10

Kate no podía seguir allí. Cada palabra tenía el efecto de una daga clavándose hasta el fondo en su corazón. William le había dado a entender que no habían existido otras mujeres después de Amelia, pero estaba bastante claro que no era así. Había tenido relaciones íntimas con Mako y algún tipo de historia personal, durante bastante tiempo al parecer, y ella se había convertido en alguien importante para él. Se preguntó en cuántas cosas más le habría mentido.

Deseó tener su habilidad para esfumarse en el aire y alejarse de aquel invernadero, incluso de la ciudad.

Despacio, muy despacio, movió un pie y luego el otro. Salió de su escondite y un rayo de luna incidió sobre ella, rodeándola con un halo blanquecino.

Los ojos de William volaron hasta Kate y se abrieron como platos, se quedó petrificado. Ni siquiera la había percibido.

—¿Cuánto llevas ahí? —preguntó. La contemplaba nervioso, como si intentara ver algo más allá de su expresión descompuesta.

—¿Quién es? —inquirió Mako, pero no obtuvo respuesta. William se alejaba de ella al encuentro de la vampira.

—El suficiente —respondió Kate sin dejar de caminar. Cruzó la puerta del invernadero sin intención de detenerse, quería alejarse de allí. Él le cortó el paso—. Parece que hoy tengo el don de aparecer en el momento más inoportuno.

William percibió el enfado en su tono mordaz. Se paso una mano por el pelo; las cosas no hacían sino empeorar, con una facilidad casi ridícula. Se preguntó en qué momento habían iniciado aquella espiral de mal rollo.

—¿Qué hacías ahí? No debes estar sola. En este momento ningún lugar es seguro —masculló con los dientes apretados.

Kate lo miró perpleja. La única con motivos para estar enfadada era ella. ¿A qué venía esa actitud? La respuesta maliciosa salió de su boca como un proyectil.

—No estaba sola, estaba con Adrien, conversando. Acaba de marcharse.

Los músculos de William se contrajeron bajo la chaqueta y una de las costuras crujió por la presión. Sus ojos azules cambiaron de color, adquirieron el tono de la plata fundida y su pupila se estrechó hasta casi desaparecer. El ángel había tomado el control.

—¿Y era necesario un lugar tan apartado para conversar?

—Es evidente que sí. Y si lo que te preocupa es mi seguridad. Él es muy capaz de protegerme y está cuando lo necesito.

William sintió una oleada de celos e ira. Soltó una maldición y un dolor sordo se instaló en su corazón.

—No lo necesitas. Y no es de fiar.

—¡Vaya, otra cosa que tenéis en común! —replicó ella lanzando una mirada a Mako. La vampira se alejaba con discreción, regresando sobre sus pasos—. Parece que tú tampoco eres de fiar. Bueno es saberlo ahora y no cuando sea tarde.

El gruñido de William la sobrecogió. Jamás lo había visto tan enfadado y no creía que pudiera empeorarlo. Su propio enojo también aumentó. ¡No tenía ningún derecho! Intentó sortearlo y regresar al baile, pero él la sujetó por el brazo.

—¡Déjame! En este momento tenerte cerca me hace desear abofetearte —le espetó ella. Trató de soltarse, pero sus dedos en torno a su muñeca eran como grilletes.

—Y a mí besarte, ¿qué pasa, que ni en eso podemos ponernos de acuerdo? —Acercó su cara a la de ella. Una sonrisita se extendió por su rostro.

—No tiene gracia —masculló Kate.

—No, no la tiene —aseveró William.

En un visto y no visto la cogió en brazos y desapareció. Dos segundos después, tomaba forma en una sala oscura y húmeda de piedra arenosa, de un tamaño minúsculo.

Kate no dejó de forcejear hasta que él la dejó en el suelo. Se apartó de su lado de un salto. Sus pies se enredaron en el bajo del vestido y a punto estuvo de caer de culo. Solo el brazo certero de William, en torno a su cintura, lo impidió.

—¿Qué demonios haces? —preguntó ella a gritos apartándolo de un empujón.

—Tú y yo tenemos que hablar, antes de que uno de los dos haga alguna tontería que empeore esta situación aún más.

—Y crees que esa voy a ser yo, ¿verdad?

—Algo me dice que estás muy cerca —contestó él mientras se quitaba la pajarita de un tirón y se desabrochaba los botones superiores de la camisa.

—¿Pues sabes qué?, yo no quiero hablar contigo. ¡No quiero! —gritó. Se movió de un lado a otro investigando los diferentes túneles que se abrían en la sala—. ¿Dónde estamos? —preguntó exasperada.

—En las catacumbas —respondió William. Se había quitado la chaqueta y le daba vueltas a los puños de su camisa.

