18

Robert apretó los labios con fuerza y volvió a sentarse en la mesa. Solo acató el deseo de William porque había pasado toda su vida inculcándole valores y el respeto por las leyes. Debía dar ejemplo, pero, maldita sea, estaba a punto de saltar encima de él y darle de bofetadas. Si pensaba que se iba a olvidar de todo sin más, estaba muy equivocado.

—Vale. Tú mandas —accedió. Cogió el viejo libro que William había lanzado sobre la mesa y empezó a hojearlo—. Espero que seas consciente de que ese anillo volverá a la mano de nuestro padre. Y que entonces voy a patearte el culo hasta que me implores un poco de misericordia y me demuestres el respeto que me debes como tu hermano mayor.

William sintió una punzada de remordimientos. Quería a Robert y lamentaba como acababa de comportarse con él.

—Será divertido verte intentarlo —replicó William.

Robert levantó la vista hacia él y sonrió divertido. William le devolvió el gesto, ansioso por dejar a un lado los últimos minutos.

—Sí, y el final será el mismo de siempre: mi espada en tu estómago hasta la empuñadura —dijo el vampiro. Soltó una risita perversa y bajó la vista hacia el libro—. ¿Qué diablos es esto?

—Kate lo encontró en la biblioteca. No sé, parece el diario de un investigador de temas ocultos.

Robert cerró el libro para poder ver la cubierta de piel cuarteada. Le echó un vistazo al autor en la primera página y pronunció su nombre en voz baja. Luego lo abrió y continuó hojeándolo. Se detuvo en la ilustración de los perros.

—Esto es polabo. ¿Qué demonios hace un libro como este en la biblioteca de Heaven Falls? Es una reliquia, un museo sería más apropiado.

William se encogió de hombros. Robert comenzó a leer en silencio.

—Pues esta historia es buena, según el tal Baptistam, en el año 1642 un grupo de…, y leo textualmente: salvajes bestias, seres sin conciencia y seguidores de Satán, fueron encerrados en una profunda sima a las puertas del infierno para proteger al mundo de la destrucción que arrastraban a su paso. —Miró a William—. Habla de licántropos, pero los describe como fieros perros, tan altos como un caballo y la envergadura y la fuerza de un Ursus arctos… ¡Un oso Kodiak! Nunca he visto un lobo tan grande. ¡Es lo que tienen las leyendas y los cuentos, que siempre exageran!

—Sí lo has visto —le hizo notar William. Robert puso cara de póquer—. Shane es casi tan grande como se describe a esos.

Robert se quedó pensando. Rememoró la noche del baile de solsticio, en la que Fabio intentó matar a Shane por celos. En aquel momento la adrenalina y la rabia lo empujaron a actuar sin pensar, y apenas recordaba nada de lo que pasó. Solo tenía vagos recuerdos del lobo blanco desangrándose sobre la hierba; la histeria de Marie y las heridas de William; las cadenas de plata hechas trizas en el suelo. Esas cadenas eran prácticamente irrompibles.

—¡Eso tengo que verlo! —exclamó con un brillo curioso en la mirada.

William puso los ojos en blanco. Robert había encontrado un nuevo juguete, solo que el juguete podía devorarlo de un bocado si se pasaba de listo.

Sonaron unos golpes en la puerta y Cyrus entró sin esperar a que le dieran permiso.

—Samuel y Mihail acaban de llegar. No son buenas noticias —anunció el guerrero.

William y Robert cruzaron una mirada preocupada. Con paso rápido, los tres juntos se dirigieron al salón. Samuel estaba conectando un ordenador portátil a una pantalla, bajo la mirada atenta de Daniel y sus tres hijos. Mako y Shane observaban las fotografías que uno de los hombres de Samuel colocaba sobre la mesa con expresión grave. El cazador hablaba muy rápido, y Shane asentía sin parar con los brazos cruzados sobre el pecho, tan envarado y tenso que parecía una estatua de granito.

Mihail entró en la casa y se colocó frente a Samuel, con la mesa separándolos.

