26

D. D. no se alegró de volver a verle. Bobby la había llamado a su teléfono particular y, en menos de veinte minutos, ya estaba allí, con el ceño fruncido, vestida con una cazadora de cuero y botas de tacón de aguja. Los técnicos del CSI llegaron poco después, pisándole los talones.

—Eres un jodido idiota —gruñó al tiempo que irrumpía furiosa por la puerta—. Un idiota y un suicida de mierda.

—Cuidado con lo que dices, hay un niño presente —replicó él, indicando con un gesto de la cabeza hacia el salón de la casa, en el que Nathan estaba profundamente dormido en su nido de cojines junto a Catherine. Él no comprendía cómo el niño podía dormir en medio de todo aquel revuelo, pero claro, él no sabía nada de niños.

D. D. hizo una mueca y se fue a la planta de arriba a ver la escena del crimen por sí misma. Él aguardó pacientemente en el vestíbulo, apoyado contra la pared. Estaban llegando más agentes uniformados. Un muchacho de rostro juvenil se apostó discretamente junto a la entrada con objeto de poder vigilarle a él sin perder de vista a Catherine, que se encontraba sentada en silencio en el salón. Él no podía dejar de mirar al novato, que bostezaba continuamente. Era divertido verle luchar contra sí mismo para no volver a abrir la boca.

Quince minutos después D. D. regresó y le hizo una seña para que la acompañase a un rincón tranquilo. Obediente, fue tras ella al encuentro de esa conversación privada; los dos sabían que tenían que hablar cuanto antes, era cuestión de tiempo que Copley se presentara en la escena, atraído por el olor de la sangre.

—¿Se puede saber qué diablos estás haciendo, Bobby? —preguntó D. D. sin preámbulos.

—Ella me llamó. Dijo que había un intruso en la casa y me rogó que viniera. ¿Qué se supone que debía hacer?

—Llamar a la Policía.

—¿Y tú crees que se lo habrían tomado en serio? Gracias a Copley, la mayor parte del departamento de Policía ha etiquetado a Catherine de asesina.

—Ese no es asunto tuyo, Bobby. Tú por lo único que tienes que preocuparte es por tu carrera profesional y, para que lo sepas, estas escenitas no te benefician nada.

—Es muy curioso que, de pronto, todo el mundo se preocupe por mi carrera profesional —murmuró.

—Bobby…

—En ningún momento me creí que hubiera un intruso —la cortó.

Por fin D. D. se tranquilizó. En cuanto él se puso serio, ella se calmó.

—¿Y qué fue lo que creíste?

Bobby se encogió de hombros.

—Que se trataba de una estratagema. Que Catherine quería hablar conmigo a solas; que probablemente iba a presionarme por algún motivo.

—¿Por el disparo?

—Sí.

D. D. volvió a gruñir.

—Mayor motivo para no haber venido.

—Por supuesto. «Un policía no debe establecer contacto con los familiares de la víctima después del incidente» —citó—. ¿Crees que no he leído el manual? Pues sí lo he hecho.

—Entonces, ¿por qué viniste?

—Porque he matado al marido de esta mujer, y porque lo que no dice el manual es que un acto así te deja destrozado por dentro y, sí, desesperado por obtener respuestas. O tal vez porque, simplemente, tienes la esperanza de que alguien te diga: «Agente, su actuación fue la correcta». «Agente, le perdono». «Ya puede continuar con su vida, agente, no pasa nada».

D. D. resopló.

—Dios, Bobby…

Él la interrumpió, no tenía ganas de escuchar nada más.

—Poco después de las diez y media recibí una llamada de la señora Gagnon —dijo en tono cortante—. Cuando llegué a Back Bay, aparqué el coche e hice el resto del camino a pie. Estaba a mitad de la manzana cuando vi la silueta de un cuerpo colgando frente a la ventana del cuarto piso. Como puedes imaginar, eché a correr.

