19

¿Y por qué tengo la sensación de que es una despedida para siempre? —gimió Marie.

Su melena desparramada sobre la almohada, parecía una cascada de fuego iluminada por los últimos rayos de sol que se colaban por la ventana. En menos de dos horas habría anochecido y su corazón se rompería en mil pedazos.

Shane se giró hacia ella, se apoyó en el codo y se quedó mirando su rostro.

—No es una despedida —susurró él acariciando la esbelta pierna de ella, que reposaba doblada y desnuda sobre la cama—. Todo va a salir bien.

—No lo siento así. Tengo tanto miedo que puedo saborearlo.

—¿Tan poco confías en mí que no crees que lo consiga?

Ella ladeó la cabeza y lo miró a los ojos.

—Confío en ti, ¡por supuesto que confío en ti! —respondió con vehemencia. Alzó la mano y le acarició la mejilla. Lo amaba tanto que el sentimiento la ahogaba con un peso aplastante—. Pero ellos son toda una manada y tú estarás… solo —la última palabra se quebró en sus labios.

Shane se inclinó y la besó con dulzura. El mundo entero desapareció durante esos preciados momentos. El corazón del chico latía con fuerza contra su pecho y Marie apoyó una mano sobre él para poder sentirlo. Shane se separó con un jadeo y apoyó su frente sobre la de ella.

—Te amo tanto —suspiró. Le acarició con la mano la piel suave del vientre.

—Yo también te amo. Aunque eres tan cabezota que me sacas de quicio.

Shane soltó una risita y la besó en la punta de la nariz. Deslizó la mano por la curva de su cadera.

—Por primera vez en mi vida tengo todo lo que quiero, y esa vida es tan injusta que quiere quitármelo —dijo Marie con una mueca triste.

—Nadie va a quitarte nada. Vamos a tener una vida larga y perfecta; y podrás seguir mangoneándome tanto como quieras, por siempre jamás.

Marie arrugó el ceño y le dio un puñetazo en el pecho.

—¡Yo no te mangoneo! —exclamó indignada, y volvió a sacudirle.

Shane se echó a reír con ganas. Intentó sujetarle las muñecas para que no continuara pegándole, pero ella se movió tan rápido que en una décima de segundo lo tenía de espaldas sobre la cama, y le inmovilizaba las caderas sentada a horcajadas sobre él.

—Me gusta verte así —susurró Shane.

Levantó la mano y atrapó uno de sus mechones rojos, lo estiró y después lo soltó para ver cómo recuperaba la forma. Contempló sus ojos dorados sobre él, grandes y preciosos, y los diminutos colmillos que mostraban sus labios entreabiertos. Una sonrisa ladeada curvó su boca, nunca imaginó que unos colmillos le pondrían tanto.

—No te vayas y podrás verme así todo el tiempo que quieras —dijo ella.

Él le guiñó un ojo.

—Has estado ahí arriba las últimas dos horas. Y pensándolo mejor, también me gusta verte así. —Giró de golpe y se colocó sobre ella. Si Marie hubiera podido ruborizarse, estaría roja como un tomate por el recuerdo de lo que había pasado en esa habitación durante las horas que llevaban encerrados en ella. Shane se alzó sobre los brazos y dejó que ella le rodeara las caderas con las piernas.

—No te vayas y podrás verme así todo el tiempo que quieras —susurró Marie. Él la miró desde arriba. Había tanto amor en sus ojos que se le encogió el estómago, pero no dijo nada y continuó adorando su rostro. Ella soltó un suspiro ahogado—. Vale, aunque espero por tu bien verte aquí dentro de tres días… —Si hubiera podido llorar, estaría hecha un mar de lágrimas e hipando como una niña pequeña—, porque no voy a permitir que dejes a medias el porche de atrás; y desde luego que vas a terminar el vestidor y a poner una bañera enorme junto a la ventana tal y como me prometiste. Sin contar con que odio la pintura de la cocina y ese estúpido papel pintado…

La frase quedó ahogada en sus labios, apresados por la boca de Shane en un beso codicioso y vehemente, mientras sus manos se enredaban en su pelo. La besó… y la besó otra vez sin una sola pausa para recuperar el aliento. Cuando al fin levantó la cabeza, la miró con una sonrisa traviesa.

—¿Algo más?

Ella iba a responder «vuelve a besarme» cuando sonaron unos golpes en la puerta. Shane salió de encima de Marie y la cubrió con la sábana. Después se puso los tejanos y abrió la puerta. William se encontraba en el pasillo y parecía la fatalidad en persona. Sus ojos inyectados en sangre estaban enmarcados por dos círculos oscuros, y su cuerpo temblaba presa de la tensión.

—Pasa —dijo Shane haciéndose a un lado.

William entró en la habitación completamente derrotado. En otro momento, encontrar a su hermana desnuda bajo una sábana habría sido muy embarazoso, a pesar de conocer el compromiso entre ella y Shane. Se sentó en la cama, de espaldas a ella, y Marie aprovechó para ponerse su ropa. Una vez vestida se acercó a él desde atrás. Le rodeó el cuello con los brazos y le plantó un beso en la mejilla.

Shane contemplaba la escena desde la pared donde se había apoyado con los brazos cruzados sobre el pecho desnudo.

