La puerta del ascensor se abrió. Ventura llevaba del codo a Flores. Caminaron por un pasillo de la brigada flanqueado de puertas. Se oían diversos ruidos, mezcla de máquinas de escribir y conversaciones. El típico aire de una oficina corriente. Nadie diría que aquéllas eran las dependencias de la Interpol en Madrid.
Flores daba la impresión de estar molesto.
—¡No puedo encargarme de este caso, Ventura! ¡Que lo haga Barcelona! —exclamó, y se detuvo ante la puerta del despacho de Joaquín Vidal—. Llevamos cinco casos a la vez. Y todos importantes. —Ventura tenía una expresión divertida en su rostro macilento. Flores añadió—: Ni aunque me lo ordene el propio director general.
El comisario Ventura sonrió de oreja a oreja.
—Has dado en el clavo, Flores. Qué curioso, ¿verdad?
La foto de Tonino Negri que se proyectaba era bastante buena. Se lo veía paseando por una calle arbolada, vestido con un elegante traje de verano y con un periódico bajo el brazo.
—Fue tomada hace un mes en Miami —se escuchó la voz de Joaquín Vidal.
Se había convocado una reunión urgente en la oficina de la Interpol en Madrid para tratar el asunto de los Negri. Apareció otra foto en la pantalla. Era la del pasaporte de Tonino Negri, más joven y peinado como un actor de cine antes de una cita importante con un productor.
—Tiene pasaporte americano y habitualmente vive en Miami. Se dedica a negocios de construcción y hoteleros, principalmente. Creemos que es quien lleva los negocios de la familia en Estados Unidos y en Sudamérica. La mayor parte de sus empresas tiene el domicilio social en Nassau y Panamá. No tiene antecedentes penales.
Apareció en otra foto. Se lo veía con Domenico Negri, su padre, ambos sentados en la terraza de una cafetería. Vidal continuó:
—Éste es su padre, Domenico Negri. Tiene setenta y cinco años y fue pistolero de Dutch Schultz en 1934, lo llamaban el Rey de los Muelles. Fue deportado a Italia en 1955, acusado de inmigración ilegal a Estados Unidos. Tenía cargos por asesinato y extorsión, pero no le pudieron probar ninguno. En Italia pasó desapercibido hasta la matanza de San Genaro en 1978, en Palermo, donde se le acusó de estar involucrado en el asesinato de la familia Garroni… No hubo pruebas y salió en libertad. Y ahora lo vemos en Alicante pasando la vejez. Oficialmente está retirado de los negocios, que están en manos de su hijo Tonino, aunque creemos que él sigue llevando las riendas.
—¿Qué hace en Alicante? —se escuchó a Poveda.
—Declaró a la policía que había venido a España a jubilarse. Dijo que buscaba un rincón con sol. Aquí lo vemos con su esposa Alda, la familia en pleno…
En la foto, la viejecita de pelo blanco, delicada y sonriente, parecía el anuncio de una feliz y cariñosa abuela. Domenico y Aída cenaban en un restaurante.
—Los seguimos muy de cerca —siguió Vidal—, pero hasta ahora no han hecho nada ilegal o raro. Dan la impresión de ser una pareja de jubilados más que busca el calor de la costa.
El hombre que hablaba con Boyle en la siguiente fotografía era alto, señorial y de rostro atezado. Se adivinaban sus maneras y su forma de hablar pausada. Boyle se inclinaba ligeramente, muy atento a lo que le decía el otro. El comisario Joaquín Vidal continuó hablando:
—Todas estas fotografías nos las ha facilitado la Jefatura de Alicante, forman parte del expediente que se le abrió a Boyle por malversación de fondos y fuga de capitales. Aquí lo vemos con Vicente Gonzaga, presidente de la sociedad financiera en la que trabajaba.
Las luces se encendieron y la fotografía se desdibujó. En la habitación, además de Virginia, Poveda, Ventura, Flores y Vidal, se encontraban el comisario Lisson, enlace de la Interpol con España, y otro joven comisario llamado Montal, adscrito a la oficina francesa contra el crimen organizado.
—Nuestra pregunta es —Joaquín enfatizó, como los viejos cómicos—: ¿Han matado los Negri a Boyle? ¿Por qué? Y estas preguntas pueden desdoblarse en otras más: ¿qué hace el joven Negri en Alicante?, ¿qué está buscando?
