18

BESOS Y RAÍCES

Alvaro volvió de la cocina con una botella de agua fría en la mano. Llevaba puestos solamente los vaqueros y sabía, porque estaba delante cuando se los había colocado, que no se había puesto ropa interior. Además, se le intuía demasiado cuerpo y vello a través de la cinturilla desabrochada. Estaba espectacular. Se apoyó en la puerta a beber mientras yo me fumaba un cigarrillo en la cama, envuelta por la sábana. La única luz encendida de la habitación era la de la mesita de noche.

—A lo mejor debería irme —dijo con una sonrisa provocadora. Supongo que él ya sabía que yo me iba a enamorar—. A lo mejor eres una de esas depredadoras sexuales que una vez han terminado quieren estar solas.

—Eso depende. ¿Puedes repetir?

—Claro. —Sonrió.

—Pues entonces quédate. —Apagué el cigarrillo y me levanté para ir al baño pero me cazó por el camino, desnuda como estaba, y me llevó de nuevo a la cama—. ¡Para! ¡Que me hago pis! —me quejé.

—Más gusto te dará cuando te folle —dijo, satisfecho, al tiempo que se quitaba los vaqueros y alcanzaba un preservativo.

—¡No te he dicho que quiera! —Pataleé, riéndome.

Álvaro se tumbó sobre mí y le rodeé con las piernas. Su mano derecha empujó la erección en mi interior y eché la cabeza hacia atrás.

—Te dije que te follaría hasta que te doliera ponerte la ropa interior —susurró mientras me besaba la barbilla.

No contesté. Me concentré en las embestidas duras y secas de su cadera y en el placer que me daba. Le clavé las uñas en la espalda y gemí.

—Qué ganas te tenía… —Sonrió—. Cada vez que entras en mi despacho quiero arrancarte las bragas y follarte. Dime que te gusta…

—Me gusta… —murmuré.

—¿Qué te gusta?

—Sentirte dentro —gemí y me mordí el labio inferior, provocándole con la mirada—. Y que lo hagas fuerte.

—¿Que te folle duro? —Sonrió, mordiéndose también el labio inferior.

—Sí —asentí.

Se levantó sacándola de golpe y me dio la vuelta, poniéndome boca abajo. El peso de su cuerpo me aplastó levemente sobre el colchón.

—Levanta el culo. Te voy a follar fuerte desde atrás, como te gusta.

Él pedía y yo cumplía. Me agarró las caderas y empezó a empujar con fuerza. En esa postura la penetración era mucho más profunda y hasta me dolía, pero era un dolor que me gustaba.

—¿Quieres que te folle más fuerte? —volvió a preguntar.

—Sí —respondí entre dientes.

—Dilo más alto.

—Sí —grité.

Me cogió el pelo, recogiéndolo en una coleta dentro de su mano, y tiró suavemente de él. Me encantaba.

—Venga…, córrete.

Me llevé la mano entre las piernas para acariciarme pero la apartó con una caricia.

—Si soy capaz de hacer que te corras lamiéndote la espalda, soy capaz de hacer que te corras ahora.

Volcó parte del peso de su pecho en mi espalda y fue empujando más lentamente, deslizándose dentro de mí. Sus manos me agarraron de los hombros, llevándome con fuerza hasta él. Después con la mano derecha me cogió la cara y dos de sus dedos se colaron dentro de mi boca.

—Venga… —pidió—. Estoy a punto.

—Ya… —murmuré al sentir ese cosquilleo previo.

Un momento álgido de cinco o seis embestidas brutales, un grito ahogado en la almohada y ese momento tan dulce, escurriéndose de entre mis muslos.

Cuando escuché que él también terminaba, me eché sobre el colchón y él lo hizo conmigo, dejando parte del peso encima de mí. Se tumbó boca arriba otra vez y suspiró fuertemente. Me giré a mirarlo y él tiró del condón húmedo y lo dejó caer sobre la mesita de noche.

