CAPÍTULO 77

WISTY

Desenfundé mi baqueta como si fuera un revólver y esta dejó escapar un chasquido. Esta vez, mis poderes funcionaron como se suponía que debían hacerlo. Primero me encargué de convertir a Whit en adulto y le encasqueté un uniforme de guardia perfecto hasta el último detalle, con la insignia del Nuevo Orden y todo. Después, dirigí la varita sobre mí y todo el mundo soltó un grito. Uno de los niños casi se cae redondo.

—Espero que esto salga bien —dijo Whit, ajustándose la gorra de guardia sobre la frente—. Tengo bastantes dudas en este momento.

Margo, que era una chica amante de la lógica, meneaba la cabeza con consternación. Debo admitir, una vez visto mi trabajo —con su uniforme de guardia, Whit era la viva imagen de un hombre de treinta años—, que me estaba volviendo realmente hábil en lo mío. Por no mencionar que me las había apañado para convertirme a mí misma en una alimaña.

No me había dado cuenta de lo minúsculos que son los ratones. Tenía el tamaño de un higo grande, cubierto por todas partes de un brillante pelaje blanco y marrón. Lucía largos bigotes blancos que me hacían cosquillas en la cara y orejas sensibles al roce de un cabello (y llenas de ellos).

Meneé la cola: era capaz de verla. ¡Genial! Eso compensaba el molesto picor en las orejas.

Whit me ofreció la hebilla de su cinturón reglamentario del Nuevo Orden a modo de espejo, y debo admitir que me había convertido en un ratón bastante agradable, tanto como pueda serlo un roedor. Y en una bruja muy prometedora.

Sin embargo, eché un vistazo arriba y abajo a la calle donde nos encontrábamos, y mi confianza flaqueó. Imagina, si puedes, el neumático de un coche moviéndose a toda velocidad pero tan grande como un elefante obeso, o un transeúnte con la altura de un cohete espacial. Nunca me había parado a pensar lo traumatizado que debe de estar el ratón medio. Seguramente necesitaré años de terapia para superar algo así.

—¿Qué hora es? —susurró Emmet.

—Las siete menos cinco —respondió Margo—. Estamos a dos manzanas. ¡Vamos! Ahora toca cambio de guardia.

—Margo —le pedí—, guarda mi varita y por favor, por favor, mantenla a salvo.

Se agachó y recogió la varita del lugar donde había caído cuando mis manos ya no fueron capaces de sostenerla. Luego miré a Whit.

—Méteme en tu bolsillo —dije.