—Se le pasará —dijo Marie—. Es muy joven y visceral, pero se le pasará. Ya lo verás. Aunque habría ayudado que te disculparas con Jill, pero…

William también lo había pensado, pero no se sentía capaz de acercarse a la chica ni a ningún otro humano. Esa misma mañana, le faltó muy poco para convertir en su desayuno a un par de tipos que hacían senderismo. Sus impulsos cada vez eran más fuertes y le costaba mantener el control. Ahora, el miedo por lo que pudiera pasarle a Shane se sumaba a sus preocupaciones.

—Lleva todo el día evitándome, intentando que no nos quedemos a solas. No quiero estropearlo aún más forzando la situación y obligándola a hablar conmigo. Pero en unas horas salimos y no puedo irme así —dijo William.

—Está enfadada. Yo también lo estoy —admitió Marie—, por eso sé que no dejará que te vayas sin despedirse de ti. Si yo he perdonado a ese idiota, ella también te perdonará a ti. —Le dedicó una sonrisa a Shane y él se la devolvió. Abrazó con más fuerza a su hermano—. Confía en mí.

—Son muchas las cosas que tiene que perdonarme, hermanita. —Sacudió la cabeza, frustrado—. No logro entender cómo hemos llegado a esta situación.

Marie le sonrió y le frotó la nariz con la suya.

—¿Quieres que hable con ella? Ya sabes que soy capaz de convencer a cualquiera de cualquier cosa.

Shane tosió y después carraspeó. Ella le sacó la lengua.

William asintió sin estar muy convencido.

—Creo que sigue en nuestro dormitorio.

—Vale. Ya verás que todo se arregla —dijo ella antes de salir.

William se quedó mirando a Shane y el licántropo le sostuvo la mirada todo el tiempo.

—Siento obligarte a hacer esto —dijo al cabo de unos segundos.

Shane se pasó una mano por el pelo y suspiró.

—Tú no me fuerzas a nada, soy demasiado orgulloso para permitir que alguien me obligue a hacer algo que no quiero. Lo hago porque sé que es lo que debo hacer, y porque yo también tengo una familia y una chica para los que deseo una vida que merezca la pena. Si no de qué sirve tener esperanza.

Se acercó a la cama y se sentó a su lado.

—No sé si te servirá de algo —continuó Shane—, pero si aquel día en el templo yo hubiera estado en tu pellejo, tampoco habría sacrificado a Marie por nada del mundo. No te culpes por lo que está pasando, de un modo u otro, antes o después, nos encontraríamos en esta situación. No te atormentes, necesitas estar centrado y pensar con claridad.

»Y sobre Kate. No sé qué demonios os está pasando, ni si es culpa tuya, suya, o de los dos. Pero si quieres hablarme de ello y, de paso, contarme qué demonios te traes con Adrien como para servírsela en bandeja, soy todo oídos.

Shane le dio una palmadita a William en la espalda y se puso de pie.

—Aunque te cueste creerlo confío en él. Y en este momento es el único que puede ayudarme —acabó por confesar William.

—¿Qué puede hacer él por ti que no podamos hacer los demás?

—Es como yo. Es el único en este maldito mundo que es como yo, y sabe qué se siente al vivir siendo lo que soy.

Shane le sostuvo la mirada un largo segundo.

—No me importa lo que hayas hecho, Will. Eres mi mejor amigo y eso está por encima de todo. Cuando estés preparado para contarme tu mierda, ya sabes dónde encontrarme. Entonces te darás cuenta de que no se trata de la sangre ni del ADN, sino de esto. —Se golpeó el pecho a la altura del corazón—. Voy a darme una ducha.

—Kate, soy yo, ¿puedo pasar? —preguntó Marie.

Dentro de la habitación se oyó un gemido y después un rápido jadeo. Abrió la puerta y entró. Kate se encontraba sentada sobre la cama, con las piernas cruzadas y la espalda apoyada contra un montón de almohadones. El perrito estaba en su regazo, mirándola con adoración. Marie se sentó a su lado y le acarició las orejas al cachorro.

—No nos tiene ningún miedo. Nunca había visto nada igual —dijo con tono alegre—. ¿Qué nombre le has puesto?

—No le he puesto nombre —respondió Kate.

—¿No vas a quedártelo?

Kate se encogió de hombros.

—¿Por qué iba a querer quedármelo? ¿Sabes cuántas veces al día pienso a qué sabrá su sangre? Es mono, pero no deja de ser un batido caliente de sangre fresca.

El perrito gimoteó y se bajó del regazo de Kate a toda velocidad.

—Cualquiera diría que te ha entendido —dijo Marie. Contempló a su amiga y le apartó de la cara un mechón de pelo—. ¿Alguien está de mal humor?

Kate forzó una sonrisa sin pizca de gracia y se recostó sobre los cojines. Tenía esos pensamientos porque estaba famélica. Tomaba sangre, pero su cuerpo no se saciaba; al contrario, protestaba con unos dolores de estómago espantosos. Era como si solo admitiera lo que únicamente William podía darle. Y llevaba días sin tomar de él.

Marie suspiró con cierto dramatismo.

—¿Sabes? No me deja en buen lugar que tú estés más enfadada que yo con todo este asunto. Es mi novio el que va a retar a una especie de Yeti demoníaco. —A pesar de que pretendía ser una broma, su pecho se encogió con una punzada de desesperación.