—Guau… —le dije.

—Y que lo digas. —Sonrió—. ¿Eres así siempre?

—¿Yo? —Me reí.

Y por primera vez un beso suyo en mi hombro me hizo sentir menos sexual y más sentimental, aunque me incomodara. No me gusta demasiado que me toquen después del sexo. Me siento vulnerable y necesito un momento para mí.

—Silvia…, sobra decir que… —susurró.

—Lo sé, seré discreta —dije jadeando aún.

—En el trabajo… es complicado.

—Lo sé.

—Si se enteraran…

—Lo sé, lo sé. No te preocupes. No se lo diré a nadie.

Le sonreí a pesar de que esos comentarios no me hacían sentir ni segura ni cómoda. Álvaro me acarició el pelo revuelto y me besó en los labios.

—Pero… —dijo con voz suave— podemos seguir viéndonos.

—¿A qué te refieres con «viéndonos»?

—A salir a cenar, a tomar una copa, a hacer esto…

—¿Es tu versión de «vamos a salir juntos»? —Me reí con una carcajada infantil.

—No. Solo es un viéndonos. —Y arqueó la ceja más serio, como dejándome claro que aquel era el límite de nuestra relación, que no iba más allá.

Bueno, tendría que habituarme a que, a pesar de lo diferente que parecía Álvaro fuera de la oficina, al fin y al cabo en la toma de decisiones era igual. Si sabía cómo torear ese toro en una plaza concreta, no tendría problemas en saber hacerlo en otra, ¿no?

—Pues podemos probar. —Y me sentí pletórica por el tono tan despreocupado en el que lo dije.

Ese chico tan guapo que, además, follaba como un Dios y que decía cosas superpervertidas quería repetir, quería verme fuera de la oficina. Me mordí el labio, me di la vuelta y me enrosqué con la sábana, cerrando también los ojos. Álvaro se acercó, se acopló a mi cuerpo por detrás y me besó en la nuca.

—¿Sabes? Abrazarte es como imaginé —susurró.

Oh, oh. Tonta a punto de enamorarse perdida e incondicionalmente a la una, a las dos…

—¿Qué dices…?

—No te hagas la sorprendida. Ahora que hay confianza debería pedirte, por favor, que dejes de aparecerte en mis sueños.

A las tres.

Me desperté con la nariz de Álvaro deslizándose por mi cuello. Pensé que ese chico iba a terminar partiéndome por la mitad y me resistí a abrir los ojos. Entraba mucha luz en la habitación y yo quería dormir un ratito más. Después un apéndice de su cuerpo con mucha vida se me pegó al muslo y él me mordisqueó la oreja.

—Mmmm… —me quejé.

—Silvia… —susurró.

—¿Qué? —contesté de mala gana.

—Despierta. Me apetece mucho darme una ducha contigo… —Me giré y sonrió—. Buenos días.

—¿Ducha? —balbuceé.

—Ducha. Y sexo. Mucho sexo. Después café.

Me tumbé boca arriba y traté de espabilarme. Era Álvaro el que estaba pidiéndome una ducha, mucho sexo y un café. Qué de vueltas da la vida…, y esta vez era la vida, no mi cabeza después de una resaca brutal. Álvaro se subió sobre mí y comenzó a besarme el cuello. Madre de Dios, este hombre no tenía nunca bastante.

—Hay problemas logísticos en tu plan —le dije.

—¿Qué problemas?

—¿Te vas a dar una ducha sin tener ropa limpia que ponerte? —Le miré—. Tu plan tiene flecos. Soluciónalos mientras yo duermo un poquito más. —Me giré hacia mi rincón y volví a arremolinarme contra la almohada.

—No. No tiene flecos. No vamos a ducharnos aquí. Coge una muda.

Y desnudo, en todo su esplendor, se levantó de la cama y empezó a vestirse.