—Aquí, tu Capitán Colmillos —empezó a decir Samuel en cuanto vio aparecer a William—, cree que el número de renegados que asistirán a tu «baile» es mucho mayor de lo que esperábamos. Parece que te has hecho famoso y la curiosidad que sienten por ti y tus planes se ha impuesto a su cautela. Serán muy pocos los que no acudan a tu llamada. Y eso es algo bueno, muy bueno, porque cuantos más renegados caigan esa noche, menos habrá por las calles que rastrear después. —Apoyó las manos en la mesa y sacudió la cabeza—. El problema es que nosotros no somos suficientes para enfrentarnos a ellos, ni aunque fueran desarmados podríamos con todos ellos.

—¿Estás seguro de eso? —preguntó William.

—Sí, mi rey —respondió Mihail. Le lanzó una mirada enojada a Samuel—. No vuelvas a llamarme Capitán Colmillos.

Samuel se encogió de hombros.

—Tú no tienes mucho sentido del humor, ¿verdad?

Mihail frunció labios y le mostró los colmillos.

—Los renegados serán muchos y nosotros muy pocos —dijo Mihail.

Señaló las fotografías. Había decenas de ellas. Tomadas desde el mar, el aire y todos los ángulos posibles. También del interior del edificio: un enorme almacén de contenedores a punto de ser embargado. William lo había comprado a través de una empresa fantasma.

El guerrero continuó:

—Se han reforzado todas las paredes con planchas de acero, y estas se han recubierto para que pasen desapercibidas —continuó explicando el guerrero—. Las ventanas tienen rejas y se han soldado y tapiado la mayor parte de las salidas. Una vez dentro, nadie podrá salir salvo por los tres accesos: dos laterales y el principal, que estarán bien controlados. Pero contenerlos no será suficiente, si no los reducimos rápido, acabarán con nosotros.

—¿Sospecharán? —preguntó Robert.

—Por supuesto que sospecharán, por eso irán armados hasta los dientes —respondió Samuel—. Seamos realistas. Nosotros pensamos masacrarlos, y es muy probable que ellos se estén aliando para hacer lo mismo contra nosotros. Es posible que todo acabe en un baño de sangre al que nadie sobreviva…

—Solo contamos con que los jefes de cada nido prefieran someterse a William, antes que iniciar entre ellos una guerra para decidir quién los liderará en el enfrentamiento; y por ende, se quedará con el premio después de que nos aniquilen —dijo Mihail.

La puerta volvió a abrirse y Kate entró en la casa seguida de Adrien. En los últimos días él se había convertido en su sombra, en su guardaespaldas particular (así lo había decidido William) y ya nadie encontraba raro o preocupante que la prometida del rey pasara tanto tiempo con otro hombre. Nadie excepto William.

Los celos eran como ácido en su pecho; y, aun así, fingía que no pasaba nada. Algo que hasta cierto punto era verdad, entre Adrien y Kate no pasaba absolutamente nada que pudiera darle motivos para estar celoso excepto por el hecho de que Adrien estaba enamorado de ella, hasta el punto de resignarse a no tenerla y preocuparse de salvarle el culo a su prometido para verla feliz.

William intentó no fijarse en lo cerca que se habían sentado el uno del otro, ni en que Kate hacía todo lo posible para no mirarlo. Debía estar muy disgustada por lo que había ocurrido en el jardín con Jill y Evan. Apartó la vista, enfadado consigo mismo.

—… lo más importante es mantener a los lobos ocultos. Esperarán que William acuda con un buen número de guerreros que garanticen su seguridad y la de la zona. Eso no los hará sospechar —continuaba explicando Mihail.

William se obligó a prestar atención.

—No hay muchos sitios donde ocultar a mis hombres. Tendrán que mantenerse alejados para que no capten su olor, y esos nos obliga a perder unos segundos vitales —indicó Samuel.

Giró el portátil para tener acceso al teclado, insertó una tarjeta de memoria en el puerto USB y en la pantalla se abrió una carpeta que mostró una lista de imágenes. Abrió una de ellas y apareció un plano del muelle con todos los edificios, calles y accesos. Señaló un cuadrante con el dedo.

—No podremos acercarnos a menos de dos kilómetros, y el único contacto que tendremos con vosotros, mientras los renegados van llegando, será a través de vigías que también deberemos ocultar. Los puntos marcados con rojo son los más seguros, pero están demasiados expuestos. —Suspiró y se pasó una mano por la cabeza—. No puede fallar nada o estaremos perdidos. El problema es que no hay un solo paso con posibilidades de funcionar.