Poveda se removió en su asiento. Flores, que estaba a su lado, se dio cuenta de que quería decir algo, pero el comisario Lisson se le adelantó. Su español estaba cargado de acento meridional, y Flores pensó que quizá lo había aprendido veraneando en Andalucía.
—Nosotros tenemos algo de experiencia en eso —dijo Lisson—. En Marsella hay, que sepamos, alrededor de seis grandes familias mafiosas que tienen intereses en la Costa Brava y en la Costa del Sol. Mi opinión es que Boyle ha sido asesinado por los Negri ante el temor de que hablara. Y, por otra parte…
Poveda se levantó bruscamente y lo interrumpió:
—Todos hemos leído su informe, comisario Lisson. No hace falta que lo resuma. Su opinión es que los Negri son meros intermediarios de algunos clanes marselleses. —Poveda negó con la cabeza—. La policía de Alicante cree otra cosa. De momento…
El comisario Lisson insistió:
—Mi Gobierno cree que…
—¡De momento! —Poveda elevó la voz y luego la bajó—. De momento vamos a seguir las investigaciones que ya están en curso. Agradezco mucho su ofrecimiento de ayuda, pero esto lo haremos nosotros. —Miró a cada uno de los presentes—. Los que lo han empezado lo van a terminar.
—Perdona, Poveda. —Joaquín Vidal se puso en pie—. Perdona, pero no puedo estar de acuerdo contigo. Éste es un asunto para la oficina contra el crimen organizado de la Interpol. Es decir, para nosotros. —Se señaló con el dedo—. El Grupo Especial de tu brigada no tiene ni idea de estos temas. —Sonrió a Flores y éste le devolvió la sonrisa.
—Imbécil —dijo Flores lo suficientemente alto como para que todo el mundo lo escuchara. Hubo un momento de silencio. Flores siguió sonriendo.
Joaquín continuó:
—Eh…, quiero decir que el inspector Flores se ha dedicado últimamente a coger choricillos y putas, y nosotros estamos especializados precisamente en esto. Si te niegas, Poveda, no tendré más remedio que dar cuenta al ministerio. Lo siento, pero vas a obligarme.
—Haz lo que quieras. —Poveda se dirigió a los dos franceses, que se mantenían expectantes—: Os acordaréis del asunto ése de la niña secuestrada en Marbella, ¿verdad? Puse a casi toda la brigada tras ella, más los hombres de Málaga y Sevilla. En total más de sesenta hombres, mientras que vosotros, los chicos listos de la Interpol, mandasteis a tres hombres. Sólo tres hombres. —Lisson carraspeó ligeramente y Poveda continuó—: Capturamos a los secuestradores y conseguimos a la niña. Bien. ¿Os acordáis de lo que salió en la prensa europea? La policía francesa, en colaboración con la española, libera a la niña secuestrada. No, Lisson, muchas gracias. No necesitamos vuestra colaboración. Éste es un asunto nuestro, de nuestra policía. No quiero más ayuda de ese tipo.
—No tuve nada que ver con lo que dijo la prensa —dijo Lisson.
—Lo sé —contestó Poveda.
Poveda se dirigió a la puerta, seguido de Ventura. Flores se levantó y fue tras ellos. Joaquín sostuvo la puerta.
—Este caso es nuestro, Poveda, y no vas a quitármelo. —Apretó los dientes.
Poveda lo miró a los ojos.
—Díselo al ministro, anda.
Los tres caminaron a paso rápido por el pasillo de la brigada.
—Necesitamos un éxito internacional. Ese jodido Boyle era francés y su asesinato ha salido en todos los periódicos europeos. Tenemos que demostrar que servimos para algo. Llévate a todos los hombres que quieras.
—No puedo desmantelar el grupo —contestó Flores.
Poveda se detuvo.
—Si no levantamos nosotros este asunto, se nos echarán encima los franceses y los italianos. Han presionado mucho para meter las narices. Y otra cosa, el gilipollas de Vidal tiene razón. A ver si te enteras, últimamente no has hecho más que perseguir putas. Quiero ver cómo te preocupas de este asunto. Si no, es mejor que vayas pensando en volver al Grupo Antiatracos de Barcelona. ¿He hablado claro?
—Tú siempre hablas claro —contestó Flores.