»Al entrar en el vestíbulo de la casa, encontré a la señora Gagnon y a su hijo acurrucados en el suelo, frente al ascensor, obviamente aterrorizados. Tras darles instrucciones para que no se moviesen del sitio, subí por la escalera hasta su vivienda. Entré en ella armado con una nueve milímetros totalmente cargada, para cuyo uso poseo licencia. Efectué una inspección completa de la residencia, piso por piso, la cual di por finalizada en el dormitorio principal. Entré en la estancia por la puerta, que estaba abierta, y descubrí el cadáver de Prudence Walker colgado de las vigas del techo.

»Después de leer la nota que había sobre del colchón, salí de la habitación con cuidado de no tocar nada y cerré la puerta con el puño de la camisa. Acto seguido bajé al vestíbulo e informé a la señora Gagnon de que había llegado el momento de llamar a la Policía.

D. D. imitó su rebuscado tonillo profesional.

—¿Y cómo reaccionó la señora Gagnon ante las noticias?

—Se asombró de que Prudence se hubiera ahorcado.

—¿Qué dijo?

—Que puesto que Prudence era lesbiana, resultaba bastante improbable que fuera amante de Jimmy Gagnon.

—¿De verdad? —Aquel detalle captó la atención de D. D., que tomó buena nota de ello—. ¿Estás seguro de eso?

—Pues podríamos pedirle a Prudence que nos lo confirmara —replicó con ironía—, pero está muerta.

D. D. puso los ojos en blanco.

—¿De qué más estuvisteis hablando la señora Gagnon y tú?

—Ella estaba muy preocupada por lo que la Policía pudiera pensar a raíz de la nota; está enzarzada con sus suegros en una batalla legal por la custodia del niño y teme que puedan utilizarla contra ella para quitarle a su hijo.

—Un temor razonable.

—Yo le dije que la Policía era lo bastante lista como para darse cuenta de que este era un suicidio fingido.

—¡No me jodas que le has dicho eso!

—Sí te jodo.

—Por Dios, Bobby… ¿Y por qué coño no le has entregado también las pruebas para que las destruya?

—Porque si no le hubiera dicho eso, ahora mismo ella ya no estaría aquí; habría agarrado al crío y se habría largado.

—No, si tú se lo impides…

—¿Cómo? ¿Apuntándola, a ella y a su hijo de cuatro años, con mi pistola? No sé por qué, pero no creo que me hubiera tomado en serio.

—No tenías ningún derecho a desvelar los detalles de una escena del crimen. Has entorpecido deliberadamente el curso de esta investigación…

—Te he llamado a ti. Sin mí, ahora no tendrías nada.

—Contigo, no tenemos nada.

—No es verdad, tenéis un nombre.

—¿Qué nombre?

—James Gagnon.

D. D. calló unos instantes, parpadeó varias veces y luego miró a su compañero verdaderamente perpleja.

—¿El juez Gagnon? ¿Crees que él ha matado a Prudence Walker?

—Eso piensa Catherine; que ha contratado a alguien.

—¿Por qué?

—Para implicarla a ella en la muerte de su marido. Pregunta a cualquiera, D. D., no es ningún secreto que el juez Gagnon está profundamente afectado por la muerte de su hijo. Y tampoco lo es que echa la culpa de ello a Catherine.

—Por el amor de Dios, Bobby, es un juez del Tribunal Supremo…

—… Que ayer, sin ir más lejos, me invitó a la suite del hotel donde se aloja y se ofreció a retirar todos los cargos presentados contra mí a cambio de que testifique que la noche del disparo escuché a Catherine provocar deliberadamente a Jimmy para que la apuntase con una pistola.

—No tenías audio.

—Se lo mencioné, pero el juez me contestó que no me preocupase de eso, que ya se encargaría él.

—¿Que ya se encargaría él?

Él se encogió de hombros.

—Lo único que necesita es encontrar a otro tipo que estuviera presente en la escena y que dijese que escuchó lo mismo que yo. Ese juez tiene los tentáculos muy largos y la cartera muy abultada. Seguro que no soy el único que ha recibido sus atenciones.

