CAPÍTULO 89
WISTY
Chillé y solté la cuerda, aterrizando dolorosamente en el hormigón. Mientras el aire entraba de nuevo en mis pulmones, me di la vuelta para echar un vistazo al cadáver.
Había un cartel enganchado a su pecho, escrito con la gruesa tipografía oficial del Nuevo Orden. Decía lo siguiente:
¡EL ERROR AL EJECUTAR LAS ÓRDENES DEL NUEVO ORDEN
REQUIERE LA EJECUCIÓN DE QUIEN HA ERRADO!
Habían matado al Visitante a causa de nuestra fuga.
Estaba a punto de sentirme mal por él cuando media docena de enormes manos me agarraron con fuerza. Aquellos matones sin cuello, con el pelo cortado a cepillo, me levantaron en el aire y me arrojaron contra la pared de cemento.
El jefe acercó un enorme dedo a mi cara y me roció (literalmente) con su rabia:
—Nadie se escapa. ¡NUNCA! —gritó.
Algo se había roto dentro de mí. La Wisty valiente habría luchado. La Wisty gamberra habría dicho algo sarcástico (como indicar que en realidad había entrado ilegalmente en aquel lugar, no salido de él). Wisty la bruja mala le habría arrojado un rayo eléctrico para darle una buena lección acerca de meterse con chicas cuatro veces más pequeñas que él.
Pero mi magia había desaparecido.
No sé cómo describirlo; era como si aquella chispa ya no estuviera allí.
¿Así que qué hice? Echarme a llorar, por supuesto.
De manera bastante predecible, se burlaron de mí.
—Ooohh, pobrecita —se rió uno de ellos. Otro repuso enseguida:
—Una cosa está clara: si tiene tantas lágrimas para desperdiciar, es que le hemos estado dando demasiada agua.
Lo que me dio la brillante idea de escupirle a la cara. En ausencia de magia, siempre hay saliva.
De acuerdo, no fue una de mis mejores ideas.
—¡Aarrgh! —gritó, agarrándome del pelo y doblando mi cuello con tanta fuerza que casi fui capaz de ver los dedos de mis pies en el suelo. Me daba la impresión de que mi cuello podría romperse en cualquier instante.
Ese era el momento en que se suponía que estallaría en llamas.
Pero no había ni rastro de magia. Nada.
Nada.
Nada.