CAPÍTULO 79
WISTY
Espiando por encima del dedo índice de Whit, vi a los dos gigantescos guardias girarse lentamente para mirar a mi hermano. Uno de ellos frunció el ceño.
—Tú eres nuevo, ¿no? —preguntó a Whit—. Nunca te había visto por aquí. ¿Cómo te llamas, tío?
«Tú. Duérmete. ¡Ahora!», pronuncié las palabras. Mentalmente, por supuesto. «TÚ. DUÉRMETE. ¡AHORA!». (Pensé que en MAYÚSCULAS y cursiva podría funcionar). Entonces… los dos guardias besaron el suelo a los pies de Whit, completamente dormidos. Raro, raro, raro.
Los pequeños presos miraron alarmados a los guardias, como si ahora fuera su turno de caer redondos.
—No os preocupéis —dijo Whit—. Somos amigos. Debéis confiar en nosotros, ¿vale? También somos dos chavales.
Whit me sostuvo frente a su rostro.
—¿Estás segura de esto? —susurró—. Esto no es un juego, Wisty.
—Whit, no hay vuelta atrás. Mamá y papá, y todos esos niños que pueden acabar convertidos en polvo y cenizas están ahí dentro. Mete a esos críos en el transporte y sácalos de aquí. Recoge a Margo y Emmet. Diles que permanezcan cerca. Si puedo desactivar la alarma o la verja, tendrán que conducir a los niños que logren huir por los túneles lo más deprisa posible.
Whit frunció el ceño, lo que me pareció super raro. Hasta las arrugas de su piel me parecían enormes. Incluso su única espinilla.
—Si ves pedazos de queso o crema de cacahuetes sospechosamente situados en mitad de una pequeña plancha de madera, con alambre alrededor…
—Sí, sí, ya lo pillo —dije—. Arrastra a los bellos durmientes hasta la garita.
Whit dejó escapar un suspiro, al tiempo que me miraba con extraordinario descontento.
—Nos mantendremos preparados. Estaré detrás de ti, Wisteria.
Aquello, bien lo sabía él, era lo que papá siempre me decía en los malos momentos.
—Muy bien —dije.
Miré al suelo, que parecía estar a una altura de unos diez pisos. Cerré los ojos y salté, con la grata sorpresa de caer cómodamente sobre mis cuatro patas, lista para correr.
—¡Mira, no me he hecho puré! —llamé a Whit.
—¡Ten cuidado! —me respondió.
—¡Cuidado es mi apodo!
Observé el enorme edificio gris de la prisión. Enfrente de mí había un desagüe y me dirigí hacia él. Antes de meterme en la tubería, miré un momento a mi hermano, tratando de no pensar en que tal vez sería la última vez que lo viera.
—Nos vemos —dije con una voz que posiblemente no llegaría a oír.
A continuación eché un vistazo a la oscuridad de la herrumbrosa tubería. Olía a humedad, hojas podridas y otras asquerosidades que no pude identificar.
Tenía entendido que los ratones eran excelentes escaladores. Supongo que estaba a punto de comprobarlo.