EL PRINCIPIO DEL RESTO DE MI VIDA
Los recuerdos me asfixian. Llevo dos horas tratando de conciliar el sueño, pero no puedo. A mi lado, Gabriel duerme encogido. Da la sensación de que se protege de las sombras que llenan la habitación; quizá también de las que habitan dentro de él. No puedo mirarlo; si lo hago algo martillea dentro de mi pecho, de mi cabeza y de cada una de mis terminaciones nerviosas. Es un tictac enfermizo y la certeza de que me estoy enamorando.
No dejo de pensar en mi relación con Álvaro, en ese antes y después. No dejo de pensar en la horrible sensación de pérdida que me desolaba por dentro cuando por fin le dije a mi madre que volvía a estar sola. Estar sola no me da miedo; me da miedo repetir mis errores, enamorarme de alguien emocionalmente inaccesible y dar carpetazo final a esto que me sigue uniendo a Álvaro aún hoy. Me da miedo no volver a querer bien y no ser capaz de ser feliz.
Acabo levantándome de la cama con un mal augurio en forma de nudo instalado en la boca del estómago. Me asomo a una ventana. Casi no hay tráfico en el centro de Ámsterdam a estas horas, solo unas pocas bicicletas. Pego la frente al cristal y siento cómo el frío me calma.
Crónica de una muerte anunciada. Desde el momento en que nos encontramos en la playa. Las circunstancias que nos rodeaban, la forma en la que somos, lo que hemos vivido y lo que viviremos. Todo empuja en esta dirección. Estoy fuera de mi zona de confort; a partir de ahora voy a la deriva. Lo que me queda por delante no es más que un camino que me aleja de Álvaro y de mi vida. Debo decidir si quiero emprenderlo o no. Silvia, siempre has sido muy sincera contigo misma; esto que sientes no da lugar a equívocos.
Me giro hacia la cama. Gabriel ha extendido el brazo hacia el lugar donde hasta hace un par de minutos estaba yo como si me buscara. Pero sigue dormido. Esa sensación, la de que me busca en sueños, me recuerda que yo siempre he ido dando palos de ciego en mi vida, buscándome también a mí. Mi carrera profesional, mis relaciones familiares, mi vida amorosa. Nada es lo que parece porque en realidad no es lo que quiero. Me conformo con lo que me dan por miedo a salir a buscar lo que realmente deseo.
Respiro hondo y me acerco de nuevo a la cama; me tumbo a su lado y le abrazo. Gabriel parpadea.
—Hola… —dice con voz somnolienta—. ¿Qué haces despierta, nena?
«Decidir mi suerte», pienso. Pero no le contesto. Le beso en la frente y después me acurruco con él, apoyada en su pecho.
—Deja de pensar —susurra—. Cuidaremos el uno del otro.
Sonrío. No sé cómo lo vamos a hacer. No sé si no habrá demasiadas asignaturas pendientes. No sé si no nos quedaremos por el camino. Lo único que sé es que me cansé de estar siempre persiguiendo a Silvia.
Y ahora empieza de verdad mi historia.