—Mierda —dijo D. D. preocupada.

—Tengo un plazo para pronunciarme: mañana, a las cinco en punto —dijo en voz baja—. Puedo mentir respecto a Catherine, y contemplar cómo desaparecen mis problemas con la justicia, o puedo decir la verdad, en cuyo caso el juez hará todo lo posible por hacerme picadillo.

D. D. cerró los ojos con fuerza.

—Política y asesinato. Genial, genial, genial. —Abrió de nuevo los ojos—. Bien, ¿y qué es lo que vas a hacer?

Se sintió profundamente ofendido.

—No deberías tener que preguntarme eso.

—No lo he dicho con esa intención.

—Y una mierda que no.

—Bobby…

—Hubo una época en la que fuimos amigos, D. D. Yo todavía me acuerdo, ¿y tú?

Ella no respondió de inmediato, lo cual fue respuesta suficiente. Él se alejó de la pared en la que estaba apoyado.

—Investiga como tengas que investigar, D. D., pero si quieres mi opinión, Tony Rocco y Prudence Walker han muerto por la misma razón.

—¿Porque conocían a Catherine Gagnon?

—Porque eran aliados de Catherine Gagnon. Yo estuve hablando con Tony Rocco el día en que murió, y lo encontré firmemente convencido de que Catherine no estaba haciendo daño a Nathan. Catherine se fiaba de él como médico de su hijo, igual que confiaba en que Prudence estaba ayudándola con el pequeño. Ahora ya no tiene a nadie.

—Tiene a su padre —apuntó D. D.

—Ah, ¿sí? Pues yo mandaría unos cuantos coches patrulla a su casa. Puede que él sea el siguiente.

—Y dime, ¿va a ser atacado por un carnicero con un cuchillo o se va ahorcar misteriosamente? ¡Venga, Bobby, si ni siquiera coincide el modus operandi!

—Él la está aislando.

—Él es un magistrado muy respetado que no necesita recurrir al asesinato. Tal y como tú mismo has reconocido, tiene dinero, influencia y un profundo conocimiento del sistema judicial. Afróntalo, Bobby, si el juez Gagnon desea obtener la custodia de su nieto, terminará obteniéndola. Está claro como el agua que no necesita matar a nadie para conseguirla.

—Tengo hasta mañana a las cinco —repitió Bobby—. El juez quiere que testifique mañana y es obvio que prefiere conseguir a su nieto esta misma noche. Está claro que tiene prisa. —Hizo una mueca de desagrado—. A saber qué está tramando.

A continuación, D. D. interrogó a Catherine, retenida en el salón de su casa. A Bobby no le permitieron estar presente, de manera que se quedó vagando por el vestíbulo con la intención de poder captar las respuestas de Catherine, amortiguadas tras la puerta cerrada, mientras se preguntaba por qué Copley todavía no había asomado su fea cara.

Catherine y Nathan habían estado ausentes casi todo el día. Eso sí alcanzó a escucharlo, y también buena parte de la declaración de ella. Cuando se marchó dejó activado el sistema de seguridad y todavía estaba encendido cuando regresó. No, no había visto a Prudence en todo el día; supuso que la joven se había marchado por la mañana, antes de que ella se levantase. No, no sabía gran cosa de los lugares, amigos o conocidos que frecuentaba. Sí, tenía un teléfono móvil, que era en el que la localizaba. No, no había intentado ponerse en contacto con ella durante todo el día porque no había tenido ningún motivo para hacerlo.

Catherine no sabía de dónde habían salido las velas. Tampoco sabía cómo había llegado la cuerda hasta allí. En cuanto a la escalera que habían descubierto, ¿tal vez era la del trastero que había en el sótano? Ella no tenía mucha idea de lo que había allí, el sótano era territorio de Jimmy.

La última vez que ella estuvo en el dormitorio principal había sido la noche anterior; estaba preocupada por la seguridad, así que pidió a Prudence que la ayudase a mover la cómoda para situarla delante del cristal roto. No tenía idea de que alguien la hubiera retirado y dudaba que hubiera sido Prudence; aquel mueble pesaba demasiado para que cualquiera de las dos pudiera moverlo sola.