Entré en su casa mirándolo todo. Siempre había querido saber cómo era. Pensaba que me hablaría de él y me diría todas esas cosas que parecía mantener alejadas del trabajo. Aunque ahora iba a tener la oportunidad de acercarme.

Álvaro me adelantó y entró en el dormitorio. No era una casa grande, pero tenía dos habitaciones, una de ellas un despacho; había también un salón independiente, una cocina suficientemente amplia y un cuarto de baño. Toda la casa estaba distribuida alrededor del salón, de modo que no tenía demasiado pasillo y parecía bastante nueva, o al menos reformada. Antes de que pudiera cotillear un poco más, Álvaro me llamó desde el dormitorio.

Entré y miré. Era todo tan… impersonal. Me dio la sensación de entrar en una habitación de hotel. Los muebles de línea muy sencilla, una cama perfectamente hecha con sábanas blancas, un equipo de música y poco más. Solo un cuadro con una fotografía de la figura del Empire State Building recortándose sobre un atardecer.

—Silvia… —dijo otra vez y me giré hacia él—. Ven…

Me acerqué y dejé el bolso con mi muda a los pies de la cama. Me envolvió con sus brazos y nos besamos. Los dos sabíamos a pasta de dientes. Nos habíamos cepillado los dientes en mi casa, él con mi cepillo de recambio. Parecíamos una pareja. ¿Podía ser real?

Su lengua me invadió la boca y acarició lentamente la mía, trazando círculos a su alrededor. Sus labios pellizcaban también los míos, humedeciéndolos, y pronto una de sus manos fue bajando, cerrando los dedos alrededor de mi pecho izquierdo (el grande). Ji, ji, ji; me reí mentalmente al notar las cosquillas que me provocaba su lengua, paradójicamente, bastante más al sur de donde estaba. Su erección no tardó en presionarme la cadera y le entraron las prisas por ir a la ducha.

Dejamos la ropa tirada en el suelo y nos metimos los dos debajo del chorro de agua templada. Eso fue algo a lo que me tuve que acostumbrar con Álvaro. El agua de la ducha nunca era caliente. Siempre se quedaba en el camino entre una cosa y otra. Pero si tenía frío, podía apretarme contra él. Y fue lo que hice. Lo agarré por detrás, pegué mi cara a su torneada espalda y con las manos le acaricié el vientre. ¿Cuándo tenía tiempo de trabajarse ese cuerpo?

Álvaro no utilizaba esponja, como yo. Eso me gustó. Siempre he tenido muy mala impresión de las esponjas. Me parecen nidos de bacterias y al final me da asco hasta tirarlas. Así que se convierten en mis compañeras de piso hasta que decido pedirle a alguien el favor de que se deshaga de ellas por mí. No tengo valor para mirarlas a la cara antes de enviarlas al cadalso.

Álvaro cogió el gel de ducha, se llenó la palma de la mano y me pidió que me quedara quieta. Frotó una mano con la otra para crear espuma y me las pasó después por los pechos, resbalando sobre ellos. El tacto de sus dedos sobre mis pezones me hizo morderme el labio inferior. Pasó las manos por mis brazos y bajó al vientre. La respiración automáticamente se me aceleró. Su mano derecha se metió entre mis piernas y empezó a hacer más espuma con la fricción. Me sostuve sobre él con los ojos cerrados, suspirando. Su mano siguió por abajo hasta notar mi propia humedad y sonrió. Después me abrazó y nos besamos. Sus manos fueron por mi espalda hasta mi trasero, por donde pasó, primero una vez y después otra, hasta hacerme dar un saltito de la impresión. No es que me sorprendiera. Sé muy bien la fijación que tienen los hombres con esas cosas que son socialmente «tabúes», pero me tranquilizó que no ahondara en el tema, porque aún tenía que decidir si esas atenciones ahí me gustaban.

