CAPÍTULO 99
WISTY
—¿Qué ha pasado? —pregunté, somnolienta, en cuanto abrí los ojos y vi a Whit.
—Solo ha sido una pesadilla, Wisty. Llevas días enferma. Mamá, papá y yo hemos estado muy preocupados por ti.
Al menos eso era lo que esperaba oír.
Entonces me di cuenta de la presencia de Margo, Sasha y Emmet en segundo plano. Hubo un momento de decepción, por supuesto, pero luego sentí un gran alivio al ver que estaban bien y que se encontraban allí conmigo. Incluso la odiosa comadreja de Byron Swain parecía preocupado por mí.
—¿Te acuerdas? —me preguntó Whit—. La cárcel, el juez Unger, la Matrona, todos los niños que se escaparon…
—¡Sí! —respondí, tratando de sentarme—. Es verdad. Me acuerdo. De la mayor parte, creo.
—Te perdiste al Único que es Único —dijo entonces Whit.
—¿Me lo perdí? ¿Cómo? ¿Cuándo?
—Te lo contaré más tarde. ¿Qué ha pasado con mamá y papá? —preguntó Whit de pronto, con cara de preocupación cuando vio cómo la mía se derrumbaba—. ¿Qué ha pasado? ¿Dónde están? ¿Wisty? ¿Qué ocurre?
Mis ojos recorrieron varios rostros hasta llegar al de Sasha.
—Pregúntale a él —dije—. Es el que nos mintió. Mamá y papá nunca estuvieron en esa cárcel. Sasha nos engañó para que los ayudáramos —sentí amargura en la garganta—. ¡Nunca te lo perdonaré! —solté.
Whit necesitó un momento para asimilar la traición. En unos segundos, su expresión pasó de la incredulidad al asco.
—No —gruñó Whit, con el puño cerrado—. ¡Ni yo tampoco!
Sasha nunca titubeaba ni se asustaba.
—Me han pasado cosas peores. Mucho peores. Os necesitábamos, chicos. Esta es una guerra contra el auténtico diablo. El fin justifica los medios.
Entonces Sasha nos dedicó una de sus alegres sonrisas, y era algo tan, tan triste. Daba miedo.
En ese momento, me hice la promesa de no dejar nunca que la «guerra» o cualquier otra cosa me hiciera lo mismo a mí.
—¡Debería convertirte en una babosa! —le grité a Sasha—. ¡Utilizaste nuestra amistad y acabaste con ella para siempre!
—Ve con calma —me advirtió Whit—. Has estado inconsciente durante horas. No merece la pena.
—¡Está despierta! —gritó alguien, y de repente me di cuenta de que alrededor de mí había cientos de niños con sombreritos de fiesta y matasuegras. Echaban confeti por todas partes. Estábamos en Garfunkel’s.
Feffer estaba sentada en un sillón, comiendo lo que parecía ser pastel de un plato de papel. En cuanto oyó mi voz, saltó hacia mí y se lanzó a lamerme la cara.
Me puse de pie, temblorosa, muerta de hambre y un poco mareada. Janine, nuestra jefa de la semana, se abrió camino entre la multitud, con una lata de refresco y un plato de pastel. ¡Pastel de verdad! Cien por cien puca. No lo había probado desde… parecía que había pasado una vida entera. Ni siquiera me hizo falta un tenedor. Me lo comí directamente, empezando por la cobertura de azúcar.
—¡Por los liberadores! —gritó Janine. Todos corearon sus palabras.
Me sonrojé mientras trataba de sonreír y de seguir metiéndome pastel en la boca al mismo tiempo.
—Todo el mundo ayudó —dijo Whit—. ¡Esto es por todos vosotros!
Margo, la jefa, se quedó mirando a Whit, que parecía bastante heroico.
—Vosotros dos hicisteis la mayor parte.
—Así que, por hoy, disfrutad de ser héroes —dijo Janine. Pero sus ojos solo se fijaban en Whit. Yo sabía que él no se daba cuenta de lo colgada que estaba por él. Mi hermano, como de costumbre, no se enteraba de nada. Esa es una de las cosas que más me gustan de él.
Alguien me pasó un perrito caliente de medio metro con todo tipo de cosas por encima, y empecé a darle mordiscos aunque me acabara de terminar el pastel. Un poco asqueroso, sí, pero exquisito.
—Hay que subrayar la palabra hoy —aclaró Emmet con una mueca desoladora—. No dejamos que nadie sea héroe durante más de un día, porque entonces se les sube a la cabeza. La adulación puede corromper, o, al menos, convertir a la gente en siervos.
—Comprendido —dijo Whit.
—De todas formas —intervino Janine— por profundizar un poco en todo eso que suele denominarse la llamada del deber, acabas de ser ascendido a conductor oficial en las misiones de rescate. Escondimos la furgoneta en un lugar seguro, tras las líneas enemigas, y está esperando a que vuelvas a conducirla.
—¿Esa trampa mortal? —dijo Whit.
—Ese «vehículo de rescate» —dijo Janine—. Acabamos de enterarnos de que hay otro grupo de chicos en un centro comercial abandonado. Necesitan ayuda con urgencia.
—¿Quéééé? —solté, con la boca aún llena.
—Necesitan ayuda —repitió Janine, como si con eso explicara toda la complejidad de los misterios de la vida… cosa que quizá fuera cierta.
—¿Otra misión? —dijo Whit, pero casi podía ver cómo daban vueltas los engranajes de su cabeza. Sus ojos se encontraron con los míos, y tuve la certeza de que los dos estábamos pensando en lo mismo: nuestros padres también se hallaban ahí fuera.
—Está bien, de acuerdo —dije por fin. Whit asintió.
Feffer se pegó a mi pierna, y la acaricié.
—Claro que tú también vienes —le aseguré.
—Y yo —dijo una voz muy cerca de mi oreja.