Kate aseguró los pies sobre la arena y cerró los ojos. La brisa marina se pegaba a su piel y azotaba su cabello. El olor a salitre era penetrante y colmaba su olfato hasta no poder distinguir ningún otro aroma. Inmóvil, escuchó con atención: el oleaje golpeaba la orilla, arrastrando con la fuerza de la marea los restos de una vieja barca; y las gaviotas revoloteaban y se zambullían a la pesca de peces, evitando las crestas espumosas de las olas.
A su espalda el aire se agitó. Una vibración apenas perceptible. Se giró a la derecha con un rápido movimiento y agarró por la muñeca y el codo aquel brazo musculoso que se enroscaba en su cuello. Dio un fuerte tirón e inclinó el cuerpo hacia delante usándolo como un calzo. Dobló las rodillas, preparándose para soportar el peso que se le venía encima, pero este no llegó, sino que sobrevoló por encima de ella y cayó a sus pies con un golpe sordo.
Clavó la vista en aquellos ojos azules que le devolvían la mirada con atención.
—¡William! —protestó medio enfurruñada con los brazos en jarras.
—¿Qué? —preguntó él de forma inocente. Sus ojos brillaron y su cuerpo se iluminó como una visión.
Kate apretó los labios y lo fulminó con la mirada.
—¡Has vuelto a hacerlo!
William se levantó del suelo, sacudiéndose la arena de los pantalones. El pelo no dejaba de revolotearle sobre la frente y sacudió la cabeza para apartarlo, mientras se esforzaba por controlar la sonrisa que se empeñaba en dibujarse en sus labios.
—¿El qué?
—Me estás dejando ganar —masculló ella. Se cruzó de brazos.
—¡No!
—Sí, lo estás haciendo —insistió muy segura—. ¿Cómo esperas que aprenda a defenderme si me dejas ganar todo el tiempo? —Le dio la espalda, cada vez más enfadada.
William la abrazó por la cintura. Acercó la nariz a su cuello e inspiró, absorbiendo el olor de su piel mezclado con el de la sal.
—No necesitas aprender a luchar —dijo él de forma condescendiente—. Jamás permitiré que nadie se acerque tanto a ti como para que tengas que defenderte.
—No puedes convertirte en mi sombra —susurró ella—. William, esto es importante para mí. Quiero aprender, quiero ser de ayuda si al final hay problemas.
William la estrechó con más fuerza y depositó un tierno beso sobre su hombro.
—¿Y si te hago daño? Aunque ahora seas vampira, entre mis manos sigues siendo frágil.
—¿Y crees que alguno de esos renegados, nefilim o ángeles que nos odian se detendrá por miedo a hacerme daño? —No era una pregunta, sino una afirmación. Giró sobre los talones y apoyó el rostro en su pecho—. Sabes que no. Tengo que saber cómo defenderme de ellos.
William sabía que Kate tenía razón, pero eso no alivió el nudo que sentía en el estómago. Poseían demasiados enemigos, que estaban convirtiendo su vida en un camino cada vez más peligroso. Vivían unos días de falsa calma, los que preceden a la tempestad, y pronto debería separarse de ella. Cuando llegara ese momento, la dejaría bien protegida; aun así, no podía evitar la agonía que sentía ni el miedo que le daba abandonarla, para llevar a cabo una de las mayores locuras que se le habían pasado por la cabeza en toda su larga vida. Una locura que debía intentar a riesgo de salir mal parado, incluso muerto; él y todos aquellos que iban a seguirle en su misión suicida.
—Tienes razón —dijo William. La soltó y dio un paso atrás—. Vamos, inténtalo otra vez.
Kate dejó escapar un gemido de alivio y sonrió. Sus ojos cambiaron de color y se clavaron en William. Se plantó frente a él con los pies separados y los puños apretados a la altura del pecho. Esta vez el chico no sonrió; al contrario, se enderezó y sus músculos se tensaron como cables de acero.