—Nada de todo esto relevante —intervino Shane—. Aunque no cometamos ningún error y consigamos encerrarlos dentro de ese edificio, las posibilidades de vencer son escasas. Los números hablan por sí mismos: nos superan, somos pocos. Podremos matar a muchos en los primeros segundos, aprovechando el desconcierto, pero ellos son demasiados y, en cuanto averigüen qué ocurre, estaremos muertos.

—Dentro del edificio apenas podremos meter a unos setenta hombres. El resto estará en el perímetro, y el acceso a los lobos se limita al tejado y a los puntos de desagüe en el suelo. Todo es demasiado lento —masculló Carter. Cruzó una mirada con su primo. Shane frunció el ceño, bastante enfadado. Carter explotó—: Voy a ir digas lo que digas. Necesitamos hasta el último hombre.

—De eso nada. Tú llevas la marca, tú te quedas por si el resto no podemos volver. La manada no puede seguir sin alguien que la dirija.

—Puede hacerlo Jared —replicó Carter.

—Es demasiado joven —le hizo notar Shane. Miró a su tío Daniel—. ¿De verdad vas a dejar que vaya?

—Es tan cabezota como tú. ¿Tú te quedarías? —masculló Daniel.

Shane se cruzó de brazos y de su garganta brotó un gruñido.

Robert soltó una risita divertida.

—Nuestras posibilidades de sobrevivir son inexistentes. ¡Me encantan los retos imposibles! Aunque, mentiría si dijera que no agradecería un poco de ayuda. —Ladeó la cabeza y le guiñó un ojo a William—. Ahora es cuando nos vendrían bien unos cuantos perros del infierno, ¿eh?

Daniel se giró hacia ellos, sorprendido.

—¿Conocéis esa historia?

—Algo —respondió Robert.

Daniel apoyó la cadera contra la mesa y se apartó con la mano unos cuantos rizos de la frente. Sonrió con desgana y cierta resignación.

—Yo también lo he pensado —dijo de repente. Sacudió la cabeza y miró a Robert a los ojos—. Aunque dudo que encontráramos la forma de controlarlos. Se convirtieron en bestias con una sed de sangre descontrolada, no distinguían a amigos de enemigos. Su lucha se redujo a algo personal entre ellos y el resto del mundo. Victor casi perdió la vida al capturarlos, pero logró someterlos y aislarlos donde no hicieran daño a nadie.

Robert cruzó la sala con dos zancadas y se paró delante de Daniel. Los inteligentes ojos del vampiro se clavaron en el lobo. Cuando habló no pudo ocultar la emoción que le recorrían el cuerpo.

—¿Estás diciendo que esa historia es cierta? —Daniel asintió, desconcertado por la actitud eufórica de Robert—. ¡¿Quieres decir que esa manada de licántropos existe de verdad?! —Daniel volvió a asentir y Robert lanzó un puñetazo al aire, encantado—. ¡Bien! ¡Diablos, sí! Eso es… eso es… Ya tenemos caballería.

—¿Estás insinuando lo que yo creo? —preguntó William.

—Es una locura —terció Samuel.

—No lo es —se justificó Robert—. Si esos chuchos son tal y como los describen, con unos cuantos de ellos podríamos tener alguna oportunidad. ¡Venga ya, pensadlo!

Shane se plantó delante de Robert y lo golpeó en el pecho con un dedo.

—Borra la palabra chucho de tu vocabulario o lo haré yo.

—Vamos, cuñadito, no te des por aludido. Un pajarito me ha dicho que tú te pareces mucho más a un osito polar.

Shane mostró los dientes y su cuerpo empezó a temblar. Marie apareció como un soplo de brisa tras él y le rodeó el pecho con los brazos, tirando de él para alejarlo de su hermano.

—Robert, eres un cretino. No entiendo qué consigues metiéndote con él —le regañó Marie.

—Que el «osito» se lo meriende de un bocado —masculló Shane.

Robert sonrió encantado. Provocar a Shane era tan divertido como picar a William; hasta ahora, el único capaz de enfrentarse a él y suponer un reto.

