28

«Han pasado cuatro días desde la luna llena y en la pared hay una mancha cuadrada de luz de luna que me mira como un gran ojo ciego, lechoso. Metáfora grotesca. Escritores. Todo tiene que ser como otra cosa. Mi cabeza está tan esponjosa como nata montada, pero no tan dulce. Más símiles. Siento arcadas sólo de pensar en este absurdo tinglado. Tengo ganas de vomitar de todos modos. Probablemente lo haré. No hay que meterme prisa. Necesito tiempo. Los gusanos que me horadan el plexo solar se arrastran y se arrastran. Estaría mejor en la cama, pero habría debajo un animal oscuro que también se arrastraría entre crujidos, que tropezaría con el somier y me haría gritar al final, aunque nadie me oiría, excepto yo mismo. Un grito soñado, un grito en una pesadilla. No hay motivo para asustarse y no tengo miedo porque no hay razón para tenerlo, pero de todos modos una vez estaba tumbado en la cama y el animal oscuro se puso a ello, golpeándose con el somier, y tuve un orgasmo. Lo que me dio más asco que ninguna de las otras cosas desagradables que he hecho.

»Estoy sucio. Necesito un afeitado. Me tiemblan las manos. Sudo, me doy cuenta de que huelo mal. La camisa que llevo está mojada por los sobacos, el pecho, la espalda. También las mangas y los pliegues de los codos. El vaso sobre la mesa está vacío. Necesitaría los dos brazos para verter el líquido. Quizá podría sacarle un trago a la botella para sentirme mejor. El sabor del whisky es repugnante. Y no me serviría de nada. Al final tampoco sería capaz de dormir y el mundo entero gemiría ante el horror de los nervios torturados. ¿Buena calidad, eh, Wade? Más.

»Funciona muy bien durante los dos o tres primeros días, pero luego se cambian las tomas. Sufres y tomas un trago y durante un ratito mejora, pero el precio sigue subiendo y subiendo y lo que recibes a cambio cada vez es menos y menos y siempre llega el momento en el que el único resultado es sentir náuseas. Entonces llamas a Verringer. De acuerdo, Verringer, voy de camino. Pero ya no hay ningún Verringer. Se ha ido a Cuba o está muerto. La loca lo ha matado. Pobrecito Verringer, qué destino, morir en la cama con una loca…, con esa clase de loca. Vamos, Wade, levántate y sal. Vete a algún sitio donde no hayamos estado nunca y adonde no volveremos una vez que hayamos estado. ¿Tiene sentido esa frase? No. De acuerdo, no estoy pidiendo que me paguen por ella. Aquí una breve pausa para un anuncio muy largo.

»Vaya, lo he hecho. Me he levantado. Qué tío. He llegado hasta el sofá y aquí estoy, arrodillado a su lado con las manos apoyadas en él y la cara entre las manos, llorando. Luego he rezado y me he despreciado por rezar. Borracho de tercer grado que se desprecia. ¿A quién demonios estás rezando, imbécil? Si reza un hombre sano, eso es fe. Un enfermo que reza sólo está asustado. Al infierno con las oraciones. Éste es el mundo que te has hecho tú solito con la poca ayuda exterior que has recibido…, bueno, también es cosa tuya. Deja de rezar, cretino. Ponte de pie y tómate ese whisky. Es demasiado tarde para cualquier otra cosa.

»Bien, me lo he tomado. Con las dos manos. Y hasta me lo he servido. Apenas he derramado una gota. Ahora hay que ver si soy capaz de retenerlo sin vomitar. Mejor añadir un poco de agua. Ahora levántalo despacio. Con calma, no demasiado de una vez. Noto la tibieza. El calor. Si pudiera dejar de sudar. El vaso está vacío. Otra vez encima de la mesa.

»Está turbia la luz de la luna, pero he dejado el vaso de todos modos, con muchísimo cuidado, como un ramo de rosas en un jarrón muy alto y estrecho. Las rosas mueven la cabeza con el rocío. Quizá sea yo una rosa. No me falta rocío, hermano. Ahora al piso de arriba. Quizá un traguito sin agua para el camino. ¿No? De acuerdo, lo que tú digas. Beberé cuando llegue arriba. Algo que me suponga un estímulo, si es que llego. Si consigo llegar arriba tengo derecho a una recompensa. Una prueba de autoestima. Me quiero muchísimo, y lo mejor de todo es que carezco de rivales.

