—Necesito dar parte.
Bobby hablaba con Catherine en voz baja en el salón.
Había cerrado la puerta del dormitorio principal y, tras efectuar una segunda batida alrededor de la casa, acompañó a Catherine y a Nathan al interior de la vivienda. Los detectives de la Policía querrían interrogarlos en la escena del crimen.
Nathan se sentó en el cuarto de estar a ver la televisión. Tenía la boca entreabierta y poco a poco se le iban cerrando los ojos. En breves instantes se quedaría dormido. Mejor para él y mejor para todos.
—No lo entiendo. ¿Prudence se ha ahorcado?
—Eso parece.
Catherine seguía estupefacta.
—¿Pero qué motivo podía tener para ello?
Él vaciló un instante.
—Ha dejado una nota —dijo por fin—, en la que afirma que la muerte de Jimmy la ha dejado destrozada.
—¡Oh, por favor! Pero si a Prudence le importaba una mierda Jimmy. Desde luego él tampoco le prestaba la menor atención… Digamos, simplemente, que ninguno era el tipo del otro.
—¿Qué intenta decirme?
—Que Prudence era lesbiana —sentenció en tono impaciente—. ¿Por qué cree que la contraté? Cualquier otra, con independencia de la edad que tuviera, habría acabado en la cama de Jimmy, aunque solo fuera por deporte.
Él suspiró y se peinó con los dedos. Luego volvió a suspirar.
—Mierda.
—En la nota hay algo más, ¿verdad?
—Dice que no podía continuar viviendo sabiendo quién mató en realidad a Jimmy. —Miró a Catherine a los ojos—. La nota la incrimina claramente.
Catherine escupió su opinión con una sola palabra.
—¡James!
—¿Cree que su suegro ha matado a la niñera?
—Evidentemente, con sus propias manos no, no sea idiota, pero habrá contratado a alguien. O habrá contratado a alguien que a su vez ha contratado a otro alguien… Así es como actúa siempre.
—¿Está acusando de asesinato a un juez?
—¡Por supuesto! Usted no lo entiende, esta situación es perfecta para él; llega la Policía, leen la nota y me detienen. Y acto seguido, James aparece justo a tiempo de asumir la custodia de Nathan.
Él intentó hacerla entrar en razón.
—Señora Gagnon…
—¡Catherine! Yo no soy mi suegra.
—Mire, el juez ya ha iniciado acciones legales contra usted. Creo que ambos estaremos de acuerdo en que, dado el dinero y los contactos que posee, que gane es solo cuestión de tiempo. ¿Para qué iba a tomarse la molestia de arriesgarse a cometer un asesinato?
—Para poder llevarse a Nathan esta noche.
—Señora Gagnon…
—¡Catherine! Usted no sabe cómo es. James quiere tener el control absoluto; sobre el dinero, sobre Nathan y sobre mí. ¿Quién cree que convenció a Jimmy de que estaba maltratando a Nathan? ¿Quién cree que le sugirió que se divorciara de mí? Al juez nunca le he gustado, y a Marianne tampoco. Y ahora quieren quedarse con Nathan, con el dinero… A mí no me quedará nada. Estaré sola.
La expresión de Catherine adquirió un brillo perturbado. Solo dispuso de un segundo para prepararse mientras ella se aproximaba desde el otro extremo de la habitación, directa hacia él. El contacto fue ligero, pero en el mismo instante en que le apoyó el dedo en el cuello abierto de su camisa, todo su cuerpo se puso en tensión y el aire se le congeló en los pulmones.
Catherine bajó la mano y, muy despacio, delineó con las uñas su muslo.
—Sé hacer cosas… Cosas que solo has visto en las películas pornográficas de serie B —murmuró, tuteándole de pronto—. Dime la verdad, agente Dodge, ¿no estás harto de hacer siempre lo mismo y de la misma forma? ¿Nunca te has preguntado cómo sería conocer a una mujer con la que no tuvieras que fingir?
»¿Deseas desgarrarme el jersey y pellizcarme los pezones? Pues hazlo. ¿Te mueres por morderme en el cuello y tirarme del pelo? Adelante. Ni siquiera estás obligado a llamarme después por teléfono ni a hacerme falsas declaraciones de amor.