—No le hagas caso —suspiró William—. Hay quien se entretiene jugando a las cartas y a Robert le gusta que le hagan escupir los dientes.

—Cuando quieras —retó Shane a Robert.

—No es que me moleste el nivel de testosterona en el ambiente —intervino Mako—, pero deberíamos centrarnos en lo importante. ¿Cómo salimos de esta? No disponemos de más cazadores, ni guerreros, y no podemos sacrificar civiles que no han peleado nunca…

—Necesitamos a esos tipos —insistió Robert apuntando con un dedo a Daniel.

—Es imposible, nadie sabe dónde se ocultan —trató de explicar Daniel.

—Puede que yo sí —aseguró Robert.

Salió de la sala como una exhalación y un segundo después regresó con el libro. Lo abrió sobre la mesa y pasó las hojas hasta dar con la que buscaba. Daniel se acercó, con Samuel a su lado, y observaron las páginas. Se miraron entre sí.

—¿De dónde has sacado eso? —preguntó Daniel.

—Yo lo encontré en la biblioteca —respondió Kate con voz temblorosa.

Miró de reojo a Adrien. Él mantuvo su palabra y no dijo nada sobre Marak ni ninguna otra cosa relacionada con el supuesto fantasma. Alzó la vista y se encontró con la mirada de William sobre ella. Aún podía oír su voz echando a Jill de la casa como si no fuera nadie. ¡Por Dios, era su mejor amiga, como una hermana para ella! Y él lo sabía mejor que nadie. Lo ignoró de forma deliberada, demasiado enfadada como para actuar de otro modo.

—¿En la biblioteca? ¿Y cómo ha llegado esto a la biblioteca? —preguntó Samuel a Kate, sorprendido por el hallazgo—. Este libro lo escribió un licántropo. Baptistam Thier era un escriba, un testamentario e investigador de nuestro linaje. Algo así como Silas para vuestro clan.

—¿Qué más da cómo ha llegado hasta nosotros? Lo importante es que lo tenemos y que puede ayudarnos —terció Robert con la sensación de que nadie más veía el filón que tenían entre manos.

—Robert tiene razón —dijo Cyrus. Esa afirmación silenció todas las otras conversaciones que se habían desatado—. No estamos en posición de descartar ninguna posibilidad.

—¡Vaya, gracias! —exclamó Robert con tono irónico. Se concentró en el libro. Su polabo nunca había sido muy bueno y le costaba traducir el texto. El último párrafo daba a entender que el mapa mostraba el lugar donde habían escondido a los perros del infierno—. ¿Qué demonios es esto?

William echó un vistazo al dibujo que su hermano señalaba en el reverso de la ilustración. Estaba pintado a mano con tinta, y esta se había diluido adquiriendo un tono beis que apenas se veía.

—Parece una carta astral —respondió William.

Robert entornó los ojos y lo estudió con más atención. De repente dio una palmada, como si celebrara algo.

—En aquella época las cartas astrales servían como mapas. Señalan un lugar: su latitud y longitud exacta; y una hora concreta —explicó Robert, cada vez más nervioso—. Tenemos un mapa y sé quién puede leerlo. —Sacó su teléfono móvil y escaneó el dibujo—. Espero que ese viejo cascarrabias haya aprendido a usar el ordenador que se le instaló.

—Aunque encuentres la localización, no servirá de nada —intentó explicar Daniel. Suspiró y sacudió la cabeza—. Perdieron la razón, es imposible presentarse ante ellos e intentar que nos ayuden.

—Silas —ladró Robert al teléfono, haciendo caso omiso a Daniel.

—¿Cuántos eran? ¿Qué les pasó? —preguntó Carter, interesado en la historia.

—La manada la dirigía un hombre llamado Daleh y contaba con una treintena de miembros, todos parientes entre sí —empezó a relatar Samuel—. Se decía que eran los lobos más antiguos que existían, los primeros, nacidos de una bruja a la que un dios nórdico castigó. Eran fieros y enormes. También fueron los primeros licántropos capturados por los vampiros. Durante siglos soportaron muchas torturas. Perdieron esposas, hijas y hermanas, como castigo a sus intentos de sublevación. Bajo el látigo y la humillación alimentaron su rabia y acabaron perdiendo su humanidad; hasta tal punto que ya no lograron volver a su forma humana y adoptaron la de la bestia para siempre.

