CAPÍTULO 97

WHIT

—No —dijo Wisty, separándose de mis brazos.

No tenía ni idea de lo que iba a hacer, pero sabía que no podría detenerla. Giró muy despacio la cabeza para mirar a la Matrona, y luego fijó la vista en el juez Unger. Sentí que se acercaba un hechizo, y me estremecí sin querer. No teníamos tiempo para pruebas y errores.

—Confía en mí —me susurró mi hermana. Volvió a girarse hacia los que nos acusaban—. Dices que eres el que obliga a guardar las formas… —dijo, con un tono de autoridad que nunca le había oído antes—. Pero eres tú el que va a perder… su forma.

Por primera vez, el sonido de un hechizo de Wisty me provocó un escalofrío.

—Somos un mago y una bruja —continuó Wisty, con la voz cada vez más fuerte.

Por no saber merecer

el puesto que ocupas hoy,

ya que haces el tiempo eterno,

con un inmenso placer,

voy a enviarte al…

Todos contuvimos el aliento… asustados, tengo que reconocer, y temblando. Casi no quería oírla completar la maldición.

—Mmm… al país de las cucarachas —terminó Wisty—. ¡Serás juzgado como un repugnante criminal incluso bajo la ley de las cucarachas!

Hizo un ademán con las manos hacia el juez Unger, que hizo un gesto para protegerse.

—Te doy todo mi poder —le susurré a mi hermana—. Hablas por los dos.

Fue como si un relámpago estuviera moviéndose dentro de mí, una sensación de metal líquido y templado que pasó de mis manos a Wisty. Volvió a agitar las suyas en dirección al juez Unger. Esta vez, él se estremeció, y un estallido de luz blanca lo envolvió, sepultando al monstruo desde la cabeza hasta sus lustrosas botas de montar.

Todos esperamos, con el corazón en la garganta; y entonces, cuando la humareda se disipó, contemplamos a la cucaracha más grande y fea nunca vista temblando en el suelo.

La Matrona se quedó mirando a la horrenda criatura, consternada.

—Eres la siguiente —le dijo Wisty.

La Matrona echó un vistazo a los especialistas en seguridad, y estos dijeron que no con la cabeza. De hecho, salieron corriendo de allí todo lo rápido que les permitieron las piernas. Jonathan también.

Lo último que vi hacer a la Matrona fue escapar, chillando como un alma en pena. Había recibido nuestro mensaje, y ahora ayudaría a propagarlo directamente en el Consejo de los Únicos. ¡La lucha está en marcha!

Los ojos de Wisty se abrieron inmensamente.

—Creo… ¡que lo conseguimos! —dijo, con la voz rasposa y débil. Sus ojos estaban volviendo a ser azules.

—¡Aaaggh! —oí gritar a un niño. Miré hacia donde estaba y vi una gran rata que se paseaba entre las piernas de la gente. Entonces vio a la cucaracha… y le arrancó la cabeza de un mordisco.

Seguramente fue una de las cinco cosas más asquerosas que he visto nunca, pero a Wisty le estaba dando un ataque de risa.

—¿Qué te hace tanta gracia? —le pregunté.

—Eso sí que es justicia poética —dijo, mientras la rata se largaba de allí llevando entre sus fauces el resto de la cucaracha en que se había convertido Ezekiel Unger—. Sabes, me gustan mucho más las ratas desde que son más pequeñas que yo. Son casi monas, ¿no crees?

Entonces volvió a desmayarse.

Sí, mi hermana es bastante extraña.

Casi siempre en buen plan.