—¿En las catacumbas? ¿En las de Roma? —Observó con ansiedad los túneles, intentando averiguar cuál le permitiría salir de allí. Empezaba a sentir claustrofobia. De repente se detuvo, consciente por primera vez de la clase de sitio que era. Sus ojos recorrieron las paredes y los huecos que había en ellas. Y los vio, restos óseos en cada uno de ellos. ¡La había llevado a un cementerio subterráneo!—. ¿Por qué me has traído aquí? Sabes que no puedo estar bajo tierra.

William se encogió de hombros con una expresión inocente en la cara.

—Porque quieras o no, aquí tendrás que hablar conmigo. En este lugar hay kilómetros y kilómetros de corredores que forman un complejo laberinto. Hay que conocerlos muy bien para no perderse. Sobre todo en esta parte, donde nadie ha entrado desde hace siglos. La entrada se derrumbó y yace sepultada bajo escombros. Solo yo puedo sacarte y lo haré si hablas conmigo.

Kate lo fulminó con la mirada. Durante un instante la imagen de William la distrajo. Con la camisa entreabierta, remangada hasta los codos, y el pelo despeinado, estaba muy sexy. Se recompuso de inmediato, ignorando el calor que ascendía por su estómago.

—Tengo mis recursos, y tú me subestimas —soltó con una mueca de desprecio.

William sonrió ante su descaro y suficiencia.

—Adelante —la invitó, señalando con uno de sus dedos un oscuro pasillo.

Kate no dudó y, movida por su orgullo, se sacó los zapatos con un par de sacudidas y agarró el bajo de su vestido para no tropezar con él. Tomó el corredor con paso decidido.

William se sentó en el suelo con gesto paciente. Se despeinó el pelo con los dedos y apoyó la cabeza y la espalda contra la pared. Cerró los ojos mientras descansaba los brazos en las rodillas; y esperó. Empezó a silbar. Unos minutos después, oyó los pasos de Kate acercándose. Sonrió ante la retahíla de maldiciones que arrastraba.

—¿Cuántas mentiras me has contado desde que nos conocemos? —preguntó ella, enfurruñada, penetrando de nuevo en la estrecha sala.

William abrió los ojos y la miró.

—Ninguna.

—¿Pero cómo puedes ser tan hipócrita?

—Nunca te he mentido —ratifico él con un brillo acerado en la mirada.

—¿Ah, no? ¿Y qué pasa con lo de convertirte en rey y esa misión suicida?

—No te mentí. Simplemente no te lo dije. Eso no es mentirte.

—No, es ocultarme de forma premeditada algo que merecía saber. Para el caso es lo mismo.

William suspiró y dejó caer la cabeza hacia delante. Permaneció así unos segundos.

—Sé que no hice bien y te pido perdón. No volveré a hacerlo, te lo juro.

—Me apartaste de todo, hasta de ti. Casi me he vuelto loca pensando qué te podría estar ocurriendo. —Abrió los brazos con un gesto de frustración—. No tenías necesidad de todo esto, porque al final lo habría entendido. —Hizo una pausa y suspiró—. Lo he entendido.

Los ojos de William se abrieron como platos ante tal confesión.

—Sí, así es, lo entiendo —continuó ella—. Al principio me asusté, ¿cómo no hacerlo? Pero sé que es el único modo de poder sobrevivir, solo necesitaba tiempo para aceptarlo… Y que alguien me hablara con sinceridad y como a un igual, no como a la frágil, caprichosa e infantil mujer que crees que soy.

William se puso de pie a la velocidad del rayo. Dio un par de pasos hacia ella, pero se detuvo cuando Kate retrocedió, alejándose de él. No soportaba que huyera de él.

—Jamás he creído eso, Kate —dijo con dulzura—. Fue mi propio miedo el que me hizo actuar como un idiota. —Tomó una bocanada de aire—. Ese alguien es Adrien, ¿verdad? ¿Por eso estabais juntos en el invernadero?

Kate asintió.

—Parece que, a pesar de todo, os entendéis bien —dijo él con un tono más duro de lo que pretendía. Los celos eran como serpientes enroscándose en torno a su corazón—. Es curioso que hayas acabado confiando en él más que en mí.

—¿Y quién tiene la culpa, Will? Me pides que confíe en ti, cuando tú no eres del todo sincero conmigo.

—Eso no es cierto.

—¿Y qué hay de esa… —Hizo una mueca de desagrado—… Mako? Me dijiste que después de Amelia no hubo nadie más para ti.

—Y es verdad.

Kate apretó los labios con una mueca de escepticismo. La irritación la aguijoneó, eclipsando cualquier pensamiento lógico. Le apuntó con un dedo acusador.

