Esbozó una sonrisa traviesa—. ¡Al infierno con ellos!
La abrazó con fuerza y se fundió con ella.
Había llegado tarde. Cuando apareció en la casa y corrió a buscarlo, William ya no estaba. Se lo tenía bien merecido, por desconfiada, estúpida e impulsiva. Decepcionada imploró a Adrien que la llevara hasta Montreal, aunque sabía que esa opción era imposible. Demasiado arriesgado y peligroso. Podría atraer a los ángeles hasta él y echarlo todo a perder; sobre todo ahora que contaban con los restos de uno muerto en el cubo de la basura.
—¿Estás bien? —preguntó Adrien.
Kate dijo que sí con la cabeza, perdida en sus pensamientos mientras se encaminaba a la escalera de la casa de huéspedes. Pasarían allí los próximos días para mantenerse juntos, por si ocurría algo.
—Sí, solo necesito ir un rato arriba. Estaré… estaré en mi antigua habitación. Tranquilo. —Trató de sonreír, pero solo logró dibujar una mueca tensa.
—Vale. Yo estaré por aquí, organizando un poco todo esto. Si me necesitas solo tienes…
—Estaré bien. No te preocupes por mí —susurró ella desde el primer peldaño.
Adrien se encogió de hombros y dio media vuelta en dirección a la cocina.
—Adrien.
—¿Sí? —La miró por encima del hombro.
—Contigo aquí, William está solo. ¿Qué pasa si… si pierde el control? ¿Qué pasará si…? ¿Quién va a controlarlo?
Adrien esbozó una sonrisa divertida, aunque había en ella un atisbo de disculpa.
—Le prometí que guardaría su secreto, pero no he podido cumplirlo. Estaba hablando con Shane y con Carter cuando te vi salir corriendo de la casa. Les he contado lo que está pasando y hasta qué punto William es un peligro para sí mismo. Ellos lo vigilarán y no dejarán que haga ninguna tontería.
Kate se recogió el pelo tras las orejas y después se pasó las manos por el estómago, sin saber muy bien qué hacer con el temblor que le sacudía el cuerpo.
—¿Estás seguro? Quizá ellos no sean capaces de entender lo que le ocurre. Tienen sus propias ideas sobre dañar a los humanos; y está el pacto, ellos son Solomon…
Adrien se acercó y la tomó de las manos.
—Eh, tranquila. —Le sonrió intentando calmarla—. Escucha, en el fondo todos adaptamos e interpretamos las normas según las circunstancias. No tienes de qué preocuparte. Shane haría cualquier cosa por William, incluso ir contra las normas, y pienso lo mismo de Carter. Aunque a este… —Encogió un hombro— puede que le haya prometido considerar su relación con mi hermana. Si es que regresa de una pieza, claro.
Kate sonrió, a pesar de que el comentario no tenía gracia. En menos de dos días todos ellos podían morir.
Subió las escaleras arrastrando los pies. Se sentía cansada y deprimida. Al entrar en la habitación sacó su teléfono móvil del bolsillo y le echó un vistazo. Nada. Después de todo, tampoco esperaba encontrar un mensaje o una llamada. Se quedó mirando el aparato. Solo necesitaba pulsar unas cuantas teclas y podría hablar con él.
En un arrebato marcó su número y esperó, mientras una vocecita le decía que quizá no fuera buena idea. Podría estar siendo de lo más inoportuna, incluso comprometiendo su seguridad. Antes de que pudiera arrepentirse y colgar, una voz contestó al otro lado; pero no era la de William, sino la de Mako.
—Diga… ¡Diga!
Kate colgó, petrificada. El agujero en su pecho dolía y la asfixiaba. Se sentó en la cama y dejó el teléfono a un lado. A su alrededor, la casa, silenciosa, parecía hueca. Inspiró, llenando de aire sus pulmones, y un aroma intenso le colmó el olfato. Se giró de golpe y la vio: una rosa roja sobre la almohada, y, a su lado, también estaba el álbum de fotos que durante semanas había intentado terminar, pero que no era capaz. Demasiados recuerdos dolorosos.
Tomó la rosa y la olió. Cuando cogió el álbum entre sus manos y vio la nota sobre la cubierta, un sollozo ahogado se abrió paso en su garganta.
Feliz cumpleaños.
No lo había olvidado, a pesar de todo, no se había olvidado de lo especial que era ese día para ella. Lo abrió y comenzó a hojearlo. Se llevó una mano a la boca, emocionada. Lo había terminado por ella, había colocado todas las fotografías: recuerdos de infancia, imágenes de sus padres, de Alice, de Jane; y otras mucho más recientes con Jill, los Solomon, incluso Marie y Robert aparecían en muchas de ellas. Frunció el ceño y volvió a mirarlas, pasó las hojas con rapidez. No había ninguna de William, ni una sola; y los espacios que habían ocupado estaban en blanco y solo quedaban los restos de pegamento. Miró a su alrededor y vio un sobre color hueso sobre las sábanas. Lo abrió con manos temblorosas, y allí estaban. Le había dejado a ella la decisión de si merecía formar parte de sus recuerdos. ¡Dios, ahora sí que se sentía miserable!
