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Howard Spencer me llamó el viernes siguiente por la mañana. Se alojaba en el RitzBeverly y sugirió que fuese al bar del hotel para tomarnos una copa.

—Mejor en su habitación —dije.

—Muy bien, si lo prefiere. Habitación 828. Acabo de hablar con Eileen Wade. Parece resignada. Ha leído lo que Roger dejó escrito parte de su nueva novela y en su opinión se podría terminar sin dificultad. Será bastante más breve que las anteriores, pero eso queda compensado por el valor de la publicidad. Imagino que usted piensa que los editores somos gente insensible. Eileen estará en casa toda la tarde. Como es lógico quiere verme y yo quiero verla.

—Estaré allí dentro de media hora.

La suite de Spencer en el lado oeste del hotel era agradable y espaciosa. Las ventanas de la sala de estar, muy altas, daban a una galería estrecha, con barandilla de hierro. Los muebles estaban tapizados con una tela a rayas, lo que, junto con el marcado dibujo floral de la alfombra daba a toda la habitación un aire pasado de moda, excepto que todos los sitios donde se podía dejar una copa tenían encima una placa de cristal y había diecinueve ceniceros distribuidos por todas partes. Las habitaciones de los hoteles permiten hacerse una idea bastante precisa de la buena educación de sus clientes. El RitzBeverly no esperaba que los suyos la tuvieran.

Spencer me dio la mano.

—Siéntese —dijo—. ¿Qué tomará?

—Cualquier cosa o nada en absoluto. No tengo por qué beber.

—A mí me apetece una copa de amontillado. California no es un buen sitio para beber durante el verano. En Nueva York se puede consumir cuatro veces más con sólo la mitad de la resaca.

—Tomaré un whisky sour.

Se acercó al teléfono y pidió las bebidas. Luego se sentó en una de las sillas tapizadas a rayas y se quitó las gafas sin montura para limpiarlas con un pañuelo. A continuación se las volvió a poner, se las ajustó cuidadosamente y me miró.

—Entiendo que hay algo que le preocupa. Por eso ha querido verme aquí y no en el bar.

—Lo llevaré en coche a Idle Valley. También a mí me gustaría ver a la señora Wade.

Mi sugerencia pareció turbarlo.

—No estoy seguro de que quiera verlo —dijo.

—Sé que no quiere. Me puedo colar aprovechándome de su entrada.

—Eso no sería muy diplomático por mi parte, ¿no es cierto?

—¿Le ha dicho ella que no quería verme?

—No del todo, no de manera tan explícita. —Se aclaró la garganta—. Al parecer le culpa de la muerte de Roger.

—Sí. Se lo dijo ya al agente que se presentó en la casa la tarde que murió Roger. Es probable que se lo repitiera al teniente del Departamento de Homicidios que investigaba lo sucedido. No se lo dijo al juez de instrucción, sin embargo.

Spencer se recostó en el asiento y se rascó la palma de la mano con un dedo, despacio. Era un gesto parecido al de pintar garabatos.

—¿De qué le servirá verla, Marlowe? Eileen ha pasado por una experiencia terrible. Imagino que su vida ha sido un infierno durante algún tiempo. ¿Para qué hacérselo revivir? ¿Espera convencerla de que no falló usted al menos un poco?

—Le dijo al agente que yo lo había matado.

—No pudo ser una afirmación literal. De lo contrario…

Sonó el timbre de la puerta. Spencer se levantó y la abrió. El camarero del servicio de habitaciones entró con las bebidas y las sirvió con tantas florituras como si se tratara de una cena de siete platos. Spencer firmó la cuenta y dio una propina de cincuenta centavos. El camarero se marchó. Spencer cogió su copa de jerez y se alejó como si no quisiera entregarme el whisky sour. Dejé que siguiera donde estaba.

—¿De lo contrario qué? —le pregunté.

—De lo contrario le habría dicho algo al juez, ¿no es así? —Frunció el ceño en mi dirección—. Me parece que estamos diciendo tonterías. ¿Por qué quería verme, exactamente?

—Usted quería verme.

—Sólo —respondió con frialdad— porque cuando hablamos por teléfono hace unos días me dijo que estaba sacando conclusiones precipitadas. Supuse que tenía algo que explicar. Bien, ¿de qué se trata?

—Querría hacerlo en presencia de la señora Wade.

—No me gusta nada esa idea. Será mejor que se las arregle por su cuenta. Siento un gran respeto por Eileen Wade. Como hombre de negocios me gustaría, si es humanamente posible, aprovechar el trabajo de Roger. Si Eileen siente hacia usted lo que usted mismo ha sugerido, no puedo ser yo el pretexto para que entre en su casa. Sea razonable.

—De acuerdo —dije—. Olvídelo. Puedo conseguir verla sin ningún problema. Sólo pensaba que me gustaría llevar conmigo alguien que sirviera de testigo.