—Maldita sea, William, ni lo intentes. Estaba allí cuando aparecisteis, he oído toda la conversación.

Le dio la espalda para perderlo de vista.

William acortó la distancia entre ellos, solo unos milímetros los separaban; pero no la tocó.

—No te he mentido —le dijo en voz baja junto a su oído—. Nunca ha habido nadie después de Amelia. Ni siquiera ella, porque nunca he amado de verdad hasta conocerte a ti.

Kate se estremeció, sintiendo sus palabras en lo más profundo de su corazón y su vientre.

—La última vez que vi a Mako fue en 1930 —empezó a contarle—. La conocí dos años antes, en Praga, ella perseguía al mismo grupo de renegados que yo. La apresaron en un descuido, la torturaron, y estaban a punto de decapitarla cuando yo aparecí. Logré sacarla de allí y me ocupé de ella hasta que pudo recuperarse. Me contó que estaba buscando a un vampiro albino, que cinco años antes había asesinado a su familia.

—¿Andrew? —aventuró Kate con un hilito de voz.

—Sí —respondió él—. Mako trabajaba en un club nocturno, cantando. Andrew apareció una noche y se encaprichó de ella, pero Mako lo rechazó. Andrew era el psicópata más peligroso que he conocido jamás, después de Amelia. Siguió a Mako hasta su casa. La obligó a ver cómo se ensañaba con su familia y los asesinaba uno a uno, sin que pudiera hacer nada para evitarlo. Después la violó y la transformó, abandonándola a su suerte. No sé si fue porque compartíamos el mismo deseo de venganza hacia Andrew, o porque sabía que ella sola y sin saber luchar no iba a sobrevivir, pero le di la posibilidad de quedarse conmigo un tiempo.

Acercó la nariz al pelo de Kate e inspiró su olor. Necesitaba tocarla, y no dar rienda suelta a ese deseo se estaba convirtiendo en un infierno.

—Juntos seguimos el rastro del nido de Amelia; Andrew siempre permanecía cerca de ella —continuó William—. Viajábamos constantemente, tras cualquier pista que surgía. Le enseñé todo lo que pude y poco a poco se ganó mi confianza y mi cariño. Se convirtió en una amiga… Después en mi amante. No sé cómo pero pasó, y acabamos compartiendo lecho. —Su voz se había convertido en un susurro.

Kate se estremeció, pero permaneció inmóvil junto a él.

William se inclinó un poco más sobre ella, hasta rozarle con los labios la oreja.

—Nunca he sido un santo, Kate. Soy un hombre con los mismos deseos y apetitos que cualquier otro; y no siempre he pensado con la cabeza. Pero puedo asegurarte que entre Mako y yo solo hubo una necesidad física, que cubríamos del mismo modo que nos procurábamos alimento. Sé que esto no me deja en buen lugar, pero es la verdad: nunca la quise, no significó nada para mí en ese sentido.

»Llevo mucho tiempo en este mundo, solo y sin ningún tipo de compromiso. Mako no ha sido la única en estos ciento cincuenta años. Que hayas pensado en mí como en alguien casto solo es una ilusión romántica.

Kate se dio la vuelta y lo miró a los ojos. Algo espantoso despertó en su pecho. Su estúpido corazón marchito se agitó como si estuviera vivo y palpitante, celoso de todas aquellas mujeres que habían estado con William.

—Y después de contarme todo esto, ¿cómo puedes decir que nunca me has mentido? —soltó con rabia. William ladeó la cabeza y la miró sin entender—. Me dijiste que no habías estado con nadie después de Amelia. La primera vez conmigo, te mostraste tímido e inseguro por todo el tiempo que había pasado desde que tú… —No era capaz de decirlo en voz alta—. Y resulta que has ido de cama en cama como si fuera un deporte… ¡Dios!

—¡Y era sincero! —exclamó él con tono vehemente—. Tú eras la primera con la que hacía el amor después de perder a Amelia.

Kate sacudió la cabeza, ofendida por su empeño en no admitir lo evidente. Trato de apartarse, dispuesta a no escuchar nada más.

William resopló, frustrado.

—No quiero ser grosero para que entiendas lo que trato de decir, pero, si es lo que hace falta para que me comprendas, lo seré. —La tomó por los brazos para asegurarse de que le prestaba toda su atención—. A una mujer a la que quieres más que a tu propia vida le haces el amor, a una que no te la…

Kate le tapó la boca con la mano y negó con la cabeza para que no acabara la frase. William la sujetó por la muñeca y le sostuvo la mirada dispuesto a aclarar aquel tema de una vez por todas.