»Doble espacio. He subido y he bajado. No me gusta estar arriba. La altura hace que el corazón me palpite con fuerza. Pero sigo dándole a las teclas de la máquina. Vaya mago que es el subconsciente. ¡Si estuviera dispuesto a trabajar con un horario! También había luz de luna arriba. Probablemente la misma luna. No hay variedad en lo que a la luna se refiere. Va y viene como el lechero, y la leche de la luna siempre es la misma. La luna de la leche siempre es… Para el carro, amigo. Se te han cruzado los pies. No es momento para involucrarse en el historial clínico de la luna. Tienes suficiente historial clínico como para llenar todo el valle, maldita sea.

»Dormida de costado sin hacer ruido. Las rodillas dobladas. Demasiado inmóvil, me pareció. Siempre se hace algo de ruido cuando se duerme. Quizá no dormida, quizá sólo tratando de dormir. Si me acercase más lo sabría. También podría caerme. Abrió un ojo, ¿o no fue así? ¿Me miró o no me miró? No. Se habría incorporado y habría dicho: ¿No te encuentras bien, cariño? No, no me encuentro bien, cariño. Pero que no te quite el sueño, cariño, porque este malestar es mi malestar y no el tuyo, así que duerme con sosiego y encantadoramente y sin recuerdos y sin que te lleguen mis babas ni se acerque a ti nada que sea sombrío, gris y feo.

»Eres un desastre, Wade. Tres adjetivos, escritor de mala muerte. ¿Es que no puedes hacer siquiera un monólogo interior, pobre desgraciado, sin meter tres adjetivos, por el amor de Dios? Bajé otra vez agarrándome al pasamanos. Las tripas me daban saltos con cada escalón y conseguí sujetarlas con una promesa. Llegué al piso de abajo y luego al estudio y finalmente al sofá y luego esperé a que el corazón fuese un poco más despacio. Tengo la botella a mano. Un punto a favor de cómo están dispuestas las cosas para Wade es que siempre tiene la botella a mano. Nadie la esconde, nadie la encierra bajo llave. Nadie dice, ¿no te parece que ya es suficiente, cariño? Vas a enfermar, cariño. Nadie lo dice. Tan sólo duerme de lado suavemente como las rosas.

»Le di demasiado dinero a Candy. Equivocación. Debería de haber empezado con una bolsa de cacahuetes y subir hasta un plátano. Luego un poquito de calderilla de verdad, despacio y poco a poco, para tenerlo siempre interesado. Pero si le das desde el principio un trozo muy grande del pastel, pronto tiene unos ahorros. En México puede vivir un mes, vivir por todo lo alto, con lo que aquí se gasta en un día. De manera que cuando consigue esos ahorros, ¿qué hace? Bien; ¿hay algún hombre a quien le parezca que ya tiene dinero suficiente si piensa que puede conseguir más? Quizá no lo haya hecho tan mal. Quizá debería matar a ese hijo de mala madre al que tanto le brillan los ojos. Un hombre bueno murió por mí en una ocasión, ¿por qué no una cucaracha con una chaqueta blanca?

»Olvídate de Candy. Siempre hay una manera de despuntar la aguja. Al otro no lo olvidaré nunca. Lo tengo grabado en el hígado a fuego verde.

»Mejor telefonear. Pierdo control. Los siento saltar y saltar. Mejor llamar a alguien deprisa antes de que las cosas de color rosa se me suban, arrastrándose, por la cara. Mejor llamar, llamar. Llamar a Sue de Sioux City. Oiga, señorita, quiero poner una conferencia. ¿Conferencias? Póngame con Sue de Sioux City. ¿Su número? No tengo número, sólo nombre, señorita. La encontrará paseándose por la calle Diez, en la parte que queda en sombra, bajo los altos árboles de maíz con sus mazorcas desplegadas… De acuerdo, señorita, de acuerdo. Anule todo el programa y déjeme contarle algo, quiero decir, preguntarle algo. ¿Quién va a pagar todas esas fiestas super elegantes que Gifford está dando en Londres si anula usted mi conferencia? Claro, usted cree que su empleo es seguro. Eso es lo que cree. Bien, más valdrá que hable directamente con Gifford. Que se ponga al teléfono. Su ayuda de cámara acaba de traerle el té. Si no puede hablar mandaremos a alguien que pueda.

»¿Para qué demonios he escrito todo eso? ¿Qué era lo que estaba intentando dejar de pensar? Teléfono. Será mejor telefonear ahora. Poniéndome muy mal, pero que muy…».

Eso era todo. Doblé las cuartillas varias veces y me las guardé en el bolsillo interior del pecho, detrás del billetero. Fui hasta las puertas ventanas, las abrí por completo y salí a la terraza. La luz de la luna había perdido brillo. Pero era verano en Idle Valley y el verano nunca se estropea del todo. Me quedé allí mirando al lago —inmóvil e incoloro— y haciéndome preguntas. Luego oí un disparo.