CAPÍTULO 8
WHIT
Nunca había experimentado ninguna alucinación, pero cuando vi que Wisty prendía en llamas, eso fue lo que pensé que estaba viviendo: una alucinación causada por el estrés.
Quiero decir que incluso a alguien que hubiera dormido perfectamente, cenado en condiciones y no hubiera estado sometido a una fuerte ira le habría costado aceptar la situación sin más: «Oh, mira qué bien, mi hermana pequeña se acaba de convertir en una antorcha humana». ¿Me equivoco?
Pero muy pronto (quizá fueron el calor, el humo y las cortinas del salón en llamas) empecé a tener la sensación de que aquello estaba sucediendo de verdad.
Entonces pensé que los matones del Nuevo Orden le habían prendido fuego. Así que supongo que por ese motivo acumulé la rabia suficiente como para liberarme de sus garras. Y juro que les habría dado una buena tunda si no hubiera tenido que apresurarme en la urgencia por ayudar a apagarla.
En ese momento un caos aún mayor se apoderó de nuestra casa.
Nunca había vivido un tornado, pero eso era lo que creía que estaba sucediendo ahora. Todas las ventanas estallaron de golpe, y el viento entró a través de ellas con la fuerza de un furioso río de montaña, arrastrando las cosas —cristales rotos, lámparas de pie, mesas auxiliares— por todo el salón.
No era capaz de oír nada. El ruido era terrible, y estaba lloviendo con tanta fuerza que la propia lluvia —por no hablar de los despojos que arrastraba con ella— picaba como un enjambre de abejas.
Por supuesto, tampoco era capaz de ver. Abrir los ojos hubiera significado la ceguera permanente: llovían las astillas, las esquirlas de cristal y los fragmentos de escayola.
Así que liberarme de los matones no me sirvió de nada. Todos tuvimos que agarrarnos al suelo, a las paredes, a cualquier cosa que pareciera más sólida que nosotros mismos, simplemente tratando de que el viento no nos arrastrara por una ventana y nos matara.
Intenté gritar para llamar a Wisty, pero ni siquiera era capaz de oír mi propia voz.
Entonces, en un instante, todo se quedó sereno y en calma.
Aparté de mi cara el brazo con el que me estaba protegiendo… y vi algo que no olvidaré durante el resto de mi vida.
Un hombre alto, calvo y extremadamente imponente estaba allí de pie, en medio de nuestro salón demolido. ¿Crees que no da miedo? Vuelve a pensarlo.
Este es el tipo que resultó ser la personificación del mal.
—Hola, familia Allgood —dijo con una voz tranquila y cargada de fuerza que me hizo prestar mucha atención a todas y cada una de sus palabras—. Soy el Único que es Único. ¿Habéis oído hablar de mí?
Mi padre se pronunció entonces.
—Sabemos quién eres. No te tenemos miedo y no nos someteremos a tus horribles normas.
—No esperaba que te sometieras a ninguna norma, Benjamin. Y tú tampoco, Eliza —le dijo a mi madre—. Ya sé que los aprendices de aberrantes como vosotros valoran la libertad por encima de todo. Pero no tiene importancia si aceptáis o no esta nueva realidad. He venido a ver a estos jovencitos. Este es un acto de mandato, ¿sabéis? Yo mando, ellos obedecen.
Entonces el tipo calvo nos miró a mi hermana pequeña y a mí, y sonrió con comprensión, casi con calidez.
—Voy a ponéroslo muy fácil a vosotros dos. Lo único que tenéis que hacer es renunciar a toda vuestra existencia anterior (vuestras libertades, vuestro modo de vida y a vuestros padres, en concreto), y seréis perdonados. Nadie os hará daño si obedecéis las normas. No se tocará ni un solo cabello de vuestra cabeza. Lo prometo. Renunciad a vuestra vida anterior y a vuestros padres. Eso es todo. No se me ocurre nada más sencillo.
—¡Ni hablar! —le grité a aquel hombre.
—Eso no va a pasar. Nunca —dijo Wisty—. Renunciamos a ti, a tu calvicie y a tu terror.
El tipo se rió de aquello, lo que me pilló desprevenido.
—Whitford Allgood —dijo el Único, mirándome profundamente a los ojos. Entonces sucedió algo extraño: no era capaz de moverme ni de hablar, solo de escucharle. Era lo más aterrador de todo cuanto había sucedido aquella noche—. Eres un chico muy guapo, he de decir, Whitford. Alto y rubio, esbelto pero musculoso, con proporciones perfectas. Tienes los ojos de tu madre. Ya sé que eras muy buen chico hasta hace muy poco, incluso después de la triste y desafortunada desaparición de tu novia y alma gemela, Celia.
Una sensación de rabia frustrada ardía dentro de mí. ¿Qué sabía ese tipo acerca de Celia? Sonrió mientras hablaba de su desaparición. Sabía algo. Estaba jugando conmigo.
—La cuestión es la siguiente —siguió diciendo—, ¿eres capaz de ser un buen chico otra vez? ¿Eres capaz de aprender a obedecer las normas? —alzó las manos—. ¿No lo sabes? —exclamó.
Mi boca paralizada me impedía lanzarle la cantidad de insultos que se agolpaban en mis labios. Entonces se volvió hacia Wisty.
—Wisteria Allgood, también lo sé todo sobre ti. Desobediente, recalcitrante, una buena pieza. Más de dos semanas de castigos acumulados en el instituto. La pregunta es: ¿alguna vez podrías llegar a ser una buena chica? ¿Sería posible que aprendieras a obedecer?
Se quedó mirando a Wisty en silencio, a la espera.
Entonces mi hermana hizo algo muy típico de ella: realizó una pequeña y adorable reverencia y proclamó:
—Por supuesto, señor, cada uno de sus deseos son órdenes para mí.
Wisty interrumpió su discursito sarcástico de forma un tanto abrupta, y me di cuenta de que también la había paralizado a ella. Entonces el Único que es Único se volvió hacia los guardias.
—¡Atrapadlos! No volverán a ver a sus padres. Y tampoco vosotros, Ben y Eliza, volveréis a ver a vuestros especiales retoños… hasta el día en que todos hayáis de morir.