»Cuando tuvo lugar la rebelión, escaparon y emprendieron una venganza personal contra todos, incluso contra su propio clan cuando la mayoría de su gente aceptó el pacto con los vampiros. A pesar de haber perdido el juicio, el honor y el espíritu del cazador nunca los abandonó. De ese honor se sirvió Victor, y lo desafió a combatir cuando logró sitiarlo cerca de Varsovia, momentos después de que Daleh y su manada acabaran con todos los miembros de una de vuestras castas.

Los ojos de Robert relampaguearon. Sabía perfectamente de qué familia estaba hablando Samuel. A ella pertenecía su esposa, la primera mujer de la que se había enamorado y que murió asesinada con un hijo suyo en el vientre. Apretó los puños, controlando el sentimiento que durante siglos había tratado de reprimir y ahogar. Nunca estuvo seguro de quiénes la habían asesinado, ahora ya lo sabía. Kara, su adorada y hermosa Kara. Desde entonces había buscado su rostro en infinidad de amantes, pero nunca logró encontrarlo, por eso continuaba solo y se había resignado a estarlo para siempre.

—Nunca supimos quién lo hizo —susurró Robert.

William se acercó a su hermano y puso una mano sobre su hombro.

—¿Qué ocurrió? —preguntó Shane a su tío.

Abrazaba a Marie contra su pecho, como si temiera que pudiera desaparecer si no la sujetaba muy fuerte. Cada vez que oía historias sobre los años de guerra y odio entre ambos clanes, su cuerpo se estremecía con una extraña mezcla de emociones.

Daniel sacudió la cabeza antes de responder.

—Se enfrentaron y Victor ganó el desafío, también el respeto de Daleh. Daleh aceptó su derrota y le entregó sus vidas. Victor no consintió el sacrificio. A cambio les ofreció el exilio y la promesa de servirle si algún día los necesitaba. Pero Victor ya no está y el lazo con ellos se ha roto.

—Según vuestro escriba, Victor los recluyó en un viejo castillo al norte de Eisleben —explicó Robert—. Pero unas décadas después, tuvo que sacarlos de allí por culpa de la guerra que provocó la Reforma protestante. Consiguió un barco que zarpó de Cádiz, España, hacia el nuevo mundo. Y aquí se acaba la información. Pero este viaje se realizó en 1642. Tenemos un espacio de tiempo aproximado y con la carta astral podremos averiguar el lugar al que los llevaron.

—De acuerdo, ¿y quién asegura que Baptistam supiera de verdad el lugar donde se ocultan? —preguntó Samuel.

—Era un miembro más de la tripulación de ese barco. Los acompañó… —declaró Robert. Una voz sonó al otro lado del teléfono y se concentró en las palabras. Segundos después, su cara se iluminó con una sonrisa perversa—. Acabas de ganarte mi respeto, viejo gruñón. —Soltó una risotada cuando Silas empezó a maldecir y le colgó—. Están a unos doscientos kilómetros al norte de Montreal. ¿Y sabéis qué? Hay una leyenda que habla de un valle maldito donde habitan unos demonios que caminan a cuatro patas. ¡Son ellos!

—¿Y qué? Ir allí puede suponer mucho más que perder el tiempo —dijo Samuel—. Podríamos perder la vida. ¿Has oído algo de lo que se ha dicho? Nunca ha existido nada parecido a esos hombres. Son sangre pura, y perdieron todo rastro de cordura y humanidad. El único que tenía algún poder sobre ellos era Victor, y ya no está.

William no apartaba los ojos de Robert, casi podía oír los engranajes de su cerebro funcionando a toda prisa. Conocía la expresión que esculpía sus facciones, esa mirada de genio lunático que era el preámbulo de sus planes más descabellados. Y le daba miedo.

—Yo no estoy tan seguro de eso —lo contradijo Robert y su mirada se posó en Shane—. Transfórmate.

—¿Qué? —replicó Shane.

—Cambia a lobo, quiero ver cómo eres de grande.