Una a una las fue colocando en los huecos. Cuando pegó la última, se la quedó mirando un buen rato: William y ella en la feria ambulante, delante de un fondo idílico de las cataratas del Niágara. Esa misma noche, él le regaló las llaves de la casa de sus sueños y le pidió matrimonio. Inconscientemente se tocó la mano; su anillo ya no estaba allí y se sintió desnuda sin él.
Guardó el álbum y regresó abajo. Los nuevos habitantes de la casa estaban en salón, distraídos frente al televisor. Al menos era lo que parecía, porque, en realidad, nadie estaba prestando atención a la milésima reposición de Orgullo y prejuicio que estaban dando en la tele por cable. La preocupación y la tensión se palpaba en el aire. Marie tenía la vista perdida en la pared, arrebujada bajo el brazo de Jared en una esquina del sofá; Cecil y Ariadna conversaban en voz baja en un diván junto a la ventana; Adrien hablaba por teléfono con uno de los guerreros que Cyrus había dejado con ellos como refuerzo. El tipo llevaba un buen rato afuera, atento a cualquier peligro.
Adrien ladeó la cabeza al percatarse de su presencia y le sonrió. Dio unas palmaditas al sofá y Kate corrió a sentarse a su lado. Lo miró de reojo y él le dio un golpecito con la rodilla. «Todo va a salir bien, ya lo verás», el chico coló el pensamiento en su mente y ella no pudo evitar dar un respingo; aún le costaba no asustarse con ese tipo de invasión, pero se alegraba tanto de tenerlo a su lado.
—¿Son ellos los que asesinaron a T.J.?
Al ver que la chica no respondía, la agarró por el antebrazo y le clavó los dedos en la piel hasta que creyó que acabaría por perforarla. Ella se encogió y soltó un gemido mientras asentía.
—Sarah, te he hecho una pregunta, ¿son ellos los que asesinaron a mi hermano? —insistió el nefilim.
Medía casi dos metros y tenía una mirada brillante y feroz, en la que no se podía ver nada salvo un odio profundo. Su cuerpo musculoso temblaba, contenido, porque lo único que deseaba era abalanzarse sobre los monstruos que habitaban aquella casa. Vampiros y licántropos unidos, ¡quién lo diría!, y esa cosa mestiza que despertaba sus instintos más crueles y despiadados.
Sarah asintió de nuevo, y su largo flequillo oscuro le ocultó parte de los ojos como si fuera una cortina.
—Sí, sí, es él —respondió entre sollozos—. Al otro no lo veo por ninguna parte. No está ahí. Te lo juro, Emerson, no está ahí.
El nefilim la miró a los ojos un largo segundo y después la soltó. Sarah comenzó a frotarse el brazo para que la sangre volviera a circular por su extremidad. Si T.J. había sido un jefe intratable y despótico, su hermano pequeño, Emerson, lo era aún más. Ella nunca había odiado a nadie, pero a él lo aborrecía hasta cubrir sus pensamientos con un velo rojo de violencia contenida que en cualquier momento iba a desbordarse; aunque el arranque le costara la vida.
—Bien, esperaremos una noche más. Si el otro bastardo no aparece, nos cargaremos a este y a los que hay en la casa con él. Volvamos con los otros. —Emerson dio media vuelta, de regreso al campamento que habían montado cerca de la falda de la montaña, ocultos en un profundo barranco.
Sarah se quedó mirando la casa. No podía apartar los ojos de Adrien. Su silueta se recortada contra la ventana y la luz del televisor lo rodeaba como si se tratara de un halo. Después de que lograra escapar del inútil ataque que T.J. dirigió contra los híbridos unas semanas antes, ella no había podido sacarse de la cabeza al semiángel. Sabía que era algo estúpido, cuando él se mostró más que dispuesto a matarla; pero ella era así de tonta.
Aquel día, oculta entre los árboles, lo había visto luchar contra sus hermanos nefilim, moviéndose con tal gracia y eficacia que le resultó imposible no fijarse en él. Si su vida ya era un asco, que se sintiera atraída por alguien como él la hacía más patética.
—Sarah —gruñó Emerson en la oscuridad—. No me gusta repetir las cosas, y aún te queda espacio en ese cuerpo para unos cuantos moratones más.
Sarah se encogió sobre sí misma y se apresuró a seguirlo, mientras clavaba una mirada asesina en su espalda y se juraba a sí misma que encontraría la fuerza para huir de él.