Llegó su turno y fui yo la que llené mi mano de jabón. Seguí el mismo recorrido que el que había seguido él, tratando de que no se notara que me temblaban ligeramente las manos. Todo aquello, tan íntimo, me estaba poniendo un poco nerviosa.

Masajeé su pecho, sus brazos, seguí movimientos rutinarios y por un momento me dio la impresión de que habíamos perdido el tono sensual y que yo parecía estar lavando a un niño que no sabe hacerlo solo. Cuando solté su brazo y dejé que lo extendiera a lo largo del torso, Álvaro se echó a reír. Su pene amenazaba constantemente con izar las velas, pero se quedaba en estado semirreposado, así que me imaginé que lo que quería era más atención. Pobrecito, ahí colgado y nosotros sin hacerle caso. Angelito. Lo cogí con una mano y Álvaro dejó escapar un poco de aire a trompicones. Lo acaricié, con las manos llenas de jabón, en un movimiento rítmico de arriba abajo, hasta que estuvo duro y sensible. Álvaro casi jadeaba y me pregunté si no tendría que terminar lo que había empezado. Pero era más divertido no hacerlo.

—Por aquí parece que ya está todo limpio.

Abrió la boca, con los ojos cerrados, y dejó escapar una carcajada seca. Después repetí lo mismo que él había hecho conmigo por la parte de detrás y la reacción de Álvaro fue la de apretar las nalgas.

—Donde las dan, las toman. —Y le miré, hacia arriba, porque era muy alto y yo sin tacones… no tanto.

Álvaro me levantó a pulso y le rodeé con las piernas.

—Quiero lamerte entera —me dijo con los ojos entornados por el deseo.

—No mientas. Lo que quieres es que lama yo.

—Yo no quiero que me lamas. Quiero que te la tragues toda. —Sonrió, muy macarra.

—Cuánto daño ha hecho Garganta profunda.

—¿La has visto?

—Claro, es un clásico.

—Pues espero que hayas aprendido mucho viéndola, porque me gusta profundo y húmedo.

Me eché a reír y seguimos besándonos un rato hasta calentar el ambiente mucho más. Él cerró el agua de la ducha de golpe y, salí envolviéndome con una toalla. Me miré en el espejo y, aunque me había recogido el pelo para no mojármelo, tenía la coleta empapada. No era lo único.

Fuimos desnudos y aún mojados por el pasillo, hasta llegar a su cama, donde me eché. Él se quedó de pie delante de mí.

—Tengo un capricho —dijo.

—¿Y cuál es ese capricho y cómo puedo yo satisfacerlo? —contesté con sorna.

—Tócate —respondió—. Tócate tú sola. Quiero verlo.

No me lo pensé mucho. Me acaricié por el estómago hasta llegar al pubis. Abrí las piernas. Después me toqué, despacio. Me parecía todo tan brutalmente sensual…

—¿Lo haces cuando estás sola? —preguntó sin apartar la mirada. Asentí—. ¿Lo has hecho alguna vez pensando en mí?

—Sí —contesté con la respiración entrecortada.

—¿Y en qué piensas?

—En ti, en que me tocas, que me lames, que me follas…

—¿Y qué más?

—Joder… —Eché la cabeza hacia atrás.

Su mano se acercó e introdujo un dedo dentro de mí y después dos. Gemí y él metió, sacó, metió y sacó sus dedos.

—¿Por qué estás tan húmeda? —Y se dibujó una sonrisa en su boca.

—Porque me gustas mucho —contesté sin parar de tocarme, acelerando un poco la caricia.

—¿Te vas a correr para mí?

—Si tú quieres, sí. Pero luego tendrás que recompensarme.

—Hecho. —Y los ojos volvieron a centrarse en mi entrepierna.

Y a pesar de que no estaba tocándose, su erección no había menguado.

Subí un poco por la cama hasta apoyar la cabeza en la almohada y él se quedó de rodillas a los pies del colchón. Cuando mis dedos se aceleraron, junto con la respiración, Álvaro se acarició un poco, suavemente. Se mordió el labio.

