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VOLANDO

No me lo puedo creer a pesar de que estoy en el aeropuerto esperando para facturar. Pero aún no me lo creo. Tengo un billete en la mano: Madrid-Los Ángeles. Creo que mi madre aún está tratando de tranquilizarse. Y eso que le conté una trola de impresión. La versión para mi familia es que como estoy harta de ver a Álvaro y estoy buscando otro trabajo, necesito aprender inglés; me voy dos semanas a Los Ángeles a una escuela especial que además de enseñarte a desenvolverte perfectamente en inglés, está tan tirada de precio que me la puedo permitir. Mis mentiras no tienen fin. Aunque, bueno, barato me ha salido. Fue Gabriel el que me hizo llegar el billete la semana pasada para fastidio de Álvaro, que desde lo de mi casa no es que me hable con mucha alegría. Me va a venir genial distanciarme de toda esta mierda. Sí que es cierto que he cogido los billetes para dos semanas cuando podía haberlo hecho para tres. Le pedí a Gabriel que lo hiciera de ese modo para evitar aborrecernos el uno al otro. Así es mejor.

Cuando llego a la ventanilla y le doy los papeles de la reserva a la chica, esta los mira con el ceño ligeramente fruncido y sonriéndome me dice que me he equivocado de mostrador. Se gira y le pide a una compañera que me atienda. Es la del mostrador de viajeros de primera clase y business. Maldito Gabriel. Cómo le quiero.

Después de facturar la maleta (que parece una autocaravana) me voy con mi bolsa de mano con intención de sentarme en la sala VIP a esperar que salga mi vuelo. Tengo ganas de llegar, sentarme, respirar profundamente y llamar a Gabriel. En ese momento suena el teléfono en mi bolsillo y lo cojo segura de que es él.

—¿Sí?

—Silvia. —El jodido Álvaro—. ¿Dónde estás?

—De camino a la sala VIP.

—Joder… —murmura—. ¿Puedes esperar?

—¿A qué? —pregunto.

—A que te encuentre. Quiero despedirme.

Cuelgo. No quiero saber nada. Maldito hijo de la gran puta. No me jodas la marrana. ¿Voy a ir llorando todo el vuelo? ¡¡Que voy en primera!! ¡¡En primera no se llora y está terminantemente prohibido ser infeliz!!

Me dirijo corriendo al control de seguridad con la esperanza de no encontrármelo. No me jodas; es agosto. Barajas está a reventar de gente que sale de viaje. Entonces ¿cómo es posible que lo vea venir? Debe de ser el puto karma. En mi anterior vida debí ser una persona horrible. Me escabullo por la cola confiando en que él no me haya visto, pero… me parece a mí que no he tenido esa suerte.

—¡Silvia! —dice corriendo hacia mí con sus largas piernas.

—No, no, no —murmuro.

Las chicas que están delante de mí me miran alucinadas. Claro, yo también lo haría si viera a alguien intentar huir de ese pedazo de tío. Me dan ganas de decirles alguna barbaridad, del tipo: «Me pega», pero no quiero frivolizar con ese tema porque es muy serio y estoy muy sensibilizada con ello. Y lo digo de verdad. La violencia de género es una lacra con la que se frivoliza a menudo, pero mata a más de cincuenta mujeres al año en nuestro país.

Así que les digo que le gusta follarse a enanos travestís y me quedo más ancha que larga. Así soy yo. Ellas ya no lo van a mirar de la misma manera y de hecho se echan a reír cuando llega a mi lado con la respiración entrecortada. Las mira un segundo y después vuelve a fijar los ojos en mí.

—¿Por qué huyes? —me dice con el ceño muy fruncido.

—Porque no te quiero ver —confieso—. Y porque a saber a cuántos enanos te has follado esta noche.

Las chicas se echan a reír a coro. Son dos rubias que tienen que ser hermanas por obligación, una chica con el pelo castaño y gafitas de pasta granates y otra rubia más baja de ojos claros con unas tetazas enormes.

—Pero ¿qué dices? —me pregunta en su habitual tono de voz «ya está Silvia diciendo sandeces» que esta vez acierta, cosas de la vida.

—Que no quiero verte —contesto con desdén—. Que no quiero que vengas a despedirte de mí. ¿Crees que no sé lo que intentas? Es como cuando te presentaste en mi casa antes de que me fuera de fin de semana con Bea. Es tu meadita, tu marcaje de territorio. Pero aquí no puedes follarme, ¿sabes? —Las chicas se interesan y una de las rubias mira sin disimulo alguno y la boca abierta. Ahora que la miro…, qué cabeza más pequeña… Silvia, concéntrate—. Y aunque pudieras echarme un polvo aquí me da igual, Álvaro. Ya basta. Me voy a ver a Gabriel, que es mi amigo, pero aunque fuera un semental y mi próximo amante, no puedes hacer esto. ¡Porque me dejaste tú!

—No grites —me pide—. Solo quería despedirme, Silvia.

—¡No! Nunca quieres lo que parece. Siempre quieres algo más, algo retorcido que termina conmigo hecha una puta mierda. Vete ya y déjame coger el avión en paz. —Me giro y cruzo los brazos en el pecho.

