CAPÍTULO 71
WISTY
El camarero consultó rápidamente una especie de hoja de instrucciones, como esas que explican el modo de evitar un atragantamiento, y voceó:
—¡Sujétenle los brazos con fuerza para cortar la circulación! ¡Amordácenla para que no pueda pronunciar más hechizos!
Entre tanto, nos escabullimos hacia la puerta de entrada, echando nerviosas miradas tras de nosotros a cada paso. Las sirenas empezaron a sonar en nuestra dirección, acercándose cada vez más. Vi a la señora Highsmith atrapada contra el cristal de la ventana, con al menos una docena de servilletas de papel embutidas en la boca a modo de mordaza improvisada. Me sentí mal por ella. La vieja mujer se dio cuenta de que la miraba. Me dedicó una mirada siniestra y de pronto empezó a brillar, como me había ocurrido a mí en cierta ocasión en el Hospital.
Sentí cierto alivio. Mi instinto estaba en lo correcto: se trataba realmente de una bruja.
Entonces hizo algo inesperado. La vi agitar la mano, despidiéndose de nosotros. ¿Estaba en realidad de nuestro lado?
La cosa se ponía cada vez más interesante: los ciudadanos que la atacaban empezaron a flotar por el aire como globos de tamaño natural y salieron despedidos lejos de ella y sus amigas brujas, dando volteretas hasta el fondo del restaurante, entre gimoteos:
—¡Socorro! ¡Ayuda!
Con la mirada todavía puesta sobre mí, se sacó las servilletas de la boca como si no hubiera pasado nada. Sus acompañantes siguieron masticando sus emparedados y sorbiendo té con toda la calma del mundo. Y lo más extraño de todo: extendió hacia mí sus rugosos dedos meñique e índice, como si me estuviera dirigiendo una señal. ¿O tal vez se trataba de una maldición? ¿De qué iba todo aquello? De repente, ella y sus ancianas amigas desaparecieron. Puf. Fuera.
—Era un aquelarre —susurré a Whit—. Una reunión de brujas.