CAPÍTULO 94
WISTY
—¡Salid de ahí! —grité—. ¡Salid ahora mismo! ¡Fuego!
Los chicos y chicas salieron corriendo, descalzos, por las escaleras metálicas. La mayor parte eran incapaces de apartar su mirada de mí. Uno de ellos acabó por decir:
—Pero los guardias…
—¡Olvídate de los guardias! —grité, con un nuevo nivel de histeria que no sabía que tenía en mi interior—. Los guardias tienen miedo de ti. Tienen miedo de mí. ¡Tienen miedo de todo!
Un nuevo impulso de energía se hizo notar entre los niños. En cuanto el primero de ellos tocó el suelo, le señalé las puertas principales, con cuidado de no acercarme demasiado a ninguno de los niños.
Estaban empezando a llegar más guardias del Nuevo Orden, esgrimiendo las porras, pero me dirigí corriendo hacia ellos, con los brazos extendidos. Retrocedieron como si yo fuera la peste negra.
—¡Quedaos donde estáis! —les advertí—. Como os acerquéis a mí, no os voy a dar a elegir entre «en su punto» y «muy hecho».
Para entonces, oleadas de niños prisioneros estaban saliendo por la puerta principal, escapando justo por debajo de un inmenso retrato del Único que es Único. Me di cuenta de que ni siquiera sabía si Whit y los demás estarían esperando fuera.
—¡Fuera, fuera! —chillé, con la voz más seca. Estaba empezando a sentirme ardiente y agrietada, y esperaba que no me estuviera quedando «muy hecha» yo misma.
Las llamas comenzaron a trepar por la puerta de la oficina, y en segundos, la habitación entera rompió a arder. Estaba dejando bastantes sendas de fuego en la huida. Con un poco de suerte, después de que salieran todos los niños, aquella horrible cárcel ardería hasta los cimientos.
Me pareció que pasaba una eternidad hasta que los últimos niños traspasaron el vestíbulo y salieron hacia las puertas mientras los guardias, aterrorizados, trataban de evitar las llamas y apagar sus pequeños infiernos personales. Yo sentía tanto calor que me dio la impresión de que en cualquier momento iba a estallar como una palomita de maíz dentro del microondas.
Cuando el último de los prisioneros traspasó las puertas, los pocos guardias que quedaban estaban listos para vengarse. Se tambalearon hacia mí en plan zombies chamuscados, agitando sus porras.
—¡Atrás! —les advertí—. ¡Os haré cenizas!
Entonces giré sobre mí misma y salí corriendo yo también hacia la salida, mientras tocaba las paredes y todo lo que encontraba a mi paso. Iba dejando estelas y huellas de fuego.
Por fin percibí rayos de luz de luna y las puertas exteriores frente a mí, y al final, la entrada principal.
«Por favor, que estés ahí fuera esperando, Whit —recé—. Por favor, hechicero».
El patio interior se iba llenando de guardias y soldados del Nuevo Orden a toda velocidad. Pero entonces oí a Feffer, que ladraba como la perra infernal que había sido entrenada para ser. Vi cómo asustaba terroríficamente a varios guardias mientras Margo llevaba a los niños hacia un lugar seguro.
Hice un cálculo mental rápido: Margo, Feffer, Emmet, Sasha… y sí, ¡Whit! Estaban todos allí, ayudando a salir a los prisioneros.
Tomé aire, sintiéndome completamente quemada, como si no quedara nada en mí que el fuego pudiera consumir. Whit miraba a un lado y a otro, buscándome. «¿Tan difícil soy de reconocer?».
Entonces me vio, y sus ojos se abrieron, alarmados. Nunca había visto tanto miedo en sus ojos, ni siquiera cuando se cayó del árbol del jardín y se rompió la pierna por dos sitios diferentes.
Intenté correr hacia él, pero lo último que recuerdo fue caer de rodillas y oír una odiosa voz diciendo:
—Wisteria Allgood, estás condenada a muerte.