—Así, nena…

Y el «nena» me excitó tanto que mi mano ya no podía frenar. Empecé a removerme. Miré hacia el techo y me corrí retorciéndome. Aún no me había recuperado cuando Álvaro tiró de mi mano y me incorporó. Cuando quise darme cuenta la tenía dentro de la boca. Estaba húmeda y dura. Succioné, moví los labios, apretándolos contra su piel, y después me incliné y me alejé, metiéndola y sacándola. Sus manos me cogieron de la cabeza y me apretaron hacia él.

—¡Joder! —gimió.

Saboreé la punta, la tragué entera y a pesar de estar en aquella postura tan incómoda, de que me sostuviera tan firmemente con sus manos y de que fuera su cadera la que provocara el movimiento, sentí una sensación de poder que volvió a excitarme. Continué succionando, lamiendo y succionando otra vez. Álvaro gemía con los dientes apretados. La saqué del todo y él volvió a meterla casi de golpe. La saqué de nuevo del todo, juguetona, y la segunda vez que seguí esos movimientos, sin previo aviso, se corrió, derramándose por entero dentro de mi boca. Mi primer impulso fue apartarme, pero él me sujetó mientras, con los ojos cerrados, terminaba de descargar. Después se deslizó de entre mis labios y se sentó.

Me quedé mirándolo con los ojos muy abiertos y la boca cerrada mientras él, con una de sus manos apoyada en la cama, respiraba trabajosamente. Estupendo, y ahora ¿qué? Tenía la boca llena. ¿Iba a vomitar? Me levanté sin decir nada y fui al baño, donde escupí. Siempre pensé que me daría más asco llegado el momento. A Sergio, mi ex, se le había ocurrido un par de veces proponérmelo, pero jamás le dije que sí. Vale, a Álvaro tampoco le había dado nadie permiso, pero, bueno…, algún día tenía que ser el primero. Al menos no me había acertado en un ojo o se había quedado colgando de una ceja. Hice gárgaras con agua y bebí un buen trago después. Volví a la habitación y lo vi tumbado, con el antebrazo bajo la cabeza. Hizo un mohín y a continuación una mueca.

—Perdona —susurró—. Me pudo la emoción.

—Ya lo noté. —Me acaricié los labios, algo incómoda, y después, decidida, me puse las braguitas—. Y no era mi idea de desayuno, ¿sabes?

Frunció el ceño.

—No suelo… hacer estas cosas. Al menos no sin previo aviso, pero…

—No era algo que me hiciera especial ilusión. Pero no te preocupes, me sirve ya de regalo de cumpleaños. —Me reí cortada, mientras me apartaba un mechón húmedo de la cara—. Te agradecería que en próximas ocasiones me avisaras…

Me tumbé a su lado y miré al techo.

—De verdad que lo siento. Espero que no haya sido muy desagradable —dijo acariciándome la mejilla.

Ese gesto me enterneció.

—Nuevo. —Me reí—. Pero, insisto, avísame la próxima vez, ¿vale?

Levantó la mano y me dio su palabra de honor.

—Y oye…, ¿hay algún capricho que yo pueda satisfacer? Para recompensarte.

Arqueé una ceja y asentí. Bueno, al menos iba a recibir una gratificación a cambio de aquello. Álvaro se incorporó y yo abrí las piernas, flexionando las rodillas.

—Me he quedado con ganas de más —respondí juguetona.

Si al final pasaba de mí después de aquello al menos me quedaría con el recuerdo de que tuve su cabeza entre mis muslos.

—Encantado —dijo mientras se agachaba—. Me dejé el postre.