Kate permaneció en silencio.

—Se están preparando para marcharse —prosiguió Marie—. ¿No quieres despedirte? Si no lo haces, nunca te lo perdonarás.

Kate se colocó de costado, dándole la espalda, y continuó sin decir nada. Marie la imitó y se pegó a ella, con la barbilla en su hombro y un brazo rodeándole la cintura. Se quedó inmóvil compartiendo su silencio, mientras las sombras del ocaso danzaban sobre las paredes creando extrañas figuras.

—Estoy tan enfadada que no sé qué hacer con todo esto que siento y que me ahoga —dijo Kate al cabo de un rato—. Lo amo, lo amo muchísimo, pero ya no aguanto más esta situación. No es solo la presión a la que está sometido, hay mucho más que no dice y que trata de ocultar. Son las decisiones que toma sin que le preocupen las consecuencias y a quienes afectan. Es el hecho de sacrificar sin dudar a las personas que le importan, en nombre de un supuesto bien mayor, como si el fin justificara cualquier medio, cualquier precio. Eso es lo que me da miedo y me aleja de él. Lo que me asusta de él.

—Ha ido a verme. Está destrozado, cree que te está perdiendo.

Kate ladeó la cabeza y la miró por encima de su hombro.

—¿Y cómo crees que me siento yo? Pero soy incapaz de fingir que no pasa nada.

Marie le frotó el brazo y le besó el pelo como si estuviera arrullando a una niña pequeña.

—Conozco a mi hermano, por eso soy la primera en admitir que no es perfecto. —Puso los ojos en blanco—. ¡Pero qué estoy diciendo!, en realidad es un completo desastre y tan complicado que dan ganas de abrirle la cabezota con una barra de acero. —Rió por la bajo—. Si fuera el protagonista de una de esas novelas románticas que leen las jovencitas, se cargaría de un solo golpe todos los estereotipos. Bueno, menos uno: es guapísimo —susurró con voz sugerente. Notó que Kate sonreía, y eso la animó a seguir—: Ni siquiera creo que sea consciente de cómo está actuando en realidad.

Kate se dio la vuelta y apoyó la mejilla contra sus manos unidas sobre la almohada. Miró a Marie a los ojos.

—Puede que sea así, pero eso no alivia el dolor que siento cuando lo veo comportarse de ese modo. Y acabo por dudar de él.

—William te quiere muchísimo, nunca dudes de eso, jamás.

Kate apartó la mirada intentando disimular un malestar creciente, y se colocó de espaldas.

—¿Qué es lo que no me estás contando? —preguntó Marie. Se alzó sobre el codo para verle el rostro.

—Mako me ha dicho que no soy buena para él. Insinuó que William acabará por darse cuenta de que yo no soy lo que necesita y que ella estará allí para dárselo.

Marie se estremeció.

—¡Será… arpía! —exclamó con los puños apretados—. ¿Pero quién se cree que es esa…? —Se levantó de la cama y empezó a andar de un lado para otro—. No la habrás creído, ¿verdad? —Kate negó con la cabeza—. Dime que la pusiste en su sitio.

—Lo intenté, pero no se deja intimidar fácilmente. Parece de hielo… menos cuando lo mira a él.

—Eso es porque aún no se las ha visto conmigo. ¡Maldita zorra! —gritó mientras enterraba la cara entre las manos, y continuó atropelladamente—: Discúlpame, no suelo hablar así. ¡Si Aileen me oyera! Pero es que…

—No le des importancia. Yo intento no dársela —dijo Kate.

Marie suspiró y volvió a sentarse sobre la cama.

—Siento decir esto, pero… Jill tenía razón, está aprovechando vuestros problemas para acercarse a él. Así que, voy a ir a buscar a William y le diré que venga. Hablaréis y arreglaréis las cosas. Necesitáis un poco de tiempo a solas, solo eso, antes de que se marche. ¿De acuerdo? —preguntó esperanzada.

Kate no sabía qué contestar. Se mente era un hervidero se sentimientos y pensamientos contradictorios. Despedirse de él podría significar un adiós para siempre. Había tantas posibilidades de que no regresara. No se encontraba preparada para eso. Estaba aterrada.

De repente la casa se llenó de ruidos, gritos y órdenes. Se oyeron un par de golpes y un estruendo. Kate y Marie se miraron un instante e inmediatamente salieron al pasillo. Se dieron de bruces con Shane.

—Volved a la habitación y no salgáis —dijo mientras las hacía entrar de nuevo—. Si me oís gritar vuestro nombre, salís de la casa a toda prisa y os escondéis. Buscad un lugar donde haya mucha gente.

—¿Qué ocurre? —preguntó Marie.

—Ángeles —respondió Shane, como si solo ese nombre pudiera explicarlo todo. Cerró la puerta y regresó abajo.

Los sonidos de cristales rotos y madera crujiendo no dejaban de oírse. Un ligero olor a quemado flotó en el aire. Más ruidos imposibles de identificar y un aullido de dolor que les taladró los tímpanos.

No podían quedarse en aquella habitación, de brazos cruzados. Salieron al pasillo y se lanzaron escaleras abajo. Entraron al salón y sus ojos se abrieron como platos. Había un hombre en medio de la sala, vestido con un pantalón holgado blanco y una camisa de lino del mismo color. Se elevaba en el aire unos centímetros y no dejaba de forcejear como si intentara liberarse de unas cuerdas invisibles.