»Tómame, aquí y ahora. En el suelo, penétrame desde atrás o, si lo prefieres, puedo inclinarme sobre el sofá. Aunque… quizá no quieras follar, tal vez prefieras sexo oral… Por mí, perfecto. O, a lo mejor… —su voz gutural cambió y se volvió más calculadora— quieres hacer realidad una fantasía…
Sin previo aviso, cerró la mano sobre su entrepierna y le estrujó los testículos. Él se encogió como un adolescente inexperto pero, al instante siguiente, su cuerpo respondió a aquel contacto. Ella lanzó una ronca carcajada antes de comenzar a acariciar su erección con la mano izquierda al tiempo que, con la derecha, se echaba hacia atrás la melena.
—¿Te gustaría tirarte a una dulce colegiala? Me pondré la falda a cuadros y calcetines hasta las rodillas… Incluso te dejaré que me pegues con la regla. ¿O prefieres algo más salvaje y pervertido? Cuero negro, botas de tacón de aguja, látigos… ¿Has hecho un sesenta y nueve alguna vez? ¿Alguna de tus novias te ha dejado que le des por culo? Dime, agente Dodge, ¿cuál es tu sueño secreto?
—Basta —exigió él.
Ella simplemente se rio e intensificó sus caricias.
—Oh, seguramente se trata de algo muy especial. ¿Zoofilia, tal vez? Puedo ponerme una cola de cabal o y lanzar unos cuantos relinchos mientras me montas. ¿O es algo peor? ¿Homosexualidad? Ah, ya sé… Algunos hombres se vuelven locos cuando yo escenifico sus fantasías. ¿Es eso lo que quieres, agente Dodge? Puedo repetir cualquiera de los papeles que representé para él; el que sea. Seré la niña y tú podrás ser el pedófilo…
Al principio no lo entendió, estaba demasiado perdido en el momento; la faceta más siniestra de aquella mujer había encontrado un reflejo inesperado en su lado más oscuro. Realmente deseaba arrancarle la ropa. Deseaba tumbarla en el suelo. Deseaba poseerla de forma dura y violenta. Se sentía como si se hubiera pasado la vida entera fingiendo y solo entonces, en aquel preciso instante, por fin fuera capaz de experimentar una emoción verdadera.
Pero, poco a poco, el auténtico significado de sus palabras caló en él y un escalofrío gélido como el hielo lo recorrió de arriba abajo. Sujetó la mano derecha de Catherine, luego la izquierda y, juntas, se las retorció a la espalda.
—Basta —repitió con voz áspera.
—Oh, ya veo que sí te gusta duro…
—Catherine, lo que te ocurrió… no fue culpa tuya —la tuteó él también.
Catherine abrió los ojos asombrada y, aún en la penumbra de la habitación, él distinguió cómo se le dilataban las pupilas. Ella se zafó bruscamente de su sujeción y acto seguido lo abofeteó.
—¡No hables de cosas de las que no tienes ni idea!
No respondió. Tenía la respiración agitada y Catherine también. A continuación, ella dio media vuelta y se alejó, caminando con arrogancia a través de la sala. Su suéter gris resbaló por la curva de su hombro, dejando al descubierto el encaje negro de la ropa interior. Ella tiró de la tela con impaciencia, sin mirarle a los ojos.
Sabía que debería decir algo, pero no fue capaz. Estaba demasiado impresionado; no conseguía ver a la mujer que tenía ante sí, sino a la niña que había sido secuestrada y encerrada a oscuras.
Hacía ya rato que el deseo había desaparecido. Se sentía agotado, casi vacío. Harris estaba en lo cierto; la niña que arrojaron a aquel agujero no era la misma que emergió a la superficie.
—Bien —anunció Catherine en tono cortante desde el otro extremo de la habitación—. Si no quieres hacer esto por las buenas, lo haremos por las malas. Llama a la Policía. Diles que vengan cuanto antes. Y cuando lleguen, verán que tú estás en mi casa. Voy a confesar que somos amantes, que lo somos desde hace varios meses. Que de hecho, lo de disparar a mi marido fue idea tuya; que Jimmy ni siquiera tenía una pistola, porque quien la tenía era yo. Que fui yo quien hizo los disparos de advertencia que escucharon los vecinos antes de que tú llegaras, afirmaras que Jimmy me apuntaba con un arma y le volaras la tapa de los sesos. Será tu palabra contra la mía, agente Dodge. ¿Cómo te sientes ante una condena de veinticinco años en prisión, o incluso cadena perpetua?