Kate atacó veloz. Se impulsó a la izquierda, lo agarró del brazo y lo arrojó al suelo con una violenta voltereta. No sirvió de nada. Él ya estaba de pie antes de tocar la arena y volvía a plantarle cara. Lo intentó de nuevo. Consiguió golpearlo tras las rodillas y que perdiera el equilibrio durante un instante. Lo empujó en el pecho y él cayó de espaldas. Logró el tiempo suficiente para saltar sobre su torso e inmovilizarlo con una rodilla en el cuello. William se deshizo de ella como si fuera un muñeco y, con un giro imposible, la estampó contra el suelo y se colocó sobre ella.
Kate se retorció y pataleó, tratando de soltarse, pero él la sujetaba sin alterarse lo más mínimo por sus esfuerzos. Dejó de oponer resistencia y resopló.
—Supongo que debo darme por muerta —replicó, demasiado molesta por su fracaso.
—No, lo has hecho muy bien. Si yo fuera un vampiro corriente me habrías dado una buena tunda —respondió sin soltarle las muñecas.
Kate sonrió y se movió, dándole entender que quería que la soltara. Él no hizo caso y la sujetó con más fuerza.
—¿Qué haces? —preguntó ella.
—La clase no ha terminado. Quiero saber qué harías en una situación como esta. Solo hay un movimiento que te ayudaría a zafarte de un enemigo en este momento. ¿Cuál?
Kate frunció el ceño y volvió a forcejear; le fue imposible soltarse. Por muy vampira que ahora fuera, William seguía triplicándola en fuerza. Dejó de intentarlo en cuanto notó que la piel le ardía por la fricción. Resopló y lo miró a los ojos. Él no tenía intención de soltarla. Se relajó con un largo suspiro, de pronto consciente del peso de su cuerpo sobre ella, y un millón de mariposas se agitó en su estómago. Sin apartar su mirada de la de él, levantó la cabeza todo lo que su postura le permitía. Con una sonrisa tentadora miró fijamente la boca de William, separó los labios y una chispa cómplice se asomó a sus ojos.
Él dudó, pero sus labios acabaron curvándose con otra sonrisa codiciosa. Se inclinó sobre ella hasta atrapar su boca. La besó con un deseo apremiante. Dejó que ella enlazara las piernas en torno a sus caderas. Le soltó las muñecas y enredó una mano en su larga melena, mientras con la otra descendía por su costado buscando el borde de su camiseta. Deslizó los dedos por su piel hasta la curva del pecho, acariciándola, y con la otra mano le alzó las caderas para sentirla más cerca.
Kate gimió un suspiro. Abrió los ojos y contempló el rostro de William sobre ella, resplandecía; y había bajado la guardia, completamente desprevenido. En un visto y no visto se giró. Lo empujó en el pecho con todas sus fuerzas, y esta vez fue ella la que acabó arriba, sujetándolo por las muñecas.
William la miró sorprendido y empezó a reír a carcajadas.
—¡Esto sí que no me lo esperaba! —exclamó entre risas. Intentó incorporarse para volver a besarla, pero ella se lo impidió ejerciendo más fuerza sobre sus brazos—. ¿Es así como piensas vencer a tus enemigos? ¿Seduciéndolos?
—Contigo ha funcionado —contestó ella con tono travieso y orgulloso.
William rompió a reír de nuevo y, con una rapidez que a Kate le arrancó un grito, se colocó sobre ella.
—Sí, pero no volveré a caer en esa trampa. Yo también sé jugar a esto. —La besó en los labios, mordisqueándolos, y la empujó con las caderas arrancándole un quejido ahogado—. Sigo esperando. Intenta soltarte.
Kate se retorció, pero en aquella posición le era imposible mover la parte superior de su cuerpo y, menos aún, los brazos.
—No puedo —se quejó.
—¡Sí puedes! —la urgió—. Piensa, y rápido, un renegado no tendrá tanta paciencia como yo.
Kate empezó a ponerse nerviosa, con una extraña sensación de claustrofobia. Aquella posición le estaba provocando calambres en los brazos, y el peso de William sobre ella ya no era tan agradable como en un principio. Él estaba cumpliendo con su parte de no ponérselo fácil; su cara se había transformado en una máscara fría y distante. Esa imagen hizo que su nerviosismo se convirtiera en una punzada de miedo en el pecho. Le resultaba desconcertante cómo aquel rostro hermoso, que tanto amaba, podía transformarse en el de la mismísima muerte, aterrorizándola. Las piernas del chico sujetaban las suyas con firmeza y sus manos le dominaban los brazos con tanta fuerza que amenazaban con partírselos.