—No os acerquéis. —Shane apareció frente a ellas y las hizo retroceder—. Os dije que os quedarais arriba, es peligroso.

—¿Ese es el ángel? —preguntó Marie. Ella aún no había visto ninguno, salvo a Aileen. Pero no podía compararse la dulzura de su madre con la presencia amenazante de aquel ser.

—Adrien y William lo están controlando, pero es fuerte y no deja de resistirse.

—¿Y qué hace aquí un ángel? —preguntó Kate sin disimular su preocupación.

El ángel abrió los ojos y clavó su mirada plateada en William y después en Adrien. Esbozó una mueca de desprecio y forcejeó de nuevo, tratando de liberarse de la fuerza que lo mantenía prisionero.

Kate no podía apartar los ojos de la criatura: su piel oscura refulgía con una pálida luz; tenía un rostro hermoso de facciones infantiles, donde sus ojos sin pupilas parecían dos faros en medio de la oscuridad. El ángel la miró y sus párpados se entornaron. Kate apartó la vista y sintió una mano en la espalda tirando de ella. Cyrus la posicionó de modo que el cuerpo del vampiro se levantó como un escudo entre ella y el serafín, pero sin impedirle ver lo que pasaba. Se dio cuenta de que en la sala había más gente. Mihail estaba al otro lado, junto a la puerta principal, armado hasta los dientes. Daniel y Carter ocupaban la entrada a la cocina y… Mako observaba a William con los ojos muy abiertos y una mezcla de fascinación y desconcierto. El secreto de William ya no era tan secreto.

—¿Quién te envía? —preguntó William.

El ángel clavó sus hermosos ojos en él. Su piel oscura destelló un momento y volvió a apagarse con la misma rapidez.

—No voy a repetirte la pregunta —insistió.

El ángel lo ignoró y se mantuvo impasible. William alzó el brazo y una lengua de fuego surgió de su mano enroscándose en el cuello del serafín. El dolor se reflejó en sus ojos sin pupilas; ni siquiera entonces emitió un solo sonido.

—No dirá nada —masculló Adrien.

—¿Qué estaba haciendo exactamente? —inquirió Shane.

—Nada de nada. Nos observaba. Ni siquiera sé cómo he logrado percibirlo. Era completamente invisible y estaba a un centenar de metros de aquí, flotando sobre los árboles —respondió Adrien. Se giró hacia el ángel—. Será mejor que hables —lo amenazó, y su mente se abrió paso como una hoja afilada a través del pecho angelical. El serafín aguanto de forma estoica la tortura y se mantuvo firme con los labios apretados. Sus ojos brillaron como si estuviera conteniendo las lágrimas.

Kate no pudo evitar conmoverse. Casi parecía un niño.

—¿Qué hacemos, William? —preguntó Daniel—. Deberíamos salir en un par de horas como muy tarde.

William se pasó una mano por la cara, tratando de pensar y ordenar sus pensamientos.

—No podemos dejar que se vaya. No sabemos cuánto tiempo lleva espiándonos y lo que sabe —indicó Carter.

—¿Y qué hacemos con él? ¿Encerrarlo? —sugirió Mihail.

Adrien negó con la cabeza.

—No se puede encerrar a un ángel entre cuatro paredes. Pueden desmaterializarse.

—¿Estás diciendo que no hay manera de contenerlo? —Mihail empezaba a preocuparse de verdad.

—¿Y qué crees que estoy haciendo ahora? —escupió Adrien. En las arrugas de su rostro se podía apreciar el esfuerzo que estaba haciendo para mantener inmóvil al ángel con sus poderes.

—¿Ha tratado de hacer daño a alguien? —preguntó Kate tras Cyrus.

Su voz hizo que William se girara hacia ella. No le gustó verla allí, pero antes de que él pudiera echarla, alegando que era peligroso que estuviera en la misma habitación que un ángel, ella añadió:

—Quizá solo nos observe, ¿y qué puede haber visto? A un grupo de licántropos y vampiros conviviendo en la casa. Nada más.

El ángel la miro y ella le sostuvo la mirada. La compasión dulcificó sus ojos y el ser pareció sentirla, porque se relajó un poco.

—Me preocupa más lo que haya oído —masculló Cyrus.

—Nada de lo que pueda haber oído incumbe a los ángeles, ¿por qué iban a interesarles nuestros asuntos? Solo intentamos frenar la amenaza de los renegados, no tomar el cielo —replicó Kate, consciente de que William la observaba sin parpadear, controlándose para no sacarla de allí en volandas.

—Tengo un mal pálpito con esto —dijo Adrien.

—¿Y qué hacemos? —gruñó Daniel—. No sabemos nada de él, ni qué le ha traído hasta aquí. Si ha venido solo o vendrán más. Y tampoco podemos contenerlo.

—Tú no vienes con nosotros —comentó Mihail, dirigiéndose a Adrien—. Contrólalo mientras vamos a Montreal, eres el único que puede hacerlo, ¿no?

—Dicho así parece fácil —refunfuñó Adrien—. Si no fuera porque William me está ayudando y en los pocos minutos que llevamos aquí nos está dejando secos. No aguantaremos mucho más.

—Dejad que se vaya. No creo que quiera hacer daño a nadie —sugirió Kate.

