CAPÍTULO 72

WHIT

La noche del incidente con la señora Highsmith dormimos en la sección de Baño y Dormitorio de Garfunkel’s, con la esperanza de que no nos hubiera maldecido y nos despertáramos convertidos en rana. Seguro que no sabrías cómo meter en un mismo catre a dos adolescentes, un enorme perrazo y una comadreja desleal. Por supuesto, ayuda bastante que uno de ellos flote unos centímetros por encima del colchón mientras duerme. De todos modos, algunas de las camas de matrimonio que había alrededor de nosotros albergaban hasta seis y siete niños durmiendo. Éramos centenares en aquella tienda. Sobre colchonetas, en sacos de dormir, en montañas de cojines, enrollados en mantas y toallas. Era como un campamento de verano postapocalíptico y sin monitores. El alivio de estar fuera del Hospital, de habernos librado de la Matrona, del Visitante, del juez Ezekiel Unger y del pesadillesco régimen del Nuevo Orden hacía la situación agradablemente hogareña.

A la mañana siguiente, me estuve mirando en un espejo que había en el exterior de los probadores de hombres. Había encontrado un conjunto de pesas en la sección de Deportes y, visto lo debilucho que me había dejado la estancia en la prisión, comencé a trabajar los músculos para ponerme fuerte. Sabía que en cualquier momento podría necesitarlos de nuevo.

—Ejem —di un respingo al oír una tos detrás de mí—. ¿Hechicero Allgood?

Era Janine.

—Aquí hay alguien a quien quiero que conozcas.

Como de costumbre, pese a lo atractiva que era, Janine tenía el semblante solemne de un inspector. La chica que la acompañaba, sin embargo, estaba sonriente. Tendría unos dieciséis o diecisiete años, de piel oscura, bajita, pero debía de pesar como noventa kilos.

—Hola —dijo, extendiendo su mano—. Soy Jamilla. Soy la chamán.

—¿La qué? —pregunté, dándole la mano.

Sus ojos castaños brillaban y un mechón de su pelo salvaje y ensortijado rebotó como un muelle sobre su cara.

—La chamán —repitió Jamilla—. En otras palabras, otro bicho raro. Un poco como tu hermana y tú, solo que yo no hago magia por mí misma. Ayudo a los demás. He estado trabajando con unos cuantos hechiceros, ayudándolos a canalizar sus poderes.

—Hola —dijo Wisty, uniéndose a nosotros—. Sabemos que poseemos poderes especiales, pero a veces nos cuesta controlarlos. La mayor parte de las veces, de hecho.

—Es complicado dominar los talentos mágicos que poseéis —nos alentó Jamilla—. Hemos descubierto que existen distintos grados, desde gente que adivina quién está al otro lado del teléfono, hasta los pocos que son capaces de hacer volar objetos pequeños por los aires. Algunos saben incluso qué lleváis en vuestros bolsillos.

Jamilla sonrió y levantó las cejas, como si quisiera dejar claro lo mucho que eso la impresionaba. Wisty y yo nos miramos.

—Te escuchamos.

—Tengo curiosidad por saber de qué sois capaces. Nunca habíamos visto al Nuevo Orden invertir tanto tiempo y medios contra nadie aparte de vosotros. Nuestras fuentes nos han revelado que prepararon toda aquella locura con materiales inhibidores de la magia solamente para vosotros.

—Supongo que deberíamos estar orgullosos —repliqué en tono seco—. Es como dijo Wisty. Podemos hacer algo de magia, pero es difícil de controlar.

—¿Por ejemplo? —preguntó Jamilla, expectante.

Algunos críos empezaron a congregarse alrededor de nosotros.

—Bueno, como esto —dijo Wisty, y se convirtió en una antorcha humana.

Todo el mundo comenzó a gritar y echarse atrás, incluso la chamán.

—Presumida —musité.