—¿Me entiendes ahora? Nunca había estado de ese modo con nadie, ¿cómo no iba a sentirme inseguro? —Le tomó el rostro entre las manos—. Tú eres la primera y única para mí, ahora y siempre. Siento… siento haber roto mi promesa con todo este asunto de los renegados, pero te prometo que no volveré a hacer nada parecido. No más secretos. Te lo juro.

Se quedaron mirándose fijamente. Kate pudo ver en su expresión que decía la verdad. Se desinfló como un globo, mientras un sollozo entrecortado se atascaba en su garganta. De repente, no sabía por qué estaba tan enfadada en realidad. Era como si la burbuja de ira y desconfianza que había crecido a su alrededor, hubiera explotado de golpe dejando tan solo la amarga sensación de que, quizá, había forzado la situación hasta sacarlo todo de quicio. Suspiró sin saber qué decir.

—No quiero seguir enfadada contigo. No me gusta —musitó Kate.

—Eso puede arreglarse. Deja de estar enfadada conmigo —le sugirió él con una sonrisa encantadora—. A mí me está matando.

—Lo haría si pudiera quitarme de encima esta sensación de ahogo. No puedo respirar —dijo con la voz entrecortada. Parecía un corderito asustado.

—No necesitas respirar —le recordó William sin dejar de mirar sus ojos. Habían recuperado su color natural, un verde esmeralda que brillaba iluminado desde dentro. Eran enormes y preciosos.

Kate hizo un puchero.

—Eso díselo a mi cerebro. No deja de pensar que las paredes y el techo van a sepultarme en cualquier momento.

William sonrió.

—Cierra los ojos. Voy a sacarte de aquí —le dijo al oído.

Kate le hizo caso. Apretó los párpados mientras se dejaba caer sobre su pecho. Sintió cada molécula de su cuerpo separándose del resto, formando una corriente de energía blanca y brillante, que se entrelazaba con otra mucho más vibrante y dorada que tiraba de ella. Se dejó arrastrar con la seguridad de que no había un lugar más seguro que aquellos brazos que la sostenían. Sus pies desnudos se posaron de puntillas sobre una alfombra mullida. Abrió los ojos y se encontró con la mirada de William sobre su rostro.

—¿Mejor? —preguntó él. Kate asintió, reconociendo el dormitorio que compartían—. ¿Sigues enfadada?

Kate sacudió la cabeza, mientras la invadía una avalancha de sensaciones abrumadoras.

William le rodeó la nuca con una mano y se inclinó lentamente hasta alcanzar sus labios. La besó, y fue un beso lento y contenido comparado con el ansia que lo agitaba por dentro. Pronto el beso no fue suficiente y sus manos descendieron, acariciándola, hasta posarse en sus caderas para acercarla más. Kate le devolvió las caricias y, cuando sus uñas se le clavaron en la espalda, el poco control que tenía se vino abajo. Sin dejar de besarla, palpó los botones de su vestido, tan diminutos que se escapaban entre las yemas de sus dedos. Era frustrante.

—¿Te gusta mucho este vestido? —preguntó William con voz ronca.

—Es un regalo tuyo, claro que me gusta —respondió ella sin entender muy bien a qué venía aquello—. ¿Por qué… por qué lo preguntas?

William le acarició el hombro con los labios.

—Para conseguirte otro.

Nada más pronunciar esas palabras, todos los botones del vestido saltaron con fuerza, estrellándose contra las paredes sin que nadie los hubiera tocado. Las costuras se deshicieron y el vestido cayó al suelo hecho jirones. Kate ahogó un grito, sorprendida, y de golpe empezó a reír. Él esbozó una sonrisa de pirata que le iba que ni pintada, mientras la miraba de arriba abajo.

—Mucho mejor —susurró con los ojos entornados.

—No sé si esto es buena idea —comentó ella caminando hacia atrás.

—Lo es, te lo aseguro —dijo William. Su mirada se oscureció mientras acortaba cada paso que ella daba, acechándola.

—Te estarán echando de menos en el baile —le recordó.

William se encogió de hombros con indiferencia, y de un tirón se quitó la camisa. Kate no dejaba de moverse, jugando al gato y al ratón.

—¿Y no tendrás problemas? —insistió ella.

William esbozó una sonrisa engreída que a ella le provocó fiebre. Su presencia la tenía embelesada.

—Ahora soy el rey, puedo hacer lo que me dé la gana. Y en este momento, lo que quiero es a mi reina en esa cama.

Dicho y hecho. Kate no tuvo tiempo ni de parpadear. Se encontraba de pie junto a la cómoda, y un instante después se hallaba tumbada de espaldas contra las sábanas, con el cuerpo de William sobre ella de forma deliciosa.