—¿A qué esperas? —le gritó él.
Kate dio un respingo, azotada por el tono acerado de su voz, y su cuerpo reaccionó para defenderse. Dio un tirón seco con los brazos, al tiempo que concentraba toda su fuerza en las piernas y empujaba hacia arriba. Ayudándose de sus manos, ahora libres, golpeó el pecho de William en la misma dirección. Su cuerpo actuó como una catapulta y él salió despedido por encima de su cabeza. Giró sobre sí misma sin pararse a pensar en lo que hacía. Agarró la daga que sobresalía bajo la camisa de él y, con la gracia de un felino, cayó a horcajadas sobre su pecho presionando con la hoja afilada su cuello. Sus ojos brillaban como rubíes y sus diminutos colmillos asomaban amenazadores.
—¿Así? —preguntó Kate con tono enojado. Tenía los dientes apretados y temblaba de pies a cabeza.
—Así —respondió él sujetando su muñeca. Sentía la hoja afilada cortándole la piel y, con suavidad, la apartó muy despacio. Notó un hilito de sangre resbalando por su cuello.
Los ojos de Kate volaron hasta la sangre.
—¡Te he lastimado!
Él sonrió para tranquilizarla. La herida ya comenzaba a cerrarse.
—Solo es un rasguño.
—Lo siento —susurró Kate sin apartar los ojos de su cuello.
Se inclinó sobre él y, sin pensar en lo que hacía, lamió el corte. Deslizó la lengua como una caricia sobre la herida. El olor y el sabor de la sangre despertó en ella todo tipo de anhelos. Era lo más delicioso que había probado nunca. En cuanto sus papilas gustativas detectaron todos los matices, sus colmillos cobraron vida presionando en la encía superior. Sintió una necesidad salvaje de ingerir más.
Él se movió, incómodo. La sujetó por los hombros y la apartó, poniendo mucho cuidado en no ser brusco. Se puso de pie y se alejó de ella hasta la orilla. Se detuvo a pocos pasos de la línea espumosa que las olas dejaban sobre la arena al romper, y clavó la vista en la enorme esfera anaranjada que comenzaba a desaparecer en el horizonte.
—Lo siento, lo… lo hice sin pensar. ¡No iba a morderte, te lo aseguro! —se disculpó Kate.
William sacudió la cabeza y enfundó las manos en los bolsillos de sus tejanos. Tenía los ojos, los labios y la mandíbula apretados.
—No me habría importado que lo hicieras. Al contrario —admitió con un susurro. Ahora que sabía que su sangre podía alimentarla, tenía muy claro que se la daría cada vez que ella pudiera necesitarla.
—Entonces, ¿qué te pasa?
William levantó la vista hacia el cielo y eludió su mirada.
—No me pasa nada.
Kate suspiró frustrada.
—Sí que te pasa. Te he recordado lo que ocurrió entre Adrien y yo.
William reprimió un gruñido. Se le iluminaron las pupilas, y Kate se quedó inmóvil cuando él la taladró con sus extraños ojos. Inhaló por la nariz y exhaló por la boca, empujando las palabras a través de su garganta.
—Es que no soporto la idea de que bebieras de él. Que después de todo lo que te ha hecho, aún tenga que agradecerle que te salvara la vida… —Se pasó una mano por el pelo, incapaz de soportar la frustración que sentía—. ¡Y no puedo evitar que se me revuelva el estómago cada vez que imagino que te tuvo de esa forma entre sus brazos!
—Te lo conté porque no quiero que haya secretos entre nosotros —replicó Kate con un nudo en el estómago.
Se acercó a él y lo abrazó por la cintura. William se giró hacia ella y le tomó el rostro entre las manos. La miró fijamente.
—Y así debe ser, tienes que contármelo todo —susurró mientras la abrazaba con todas sus fuerzas.
Kate echó la cabeza hacia atrás para mirarlo a los ojos.
—Adrien ya no es nuestro enemigo.
—Tampoco nuestro amigo —replicó él con un tono más seco de lo que pretendía.
