Me contestó una voz de mujer, seca, ronca, con acento extranjero:
—Diga.
—¿Podría hablar con el señor Amthor?
—Ah, no. Lamento. Siento mucho. Amthor nunca habla por teléfono. Soy secretaria. ¿Dejar quiere mensaje?
—¿Cuál es la dirección? Quiero verlo.
—Ah, ¿usted quiere consultar Amthor profesionalmente? Alegrará mucho. Pero es muy ocupado. ¿Cuándo quiere ver?
—Inmediatamente. Hoy mismo.
—Ah —se lamentó la voz—; no puede ser. Semana próxima, quizá. Miraré agenda.
—Oiga —dije—, olvídese de la agenda. ¿Tiene lápiz?
—Claro que tengo el lápiz. Me…
—Apunte. Me llamo Philip Marlowe. Mi dirección es 615 Edificio Cahuenga, Hollywood. Eso está en Hollywood Boulevard, cerca de Ivar. Mi teléfono es Glenview 7537. —Deletreé las palabras más difíciles y esperé.
—Sí, señor Marlowe. Apuntado.
—Quiero ver al señor Amthor acerca de un individuo llamado Marriott. —Se lo deletreé—. Es muy urgente. Cuestión de vida o muerte. Quiero verlo enseguida. Enseguida. Pronto. Cuanto antes, dicho de otra manera. ¿Me explico?
—Habla usted muy extraño —dijo la voz extranjera.
—No. —Agité con fuerza el pie del teléfono—. Me encuentro perfectamente. Siempre hablo así. Se trata de un asunto muy extraño. El señor Amthor querrá verme con toda seguridad. Soy detective privado. Pero no quiero ir a la policía hasta que haya hablado con él.
—Ah. —La voz se volvió tan fría como una cena de cafetería—. Es usted de la policía, ¿no?
—Escuche —dije—. ¿Soy de la policía? No. Soy detective privado. Asunto confidencial. Pero muy urgente de todos modos. Usted me llamará, ¿no? Tiene número de teléfono, ¿sí?
—Sí. Tengo número de teléfono. El señor Marriott, ¿está enfermo?
—Bueno, no sale a la calle —dije—. ¿De manera que lo conoce?
—No, no. Usted dice cuestión de vida o muerte. Amthor cura mucha gente…
—En este caso fracasó —dije—. Esperaré su llamada.
Colgué y me lancé a por la botella de whisky. Tenía la sensación de haber pasado por una trituradora. Diez minutos más tarde sonó el teléfono. La voz dijo:
—Amthor verá a usted a las seis en punto.
—Eso está bien. ¿Cuál es la dirección?
—Mandará coche.
—Tengo coche propio. Deme la…
—Mandará coche —dijo la voz fríamente, y el teléfono me hizo clic en el oído.
Miré el reloj una vez más. Era más que hora de almorzar. Me ardía el estómago después del último whisky, pero no tenía hambre. Encendí un pitillo. Me supo a pañuelo de fontanero. Hice una inclinación de cabeza al señor Rembrandt, al otro lado del despacho, me puse el sombrero y salí. Ya estaba a mitad de camino hacia el ascensor cuando se me ocurrió. Se me ocurrió sin motivo ni razón, como se le cae a uno encima un ladrillo. Me detuve y me apoyé contra la pared de mármol, le di la vuelta al sombrero, y me eché a reír de repente.
Una chica que se cruzó conmigo, procedente del ascensor, de vuelta a su trabajo, me lanzó una de esas miradas que, según dicen, hace que sientas en la columna vertebral algo así como una carrera en una media. La saludé con un gesto de la mano, regresé a mi despacho y eché mano del teléfono. Llamé a un tipo que conocía y que trabajaba en el registro de una empresa inmobiliaria.
—¿Podrías encontrar una propiedad sólo con la dirección? —le pregunté.
—Claro. Tenemos un fichero de comprobaciones. ¿Dónde está esa propiedad?
—1644 West 54th Place. Me gustaría saber algunos detalles sobre la situación del título de propiedad.
—Será mejor que te vuelva a llamar yo. ¿En qué teléfono estás?
Tardó unos tres minutos.
—Saca el lápiz —dijo—. Es la parcela 8 de la manzana u de la Adición Cara day a la Zona Maplewood número 4. La propietaria del título, con reservas por ciertos detalles, es Jessie Pierce Florian, viuda.
—Sí. ¿Qué detalles?
—Pago de la mitad del impuesto catastral, dos créditos de diez años para mejora de la calle, otro crédito de diez años para reparación del alcantarillado, todos ellos cancelables, y también un primer contrato fiduciario por un importe de 2600 dólares.
—¿Te refieres a uno de esos documentos que permiten dejar a alguien en la calle por medio de unos trámites que duran diez minutos?
—No tan deprisa como todo eso, pero mucho más deprisa que si se tratara de una hipoteca. No tiene nada de extraordinario a excepción de la cantidad. Es alta para ese barrio, a no ser que se trate de una casa nueva.
—Es una casa muy vieja y está mal conservada —dije—. No creo que nadie diera por ella más de mil quinientos.
—En ese caso se sale por completo de lo corriente, dado que la nueva financiación se firmó hace sólo cuatro años.
—De acuerdo. ¿Quién hizo el contrato? ¿Alguna sociedad de inversiones?
—No. Un individuo llamado Lindsay Marriott, soltero. ¿Era lo que querías saber?
No recuerdo lo que le dije ni cómo le di las gracias. Probablemente le parecieron simples palabras. Me quedé un rato sin hacer nada, mirando la pared.
De repente se me arregló el estómago. Tenía hambre. Bajé a la cafetería de Mansion House, almorcé y saqué el coche del aparcamiento al lado de mi despacho.
Me dirigí hacia el sudeste, camino de West 54th Place. Esta vez no llevaba conmigo una botella de whisky.