—¿Testigo de qué? —explotó casi.

—Lo oirá delante de ella o no lo oirá.

—Entonces no lo oiré.

Me levanté de la silla.

—Probablemente está haciendo lo más conveniente, Spencer. Quiere ese libro de Wade, si es que se puede utilizar. Y quiere ser además una persona amable. Ambiciones muy laudables ambas, pero que no comparto. Le deseo toda la suerte del mundo. Adiós.

Se puso en pie de pronto y avanzó en mi dirección.

—Un minuto nada más, Marlowe. No sé qué es lo que le preocupa, pero parece ser importante. ¿Es que hay algún misterio en la muerte de Roger Wade?

—Ningún misterio. Le atravesaron la cabeza con un proyectil procedente de un revólver Webley Hammerless. ¿No vio el informe de la investigación judicial?

—Por supuesto. —Se hallaba muy cerca de mí y parecía sorprendido—. Lo que publicaron los periódicos del este y un par de días después un relato mucho más completo en el periódico de Los Ángeles. Roger estaba solo, aunque usted no se encontraba muy lejos. El servicio, Candy y la cocinera, libraban ese día. Eileen había ido al centro de compras y regresó a casa después del suicidio. En el momento mismo en que sucedió, una lancha motora muy ruidosa que navegaba por el lago ahogó el sonido del disparo, de manera que ni siquiera usted lo oyó.

—Todo eso es exacto —dije—. Luego la lancha motora se alejó y yo regresé desde el borde del lago a la casa, oí el timbre de la puerta, abrí y me encontré con que Eileen Wade había olvidado las llaves. Roger ya estaba muerto. Su mujer miró dentro del estudio desde la puerta, pensó que estaba dormido en el sofá, y se fue a la cocina a hacer té. Un poco después de que mirase ella, también me asomé yo, advertí que no se oía siquiera respirar a Roger y descubrí por qué. A su debido tiempo llamé a la policía.

—No veo ningún misterio —dijo Spencer sin alzar la voz, desaparecida por completo la aspereza en el tono—. Era el revólver de Roger y tan sólo una semana antes había disparado con él en su propio dormitorio. Usted encontró a Eileen forcejeando con él para quitárselo. Su estado de ánimo, su comportamiento, lo deprimido que estaba con su trabajo…, todo eso salió a relucir.

—La señora Wade le ha dicho que la novela es buena. ¿Por qué tendría Roger que estar deprimido?

—Es sólo la opinión de Eileen, dese cuenta. Podría ser muy mala. O Roger podría haber pensado que era peor de lo que era. Siga. No soy tonto. Me doy cuenta de que hay más.

—El teniente de la Brigada de Homicidios que investigó el caso es un antiguo amigo mío. Un bulldog y un sabueso y un policía prudente y con experiencia. Hay unas cuantas cosas que no le gustan. ¿Por qué Roger no dejó una nota, cuando era un fanático de la escritura? ¿Por qué se pegó el tiro de manera que el sobresalto se lo llevara su mujer? ¿Por qué se molestó en elegir el momento en el que yo no podía oír el disparo? ¿Por qué olvidó Eileen las llaves de la casa de manera que fuese necesario abrirle la puerta? ¿Por qué se marchó y lo dejó solo el día que libraba el servicio? Recuerde: la señora Wade dijo no saber que yo iba a estar allí. Si lo sabía, tampoco sirve la explicación anterior.

—Dios mío —gimió Spencer—, ¿me está diciendo que ese imbécil de policía sospecha de Eileen?

—Lo haría si se le ocurriera un motivo.

—Eso es ridículo. ¿Por qué no sospechar de usted? Tuvo toda la tarde. Eileen sólo dispuso de unos minutos…, y había olvidado las llaves de la casa.

—¿Qué motivo podría tener yo?

Se dio la vuelta, se apoderó de mi whisky sour y se lo tomó de un solo trago. Luego dejó la copa cuidadosamente, sacó un pañuelo y se limpió los labios y también los dedos donde la copa helada los había humedecido. Se guardó el pañuelo y se me quedó mirando.

—¿La investigación está todavía en marcha?

—No sabría decirlo. Una cosa es segura. A estas alturas saben ya si había ingerido suficiente alcohol para perder el conocimiento. Si es así, quizá todavía surjan problemas.

—Y usted quiere hablar con ella —dijo lentamente—, en presencia de un testigo.

—Así es.

—Eso sólo significa, en mi opinión, una de dos cosas, Marlowe. O está muy asustado o considera que debería estarlo ella.

Asentí con la cabeza.

—¿Cuál de las dos? —preguntó sombríamente.

—No estoy asustado.

Se miró el reloj.

—Espero de todo corazón que esté completamente loco.

Los dos nos miramos en silencio.