—No, Robert —intervino William, de repente consciente de los pensamientos de su hermano. ¡Venga ya, no lo podía estar pensando en serio!

—Aquella noche, durante el baile, cuando te mostré el cuadro, te dije que no existían las coincidencias. Tenía razón. Todo tiene un porqué y el suyo es este —le recordó Robert a su hermano mientras señalaba a Shane con un dedo.

—¿De qué demonios estáis hablando? —preguntó Shane.

William se inclinó sobre Robert, tan cerca que sus mejillas se tocaban.

—Lo que dices es una locura —masculló junto a su oído—. ¿Sabes cuántas probabilidades hay de que exista una conexión en todo esto?, ninguna. La estás imaginando; peor aún, tú quieres creer que existe y eres el idiota más obsesivo que conozco.

—Vale, pero no me discutirás que es igualito y que el plan podría funcionar.

—William, ¿de qué está hablando Robert y qué tiene que ver con él? —preguntó Marie, mientras rodeaba con su brazo la cintura de Shane.

—Explícate, pero sea lo que sea, no me gusta nada que tenga que ver con mi sobrino —le exigió Samuel.

Robert asintió, mientras se colocaba con pequeños tirones los puños de su camisa.

—Yo estuve presente durante la firma del pacto y conocí a Victor. Shane es una réplica exacta de él, y no solo en su forma humana. Por lo que me han contado, su lobo es impresionante, y blanco como la nieve al igual que Victor.

Hubo un silencio sepulcral en el que todos se quedaron mirando a Robert.

—¡Tienes que estar de broma! —explotó Carter alzando los brazos.

—¡Olvídalo, no le darán tiempo ni a hablar! —exclamó Samuel.

—Tú… tú —comenzó a gritar Marie completamente histérica, apuntando a su hermano con una mano temblorosa—. Tú has perdido el juicio. Lo que propones es una locura. No, de eso nada, Shane no se moverá de aquí.

Kate se levantó y fue junto a ella.

—Tranquila, nadie le pedirá a Shane que haga algo parecido —le dijo a la vampira. Buscó con la mirada a William para que acabara con aquella locura, pero él parecía sumido en sus propios pensamientos.

Robert dio un golpe contra la mesa y de nuevo se hizo el silencio.

—Estamos ante una guerra que no podemos ganar. Surge una posibilidad y la rechazáis sin ni siquiera pararos a pensar en todo lo que está en juego. Shane puede hacerlo, su aspecto le ayudará a acercarse, creerán que es Victor.

—¿Y qué ocurrirá cuando se den cuenta de que no es él? Descubrirán que no tiene influjo sobre ellos y tratarán de matarlo —intervino Daniel—. Es mi sobrino, y no lo sacrificaré así como así por un plan sin pies ni cabeza.

—Por supuesto que no —aseveró Marie.

—Lo haré, desafiaré a ese Daleh —dijo Shane. Su voz resonó firme y segura. Miró a Robert—. ¿Estás seguro de que nos parecemos tanto?

—¿Qué demonios te pasa, Shane? —lo increpó Marie, tirando de su brazo para que se girara y la mirara. Él la ignoró.

—Pregúntaselo a tus tíos. Samuel llegó a conocerlo —respondió Robert.

—Solo era un niño —gruño Samuel evitando la cuestión.

—¿Es cierto? —insistió Shane. Samuel asintió con los labios tan apretados que se habían convertido en una fina línea recta—. Entonces dejarán que me acerque. La sangre de Victor corre por mis venas, si tienen honor me dejaran hablar; y entonces desafiaré a Daleh.

—¡¿Qué?! —gritó Marie—. ¿Pretendes retar a una bestia sin juicio?

—Shane puede vencerlo y lograr su lealtad. Una treintena de licántropos con sed de sangre vampira, y del tamaño de un oso pardo gigante, equilibrarían la balanza. Los necesitamos —dijo Cyrus.

—Tú también no —replicó Kate con los ojos como platos—. Creí que lo apreciabas.

—El aprecio no tiene nada que ver con el deber —se justificó Cyrus—. Estamos hablando de supervivencia, no de elegir un compañero afín para jugar a los bolos.

Kate lo atravesó con la mirada y se acercó a William, que continuaba en silencio.