—Si antes de las cinco de la tarde de mañana —repuso sin alterarse— no digo al mundo que eras tú quien amenazaba a tu marido la noche del jueves, el juez Gagnon ya ha prometido meterme en la cárcel.
Catherine se mordió con furia el labio inferior.
—¡Pienso decirles que Prudence se acostaba contigo, que por eso se ahorcó! —Le acusó con el dedo—. ¡Tú! Tú eres la persona a la que se refiere en su nota. Ella sabía que tú habías matado a Jimmy, y eso le partió el corazón, porque eras el amor de su vida.
—Esa historia podría ser creíble si Prudence se hubiera ahorcado de verdad.
—¿Qué?
Por fin se apiadó de ella.
—Carece de hematomas en el cuello. No tiene quemaduras producidas por la cuerda ni las uñas rotas por haberse aferrado frenéticamente al nudo. Un ahorcamiento implica una muerte sucia, pero la de Prudence es demasiado limpia.
—Yo no…
—Alguien la ha matado; seguramente rompiéndole el cuello. Después la llevó hasta tu dormitorio y preparó la escena.
Catherine palideció y se tambaleó ligeramente.
—Uuh —murmuró—. Uuh.
—¿Qué?
—Nada.
—Lo cierto es que yo lo he visto de inmediato. Los detectives de la Policía también lo verán.
—¿Y si piensan que la he matado yo?
—Prudence pesaba quince kilos más que tú. No podrías haberla colgado de las vigas tú sola.
—¿Y la nota?
—Si su muerte no ha sido un suicidio, está claro que esa nota no es la despedida de un suicida. A partir de ahí, y por deducción, todo su contenido está bajo sospecha.
—Oh —respondió Catherine con un hilo de voz.
—Prudence ha sido asesinada, Catherine. Ha llegado el momento de llamar a la Policía.
Abandonó el salón para dirigirse al cuarto de estar, donde había visto un teléfono, pero Catherine lo detuvo a mitad de camino, cuando cruzaba la puerta.
—Bobby…
Se volvió. Por primera vez desde que la conocía, parecía genuinamente insegura; frágil.
La contempló sin pasión, sintiendo curiosidad por lo que iba a hacer a continuación. Era una mujer fría y calculadora, no cabía la menor duda de ello. Si él no le hubiera dicho la verdad acerca de la muerte de la niñera, le habría traicionado. Y quizá con el tiempo todavía lo hiciera, pero aún así no era capaz de odiarla. Seguía viendo en ella a la niña maltratada, lo cual seguramente fuera ellas que Catherine se guardaba en la manga; era capaz de hacerse la víctima incluso mientras ponía en acción su siguiente plan de ataque.
—Entiéndeme… —Dejó de disculparse e hizo un ademán con la mano—. No puedo perder a Nathan. No puedo.
—¿Por qué despediste al ama de llaves por darle de comer?
Ella no se sorprendió de que él estuviera al tanto de aquel detalle.
—Tony Rocco había pautado una dieta estricta, sin trigo ni lácteos. Y puesto que cualquier producto elaborado contiene derivados lácteos, desde los cereales hasta el atún, resultaba más sencillo prohibir cualquier tipo de tentempié. Por desgracia, no todo el mundo lo veía de esa manera.
—¿Y lo de meter los pañales sucios en el frigorífico?
—Recogíamos la materia fecal para descartar la fibrosis quística. Pero Jimmy los sacaba y los tiraba a la basura, así que tuvimos que empezar desde el principio varias veces.
—La gente dice que el niño enferma cuando tú estás cerca.
—Nathan está enfermo siempre, Bobby —contestó Catherine con tono cansino—. Pero la gente solo se fija cuando tiene delante a alguien a quien culpar.
—¿Así que está enfermo de verdad?
—Sí.
—Pero Jimmy no se lo creía.
—No. Sus padres le dijeron que yo era la raíz de todos los males, y, conforme pasaba el tiempo, Jimmy fue queriéndome menos a mí y creyéndoles más a ellos.
Él aún tenía que asimilarlo.
—Está bien —dijo con calma, y se fue en busca del teléfono.