coolCap21

BARNEY Quinn estaba paseando de un lado a otro de su oficina.

—Empiezo a creer que tal vez podamos salvarnos, Donald —me dijo—. Es un buen jurado y me parece que hemos despertado su simpatía.

—Está bien —le contesté—. Eso es lo que hay que hacer. Mañana Irvine terminará con el experto en balística. Apoyándose en el hecho de que se haya encontrado el revólver en el seto, tratará de presentar de nuevo el testimonio de Helen Manning.

Quinn se rió.

—Eso no le llevará a ninguna parte. El juez Lawton ha retirado ese testimonio del juicio y va a…

—¡Pare un momento! —le interrumpí—. Cuando Irvine solicite que se reincorpore la declaración de Helen Manning a causa de la corroboración prestada por el hallazgo del revólver, usted le dice al tribunal que, en vista de las circunstancias, le parece bien la opinión de Irvine, y que usted retira su petición de anular el testimonio de Helen Manning del juicio.

—¿Qué dice? —exclamó Barney con incredulidad—. ¿Se ha vuelto usted loco?

—Y después —continué—, Irvine caerá en la trampa: Sigue adelante y presenta el resto de su caso consistente en Nickerson y en Cooper Hale. Hale explicará una historia convincente. Luego, el fiscal descansará y le cederá la palabra a usted. Entonces usted le llama la atención al tribunal sobre el hecho de que Helen Manning se retiró de la tribuna antes de que usted tuviera oportunidad de interrogarla.

Barney Quinn aseguró:

—Eso sería un completo suicidio.

—Y —proseguí— hace usted que Helen Manning regrese a la tribuna para interrogarla. Entonces es cuando deja caer la bomba sobre el fiscal.

—¿Qué quiere decir con lo de «dejar caer la bomba»?

Eché sobre el escritorio la declaración firmada.

Barney Quinn se sentó para examinarla. Leyó las primeras líneas, y súbitamente se enderezó en la silla. Pasó rápidamente la vista por el resto de la declaración hasta la firma y la fecha. Me miró con una expresión de respetuosa admiración, se levantó y me estrechó las manos. Luego se dirigió a una estantería, abrió las falsas encuadernaciones de media docena de libros, que dejaron al descubierto un armario para bebidas, y sacó una botella y dos vasos.

—Para mí, no —le dije—. Tengo que conducir.

Barney Quinn mantuvo el cuello de la botella inclinado, sobre el vaso, hasta que el gorgoteo se convirtió desde el tono grave glú˗glú˗glú en el más agudo glá˗glá˗glá.

—Pues váyase —me dijo—. Me ha quitado un tremendo peso de encima, y voy a dormir bien por primera vez desde que comenzó este maldito caso. ¡Vaya, vaya! ¡Menuda plancha! ¡Habrá que ver la cara de Irvine, cuando se dé cuenta del lío en que se metió!

—Bueno, pero tenga cuidado —le previne—. No se sienta demasiado seguro. Ese tipo, Irvine, es de cuidado, y la Manning está, demasiado embelesada con sus ojos cautivadores, sus anchos hombros y su estrecha cintura.

Quinn tomó en su mano la declaración firmada, y repuso:

—No me importa nada si duerme ya con el tipo. Déjeme abofetearle el rostro con esto.

Le aconsejé:

—Entonces será, mejor que acabe con ella mañana, o será tarde.

Levantó el vaso de whisky y se bebió de un trago la mitad de su contenido. Una sonrisa fue dibujándose lentamente en su rostro.

—¡Caracoles, pero qué rico está! —exclamó.