11

William se frotó los ojos. Apoyó los codos sobre la mesa del salón y miró por la ventana de su villa en Laglio. Las aguas del lago de Como estaban tan quietas que parecían una pintura sobre un enorme lienzo. Se alegraba de no haber vendido aún la casa. Después de darle muchas vueltas, había decidido que era el mejor sitio para pasar inadvertido y no correr el riesgo de sufrir alguna filtración inoportuna de los planes que se estaban trazando, y que complicara aún más la situación.

Necesitaba un sitio tranquilo en el que pensar y aquel era el mejor con diferencia. La puerta se abrió y Kate entró completamente mojada y envuelta en una toalla. Un cachorro de labrador la seguía meneando su cola, mientras la miraba con total adoración.

—¿De dónde ha salido eso? —preguntó él alzando una ceja.

—No lo sé, pero me sigue a todas partes —se quejó Kate con una mueca exasperada. Aunque el tono de su voz era bastante divertido.

William sonrió mientras se repantigaba en la silla y la miraba. El cachorro gimoteó, llamando la atención de Kate.

—No sabes cómo te entiendo, pequeñajo. A mí también me vuelve loco —le dijo al animal. Le sorprendía que aquella bolita peluda no tuviera miedo, normalmente los animales huían de los vampiros. Para ellos eran depredadores y reaccionaban con un instinto irracional de supervivencia.

—Muy gracioso, anímale —masculló Kate. Rodeó la mesa y se sentó en las rodillas de William. Le echó un vistazo a los papeles y mapas que tenía esparcidos por toda la superficie—. ¿Qué es todo esto? —preguntó.

William la abrazó por la cintura y se inclinó hacia delante; con la barbilla apoyada sobre su hombro contempló los mapas.

—Las marcas amarillas señalan los lugares donde hay comunidades de vampiros acogidas al pacto: regiones seguras. Las verdes marcan las zonas donde ya se ha hecho limpieza —respondió.

—¿Limpieza?

—Así es como llamamos a la búsqueda y eliminación de renegados —aclaró William—. Las naranjas señalan los lugares donde hemos localizado objetivos, nidos pequeños que no suponen un gran problema.

El teléfono de William sonó. Le echó un vistazo a la pantalla y descolgó. Escuchó en silencio durante un par de minutos y colgó con un simple «gracias». Cogió un marcador de color verde e hizo un círculo sobre las marcas naranjas que rodeaban las ciudades de Ámsterdam y Praga.

—¿Y las rojas? —preguntó Kate. De esas había muchas.

William tomó una bocanada de aire y miró el mapa con el ceño fruncido.

—Ahí es donde creemos que se esconden los nidos más peligrosos. La mayoría están liderados por asesinos sin escrúpulos, pero eso no es lo malo. El problema es que no se contentan con alimentarse y matar. Tienen ideales, creen en la supremacía de la raza y odian todo aquello que representa el pacto, incluida la alianza con los licántropos. Sabemos con seguridad que se están organizando para una rebelión, por eso no podemos perder tiempo.

—Todos esos nidos están en Estados Unidos y Canadá —dijo Kate con un hilito de voz. Miró a William con los ojos muy abiertos—. ¿Por qué?

—Nuestra presencia allí siempre ha sido limitada; y los lobos solo tomaban medidas cuando alguno llamaba demasiado la atención. Es un territorio grande con millones y millones de personas: gente anónima, vagabundos, extranjeros…, donde un par de desaparecidos aquí o allí no preocupan a nadie; entran dentro de las estadísticas. Y lo más importante, no tienen que competir entre ellos por la caza, hay buffet libre para todos.

Kate miró con atención el mapa. En el sur solo había marcas amarillas.

—¿Y por qué no hay renegados en Sudamérica?

—Silas lo estudió hace mucho. Piensa que se debe a su carácter y su cultura, allí las personas no son tan escépticas, creen en los monstruos. Esos humanos pueden ser peligrosos para nosotros. Siempre miran más allá de las apariencias.

Kate se sorprendió de las cosas que aún no sabía. Volvió a centrarse en la parte superior del mapa.

—¿Cómo vas a hacerlo? ¿Cómo… cómo vas a lograr llegar hasta ellos? —No pudo disimular el miedo y la incertidumbre que sentía. No hacía falta ser un estratega para ver que solo un milagro les ayudaría a salir de aquella locura con vida.

William la estrechó con más fuerza y la besó en el hombro.