—Entonces, ¿por qué calla? Que responda a un par de preguntas y lo dejaremos ir —intervino Carter.

Kate se movió para sortear a Cyrus y acercarse al ángel, pero el vampiro la frenó con el brazo.

—¿Te ha enviado alguien? —preguntó ella desde su posición segura—. Solo dinos por qué has venido y podrás irte.

—Sirvo a Gabriel —respondió el ángel para sorpresa de todos.

Una oleada de poder surgió de él y hasta los cimientos de la casa se sacudieron. Adrien y William tuvieron que concentrarse para no aflojar el lazo con el que lo sujetaban.

—Me ha enviado para vigilaros, le preocupa vuestro papel en los acontecimientos que están teniendo lugar. Decido si sois una amenaza —añadió.

—No lo somos —replicó Kate con tono vehemente.

William sentía unos extraños retortijones en el estómago, como si estuviera montado en una montaña rusa. El nombre de Gabriel le erizaba el vello y despertaba cada terminación nerviosa de su cuerpo. Sus instintos aullaban advertencias. El arcángel no se había olvidado de ellos, de hecho, estaba atento en las sombras, esperando la excusa, el momento idóneo para aniquilarlos.

—¿Y qué piensas decirle si te dejamos marchar? —preguntó Shane con voz mortífera—. No estamos haciendo nada que pueda afectaros.

—Mi juicio no importa, sino vuestros actos —respondió el ángel.

—¿Y qué dicen nuestros actos? —preguntó William.

El ángel meditó su respuesta. Alzó la vista del suelo y ladeó la cabeza.

—Aún no lo sé.

—No podemos dejar que se vaya —masculló Cyrus.

—¿Y cómo lo controlamos? —intervino Carter.

—No hacemos nada malo —insistió Kate. Miró al ángel a los ojos con una súplica—. Se lo dirás, ¿verdad? Le dirás que no debe preocuparse por nosotros.

—Me habéis torturado sin motivo. La misericordia divina es solo para los inocentes. El daño que ya habéis causado es irreparable —dijo sin emoción alguna.

—¿Y eso qué significa? —preguntó Adrien.

—Que os reduciré a cenizas —sentenció el ángel.

Adrien y William se miraron, sus poderes estaban consumiendo todas sus fuerzas y la debilidad se apoderaba de ellos.

«¿Qué hacemos?», preguntó Adrien a William a través del vínculo que compartían.

William entornó los ojos y apretó los dientes. Tomó la decisión y la ejecutó en lo que dura un parpadeo. Su cuerpo se movió con la gracia letal de un felino. Su puño atravesó el pecho del ángel y la sangre le salpicó la cara y todo le que había a su alrededor. Su brazo se transformó en una corriente de luz mientras lo traspasaba y el ángel estalló como si estuviera hecho de miles de cristales.

Kate se tapó la boca para contener el grito que le desgarraba la garganta. El silencio se impuso en la sala y todas las miradas se clavaron en William.

De él surgía un resplandor que palpitaba como un corazón que bombea al límite de su capacidad. Sus ojos brillaban desde dentro, fríos y letales. Se llevó la mano a la cara y se limpió las gotas de sangre que resbalaban por sus mejillas. Con la misma frialdad con la que había acabado con el ángel, se frotó la mano en los pantalones. Salió de la sala sin decir nada, envuelto en una brisa de apatía fría y perturbadora que envolvió a Kate calándola hasta los huesos.

Una luna pálida iluminaba la casa como si se tratara de una aparición espectral. William se quedó mirándola desde el límite de la arboleda. Apretó el puño, pegajoso por la sangre del ángel. Cualquiera que pasara y le viera allí de pie, inmóvil, con las piernas separadas y los brazos a ambos lados del cuerpo, no tendría dudas sobre lo que estaba viendo. William era la mismísima muerte con un hermoso envoltorio.

—¿Habrías dejado que se fuera? —preguntó cuando Adrien se paró a su lado.

—No lo sé —respondió Adrien—. Quizá sí para no enfadar más a lo ángeles, pero algo me dice que se cabrearán hagamos lo que hagamos, así que… ¡que se jodan! Un ángel muerto es un ángel menos del que preocuparse.

—Gabriel vendrá a buscarlo —le hizo notar William.

—Entonces iré sacando las velas, la porcelana fina y la plata. No queremos que se sienta despreciado, ¿verdad?

Los labios de William se curvaron con una sonrisa, que acabó transformándose en una suave carcajada. Adrien rió con él y la tensión que le agarrotaba el cuerpo se relajó un poco; pero el reloj corría y ya deberían haber salido hacia Montreal. La sonrisa desapareció de su cara al pensar en Kate.

No había podido hablar con ella; y algo le decía que acababa de bajar otro peldaño en el descenso imparable en el que estaba cayendo su relación. La luz que ella transmitía era el faro que William necesitaba para no hundirse en las tinieblas que siempre había sentido a su alrededor. Pero la empatía que Kate parecía sentir por todo el mundo no se aplicaba a él, al contrario, era un repelente contra la clase de persona en la que él se estaba convirtiendo poco a poco. La luz de ese faro estaba dejando de brillar y William se hundía sin remedio.