Llegados a ese punto D. D. preguntó en tono irónico si la cámara de seguridad del dormitorio estaba encendida… o si seguía sin saber qué hora era.

Catherine respondió, secamente, que ella no había tocado para nada el sistema de seguridad, pero que sabía a ciencia cierta que no iba a haber imágenes grabadas en el dormitorio principal porque la Policía había incautado todas las cintas de vídeo.

Habiendo acabado en tablas con esa conversación, D. D. pasó a un terreno más neutral.

Prudence llevaba seis meses trabajando para ella, informó Catherine; se la había proporcionado una agencia de Inglaterra. Sí, gran parte de su decisión de contratarla se había basado en el hecho de que era homosexual; que hubiera llegado a aceptar las incesantes infidelidades de Jimmy no quería decir que estuviera dispuesta a fomentarlas.

Opinaba que Prudence era una niñera excelente: callada, trabajadora y discreta. No, no dio la impresión de sentirse muy trastornada cuando se enteró de lo que le había ocurrido a Jimmy. ¿Que si eso no le pareció a ella extraño? Bueno, los ingleses tenían fama de ser muy reservados.

La niñera estaba más preocupada por la salud de Nathan, como debía ser.

¿Había visitado Prudence a Nathan en el hospital? No, Nathan había estado en la UCI, donde solo se permitía entrar a los familiares.

Pero Nathan había pasado dos días en el hospital. ¿Que había estado haciendo Prudence durante ese tiempo? Su jefe estaba muerto y su hijo en el hospital… ¿A qué se había dedicado?

Por primera vez, Catherine titubeó. No lo sabía.

¿Había visto ella a Prudence? La verdad era que no, había estado mucho tiempo fuera de casa, con Nathan en el hospital.

¿Había hablado con Prudence? No mucho.

Así que, de hecho, sí podía ser que Prudence se sintiera bastante trastornada por la muerte de Jimmy. Podía ser que, comprensiblemente, sintiera miedo de quedarse sola en una casa en la que había muerto una persona de un disparo. Tal vez incluso ocultase un amor secreto por Jimmy; era un hombre carismático, encantador y atractivo. También pudiera ser que se hubiera enterado de unas cuantas cosillas. Una joven tan callada, tan discreta… Quizá supiera más de lo que había dicho acerca de lo sucedido el jueves, y eso la dejó profundamente trastornada.

¿Tan trastornada como para romperse ella misma el cuello?, replicó Catherine con calma.

Bobby casi podía escuchar cómo D. D. juraba para sus adentros tras la puerta. Seguro que esa misma noche ella escribiría un informe en el que su nombre no aparecería bien parado. Y con ella volarían los pocos aliados que todavía poseía en el seno de la Policía de Boston.

Aislamiento, pensó. El suyo… el de Catherine. Quería pensar que en su caso se debía a sus propias decisiones. O, ¿de verdad era tan bueno el juez Gagnon?

El interrogatorio llegaba a su fin. Ya quedaba poco más que pudiera preguntar D. D., y poco más que Catherine pudiera responder.

Por fin se abrió la puerta y salió D. D., caminando deprisa y con una extraña expresión de enfado. Él no se molestó en intentar disculparse, pero se situó a su lado mientras ella se dirigía a la salida.

—Apártate de mi camino, Bobby, joder… —le amenazó.

—Yo sé cómo están relacionados los asesinatos —dijo él. Dado que D. D. no iba a preguntarle cómo, continuó hablando—: Para reducir por la fuerza a un hombre hecho y derecho y partir el cuello a una joven hay que ser muy grande y muy fuerte.

D. D. se giró hacia él con sorprendente rabia.

—Esa mujer te tiene bien cogido por los huevos; eras un buen poli y te ha convertido en un puto idiota. En fin, más te vale que al menos disfrutes de buen sexo, Bobby, porque este es el fin de tu maldita carrera.