CAPÍTULO 80

WHIT

Me estremecí al ver cómo la colita de Wisty serpenteaba y después desaparecía por aquella tubería. No existía ninguna magia que pudiera borrar la grotesca imagen de mi hermana siendo aplastada por la bota militar de alguno de los guardias del Nuevo Orden.

Pero ahora mi trabajo consistía en salvar a los niños que acababan de llegar en la furgoneta, y después podría ir a buscar a mis padres. Cuanto antes mejor.

—¿No nos vamos a quedar aquí? —preguntó tímidamente uno de ellos mientras yo conducía el vehículo de nuevo hacia fuera del recinto—. ¿No va esto contra las normas del Nuevo Orden?

—No a lo primero, sí a lo segundo —respondí, asegurándome de que no venían coches—. Cambio de planes. Está todo bajo control.

Llevé la furgoneta a la carretera y tomé una desviación rápidamente, dirigiéndome a la calle por la que habíamos pasado al venir. Bajé la ventanilla y saludé con la mano.

Margo, Emmet y los demás emergieron de las sombras.

—¿Dónde está Wisty? —preguntó Margo.

—Subiendo por una cañería. ¿Dónde iba a estar? —respondí—. Tengo que deshacerme de esta furgoneta.

—¡No! Puede servirnos para algo en el futuro —dijo Emmet, sentándose junto a mí en el asiento del copiloto. Margo se apretujó para sentarse con nosotros—. Sigue durante tres manzanas y gira a la derecha en el semáforo.

Mientras conducíamos, Margo se dedicó a tranquilizar a los chicos.

—No sois criminales. Os vamos a llevar a vivir con nosotros. No es un sitio muy bonito, pero es mejor que estar en la cárcel.

—¿No vamos a ir a la cárcel? —preguntó una de las chicas, que se estaba secando las mejillas llenas de lágrimas con ambas manos.

—No —dijo Margo—, vamos a Garfunkel’s.

He de admitir que ver cómo sus caritas se relajaban fue algo increíble. Sabía que tenían muchísimas preguntas que hacer, pero al menos ahora también tenían esperanza. Nos tenían a nosotros.

—El próximo tramo es un poco más peligroso —dijo Emmet con voz nerviosa— pero nos llevará a Garfunkel’s sin tener que pasar por las calles principales.

—No, nada de eso —gritó Margo con una expresión alarmada, o, mejor dicho, asustada—. ¡Es una trampa mortal!

—Es el único camino posible.

—Mmm… ¿alguien puede explicarme eso de la trampa mortal? —pregunté.

—¡Por ahí! —gritó Emmet de repente, agarrando el volante—. ¡Todo a la izquierda!

—¡Ahí no hay nada! —grité yo mientras la furgoneta daba un salto.

—¡Agarraos, todos! —ordenó Margo—. ¡Esto puede ser un poco movido!

Miré a un lado y a otro en busca de peatones inocentes a los que no atropellar.

—¡Por ahí! —dijo Emmet, señalando otra vez.

—¿Por dónde?

Entonces vi a qué se refería… demasiado tarde.