35

Mientras salía del despacho del doctor Iorfino, el teléfono móvil de Bobby empezó a sonar. Hizo una mueca de disgusto, pero Catherine le indicó que se apartase a un rincón del vestíbulo.

—De todas formas yo tengo que llamar a mi padre —le dijo—. Voy a comunicarle que ya puede traernos a Nathan.

Asintió, dejando espacio a Catherine, mientras descolgaba la llamada. Era D. D., su voz sonaba extraña.

—¿Dónde estás? Llevo toda la mañana intentando localizarte.

—Tenía cosas que hacer. ¿Qué sucede?

—¿Estás con ella? —inquirió D. D.

No tuvo que preguntarle a quién se refería, el nombre estaba implícito en el tono de voz que empleaba.

D. D., ¿qué es lo que quieres?

—¿Dónde estás?

—Cuando respondas a mi pregunta, contestaré yo a la tuya.

Siguió un silencio. Él frunció el ceño, esforzándose por interpretarlo, pero no consiguió gran cosa.

—Los de balística nos han mandado el informe de la pistola de Jimmy Gagnon —respondió por fin la detective—. La nueve milímetros estaba completamente cargada, no faltaba ni un solo cartucho. Tampoco había residuos de pólvora en el cañón ni en la culata. Nada. Nunca fue disparada.

—Tenía entendido… —Se interrumpió. Estaba desconcertado. Percibía el peligro, pero no acababa de ver su procedencia.

—Te estás preguntando qué pasa con los disparos de los que dieron parte los vecinos —terminó D. D. por él.

—Sí.

—Pues ha ocurrido algo fascinante. Anoche, cuando estábamos en la residencia de los Gagnon recuperando el cadáver de la niñera, uno de los técnicos del CSI se tropezó con la cómoda. ¿Ya que no sabes lo que había pegado debajo del tablero, en el hueco de un cajón? ¿A que no adivinas lo que cayó al suelo?

De pronto lo comprendió todo. Cerró los ojos. Luego se giró por completo dando la espalda a Catherine, no podía escuchar aquella información mientras la miraba.

—Una segunda pistola…

—También nueve milímetros. Recientemente disparada. Faltaban dos balas del cargador.

—¿Hay huellas?

—Las de ella, Bobby. La pistola es suya, está registrada a su nombre y cargada con las balas que ella compró, según el vendedor. Jimmy Gagnon no hizo un solo disparo el jueves por la noche. Los hizo ella.

Él trató de asimilar aquel dato. Intentó convencerse a sí mismo de que no le importaba; Jimmy maltrataba a Catherine, de modo que Catherine tenía un motivo. O tal vez, Jimmy la maltrataba y ella solo velaba por su hijo. No lo sabía. Probó a dar todas las vueltas posibles a aquella idea, pero todas le dejaban frío y vacío.

—¿Le dijiste tú cómo tenía que actuar, Bobby? —le preguntó D. D. a continuación—. ¿Fue así como sucedió? ¿La conociste en el cóctel y decidiste cambiar a tu actual novia rubia por otro ejemplar más exótico? Catherine supone una mejora notable, en eso tengo que darte la razón. ¿Te prometió dinero, o fue todo por amor?

—No sucedió así.

—¿No? ¿Entonces fue solo sexo? ¿Se sirvió de su cuerpo, y tú, en el éxtasis post coito, te fuiste de la lengua?

D. D., solo vi a Catherine en aquel cóctel durante un momento brevísimo. Después no volví a verla hasta el jueves por la noche.

—Catherine te tendió una trampa, Bobby. Ella disparó el arma y ella preparó el escenario. Si tuviéramos el audio, te apuesto que estaría lleno de todos los improperios venenosos que lanzó a Jimmy para mantenerlo enfurecido, para que no dejase de empuñar aquella pistola. Después de eso, lo demás solo era cuestión de tiempo.

Él no siguió protestando. Tenía los ojos cerrados con fuerza, aunque eso no impedía que viese lo que no quería ver: la cabeza de Jimmy Gagnon en el punto de mira de su rifle; su dedo apretando el gatillo.

—Es que no lo entiendo, Bobby —prosiguió D. D. en voz baja—. Vale que Catherine te convenciera para eliminar a Jimmy. Puede que incluso por alguna extraña razón creyeras que era algo que había que hacer… Pero, por Dios, ¿qué fue lo que te dijo para que arremetieras contra Copley? ¡Joder, Bobby, Copley era uno de los nuestros!

—¿Qué?

—Los dos sabemos que te la tenía jurada, que solo era cuestión de tiempo, pero podrías haberte defendido, Bobby. Eres un agente de la ley con una trayectoria profesional distinguida. Sí, te equivocaste, pero todavía te quedaban opciones. No tenías necesidad de… Por Dios, Bobby, ¿con una navaja? Ni siquiera hubiera imaginado que pudieras llevar una encima.

D. D., no tengo ni idea de qué me estás hablando.

—Una vez más, Bobby, ¿dónde estás?