—Silvia… —dice en un susurro—. ¿Puedes venir un momento?

—No. No quiero perder mi sitio en la cola.

La otra rubia, la que tiene el pelo liso y unas pequitas sobre la nariz, se gira y me dice que ellas me guardarán el sitio. La fulmino con la mirada. No tía, has debido de perderte algo de la discusión: le gusta tirarse a enanos travestidos. Bueno, sí, que no es verdad, pero un poquito de corporativismo femenino, tía, que se ve a kilómetros que esto me duele. Me alejo hacia donde se ha apartado Álvaro y evito mirarlo, con los brazos aún cruzados en el pecho.

—Mírame —me pide. Levanto los ojos hasta él y me sonríe. Me sonríe con tristeza—. Tienes razón. Siempre tienes razón. Menos cuando intentas cosas temerarias y absurdas, como robar un coche. Entonces no. Pero… ahora la tienes y yo… quiero arreglarlo, Silvia.

—¿Qué es para ti arreglarlo?

Álvaro suspira.

—Ve. Diviértete. Pásalo bien. Pero vuelve. Estaré pensando en ti. Démonos estas dos semanas para pensar y para tranquilizarnos. Y cuando vuelvas… intentémoslo. —Su mano derecha me envuelve la cintura y la izquierda me coge del cuello—. ¿Puedo besarte? —dice acercándome a su boca.

—¿Qué tipo de beso vas a darme?

—Uno de amor —contesta.

Cierro los ojos y Álvaro aprovecha para besarme profundamente. Sé que tenemos clavados encima un montón de pares de ojos, pero le abrazo y él me aprieta contra su pecho. Después me besa la frente y apoyándola en la suya dice:

—Dime que me quieres…

Miro al suelo. Dime que me quieres. Maldita sea. ¿Y cuándo me lo va a decir él? ¿Es que soy gilipollas? ¿Es que voy a repetir todos mis errores otra vez sin preguntarme ni siquiera si quiero hacerlo? ¿No he aprendido nada? ¿No es para esto para lo que se supone que pasan estas cosas?

—Dímelo tú —le contesto volviendo a mirarle.

—Silvia…, ya lo sabes.

—Yo no sé nada —le replico negando con la cabeza—. ¿Quieres decirme que nos queremos pero que hemos pasado seis meses en el infierno porque uno de nosotros es un cobarde? —Álvaro mete las manos en los bolsillos de su pantalón chino y se muerde nervioso el interior del labio—. ¿Tú eres consciente de por qué me dejaste y cómo me dejaste? ¿Eres consciente de todas las cosas que me dijiste? —Y sé que me tiembla un poco la voz.

No contesta. Ahora aprieta los labios uno contra el otro convirtiéndolos en una delgada línea blanquecina. Y aunque preferiría decir alguna tontería, reírme y ponerme la coraza otra vez, no tengo ganas de fingir nada. Debo ser adulta.

—Tú y yo nos queremos, Álvaro, pero nos queremos mal. Yo porque te quiero demasiado y me ciegas. Tú porque al que no quieres una mierda es a ti mismo y esa es la base del problema. Vale, volvemos, lo arreglamos. Y después ¿qué? ¿Qué pasará cuando tu madre diga cosas como que soy una princesa de barrio y que te has debido de volver loco?

—Mi madre no tiene por qué saber lo que hacemos tú y yo —dice por fin.

—Lo que me faltaba.

Y para él arreglarlo es esconderme de todo el mundo otra vez. Esto va a acabar conmigo. Vuelvo hacia la cola y él se acerca, manso. Me coge las manos, me pide por favor que le dé un segundo…, pero no. No. Niego con la cabeza y vuelvo a meterme detrás de las cuatro chicas, que ahora me miran con ternura. Me despido de Álvaro.

—Te veo a la vuelta. Ya te llamaré.

Él no dice nada. Solo se queda allí, mirándome. Si no fuera porque le conozco bien, diría que está a punto de echarse a llorar. Pero Álvaro no llora. Ni aguanta que la gente llore a su alrededor.

Paso el control de seguridad lo más rápido que puedo y me voy hacia la sala VIP donde me siento, me encojo y decido ser fuerte. Pongo la mente en blanco y casi olvido que quería llamar a Gabriel y escuchar su voz antes de subirme al avión, pero me vibra el móvil en el bolsillo. Dos veces. Echo un vistazo. Tengo un mensaje y un whatsapp. El mensaje es de Álvaro: «No me odies». Tarde. Te aborrezco. No haces más que complicarme la vida y hacerme infeliz. Solo pides. Nunca das.

El whatsapp es de Gabriel. Sonrío y me burbujea algo en la tripa, como un montón de esas mariposas que dicen que sientes cuando eres feliz.

«¿Está usted en la sala VIP, señorita? Espero que tengas un buen vuelo y que cuando llegues tengas muchas ganas de hacer cosas absurdas conmigo. Te voy a llevar a comer tortitas a un sitio que va a hacer que te desmayes. Estoy impaciente. Ojalá hubieras cogido el vuelo ayer. Ya te tendría aquí».

Y decido no pensar en nada más. Adiós, Álvaro. Me doy vacaciones de ti.