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RESPONSABILIDADES CON UNA MISMA

Después de un par de meses para asentarme y recuperarme, estoy volviendo a ser yo. He tomado decisiones que tienen que ver solo conmigo y creo que algo he conseguido. Aunque he pasado momentos y momentos. Nadie me dijo que, en este proceso similar al duelo, viviría una fase, después de sentir que estaba mejor, en la que el mundo se me cayó a los pies y solo quería dormir. Dormir sin soñar, sin poder verle, porque me producía alivio momentáneo, pero luego dolía más. Cuando terminó esa fase, vino la de la resignación. Nunca pensé que construiría mi vida a partir de ella, pero menos da una piedra.

Así que me he mimado. No me he dado todo lo que me ha apetecido, sino que he tenido la suficiente disciplina para ceder solo en lo que va a hacerme más feliz. He retomado mis asignaturas pendientes, por decirlo de algún modo.

Estoy cursando el máster que dejé aparcado hace años. Además, estoy aprendiendo en casa a manejarme con un par de programas y me he puesto a dibujar, casi por pasar el rato. Hace mucho tiempo soñé con ser ilustradora, ¿no? Si algunas cosas pueden suceder… ¿por qué no otras?

Tengo una rutina a la que me ciño como si fuera un salvavidas y que me está ayudando a construir las cosas de nuevo.

Además, he instaurado la mañana del sábado como el día de las chicas. Todas nos reunimos en el centro y nos tomamos un vermú tras otro, nos ponemos al día, hablamos de cosas frívolas y nos divertimos. No hace falta mucho, solo estar juntas. Eso tranquiliza mucho a Bea, que me ve integrada y aparentemente feliz. Si bien es cierto que lo parezco, casi todas las emociones que expreso son aún por imitación. Desempeño a la perfección el papel de la Silvia de antes de irme a Estados Unidos. Tengo aprehendido, interiorizado, el momento en el que se espera de mí una carcajada, un comentario absurdo, algo subido de tono, un guiño o una confidencia. No, no he desarrollado ninguna psicopatía que me impida tener empatía. Es solo que… todavía no estoy preparada para ser feliz, y si no finjo que lo soy, los demás se preocupan y me avasallan con preguntas y discursos motivacionales. Sé que está mal creer que aún no es momento para ser otra vez yo, para construirme entera. Pero es que siento que necesito estar rota un tiempo. Es… mi derecho. He perdido mucho.

Pero poco a poco voy dejándome llevar. Cada día un poco más. Voy creyendo lo que oigo sobre lo que debo o no debo hacer. Todo el mundo opina, claro. Y sé que no lo hacen con mala voluntad, sino todo lo contrario. Mi madre dice que no debería vivir sola, que debería compartir piso con Bea o volver a casa. Mis hermanos creen que me haría bien ayudar unos días en el pub, conocer a gente y hacer las paces con mi parte sociable. Bea considera que tengo que follarme a alguien. Y creo que Álvaro considera que él es ese alguien.

Le costó un tiempo comprender de dónde nacía mi animadversión por su «nosotros», pero terminó dándose por enterado. A alguien que se considera viuda, no le preguntas si le apetecería cenar en tu casa el próximo fin de semana. Al menos esperas a que dé muestras de estar mejor, ¿no? A él le ha costado un poquito comprenderlo. Pero ahora que finjo que soy persona otra vez, claro, tengo que tomar la decisión de si acepto y dejo que pase lo inevitable o si doy carpetazo a esa historia. Pero… tengo que seguir viviendo, ¿no es así?

Me sorprende que él haya tenido siempre tan claro que la solución pasa por estar juntos. Yo tengo mis dudas, es normal. Yo he querido con locura a Álvaro, pero después me enamoré de Gabriel y… eso fue lo que me demostró cuáles son los límites de querer a alguien. Gabriel dimensionó mi concepto del amor y ahora me cuesta aplicarlo a otra persona. Pero la vida sigue.

Así que aquí estoy, sentada a una mesa, cenando con él. Ha reservado en el Bar Tomate, haciendo un guiño a todas aquellas veces que nos vimos aquí siendo novios. Hemos vuelto a pedir lo mismo que en nuestra primera cita. Él sonríe, es cariñoso y quiere que le hable de cómo me siento. Se está tomando tantas molestias por verme bien que es imposible poner en duda cuánto quiere que lo nuestro vuelva a funcionar. Es muy difícil no dejarse llevar un poco. Porque Silvia se merece volver a ser feliz, ¿no?

Tras la cena paseamos por la isleta central del paseo de Recoletos. Álvaro me coge de la cintura y me acerca a él. Hace frío y se agradece el calor que emana su cuerpo. Me mira y, sonriendo, me acaricia la cara. Nunca le había visto mirarme de este modo. Creo que me quiere. Eso me reconforta casi tanto como su calor porque quiere decir que sigo siendo capaz de despertar sentimientos en los demás, aunque a mí me cueste generarlos en mi interior.