—Aprovechando sus debilidades. Toda rebelión necesita un líder. No son idiotas y saben que solo podrán salir adelante si se unen; pero, de momento, les está costando bastante. Hay tres nidos que desean el poder y ninguno quiere someterse. Mi baza es convertirme en su única opción. Y para lograrlo tengo que ser más listo y duro que ellos.

—Ya lo eres —susurró Kate sobre sus labios. Le acarició con los dedos la barba incipiente y después los enredó en el pelo de su nuca—. Además, también eres un ángel, ¡que intenten superar eso!

William sonrió sobre su boca y después hundió el rostro en su cuello, acariciándola con la nariz. Con ella cerca todo parecía más fácil. El cachorro se acercó a ellos y comenzó a dar saltitos y a ladrar. William alargó la mano y lo tomó, alzándolo en el aire. El perrito lo miró sin inmutarse.

—Eres valiente, bolita de pelo —le dijo con los ojos entornados. El perrito lo ignoró y comenzó a estirar las patas para alcanzar a Kate—. Lo tienes fascinado. Voy a ponerme celoso.

Kate se echo a reír.

—Mira que eres bobo —bromeó mientras tomaba al pequeño en su regazo.

El sonido del motor de una lancha llegó hasta ellos. Segundos después, Robert entraba en la casa sin llamar. Había cambiado su habitual ropa elegante por un vaquero azul y una camiseta blanca que le daba un aire menos serio y más travieso.

—¡Hola, tortolitos! —saludó con una sonrisa encantadora. Sus ojos volaron hasta el labrador—. ¡Vaya, vaya, pero si me habéis traído un aperitivo! —Se acercó a la mesa y cogió al perro del lomo sin que a Kate le diera tiempo a impedirlo. Lo alzo a la altura de su rostro y arrugó la nariz.

—No es ningún aperitivo, Robert. Devuélvemelo ahora mismo —le ordenó Kate muy seria.

—Ya veo. Lo quieres para ti, ¿verdad? —Le guiñó un ojo y añadió en tono socarrón—: Avariciosa, es de mala educación no compartir.

—No seas idiota. No voy a tocarlo.

—Entonces, deja que le dé un mordisquito —insistió Robert—. Solo uno.

Kate le dio un codazo en las costillas a William, que intentaba no echarse a reír.

—¿No piensas decirle nada? —le recriminó con una mirada furiosa.

—Robert, deja al chucho —pidió William intentando parecer severo.

Kate le dio otro codazo por usar un nombre tan despectivo.

—¿A quién estás llamando chucho? —inquirió Shane desde la puerta. Sus ojos destellaron con un brillo ambarino, taladrando con ellos a Robert.

—Creo que es a ti —dijo Adrien tras el lobo—. Eres el único aquí; sin contar a tu sobrinito, claro —comentó mientras señalaba al perrito, que había regresado a los brazos de Kate.

Robert soltó una carcajada.

—Sigue riendo y te sacaré las entrañas —le susurró Shane al pasar por su lado. Robert apretó los labios, pero por dentro se estaba tronchando—. Yo que tú, tendría cuidado con los chuchos. Hay algunos con los dientes muy grandes —le dijo como si nada a Adrien al tomar asiento a su lado.

El vampiro abrió la boca para responder, pero el gruñido amenazador del lobo le hizo guardar silencio.

William se pasó las manos por la cara, cansado.

—Solo llevan aquí diez segundos y ya me duele la cabeza —susurró para sí mismo. Cuando llegara el resto, iba a necesitar de todo su control para no asesinar a nadie.

—He encontrado un lugar en Nueva Orleans, junto al puerto. Es lo suficientemente grande como para reunirlos a todos. La estructura es sólida, de acero la mayor parte. Manteniendo el control en las salidas, podremos sitiarlos —dijo Samuel. Había sido el último en llegar, junto a dos de sus hombres—. Solo tiene un problema, y es uno muy grande: no hay dónde esconderse, los hombres que metamos dentro estarán a la vista. Si nos pasamos con el número se sentirán amenazados y sospecharán.

—Robert, tú eres el que más cerca ha estado de ellos. ¿Cómo logro que confíen en mí? —preguntó William desde la pared contra la que se había apoyado.

Robert bajó las piernas de la mesa y se puso derecho en la silla. Su enorme cuerpo se desbordaba por todos los lados.

