CAPÍTULO 7
WISTY
Oí gritos de temor por todas partes, incluso procedentes de los soldados, cuando las lenguas de fuego anaranjado y amarillo brotaron de mi cuerpo.
Si crees que eso es raro, escucha esto: después de ese primer momento, no sentí ningún tipo de calor. Y cuando miré mis manos, seguían siendo de color carne, no estaban rojas ni ennegrecidas.
Era… bastante raro, en realidad.
De pronto, un soldado me golpeó con uno de los jarrones de porcelana de mamá. Me quedé aturdida, y las llamas se desvanecieron.
Los amiguitos de Byron Swain estaban pisoteando las cortinas y los puntos incandescentes que había en la alfombra, allí donde los soldados me habían dejado caer.
Pero entonces el propio Byron —que parecía haber abandonado la casa durante mi inmolación— reapareció en el umbral, con la cara ligeramente verdosa. Me señaló con un dedo tembloroso y flacucho.
—¿Lo veis? ¿Lo veis? —gritó con crudeza—. ¡Encerradla! ¡Disparad si es necesario! ¡Lo que haga falta!
De repente, mi estómago se convirtió en un nudo, y me sobrecogió la sensación de que aquella noche era inevitable, de que aquello siempre estuvo destinado a ser una parte de la historia de mi vida.
Pero no tenía ni idea de por qué pensaba eso o de qué significaba exactamente.