Alguien sabía el teléfono de Carmela y la llamaba al grupo hasta tres veces al día. Algunas veces se limitaba a jadear y otras le decía obscenidades con voz ronca. Carmela estaba fuera de sí.
—… escúchame, guapo, tengo el teléfono intervenido y si logro saber quién eres, te pego un tiro. ¿Me has escuchado, imbécil?
Colgó con fuerza. Lucas estaba de pie a su lado, mirándola.
—¿Qué quieres, Lucas?
—Verás —dijo Lucas—, tú sabes que yo…, bueno que estoy en ese centro social en la parroquia del padre Velasco… —Carmela tamborileó sobre la carpeta de un expediente de falso secuestro— y, bueno…, se me había ocurrido que tú podrías dar una charla a los chicos sobre tu experiencia como mujer policía y…
—¿Yo?
—Pues sí, tú.
—¿Hablarles a esos delincuentes juveniles sobre mí trabajo? ¿Tú estás bien de la cabeza, Lucas?
—No todos son delincuentes, son chicos que…
—Mira, Lucas, yo no sé hablar en público, además tengo mucho que hacer.
Rosi, la secretaria de Poveda, entró con un paquete envuelto con papel de regalo y se lo colocó a Carmela sobre la mesa.
—Es para ti —le dijo—, acaba de llegar.
Carmela le dio vueltas al paquete.
—Bueno, muchas gracias, Rosi.
La secretaria de Poveda se marchó y Carmela comenzó a deshacer el envoltorio. Solana se apoyó en su mesa.
—¿Otro admirador, tía?
—Debe de ser el de siempre.
—¿Qué te manda esta vez?
Carmela le mostró una caja de bombones.
—Qué falta de imaginación. Yo te mandaría…
—¿Qué me mandarías tú, Robert Redford?
Carmela le metió un bombón en la boca. Solana lo masticó, relamiéndose.
—¿Sabes quién es ese admirador, Carmela? —le preguntó Lucas.
—No, ni me importa… Pero podría mandarme otra cosa.
Solana cogió otro bombón.
—Están cojonudos —dijo—. ¡Hum, de licor!
—¿Por qué no te gustan? —volvió a preguntar Lucas.
—Engordan —contestó Carmela—. Ya podría mandarme perfume o algo así.
Solana cogió otro bombón y Carmela le dio la caja.
—Toma, Robert Redford, quítalos de mi vista.
Con la caja en la mano, Solana empezó a repartir bombones entre los compañeros.
—¡Al rico bombón!… ¡Hay bombones! ¡Fresa, trufa y licores variados, para todos los gustos!
Lucas continuó mirando a Carmela con expresión extraña.
—¿Te has quedado alelado, Lucas?
Lucas pareció despertar de un sueño.
—Entonces, ¿no quieres venir a dar la charla?
—Ya te lo he dicho. Eso no es para mí.
Flores empujó la puerta y entró en la sala del grupo con una carpeta bajo el brazo. Era el expediente de Boy le que le había preparado Virginia en un cuarto de hora. Encontró a toda su gente masticando bombones. Al pasar se dirigió a Loren:
—A mi despacho —le dijo.
Loren se levantó y caminó tras él. Marchena se dirigió a Solana:
—¿Quién los mandará?
—Vete tú a saber —contestó Solana—. A lo mejor el jefe superior.
—O el gitano —dijo Marchena.
—El ministro —intervino Carmela—. Estoy segura de que me los manda el ministro, no te jode.
Flores no creía a Loren capaz de enfadarse de aquel modo. Lo tenía por un hombre tranquilo, pero ahí estaba, rojo de ira.
—¿Por qué yo, vamos a ver? ¡Que vaya otro! ¡Que vayan Pacheco o Muriel!
—No, Pacheco está expedientado. —Flores hojeó algunos papeles que estaban sobre su mesa—. Además, tú eres de Alicante y necesito a alguien que tenga contactos allí, que conozca la ciudad.
Loren cambió de actitud. Su rostro se puso serio.
—Manda a otro, te lo pido por favor.
Flores lo miró largamente antes de responder:
—Mañana aquí a las ocho.
—Escúchame, Manuel. Nunca te he pedido nada, pero ahora…
—Pero ¿qué pasa en Alicante?, ¿es que te has vuelto loco?, no ocurre nada.
—¿Entonces?
Loren se quedó sin habla. Como si algo que no podía tragar pugnara por salirle de la garganta.