CAPÍTULO 85

WISTY

No tuve ni un segundo para inhalar una bocanada de saludable aire fresco. Me lancé a correr a ciegas como si mi vida dependiera de ello.

Cosa que era cierta.

—¡Fugitiva! —gritó uno de los guardias, mientras otro pulsaba un botón rojo que había en la pared, poniendo en marcha una sirena ensordecedora y un montón de luces estroboscópicas capaces de marear a cualquiera.

Como ya no tenía control sobre mi magia y estaba atrapada en territorio enemigo, en una forma humana fácil de apresar y destruir, tenía alrededor de un uno por ciento de posibilidades de sobrevivir. Pero me aferré con todas mis fuerzas a ese uno por ciento. Como una loca. Era como esa gasolina a la que le echan productos químicos para darle más potencia. No le serviría de nada a mis padres si me atrapaban y me mataban.

Llegué a una escalera y la subí a saltos, dos, tres escalones de una zancada. Eso me hizo pensar que a lo mejor había regresado de mi forma ratonil con las piernas un poco más largas. Salté como si volara. Oía el ruido de botas más cerca cada segundo. Pero seguía llevando la delantera.

La adrenalina es genial.

Cuando llegué al último piso, a la puerta que daba al tejado, me apoyé contra la barra de salida y salí a la azotea del edificio, que se hallaba cubierta de grava. Me precipité por el único camino que no estaba cubierto de alambre de espino.

—¡Detente ahora mismo! ¡No hay salida! —oí que gritaba un guardia cabezahueca que asomaba por la puerta detrás de mí.

Hice una dolorosa parada en el borde de un precipicio desde el que se veía el patio de los edificios principales de las celdas, una superficie de cemento cinco pisos por debajo.

Los guardias sabían que me tenían a su merced. Mi única oportunidad consistía en atravesar el patio a través de un conducto de medio metro de ancho, una tubería redonda de metal que atravesaba aquella gran apertura en el tejado.

Cualquiera que lo intentara estaría loco, pero en mi caso… además del problema con las alturas, el sentido del equilibrio y yo no tenemos una relación demasiado afectuosa. De verdad. Solo hay que preguntarle a Whit sobre aquella vez que intenté hacer snowboard.

Sin volver la cabeza hacia mis perseguidores, me puse de pie sobre la tubería, con cuidado, y formé una cruz con los brazos para empezar a caminar por encima de ella.

—Párate y ven aquí. ¡Te vas a matar! —chilló uno de los guardias, aunque lo que había en su tono no era exactamente preocupación.

Pero yo ya había recorrido la cuarta parte de la barra. ¡Lo estaba consiguiendo!

Parecía que mientras fuera capaz de moverme veloz, la propia inercia me iba manteniendo en equilibrio. Y tal vez era de ayuda que fuera descalza y que la tubería estuviera bastante oxidada y no demasiado resbaladiza. Simplemente trataba de mantener la vista centrada en el otro lado y evitaba mirar hacia abajo.

Eso acabó por convertirse en una especie de error, porque en un punto determinado había atada una cuerda a la tubería. No me di cuenta.

Se me enganchó el tobillo, perdí el equilibrio y caí al vacío.