Me quitó las braguitas de nuevo y me mordí el labio cuando metió la lengua en el vértice de mis piernas y la pasó de arriba abajo. Le agarré el pelo y metí los dedos entre sus mechones espesos, mientras gemía. Él pasó los brazos por debajo de mis muslos, rodeándome las caderas, y me acercó más a su boca. Y su lengua se movía y hacía virguerías.

—Oh… —le dije cuando llegó a un punto estratégico—. Oh, joder…

Me miró desde allí abajo con suficiencia. Su mano derecha abandonó mi muslo y metió dos dedos dentro de mí.

—Para, para, que me corro —gemí.

—Eso es lo que quiero, querida —dijo separándose de mi cuerpo un momento.

Arqueé la espalda y, agarrando un puñado de sábanas, tiré de ellas desmantelando la cama perfectamente hecha y me corrí en un alarido. Cuando estuve demasiado sensible para recibir ninguna caricia le tiré un poco del pelo.

—Ya.

Se levantó, se pasó el antebrazo por la boca y me sorprendió ver que se había vuelto a empalmar. Joder. ¿No íbamos a salir de la cama en todo el día?

—¿Y ahora qué hacemos con eso? —dije señalándole.

—No, princesa. —Se rio—. Soy humano. Esto… bajará.

Nos sentamos en la mesita de una pequeña cafetería en la calle Lope de Vega y pedimos un brunch. Esas cosas tan modernas me fascinan. Brunch. Vamos, un desayuno tardío. Yo me pedí la opción dulce y él la salada, con la intención de comer la mitad cada uno. Disfrutamos de una taza de café, que nos sirvieron enseguida. Apoyé los pies, por debajo de la mesa, en una de sus rodillas y, acomodándose, Álvaro alcanzó el periódico y se puso a hojearlo mientras yo hacía lo mismo con el dominical. Le miré por encima de la revista y él me miró, sonriente.

—¿Qué? —preguntó mientras desanudaba con una mano una de mis zapatillas playeras—. ¿Por qué me miras así?

Me quitó la zapatilla y yo moví los deditos dentro del calcetín de colores. Él me masajeó el pie y yo me mordí el labio con placer.

—¿Lo haces todo tan bien?

—Pues aún no me has visto cocinar.

Seguí con la revista, leyendo un artículo sobre los guerreros de terracota de Sian. Una excavación reciente había encontrado unas doscientas figuras más. Álvaro movió mi pie y me hizo notar una erección. Le miré, apartando la revista.

—Qué cara más dura tienes. —Me reí.

—Yo solo te aviso de lo que hay.

—¿Cuánto tiempo llevabas cargando los tanques? —y cuando acabé de decirlo sus dedos se movieron sobre la planta de mi pie sensualmente.

—Algún tiempo. ¿Por? ¿Has tragado mucha agua cuando te has puesto a bucear?

Le di una patada con el pie que no estaba acariciándome.

—¿Cuánto tiempo llevabas sin…?

—¿Sin follar?

—Álvaro, el local es pequeño y los de la mesa de detrás aún deben de estar alucinando con tu símil sobre el buceo.

—Un mes —respondió volviendo al periódico.

—¿Y quién…?

—Una chica.

—Ya. Bueno…, no es demasiada información, ¿no?

Sonrió, pero no contestó. Después me miró otra vez y me preguntó cuánto llevaba yo.

—Pues… —Me sonrojé—. Mucho.

—¿Cuánto es mucho?

—¿Cuántos años tengo?

—Que yo sepa, veinticinco —comentó.

—¿Y tú?

—Treinta y uno, pero eso no contesta a mi pregunta.

—Un año largo. —Se rio, acercando la taza de café a sus labios—. ¿De qué te ríes? Ya me había acostumbrado…

—Pues olvídate de esa rutina. Yo querré hacértelo todos los días. —Levantó las cejas.

—Contra el vicio de pedir está la buena virtud de no dar.

—No hay nada que no me vayas a dar —dijo soltando el periódico—. Ya no puedes decir que no.

Álvaro, el clarividente…