—William, tienes que parar esto —le pidió cogiéndolo de la mano.

Él la miró a los ojos y apretó su mano con suavidad, un gesto que escondía algo más, una súplica para que intentara comprenderle.

—¿De verdad te crees capaz? —preguntó William a Shane.

El joven lobo asintió sin dudar.

Kate quitó la mano de la de William con brusquedad. El abismo entre ellos no dejaba de crecer y él sentía que no podía hacer nada para remediarlo. Debía acabar con los renegados y recuperar el control y la seguridad del mundo vampiro. Sin esa estabilidad no podrían sobrevivir, ninguno de ellos. Cruzar al lado oscuro y adoptar la filosofía de los proscritos era un despropósito, tentador, sí, pero un disparate que se les podía volver en contra.

—Está bien. Hay que prepararlo todo, apenas queda tiempo —susurró William sin apartar la vista de Shane. El chico se había convertido para él en lo más parecido a un hermano. Si le ocurría algo cargaría con una culpa insoportable el resto de su vida.

—¡No puedes hacerlo, William! —exclamó Kate. Su tono de voz no era, ni por asomo, amable. Él guardó silencio, y ella quiso abofetearlo. Dominó su enfado y se mostró firme—. No lo hagas, no lo dejes ir —insistió con vehemencia. Él no respondió—. No voy a permitirte que lo hagas. Piensa en Marie, en los Solomon si lo pierden. Estoy segura de que él lo hace por ti. Solo lo hace porque no es capaz de negarte nada —le gritó a la cara, frustrada hasta rayar la desesperación.

Vampiros y hombres-lobo comenzaron a abandonar la sala. Marie salió corriendo hasta el piso de arriba y Shane la siguió suplicándole que hablara con él. Cyrus y Daniel fingieron examinar de nuevo los mapas; y Samuel despareció en la cocina.

—Está decidido —dijo William sin más.

—Creía que te conocía, pero es evidente que nunca lo he hecho —le espetó ella. Dio media vuelta, dispuesta a marcharse.

—Kate, espera, iré con él. No lo dejaré solo. —William la sujetó por el brazo, pero ella se zafó dándole un empujón.

—Sí, desde luego eso mejora bastante la situación —le recriminó con sarcasmo.

Kate salió de la casa como alma que lleva el diablo. Se plantó en medio del jardín sin saber qué hacer para dar rienda suelta a la frustración que la ahogaba. Se llevó un puño a la boca y lo mordió, amortiguando el grito que escapó de su garganta. ¿Acaso todos se habían vuelto locos? ¿Dónde había dejado aquella vida donde su mayor problema era decidir qué asignaturas iba a estudiar y hacer oídos sordos a las burlas de Becca?

—No deberías hablarle de ese modo, y menos delante de sus hombres —le reprochó Mako desde su espalda.

Kate se dio la vuelta con los puños apretados.

—¿Disculpa? —preguntó con voz envenenada.

—Es el rey, nadie puede hablarle de ese modo, ni siquiera tú. No puedes humillarlo delante de sus soldados. Lo hace parecer débil y puede perder su respeto. No vuelvas a hacerlo.

Kate no daba crédito a lo que estaba oyendo.

—Tú no eres quien para meterte en nuestros asuntos.

—Soy miembro de su guardia. Lo cuido, lo protejo y velo por él. He jurado servirlo y eso hago. Tú le has faltado al respeto delante de todo el mundo y eso no pienso permitirlo. Dentro de vuestra alcoba el cómo os habléis es asunto vuestro, fuera de ahí es mío —replicó Mako con tono vehemente.

Una sonrisa curvó los labios de Kate, pero no había ni un ápice de humor en el gesto.

—Tú no hablas como un soldado, sino como la mujer que aún está enamorada de él. No tienes ningún derecho.

Mako sonrió de forma burlona y la miró de arriba abajo buscando aquello que la hacía tan fascinante a los ojos de William. Solo encontró una vampira neófita, débil y sabelotodo.

—Conozco a William desde hace mucho. Hemos compartido demasiadas cosas, más de las que imaginas. Es cierto, aún lo amo, y también lo acepto como es. No intento cambiarlo y convertirlo en la clase de hombre que nunca será. Si tú no eres capaz de hacer lo mismo, quizá deberías apartarte de su camino.