Hemos venido andando, así que subimos por la calle Génova y serpenteamos hasta llegar a mi barrio que no es ni de lejos tan señorial como este. Álvaro me va hablando sobre cosas al azar. Quiere que vayamos a pasar un fin de semana en una casita rural de un pueblo de Toledo. Es acogedora pero moderna, me cuenta, y desde las habitaciones se ve la sierra que rodea el valle. Es precioso en primavera, pero también tiene su encanto en otoño.

—Solos tú y yo —dice cuando paramos frente a mi portal. Los ojos le brillan de ilusión. ¿Es este Álvaro de verdad?

Asiento y le digo que lo pensaremos bien.

—Buscaremos una buena fecha —sonrío y él me acaricia la mejilla. Mira embobado mis ojos. Sé que este momento sería especial si pudiera sentirlo. Es como si me rodeara una capa de papel burbuja. Sé que este silencio significa cosas.

Sus manos buscan las mías y trenzamos los dedos. Siento un cosquilleo en la boca del estómago y me digo a mí misma que eso está bien; es el buen camino. Álvaro me abraza.

—No sabes cuánto te añoro, Silvia… no puedes hacerte una idea.

Me doy cuenta entonces de que estoy buscando otro olor en su cuello y que sé cuánto me añora Álvaro, porque a veces siento lo mismo por otra persona. Lo siento cuando me permito hacerlo, que no es mucho.

Álvaro mete la mano entre mi pelo y me arquea. Lo siguiente que siento son sus labios sobre los míos. Son besos tiernos, de necesidad y alivio.

—No volveré a dejarte ir, Silvia. Eres la mujer de mi vida —dice acariciando con su nariz mi barbilla.

Cuando me desnudo, me siento extraña. Álvaro me besa allá donde alcanza, con delirio. Por primera vez entre los dos se respira intimidad, no sexo. Y me hace el amor, despacio, queriendo demostrarme que ha cambiado y que ahora el placer no mandará entre nosotros. Me dice que me quiere. Eso me resulta más raro aún. Es como si a Álvaro le hubieran cambiado su esencia. Es él y tiene el mismo aspecto de siempre, pero es diferente.

Los besos se hacen más y más hambrientos cuanto más se acerca el orgasmo. Yo no me voy a correr, lo sé. Al menos no lo haré hoy, pero no porque él esté haciendo nada mal; es que estoy pensando demasiado. Cierro los ojos y siento sus acometidas entre mis piernas, respiro hondo y me dejo llevar por las sensaciones. No me acuesto con nadie desde la noche anterior a dejar a Gabriel en la clínica de desintoxicación. Hace muchos meses ya. Casi se me había olvidado cómo reacciona el cuerpo durante el sexo. Sube mi temperatura corporal, la respiración se altera y mis pechos vibran, con los pezones endurecidos. Es agradable; el cuerpo a cuerpo, sentir a alguien tan cerca de ti… Abro los ojos de nuevo y le miro. Me sonríe y esa sonrisa me enternece. Álvaro quiere hacer las cosas bien. Quiere quererme y hacerme feliz. Y… si un día le quise tanto… volveré a hacerlo, ¿verdad?

No sé por qué empiezo a llorar, pero lo hago. Yo, que siempre me reía de todas esas amigas que contaban emocionadas cómo se habían dejado llevar por las lágrimas durante el sexo. Y lloro sin estridencias, como si me desbordara por los ojos. Yo sé por qué lo hago; siendo sincera conmigo misma, estoy incómoda. Para mí el sexo ya no significa lo mismo. Es un acto de amor y Álvaro lo está afrontando justo de la misma manera. El problema es que ahora mismo yo no le quiero como le quise, ni como me quiere él. Sigo pensando en él. En Gabriel. Y no puedo evitar señalar las siete diferencias que hay entre lo que estoy haciendo ahora y cómo era con él. Cada detalle, gesto, movimiento… todo era intenso y precioso, incluso cuando estaba enfermo. Nunca dejó de mirarme con esa devoción…

No puedo evitar llorar, porque me come la pena. Estoy haciendo esto porque debo hacerlo por mí. Pasar página y empezar a vivir, aunque al principio me cueste hacerlo. ¿No es eso lo que me aconseja todo el mundo? Estoy empezando a pensar que quizá no tengan razón. Debería caminar antes de querer correr.

Álvaro debe pensar que lloro superada por las emociones y no quiero sacarlo de su error. Se le ve orgulloso, feliz, completo. Cuando se corre lo agarro fuerte a mí; sé que se dará cuenta si no trato al menos de disimular, así que, como viene siendo costumbre, finjo. Finjo que me corro y lo hago suavemente, porque no quiero pecar por exceso. Él me mira con el ceño fruncido.

—¿Te has corrido?

—Sí —le beso en la comisura de los labios y me muevo, intentando que se quite de encima de mí.

—No llores —me pide mesándome el pelo.

Por fin, se deja caer a mi lado, me disculpo y me voy al baño. No puedo soportar que me toque ahora. No lo puedo soportar.

Poco a poco, Silvia. Poco a poco.