10

LA NOCHE

Me di cuenta de que estaba roncando porque me desperté con la vibración de mi propia garganta. Me removí destapándome una pierna y miré la hora pulsando el botón de luz de mi reloj Casio metalizado. Eran las tres y media de la mañana. Escuché un carraspeo y me giré hacia el lado en el que se había acomodado Álvaro; tenía las manos bajo la nuca y miraba al techo.

—¿Estás despierto? —pregunté con voz pastosa.

—Sí —dijo sin mirarme.

—Lo siento…, no…, no suelo roncar pero… debí de dormirme con la boca abierta y…

—¿Cómo? —Giró su cabeza hacia mí y después sonriendo añadió—: Ah, no, no es por eso. Es que me cuesta dormir.

—A lo mejor es por lo de la cama. Es grande, pero al no ser la tuya… —susurré mientras me frotaba los ojos—. Me siento fatal.

—No te preocupes y vuelve a dormirte.

—No, me he desvelado. Cuéntame algo.

—¿Qué quieres que te cuente? —Y al mirarlo, vi que sonreía.

Álvaro echado en mi cama, a mi lado, con el pelo revuelto y los ojos grises con las pupilas muy dilatadas era una visión de otro mundo. Envidié a la chica que lo tuviera. Seguro que había una chica. No podía ser que estuviera solo. Suspiré.

—Pues no sé. Cuéntame cómo es tu novia, por ejemplo —dije así, de golpe.

—No tengo novia, Silvia. Si la tuviera…, no estaría aquí.

Nos miramos y yo asentí. Claro. Qué novia con dos dedos de frente iba a dejar que semejante hombre fuera compartiendo cama con sus subordinadas en el trabajo. Aunque, si me fiaba de lo que él decía, nosotros éramos más que eso. Nos caíamos bien.

—Bueno, pues cuéntame cómo sería si la tuvieras. En plan cuento.

—Eres de lo que no hay. —Álvaro se echó a reír entre dientes—. Esto ya es suficientemente raro como para que encima lo mejoremos con cuentos.

—Dime al menos, no sé, cómo era tu ex…

—¿Mi ex? Pues era… seria, alta, delgada, morena…

—¿Y dónde se compraba la ropa? —pregunté a sabiendas de que la respuesta sería Hoss Intropia.

—Pues no sé…, no entiendo de esas cosas.

—¿Llevaba blusas o camisetas?

—Blusas casi siempre.

—¿Y por qué lo dejasteis? Te pega mucho salir con una de esas chicas que usan blusa.

—Nos estamos poniendo un poco íntimos, ¿no? —y al decir esto se giró y me sonrió.

Me dieron ganas de contestarle que para mí ponerse íntimo era otra cosa bien distinta, que si quería, yo le enseñaría. Pero me abstuve.

—Tú no puedes dormir y yo me he desvelado. Si quieres te cuento yo mi última relación, pero creo que con eso solo conseguiría que no volvieras a dormir nunca…

—Es que no sé por qué lo dejamos. Pues no sé. Cosas que pasan, supongo.

Nos callamos los dos. Suspiró y cerré los ojos. Cuando volví a abrirlos habían pasado horas y estaba sola en la cama. Me incorporé y encendí la luz de la mesita de noche. Enseguida Álvaro llamó a la puerta formalmente y se asomó.

—¿Te he despertado? —murmuró.

Eran las seis de la mañana y él ya se había vestido y llevaba las llaves del coche en la mano.

—No —dije confusa.

—Me voy a casa. Tengo una reunión a primera hora y quiero darme una ducha, cambiarme y… —sonrió— ponerme chaqueta. Me puse un poco nervioso con estas cosas que te pasan tan de película y salí a cuerpo de casa —confesó.

—Mi casero ya notó que estabas un poco nervioso. Gracias por venir. Te veo en la oficina —contesté recostándome otra vez sobre la almohada y sonriendo.

—No. Quédate en casa hoy. Descansa.

—Pero…

—No hay peros… Quédate.

Y sin peros, se fue…