53

Habían hecho un trabajo espléndido con él en Ciudad de México. ¿Por qué no? Sus médicos, técnicos, hospitales, pintores, arquitectos son tan buenos como los de Estados Unidos. A veces un poco mejores. Un policía mexicano inventó la prueba de la parafina para la pólvora. No podían devolver a Terry una cara perfecta, pero lograron muchísimo. Le habían cambiado incluso la nariz, quitándole algo de hueso y haciendo que pareciera más chata, menos nórdica. No pudieron eliminar todas las cicatrices, de manera que le habían añadido un par al otro lado de la cara. Las cicatrices por cortes no son infrecuentes en países latinos.

—Incluso me injertaron un nervio aquí —dijo, tocándose lo que había sido el lado malo de la cara.

—¿Hasta qué punto he acertado?

—Casi todo. Algunos detalles no coinciden, pero se trata de cosas sin importancia. Fue un acuerdo de última hora, algunas cosas hubo que improvisarlas y yo mismo no sabía exactamente qué iba a suceder acto seguido. Se me dijo que hiciera ciertas cosas y dejara un rastro muy fácil de seguir. A Mendy no le gustó que te escribiera, pero yo insistí. Te infravaloró un poco. Nunca se dio cuenta del detalle del buzón.

—¿Sabías quién había matado a Sylvia?

No me contestó directamente.

—Es muy duro denunciar a una mujer por asesinato…, incluso aunque nunca haya significado gran cosa para ti.

—El mundo es muy duro. ¿Estaba Harlan Potter al tanto de todo esto? Sonrió de nuevo.

—¿Crees que de ser así permitiría que alguien lo supiera? Me parece que no lo sabe. Probablemente piensa que he muerto. ¿Quién le diría lo contrario, como no seas tú?

—Lo que estoy dispuesto a contarle cabría en una brizna de hierba. ¿Cómo le van las cosas a Mendy, si es que vive?

—No le van mal. Está en Acapulco. Escapó con vida gracias a Randy. Pero a la gente de la profesión no le gusta que se maltrate a los policías. Mendy no es tan malo como piensas. Tiene corazón.

—También lo tienen las serpientes.

—Bueno, ¿qué hay de ese gimlet?

Me levanté sin contestarle y fui a donde estaba la caja de caudales. Giré el mando, saqué el sobre con el retrato de Madison y los cinco billetes de cien que todavía olían a café. Lo puse todo sobre la mesa y luego recogí los billetes de cien.

—Éstos me los quedo. Empleé todo ese dinero en gastos e investigaciones. En cuanto al retrato de Madison disfruté jugando con él. Pero vuelve a ser tuyo.

Lo extendí en el borde de la mesa delante de él. Lo miró pero no lo tocó.

—Es para ti —dijo—. Tengo más que suficiente. Podrías haber dejado las cosas como estaban.

—Lo sé. Después de matar a su marido, si nadie la hubiera descubierto, quizá Eileen habría evolucionado a mejor. Roger no era importante, después de todo. Nada más que un ser humano con sangre, cerebro y emociones. Sabía lo que había sucedido y se esforzó muchísimo por vivir con ello. Escribía libros. Quizá hayas oído hablar de él.

—Escucha, difícilmente podría haber hecho otra cosa —respondió despacio—. No quería hacer daño a nadie. Pero aquí no habría tenido la menor posibilidad. No se puede prever todo en tan poco tiempo. Sentí miedo y salí corriendo. ¿Qué querías que hiciera?

—No lo sé.

—Eileen tenía una veta de locura. Habría matado a Roger de todos modos.

—Tal vez.

—Bueno, relájate un poco. Tomémonos una copa en algún sitio tranquilo y fresco.

—Ahora mismo no tengo tiempo, señor Maioranos.

—Éramos muy buenos amigos antiguamente —dijo Lennox con tristeza.

—¿Lo éramos? Se me olvida. Eran otras dos personas, creo yo. ¿Te quedas permanentemente en México?

—Sí, por supuesto. Ni siquiera estoy aquí legalmente. Nunca lo estuve. Te dije que había nacido en Salt Lake City, pero vine al mundo en Montreal. Seré ciudadano mexicano dentro de poco. Todo lo que se necesita es un buen abogado. Siempre me ha gustado México. No correría un gran riesgo yendo a Victor’s para tomarme ese gimlet.

—Recoja su dinero, señor Maioranos. Tiene demasiada sangre encima.

—Eres pobre.

—¿Cómo lo sabes?

Recogió el billete, lo estiró entre los dedos y se lo guardó distraídamente en un bolsillo interior. Se mordió el labio con el tipo de dientes extraordinariamente blancos que se pueden tener cuando se posee un piel morena.