—No, pero debemos darle una oportunidad. Ahora está de nuestra parte. Está dispuesto a hacer lo que sea para enmendar lo ocurrido y mantener a su familia en Heaven Falls. Ellas no tienen la culpa, William. —Frunció los labios y sus ojos brillaron con un destello violeta mientras le acariciaba los anchos hombros. A veces tenía la sensación de que su cuerpo estaba aumentando de tamaño, que su pelo cada vez era más oscuro y su piel más dorada; y luego estaban sus ojos. Empezaba a parecerse a ellos, a Gabriel y a Mefisto. También había algo distinto en su carácter, algo que no conseguía captar con claridad.
William esbozó una sonrisa y le apartó un mechón de pelo de la cara.
—Siempre preocupándote por los demás. Vas a seguir adelante con esa idea, ¿verdad?
Kate asintió con la cabeza.
—Sí, voy a convertir la casa de huéspedes en un refugio para todos aquellos que lo necesiten.
—Lo que vas a hacer es convertir Heaven Falls en un nido de vampiros —repuso él. Su sonrisa se hizo más amplia, mostrando unos profundos hoyuelos.
Kate se aferró a sus brazos y alzó la barbilla para mirarlo. Sintió el corazón en la garganta, ese mismo corazón que ya no latía en su pecho, pero que parecía volver a la vida cuando estaba con él y la miraba de aquella forma tan íntima.
—La transformación y los primeros días fueron horribles para mí, y eso que te tenía a ti cuidando de mí. No quiero imaginar cuánto sufrirán aquellos que están solos, vagando sin nadie que los proteja y les enseñe —dijo ella. Se mordió el labio de forma coqueta—. Y os tengo a los chicos y a ti para controlarlos. Y a ese grupo de guerreros que me prometiste. No lo habrás olvidado, ¿no?
Él le acarició la piel del cuello con los pulgares y ladeó la cabeza para mirarla. A ella le encantaba que la mirara así, haciéndose el duro, aunque sabía que solo era una pose para picarla. Al final, William se rindió.
—¡Tengo que aprender a decirte «NO»! —exclamó con voz ronca.
—Pero, mientras tanto, lo harás, ¿verdad? ¡Es una buena idea! —insistió ella, y le dio un beso en los labios.
Él asintió con los ojos en blanco y una mueca de resignación que unió sus cejas.
—¿Qué piensas hacer, poner un anuncio en el periódico? —La meció entre sus brazos—. «Se ofrece cobijo a vampiros necesitados».
Una sonrisa enorme iluminó la cara de Kate. Se dejó abrazar por él y contempló el océano, mientras la luz violeta del anochecer los bañaba y una suave brisa otoñal alborotaba sus cabellos.
—¿Cuántos vampiros habrá en el mundo? —preguntó ella de repente.
William se encogió de hombros. Le rodeó la cintura con el brazo y empezó a caminar de vuelta a la casita en la que había nacido muchas décadas atrás. Habían decidido pasar unos días en Waterford para alejarse de todo.
—Es imposible saberlo con exactitud. En cada territorio hay un gobernador, estos controlan el censo, y cada cierto tiempo envían informes a mi padre. Los datos suelen ser aproximados.
—Menos en América…
William asintió.
—Ese continente nunca ha sido un destino muy frecuentado por los vampiros, es territorio de licántropos, sobre todo Norteamérica. Cuando los primeros descubridores llegaron al Nuevo Mundo, entre ellos había muchos hombres-lobo que escapaban de nosotros. El pacto garantizaba la paz entre ambos clanes, pero no logró que conviviéramos. Ellos acabaron huyendo en masa y el océano marcó una frontera entre ambas razas. Algo parecido ha ocurrido con los renegados. Es un país muy grande y el número de lobos pequeño. Prefieren enfrentarse a ellos antes que a nosotros.
—Así que, casi todos los vampiros que se acogen al pacto viven aquí.
—Sobre todo se concentran en Europa y Asia. En torno a unos treinta mil.
Kate ladeó la cabeza para mirarlo, sorprendida por el dato.
—¡Vaya! Creí que habría muchos más.
—¿Te parecen pocos? Créeme, con algo de organización, podríamos acabar con este mundo en poco tiempo.