Pero él ya sabía que le convenía más no contestar. Algo le había sucedido a Copley. Una navaja… Seguramente un trabajito de Umbrio, salvo que ellos creyesen que era obra suya. Y si sus compañeros de la Policía pensaban que lo había hecho él… Nadie se dirigía a detener a uno de los más expertos francotiradores de la Policía con un par de esposas.

Dios, sí que vivía en un mundo de dolor.

D. D. —dijo con tono urgente—, escúchame. El sábado pasado por la mañana pusieron en libertad a un recluso. Se llama Richard Umbrio. Investiga ese nombre, descubrirás que es el mismo que secuestró y violó a Catherine Gagnon hace veinticinco años. Y también descubrirás que todavía no le correspondía la condicional. Es algo que ha organizado el juez Gagnon. Lo ha preparado él. Está sirviéndose de Umbrio para matar a las personas que Catherine tiene más cerca.

—Copley no estaba cerca de Catherine.

—¡No sé por qué ha matado a Copley! Te lo juro… Has dicho que se ha empleado una navaja. Umbrio utilizó una navaja contra Rocco. Umbrio es quien mató a Tony Rocco, y también a Prudence Walker.

—Copley no estaba muerto, Bobby. En la universidad había practicado boxeo. ¿Te sorprendió que te presentara batalla? ¿Pensaste que ibas a organizar semejante estropicio? Bien, pues él fue el que rio el último. Cuando estaba dentro de la bañera, desangrándose, nos dejó una última pista; escribió tu nombre, Bobby, con su propia sangre.

¡Mierda!, pensó Bobby.

—Colleen Robinson —dijo a toda prisa, intentando zafarse todo lo posible—. Es una intermediaria, la contrató el juez Gagnon para que le sirviera de puente con Richard Umbrio. Investiga las cuentas del juez y las actividades de Robinson, podrás corroborar lo que acabo de decirte, D. D. Todo esto es obra del juez, está desesperado por encubrir las pruebas del incesto que cometió con Maryanne. Ponte en contacto con el doctor Iorfino, él te lo explicará todo.

—Entrégate, Bobby.

—No puedo.

—Por última vez…

—Si a mí me meten entre rejas —dijo con sencillez—, no quedará nadie que proteja a Catherine.

—¡Maldita sea!, Bobby…

Colgó. Acto seguido dio media vuelta y atravesó el vestíbulo, impulsado por el dolor y la rabia. Catherine continuaba hablando por teléfono, con la cara pálida y los ojos muy abiertos. La aferró por los hombros y, sin poder contenerse, la sacudió con fuerza.

—¿Qué diablos has hecho?

—Bobby…

—¿Creías que a mí me iba a dar igual? ¿Pensaste que no iba a importarme que me utilizaras como instrumento para cometer un asesinato?

—No importa, no importa.

—¡Y una mierda que no! Me has utilizado. Me has mentido. Me tendiste una trampa para que matase a un ser humano.

—¡No tuve más remedio! Bobby, por favor, escúchame…

—¡Cállate! —rugió.

Y de pronto Catherine lo abofeteó. Le cruzó la cara con fuerza. Sus oídos zumbaron, haciéndole parpadear. El shock le sacudió por completo y, durante un instante, se encontró levantando el brazo para devolver el golpe. En su imaginación pudo verse a sí mismo propinándole un bofetón. Ella caía al suelo, derribada por el impacto y, a continuación, él… Dios, ¿qué hacía él…? ¿Dominarla? ¿Sentirse triunfante en su superioridad física? ¿Contemplar cómo se encogía, igual que hacía su madre, hecha un ovillo sobre el suelo de la cocina?

Bajó el brazo. El fragor que le llenaba el cerebro fue cediendo y volvió a ser él mismo. Entonces vio que todavía tenía aferrada a Catherine por el hombro con una mano y que sus dedos seguían apretando sin piedad, mientras a ella le resbalaban las lágrimas por la cara. La soltó con tal brusquedad que se tambaleó.

—Iba a quitarme a Nathan —dijo Catherine—. Iba a dejarme sin nada, simplemente porque podía. Tú no sabes lo que es eso, Bobby, no tener nada.

—No tenías derecho…

—Si él no me hubiera odiado, nunca habría funcionado. Esa es la verdadera clave de la manipulación, ¿sabes? Nunca puedes obligar a alguien a hacer algo que en realidad no desea hacer. Solo se le puede persuadir de que haga lo que ya está en su corazón.

—Eso no lo sabes.

—Vi la expresión de su cara el jueves por la noche. Miré a Jimmy a los ojos y, en ese instante, supe que estaba muerta.

—Mentirosa.

—Bobby, no te di las gracias por haber matado a Jimmy —dijo sin alterar la voz—. Te las di por salvarme la vida.

Él no podía seguir hablando. Estaba demasiado dolido.

—Bobby. —Levantó una mano y, tímidamente, le acarició el brazo. Él se estremeció al sentir su contacto—. Te necesito. Tienes que ayudarme.

Emitió una risa hueca.

—¿Qué? ¿Ya estás pensando en matar a alguien más?

—Acabo de llamar a mi padre, pero él no ha contestado al teléfono, Bobby.

—¿Y qué?

—Que el que ha contestado ha sido Richard Umbrio.