Kate notó que una emoción irracional iba subiéndole por la espalda al tiempo que Mako seguía allí sin intención de moverse y dejarla tranquila.

—¿Para que te deje ese camino libre a ti? —dijo como si nada; pero, ah, eso le había dolido.

—Le convengo más que tú. Durante dos años lo compartimos todo: venganza, confidencias, risas y cama. Sé cómo es, cómo piensa; hasta lo que le gusta. Tú no tienes ni idea —escupió Mako sin cortarse un pelo.

Kate sintió como si le hubieran atravesado el pecho de lado a lado, y el dolor casi la partió en dos.

—William no es la misma persona de entonces.

—Oh, sí que lo es. Eres tú la que ha vivido con el reflejo de algo que no es real. Hace un rato era yo la que enjugaba sus lagrimas y lo consolaba. ¿Dónde estabas tú? No puedes darle lo que necesita.

Kate precisaba alejarse de aquella arpía, o acabaría por darle un puñetazo a su pálida cara de rasgos orientales. Apeló al último resquicio de autocontrol que le quedaba.

—Si pensar eso te hace sentir mejor, adelante. Pero no vuelvas a acercarte a él o te las verás conmigo.

Mako soltó una risita cargada de desprecio.

—¿Es una amenaza?

—Yo no amenazo —le espetó Kate mientras regresaba a la casa.

Mako se quedó donde estaba. Sentía el sabor de la victoria en el paladar. Kate no era rival para ella en ningún sentido y solo era cuestión de tiempo que su relación con William terminara; y, por la tensión que percibía entre ellos, no tardaría mucho en suceder.

Una sombra surgió de la nada y Adrien se detuvo a su lado. Mako lo miró de reojo, sorprendida de que no lo hubiera oído acercarse. Él permaneció quieto, con las manos embutidas en sus tejanos y la mirada perdida en las primeras luces del alba que iluminaban el bosque. Ya se había fijado en que era guapo, muy guapo; pero nunca lo había tenido tan cerca y se sorprendió de la fuerza que emanaba de su cuerpo. Tenía algo que le recordaba a William en más de un sentido.

—No vuelvas a hablarle de ese modo. Porque si lo haces, me obligarás a enseñarte modales sin importarme que seas una chica —dijo Adrien de repente. Su voz no fue más que un susurro, pero estaba cargada de agresividad.

Mako dio un respingo ante la declaración. Se irguió con la espalda tensa y lo atravesó con la mirada.

—Soy un guerrero, podría romperte unos cuantos huesos sin ningún esfuerzo.

Adrien se encogió de hombros. Se movió hasta plantarse delante de ella y la miró por primera vez.

—Muy bien, guerrero, no vuelvas a molestarla si no quieres vértelas conmigo.

Se produjo un silencio en el que ambos se evaluaron a conciencia.

—Para ser solo su guardaespaldas, pareces demasiado preocupado por sus sentimientos —dijo ella.

Adrien comenzó a juguetear con el anillo que llevaba en su dedo meñique.

—Mi relación con Kate es algo que tú nunca podrás comprender. Ella es responsabilidad mía, y no permitiré que nadie le haga daño, ni siquiera una exnovia celosa que quiere ocupar su lugar —masculló sin poder ocultar sus sentimientos.

Mako dio un paso atrás. Sonrió con condescendencia y algo parecido a la lástima. ¿Cómo no se había dado cuenta antes?

—Tú… ¡Tú estás enamorado de ella! —Sacudió la cabeza—. Sabes mejor que nadie cómo me siento, no deberías cuestionarme.

—Es posible —respondió él.

—¿Y no crees que llegados a este punto, lo mejor para ambos sería aliarnos y que cada uno consiga lo que desea? —preguntó Mako un tanto exasperada.

Adrien contuvo el aliento un segundo y lo soltó con fuerza.

—Ella ama a William y es feliz con él. Nada cambiará eso, ni siquiera yo; así que déjala en paz y no vuelvas a inmiscuirte entre ellos. De lo contrario, me encargaré personalmente de que te largues y no vuelvas —advirtió, haciendo hincapié en las últimas palabras.