—Voy a quitarme toda esta porquería —dijo Adrien. Se miró la ropa y arrugó los labios con una mueca de asco, estaba cubierta de sangre seca y otros restos más repulsivos. Miró a William de arriba abajo—. Y tú deberías hacer lo mismo.

William entró en la casa y fue directamente a su habitación. En el baño se oía el agua de la ducha. Se le formó un nudo en la garganta y sintió una opresión en el pecho que lo dejó sin voz. Una expresión de alivio cruzó su rostro impasible. Kate estaba allí.

Solo que no era Kate.

—¿Qué haces aquí? —preguntó.

La mampara de la ducha se abrió y Mako apareció completamente desnuda. Él apartó la mirada de golpe y se dio la vuelta.

—Vamos, no te sientas cohibido, me has visto desnuda muchas veces —le recordó ella; y añadió respondiendo a su pregunta—: Los otros dos baños están ocupados por los chicos. Pensé que no te importaría. Lo siento si me he equivocado.

William suspiró y se dio la vuelta en cuanto oyó que ceñía su cuerpo con una toalla.

—No creo que sea lo apropiado dadas las circunstancia. No quiero que Kate se enfade por cosas que no son.

—¿Acaso no confía en ti? —preguntó ella con tono coqueto dando un paso hacia él.

William la miró fijamente. Mako seguía siendo preciosa. Sus rasgos orientales parecían esculpidos en fina porcelana y contrastaban con su melena de un negro azulado. Poseía un cuerpo fuerte y atlético de curvas generosas que volvería loco de deseo a cualquier hombre. Menos a él. Ya no sentía nada de eso por ella. Alargó la mano y cogió el montón de ropa que había sobre el lavabo; se lo ofreció con el brazo estirado.

—Será mejor que te vistas fuera.

Mako tomó la ropa y salió del baño.

William se metió bajo el agua de la ducha. Frotó cada centímetro de su cuerpo, poniendo especial atención a la cara y los brazos. La sangre se había adherido a la piel como pintura y le estaba costando sacarla. Se concentró en limpiarla y no en pensar en lo que estaba por venir en las próximas horas, los próximos días.

Al cabo de un rato salió del baño, afeitado, oliendo a jabón y con una toalla alrededor de las caderas. Se paró un segundo al descubrir que Mako continuaba en la habitación. Su cuerpo, cubierto tan solo por unos diminutos bóxer y una camiseta de tirantes, brillaba bajo la luz de la lámpara y olía a loción corporal. Se estaba desenredando el cabello con las suaves pasadas de un peine. Ella le sonrió, como si que siguiera allí fuera lo más natural.

William tomó una bocanada de aire y se dirigió al vestidor. Se puso unos pantalones negros de vago aire militar. Sus hombros se movieron cuando se subió la cremallera y notó un fuerte tirón en el cuello. Estaba tan rígido como una barra de acero. Lo giró de un lado a otro; le dolía horrores.

Regresó a la habitación moviendo el hombro en círculos, para tratar de aflojar el nudo que notaba bajo la piel. Se acercó a la cómoda y sacó del primer cajón una camiseta negra de manga corta. Del segundo cogió una funda de cuero, de las que se cruzan sobre los hombros y se cierran bajo los pectorales.

—¿Estás bien? —preguntó Mako dejando el peine a un lado.

—Sí, solo es un tirón.

—Déjame ver —replicó ella mientras se levantaba de la cama.

—No es necesario, estoy bien —insistió William, y añadió—: Deberías vestirte y darte prisa, saldremos de inmediato.

Mako soltó una maldición y lo cogió del brazo, tiró de él hacia la cama.

—¿Podrías dejar de comportarte como un idiota y aceptar un poco de ayuda? —Lo empujó hacia abajo por los hombros, obligándolo a que se sentara. Después se colocó tras él, de rodillas sobre las sábanas.

—¿Es así cómo le hablas a tu rey? —William ladeó la cabeza para mirarla con el ceño fruncido.

—Dijiste que primero somos amigos; y más en la intimidad, ¿lo recuerdas?

Comenzó a masajearle los hombros y el cuello, clavando los dedos en los músculos con habilidad. Trazó pequeños círculos y palpó cada nudo; y notó cómo él se iba aflojando bajo su roce. La piel desnuda de su espalda, suave, dorada, y tan desnuda, se fue calentando.

—¿Mejor? —preguntó ella. A William no le quedó más remedio que admitir la evidencia. Gruñó un sí y cerró los ojos—. Siempre has tenido problemas con el cuello. Debo haber hecho esto como un millón de veces.

William no dijo nada, pero su mente viajó atrás en el tiempo. Recordaba hasta el último detalle de aquellos dos años. Cómo la encontró en aquel sótano al borde de la muerte, hasta el vacío que le dejo cuando desapareció sin más.

Miró el reloj, inquieto. Si bien era cierto que su cuerpo se había relajado bastante, su conciencia era una brasa ardiente que le susurraba que aquello no estaba bien. Pensó en Kate y llegó al borde mismo del límite, allí donde el siguiente paso daría salida a la oscuridad que lo acechaba.

La puerta se abrió y Kate apareció en el umbral como si la hubieran invocado. Sus ojos tardaron un instante en asimilar la escena: William vistiendo tan solo un pantalón y Mako de rodillas tras él en ropa interior, acariciándole la espalda.

William se puso de pie a la velocidad del rayo.