—No te podría haber contado más de lo que te conté la mañana que me llevaste a Tijuana. Te di una oportunidad de llamar a la policía y de entregarme.

—No estoy dolido contigo. Eres así, sencillamente. Durante mucho tiempo no fui capaz de entenderte. Tienes modales agradables y buenas cualidades, pero había algo que no funcionaba. Reconocías unas normas y las respetabas, pero eran estrictamente personales. Sin relación alguna con la ética o con los escrúpulos. Resultabas simpático porque eras de buena pasta. Pero estabas igual de contento con matones o sinvergüenzas que con personas honradas. Con tal de que los matones hablaran un inglés aceptable y se comportaran correctamente en la mesa. Eres un derrotista en cuestiones de moral. Pienso que quizá fue culpa de la guerra, pero también podría ser que nacieras así.

—No lo entiendo —dijo—. De verdad que no lo entiendo. Estoy tratando de recompensarte y no me lo permites. No podría haberte dicho más de lo que te dije. No lo habrías tolerado.

—Nadie me ha dicho nunca nada tan agradable.

—Me alegro de que algo mío no te parezca mal. Me metí en un lío terrible. Sucedió que conocía al tipo de gente que sabe cómo resolver ese tipo de líos. Estaban en deuda conmigo por algo que sucedió hace mucho tiempo en la guerra. Probablemente la única vez en mi vida que hice lo que había que hacer con la velocidad del rayo. Y cuando los necesité, cumplieron. Y gratis. No eres la única persona en el mundo que no tiene una etiqueta con el precio, Marlowe.

Se inclinó por encima de la mesa y se apoderó de uno de mis cigarrillos. Debajo del bronceado, el rostro se le había encendido de manera irregular. Y, en contraste, las cicatrices destacaban. Lo vi sacar un lujoso mechero de un bolsillo y encender el pitillo. Me llegó de él una vaharada de perfume.

—Compraste una buena parte de mí, Terry. Con una sonrisa y una inclinación de cabeza y un gesto de la mano y unas cuantas copas en un bar tranquilo de cuando en cuando. Estuvo bien mientras duró. Hasta la vista, amigo. No voy a decirte adiós. Te lo dije cuando significaba algo. Te lo dije cuando era un saludo triste, solitario y definitivo.

—He tardado demasiado en volver —dijo—. La cirugía plástica lleva tiempo.

—No habrías aparecido si no te hubiera obligado a salir de tu escondite.

De repente hubo un brillo de lágrimas en sus ojos. Rápidamente se volvió a poner las gafas de sol.

—No estaba seguro —dijo—. No me había decidido. Mendy y Randy no querían que te dijera nada. No lo tenía decidido.

—No te preocupes por eso, Terry. Siempre hay alguien cerca que lo hace por ti.

—Estuve en los comandos, compadre. No te aceptan si eres un blando. Me hirieron gravemente y no lo pasé nada bien con aquellos cirujanos nazis. Me pasó algo entonces.

—Todo eso lo sé, Terry. Eres una buena persona en muchos sentidos. No te estoy juzgando. No lo he hecho nunca. Lo que sucede es que ya no estás aquí. Te fuiste hace mucho. Llevas ropa de excelente calidad y usas perfume y resultas tan elegante como una puta de cincuenta dólares.

—Sólo estoy representando —dijo, casi con desesperación.

—Pero te gusta, ¿no es cierto?

Se le torció la boca en una sonrisa triste. Y se encogió de hombros de una manera muy latina.

—Por supuesto. La representación es todo lo que hay. Nada más. Aquí dentro —se golpeó el pecho con el encendedor— no hay nada. Tiré la toalla, Marlowe. La tiré hace mucho tiempo. Bien…, supongo que esto es el punto final.

Se levantó. También me levanté yo. Me tendió la mano. Se la estreché.

—Hasta la vista, señor Maioranos. Encantado de haberlo conocido, aunque haya sido por tan poco tiempo.

—Adiós.

Se dio la vuelta, cruzó el despacho y salió. Vi cómo se cerraba la puerta. Es cuché sus pasos alejándose por el pasillo de imitación a mármol. Después de un poco se debilitaron hasta cesar por completo. Seguí escuchando de todos modos. ¿Para qué? ¿Quería que se detuviera de repente y volviera para hablarme y convencerme? Quizá, pero no lo hizo. No volví a verlo.

Nunca volví a ver a ninguno de ellos, excepto a los policías. No se ha inventado todavía la manera de decirles adiós definitivamente.