—No se andarán con chiquitas. Tienes que demostrarles que eres más fuerte que ellos; que cuentas con los medios suficientes para plantarles cara si deciden iniciar una guerra; y que nada te detendrá. Tienen que entender que les interesa unirse a ti si quieren un trozo del pastel. —Con sus penetrantes ojos examinaba continuamente las ventanas y la puerta, vigilando los alrededores. Algo que también hacían los demás de forma automática—. Nos reuniremos por separado con cada grupo y les haremos creer que, si aceptan aliarse contigo, tú les darás privilegios que otros nidos no tendrán. Esa promesa logrará que entre ellos no intenten comunicarse ni negociar.

—¿Y todos accederán a ir a Nueva Orleans? Es la parte más importante del plan. Si esa falla… —les hizo notar Shane.

Robert sacudió la cabeza y se frotó la frente.

—La mayor parte de renegados de esos nidos, sobre todo los que mandan, creen en las viejas costumbres —empezó a explicar—. Son lo suficientemente antiguos para conocer la importancia de las leyes. Siempre ha habido un rey, un dirigente al que recurrir. Si aceptan someterse, y William lo pide, irán a rendirle pleitesía para sellar la alianza. —Ladeó la cabeza y miró a su hermano—. Promételes sangre y el favor de un rey, y no dudarán.

—Visto así, parece fácil —intervino Adrien sin su habitual fanfarronería. En su mano tomó forma una pequeña serpiente de fuego, que se deslizó entre sus dedos como si fuera la moneda de un truco de magia—. Pero no lo es. Así no tendría gracia, ¿verdad?

Cyrus sacudió la cabeza con un gesto negativo y se cruzó de brazos. Se encontraba junto a Shane, al lado de la chimenea.

—Para empezar, William y tú no podéis usar vuestros poderes. Nadie debe saber lo que sois en realidad. Sembraría la duda entre nuestra gente —dijo el guerrero muy serio. Adrien lo miró a los ojos e hizo desaparecer el fuego de su mano—. No sabemos cuántos acudirán, pero estoy seguro de que serán muchos. Querrán hacerle la pelota a William; se arrastrarán si es necesario. Y eso es bueno, porque podrían caer casi todos de un solo golpe. El problema es que no podemos impedirles que vayan armados, es una prueba de confianza por ambas partes. —Guardó silencio un segundo, pensando—. Somos pocos y no podemos llevarnos a todos los guerreros, dejaríamos nuestro hogar y a nuestra gente desprotegidos.

—No pienso hacerlo —declaró William.

Se miró la mano donde lucía el anillo de Sebastian; aquel pedrusco pesaba una tonelada. Kate salió de la cocina y cruzó la habitación directa a sus brazos. La estrechó contra su pecho.

—Ni siquiera sé cómo vamos a meter en el país a los que podamos llevar sin llamar la atención —añadió.

—¿A cuántos de los tuyos podrás reunir? —preguntó Cyrus a Samuel.

—A unos setenta sin dejar expuesta a mi gente, no somos muchos —respondió el lobo—. ¿Y tú?

Cyrus frunció el ceño y resopló.

—Con la preparación suficiente para algo así: un centenar. Puede que alguno más si Mihail cree que sus novatos están preparados. Los miembros de mi clan están muy dispersados y necesito muchos hombres aquí para protegerlos.

Adrien se puso de pie y se acercó a la ventana. Afuera solo se veían las luces de algunas casas en la otra orilla del lago.

—¿De qué cifras estamos hablando, cuatro a uno? —preguntó.

—Cinco a uno más bien —lo corrigió Robert—. Y puede que sean más.

—Podríamos lograrlo, pero tendríamos muchas bajas —advirtió Adrien muy serio. Por la expresión de William, supo que estaba pensando lo mismo.

—Un número excesivo de bajas nos dejaría expuestos en un futuro inmediato —comentó Cyrus—. El pacto, nuestras leyes, la mortalidad durante el cambio. Nuestro clan cada vez es menos numeroso, no podemos permitirnos perder a tantos guerreros.

—Bien, entonces, ¿qué hacemos? —preguntó Shane.

—Ser tan precisos que no se den cuenta de lo que está ocurriendo hasta que se desplomen con la garganta abierta —dijo William con un filo acerado en la voz.

La reunión terminó poco después. Habían decidido viajar esa misma noche a Estados Unidos y terminar de atar cabos allí, en Heaven Falls. El tiempo corría en su contra, y aún debían preparar la entrada al país de los guerreros que Cyrus y su segundo al mando, Mihail, habían seleccionado para la misión. Además, Robert necesitaba concertar las reuniones con los dirigentes de los nidos más peligrosos de renegados.