Kate sintió que el pecho se le convertía en un pozo frío y húmedo. La idea de un momento tan íntimo entre ellos le provocó náuseas. Notó un clic dentro de su cabeza. La rabia se derramó, empapándola, fluyendo sin control. No recordaba estar tan enfadada en toda su vida. Era como si un fuego violento la quemase por dentro, como si hiciese arder sus pensamientos. Entrelazó los brazos sobre el pecho.

—Tú, largo de aquí —le espetó a Mako. La vampira la miró, sorprendida por el tono soberbio de su voz—. ¿Acaso no me has oído? —gritó al comprobar que no se movía.

Mako se enderezó.

—Yo solo acepto órdenes de mi rey o de Mihail.

—Mako, por favor —pidió William; aunque sonó como una orden sin derecho a réplica.

La vampira recogió su ropa y salió de la habitación a toda prisa.

—Sé que estás furiosa y ofendida… —empezó a decir él dando un paso hacia ella.

—No tienes ni idea de cómo me siento —dijo Kate al tiempo que retrocedía—. Durante estas semanas has jugado conmigo y mis sentimientos. Me has mentido, me has tratado como un cero a la izquierda. Has sido mezquino, un déspota y solo has pensando en ti. Y para completar el cuadro, te encuentro a solas con ella.

—No estábamos a solas en ese sentido. Necesitaba la ducha, los otros baños estaban ocupados por los chicos.

Kate alzó las cejas con un gesto de desdén.

—¿Y qué eres tú? ¿Está mal que comparta el baño con ellos pero no contigo? Ah, disculpa, qué tonta soy. Los dos años que fuisteis amantes le dan ese derecho. ¿Recordabais viejos tiempos?

William apretó los dientes, empezaba a enfadarse. Kate estaba tocando las teclas necesarias que podían hacerle perder los nervios.

—No ha pasado nada entre nosotros —aseguró él.

—¿Y debo creerlo porque lo dices tú? Perdona, pero tu credibilidad quedó en entredicho hace mucho.

—Nunca te he mentido —aseveró rodeado por un halo de energía.

—Es cierto, tú no mientes, solo no mencionas las cosas. ¡Qué estúpida soy, ¿verdad?! —se burló.

—Hay cosas sobre mí que es mejor que no sepas. En este momento no las entenderías —susurró William. Intentó acercarse, como si sintiera sus emociones y estas lo empujaran hacia ella.

—Llevas repitiéndome eso desde que viajamos a Roma. Últimamente parece que no soy capaz de entender nada, según tú. Esa no es excusa para que no seas sincero conmigo. Si me conocieras sabrías que no puedo estar con alguien que me miente. No a estas alturas —y conforme lo dijo se arrepintió.

Ella también tenía secretos. Marak era su secreto, y más la sensación de desconfianza que le provocaba; pero estaba tan enfadada y descontrolada, tan celosa, que la necesidad de explotar era insoportable. Quería abofetearlo, hacerle tanto daño como él le estaba haciendo a ella, y el impulso era tan fuerte que pensó que sería mejor salir de allí. No solo de allí, necesitaba alejarse de él cuanto pudiera. El despecho la ahogaba y la imagen de Mako sobre él la corroía como el ácido. En ese momento, ni siquiera se sentía capaz de estar en la misma casa que él.

William casi podía leer sus pensamientos: iba a dejarlo. Su primer impulso fue tomarla en sus brazos, contárselo todo. Estaba harto y soltar el lastre que lo asfixiaba sería tan liberador. Pero se quedó donde estaba, herido y con un fuerte sentimiento de traición. Ella debería confiar en él por encima de todo lo demás, y no lo estaba haciendo.

—Sé lo que estás pensando —procuró que su voz sonara tan dura como había sonado la de ella.

Kate soltó una carcajada mordaz y sacudió la cabeza.

—¿Qué pasa, ahora también eres vidente?

William sonrió a medias, pero fue un gesto sin pizca de humor.

—Estás intentando decidir si te alejas de mí.

Kate apartó la mirada, sintiéndose expuesta. Su actitud altiva flaqueó.

—Y si decido que sí, ¿me dejarás marchar?

—Todo lo que tiene un principio tiene un final.

—Vaya, veo que te importa tan poco como a mí —replicó ella con soberbia. Dio media vuelta y se encaminó a la puerta.

William la agarró por la muñeca para que no huyera. Ella forcejeó y él la sujetó más fuerte.

—Todo tiene un final menos nosotros. El nuestro aún no se ha escrito —masculló William junto a su oído.

—Lo has escrito tú durante estas semanas, palabra a palabra. —Intentó soltarse y llegar hasta la puerta—. Déjame.

—Tú no vas a ninguna parte.

—Como si pudieras pedírmelo sin más.

—No te lo estoy pidiendo. Te lo ordeno… soy tu rey.

Los ojos de Kate se abrieron como platos.

—¡Tú no eres mi rey! Es más, ni siquiera pertenezco a este sistema que os habéis montado. ¡Paso!

William soltó una palabrota que ella nunca le había oído antes.

—¡No puedes pasar! Eres un vampiro, perteneces al «sistema». Lo contrario podría considerarse traición.

—¿Traición? No te atrevas a hablar de traición conmigo. ¿Quién está engañando a quién? No te reconozco. Tú no eres… este. —Kate alzó las manos para señalarlo de arriba abajo. Dejó escapar una carcajada, incrédula—. O quizá Mako tenga razón y ahora seas más tú que nunca.