Kate se puso tensa y su piel se estremeció con un festival de escalofríos. Le resultaba imposible no pensar en que los vampiros ya no eran inmunes al sol; en todos los renegados que podrían estar preparándose para salir de su encierro y tomar todo aquello que les viniera en gana.
—Lo sé, es que pensaba que habría más. Es tan fácil transformar a un humano que…
William sacudió la cabeza y contempló el cielo, donde empezaban a verse las primeras estrellas.
—No, en eso te equivocas. No es tan fácil como crees, muchos no sobreviven al cambio. —Sin darse cuenta la abrazó más fuerte, y un ligero temblor le sacudió el cuerpo al pensar en lo cerca que ella había estado de no lograrlo—. Y la mayoría de renegados no suelen convertir a sus víctimas, las desangran hasta la muerte para conseguir su esencia. Solo transforman a aquellos que podrían ser aliados potenciales en un momento determinado.
Kate deslizó la mano por su espalda y le acarició los músculos por debajo de la camiseta de algodón.
—¿Por qué no los transforman? —preguntó.
—Por avaricia, es evidente, no les gusta compartir la comida. Además, el anonimato es lo que nos mantiene a salvo. Los más viejos saben de su importancia y no se arriesgan a tener neófitos descontrolados a su alrededor que puedan descubrirlos ante los humanos o los guerreros. Tampoco tienen la paciencia suficiente para enseñarles. Por otro lado, los que nos sometemos al pacto tenemos prohibido transformar a un humano sin la bendición, y esta no se concede si existen dudas sobre el vampiro que la solicita, o si el humano no cumple los requisitos.
Kate ladeó la cabeza para mirarlo a los ojos.
—¿Qué tipo de dudas?
Un destello muy duro brilló en los ojos de William.
—Si será capaz de detenerse una vez que muerda al humano y pruebe su sangre. No todos pueden. Se corrompen y acaban al otro lado.
—¿Y qué requisitos debe tener el humano?
—Para empezar, que no sea ningún psicópata, ni una persona inestable. Debe tener muy claro dónde se mete y a qué se enfrenta. —Miró a Kate de reojo y le dedicó una sonrisa traviesa—. Estás muy preguntona, ¿no?
Kate se encogió de hombros, como si se disculpara, y le rodeó la cintura con los dos brazos sin dejar de caminar. A lo lejos ya se distinguía la pequeña casita de una sola planta, rodeada por una valla de madera. Era preciosa con sus paredes blancas y las puertas y las ventanas pintadas de un azul muy brillante.
Una pareja apareció tras un montículo de rocas cubierto de liquen, también iban abrazados y conversaban. Kate los observó. Eran dos jóvenes que tendrían más o menos su misma edad, la chica hasta se parecía a ella; solo que Kate se sentía mucho más mayor y más cansada, preocupada. Una parte de ella los envidió, ansiaba su inocencia y, con toda seguridad, su vida tranquila y sencilla.
De repente, William la tomó en brazos y la alzó del suelo hasta que sus ojos quedaron a la misma altura. La miró con tal intensidad, que ella sintió el recuerdo de su corazón latiendo desbocado en el pecho. Notó el flujo de la sangre corriendo bajo su piel, y una sensación ardiente en el vientre que la obligó a apretar los muslos. Todo lo que sentía por él iba en aumento, se magnificaba día a día con una desesperación que la asustaba.
—No quiero que te rindas ni que pierdas la esperanza —susurró él—. Estoy dispuesto a hacer lo que sea para que todo vuelva a ser como antes. Mejor que antes. Vamos a tener una vida normal, sin ángeles ni renegados. Tendremos una eternidad aburrida y sencilla. ¡Te lo prometo!
Kate tragó saliva. A veces, tenía la sensación de que él podía leer en ella como lo haría en un libro abierto. Le rodeó el cuello con los brazos y le dio un beso en los labios.
—Contigo es imposible tener una vida aburrida o sencilla. Cada día tengo la sensación de que es el primero a tu lado. Jamás podré acostumbrarme a lo que me haces sentir.
Él esbozó una sonrisita traviesa.
—Entonces, ya somos dos con el mismo problema.