William abandonó la casa y caminó hasta la orilla del lago. Había dejado a Kate recogiendo sus cosas y pensando qué hacer con la pequeña bola de pelo que la seguía a todas partes. Algo le decía que, por primera vez en su vida, estaba a punto de tener una mascota. Sonrió, la situación era tan rara como que un pájaro adoptara a una lombriz. Enfundó las manos en los bolsillos de sus tejanos y se quedó inmóvil, contemplando las sombras del bosque que rodeaba la casa. En algún lugar, no muy lejos de allí, se oían risas y música a un volumen muy alto.

—Parece que alguien está dando una fiesta —dijo Adrien tras él—. No sé tú, pero yo cogería un buen pedo en este momento.

—Has tardado —le hizo notar William.

—¿Ah, sí? Yo solo he oído… «Quiero hablar contigo» —imitó el tono serio y estirado de William—. Se me ha debido pasar el «inmediatamente». —William lo miró por encima del hombro y, para su sorpresa, no replicó—. Vale, ¿qué pasa? —preguntó. Esta vez no había nada divertido ni sarcástico en el tono de su voz.

Adrien se colocó al lado de William, tan cerca que sus brazos se tocaban con el más leve movimiento.

—Necesito que hagas algo por mí —dijo William.

Miró a Adrien por el rabillo del ojo. Lo evaluó de pies a cabeza. Había cambiado, su cuerpo parecía mucho más grande y fuerte; los rasgos de su cara más marcados y duros; sus ojos eran los de un viejo que ha vivido demasiado y que ha contemplado cosas que desearía no haber visto jamás. Al igual que él. La seguridad de que Adrien era el indicado le dio el coraje para hablar.

—No formarás parte de mi escolta en las reuniones. Vas a quedarte en Heaven Falls —dijo William.

Adrien giró el cuello tan rápido, que fue un milagro que no se lo partiera.

—¿A qué viene esto? ¿Sigues sin confiar en mí? —preguntó enfadado y herido en su orgullo—. Joder. Pues lo llevas claro, soy el único que de verdad puede proteger tu culo si las cosas se ponen muy feas. Y lo sabes.

—No se trata de eso.

—¡Oh, sí, te has propuesto recordarme hasta el último día que soy la escoria que ha provocado todo esto! Ni siquiera vas a dejar que intente redimirme. —Se dio la vuelta y comenzó a alejarse—. Buena suerte, mi rey —dijo con desprecio.

—Quiero que te quedes con Kate y que cuides de ella.

Adrien se paró en seco y giró sobre sus talones, tan sorprendido que tenía la boca abierta.

—¿Es una trampa? ¿Me estás poniendo a prueba? Te dije que no la molestaría y estoy manteniendo mi promesa.

—Dios, ¿quieres cerrar la bocaza y escuchar? —le ordenó William—. Necesito a alguien que cuide de ella mientras yo no esté.

—¿Y has pensado en mí?

—¿Tanto te sorprende?

Adrien alzó las cejas de forma elocuente.

—Sí, sobre todo porque estoy seguro de que pedirme esto te está provocando una úlcera.

William no pudo evitar sonreír. Una úlcera no, pero iba a tener pesadillas por culpa de aquella conversación.

—Me preocupan los arcángeles —confesó William al fin. Adrien endureció el gesto, no esperaba esa respuesta; y aun así no le sorprendió—. No me digas que tú no lo has pensado. Podrían ir a por nosotros, o castigarnos a través de Kate, tu madre, tu hermana… Si eso ocurre, tú eres el único que podría hacerles frente.

—¿Te dan miedo los ángeles? —preguntó Adrien.

William alzó la vista al cielo. Una oleada de pánico lo abrumó. No le asustaba que Gabriel y sus hermanos volvieran, no temía enfrentarse a ellos; temía que fueran a por Kate, que intentarán quitarle aquello por lo que lo había sacrificado todo.

—¿Tú no los temes? —preguntó a su vez.

—Cada amanecer me pregunto si ese será el día en el que aparecerán para ajustar cuentas. —Adrien se quedó callado un instante—. Lo haré —dijo al fin.

No le gustaba quedarse al margen. Quería participar en aquella misión, porque quizá así lograría quitarse de encima el sentimiento de culpa que lo torturaba. Pero no había llegado tan lejos defendiendo a su familia, como para dejarla ahora desprotegida. Y mucho menos a Kate.

William se limitó a asentir. Dio media vuelta y se dirigió a la casa.

—No intentes nada con ella —avisó sin dejar de caminar.

—¿Y si es ella la que intenta algo conmigo? —preguntó Adrien con una sonrisita maliciosa.

—Sigue soñando.