—¿Qué tiene que ver Mako en esto?

—No sé, dímelo tú. Tengo la impresión de que ella sabe mucho más de ti que yo.

William sentía cómo la sangre le palpitaba en las sienes. Se la quedó mirando; después soltó una maldición. Le parecía que la cabeza le iba a estallar en cualquier momento.

—¿Seguro que quieres conocer la verdad que con tanta dignidad exiges? —preguntó pegado a su cara—. ¿Te crees capaz de encajar una realidad que ni yo consigo asumir y no salir corriendo? Porque si no te la he contado hasta ahora, es porque tengo bastantes dudas de que superes la prueba. —Se le crispó el rostro al confesar lo que de verdad lo torturaba durante días.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Kate.

William se inclinó sobre ella hasta casi rozarle la oreja con los labios. Quería la verdad e iba a tenerla.

—En San Diego un renegado me puso a prueba. El vampiro es uno de los cabecillas más importantes, su nido el más numeroso, y no podía correr el riesgo de que sospechara de mí. Me entregó una humana para sellar el acuerdo. Fue un regalo de un depredador a otro, y no tuve más remedio que matar a la chica.

El tono frío de su voz resultaba espantoso. Kate se apartó un poco para verle el rostro, y peor fue el efecto de sus ojos insensibles y brillantes al mirarla. William continuó:

—Bebí de ella hasta dejarla seca y absorbí su esencia. No pude parar. Al principio me sentí mal, pero después solo podía pensar en hacerlo de nuevo. Y casi lo hice, con una camarera que encontré en la calle. ¡Dios, la deseaba de verdad!, y ella estaba dispuesta a ir conmigo, creo que ni siquiera se habría resistido. Pero pensé en ti y dejé que se fuera; aunque eso no evitó que después le arrancara el corazón a un tipo que no fue muy amable conmigo. —No pudo reprimir cierto tono burlón y suficiente—. Ni que, por mi culpa, Adrien tuviera que romperle el cuello a un vagabundo al que ataqué para evitar a mi verdadero objetivo aquella noche: Amanda, la bibliotecaria.

Hizo una pausa para inspirar con fuerza. El brazo de Kate se había quedado flojo entre sus dedos, sin vida.

—Y lo mismo me ocurrió con Jill. La eché porque apenas puedo controlarme cuando está cerca. Rajarle el cuello se ha convertido en una tentación constante —confesó sin ninguna emoción.

—¿Y el ángel? —preguntó Kate con un hilo de voz.

—¿El ángel? He disfrutado atravesándole el pecho. Odio a cada uno de ellos con todas mis fuerzas. —Soltó una risita fría y traviesa—. Estoy a punto de volverme loco por los remordimientos y el hambre, por estos deseos enfermizos de abandonarlo todo y dejarme llevar. ¿Y sabes por qué? Porque no soy bueno, nunca lo he sido. Estoy luchando contra lo que soy por ti, solo por ti. Porque tú eres lo único que me mantiene cuerdo y no quiero perderte; aunque eso suponga mentirte y fingir lo que no soy. Ahí tienes tu verdad, querida.

Por fin la soltó. Kate dio un paso atrás, frotándose la muñeca allí donde los dedos de él se habían clavado. William la miraba fijamente, esperando alguna reacción, una respuesta. No sabía qué decir, aún estaba asimilando todo lo que él acababa de soltarle.

—Yo tenía razón. No puedes con la verdad. Me tienes miedo —suspiró William al ver su rostro desencajado.

Kate sacudió la cabeza.

—No es miedo, es que no te conozco. Tú no eres la persona de la que me enamoré.

William realizó otra respiración temblorosa y su mirada vagó por la habitación.

—Esa persona nunca ha existido, Kate. Lo sabes muy bien. Y si existió, bajó al infierno y sigue allí. Lo que ves es lo que hay y lo que he hecho, hecho está.

Kate cerró los ojos con fuerza. Agarró el pomo de la puerta, dispuesta a marcharse. Necesitaba poner distancia entre ellos y pensar. Aunque primero tenía que sacarse de la cabeza la imagen de William con Mako; la idea de que había asesinado a una chica alimentándose de ella; y la certeza de que disfrutó matando al ángel.

William empujó la puerta y la cerró de nuevo.

—No puedo dejar que te vayas. Puede que… cuando todo esto acabe…

Kate se giró hacia él y el brillo airado de sus ojos lo perforó. Perdió los nervios y dejó de pensar.

—¡Inténtalo! —gritó con rabia—. Intenta retenerme y te juro que dedicaré cada segundo de mi existencia a odiarte como nadie hasta ahora. Ni siquiera Amelia.

Fue un golpe bajo, rastrero, y salió con tanta facilidad que ella misma se sorprendió. No podía creer que esas palabras hubieran salido de su boca, pero había sido incapaz de detenerlas. Y por si eso no había sido suficiente, se quitó el anillo y lo dejó caer al suelo.

Muy despacio, William quitó la mano de la puerta y se apartó un par de pasos. Él mismo la abrió y la sostuvo para que Kate pudiera salir. En cuanto ella desapareció por el pasillo, la cerró de un portazo que aflojó los goznes y rajó la madera.