CAPÍTULO 69
WISTY
Lo que más me llamó la atención de la Ciudad del Progreso fue que el Único que es Único estaba literalmente en todos sitios: en los pósteres, en las pintadas, en retransmisiones de vídeo, en la portada de los periódicos, en los murales callejeros. ¿Quién era en realidad aquel lunático? Creía que la gente como él solo accedía al poder en otros lugares, en los libros de historia, en relatos de ficción. Hasta aquel momento, no me había fijado nunca en cuánto de ficticio contenía la realidad.
Lo siguiente que llamó mi atención de la Ciudad del Progreso fue la pintura fresca. No había manera de escapar de su olor. Todo se encontraba pulcro y perfecto. No había muchos jóvenes por allí de todos modos, y cuando nos cruzábamos con adultos, nos observaban con atención. Whit y yo aprendimos a imitar la sonrisa automática de Jonathan.
Había carteles del nuevo régimen por todas partes: pegatinas en los brillantes y relucientes todoterrenos y furgonetas con mensajes como DI SÍ AL N.O. y SI VES ALGO, DI ALGO. Y también ¡DI NO AL ARTE! La más espantosa de todas, en mi opinión, rezaba ORGULLOSO PADRE DE UN JOVEN INFORMANTE DEL NUEVO ORDEN.
—Dios santo —dije, espiando un edificio bajo con detalles cromados, al tiempo que sentía una súbita flojera en las rodillas—. ¡Un restaurante!
La idea de tomar una comida caliente casi me hizo gemir.
—¿Podríamos entrar ahí? Por favor…
—Sí, supongo —dijo Jonathan—. Pero recordad los modales. Pensad: «Nuevo Orden».
Dentro del restaurante, prácticamente todos los asientos de vinilo rojo estaban ocupados por adultos. Un tipo con una gorra descolorida frotaba una y otra vez el mostrador, de un blanco deslumbrante. Nos subimos a los taburetes que estaban delante de él. Mi estómago aulló, lo cual fue algo más que simplemente embarazoso.
—¿Sí? —preguntó el camarero—. ¿Qué vais a tomar?
—Vaya, señor, es difícil decidirse —dije, tratando de imitar el tono pijeras de Jonathan lo mejor que podía—. Por favor, ¿sería tan amable de servirme una jarra de cerveza de raíz y una hamburguesa de queso deluxe? Muchas gracias.
—Wisty —dijo Whit en voz baja, mientras se inclinaba hacia mí para hablarme al oído—. ¿No percibes algo… extraño? Porque yo sí.
Disimulando, me puse a remover la bebida con la pajita y eché un vistazo alrededor, pero todo lo que veía era gente devorando hamburguesas, patatas y batidos. En el tocadiscos del local sonaba el himno del Nuevo Orden: un monótono golpeteo de tambor mezclado sin ningún tino con la voz de una lloriqueante diva. Argh. Se nota que las cosas van realmente mal cuando alguien intenta hacer pasar marchas militares por música pop.
Entonces, una mujer en concreto llamó mi atención. Llevaba un montón de rímel y su peinado era muy exagerado. Me dedicó una mirada extraña y se volvió hacia sus compañeras de mesa, otras dos mujeres de mediana edad con demasiado maquillaje y peinados igual de llamativos.
—Sí —susurré—. La mujer con el nido de cigüeña en la cabeza. Las otras dos como ella. Nos están vigilando.
—Es una bruja —la oí decir.
Me quedé congelada en mitad del giro de mi taburete. El vello de mis brazos se tensó como un ejército de recios soldaditos. El camarero abandonó por un momento su obsesiva labor de limpieza y frunció el ceño como si acabara de escuchar un disparo.
—¿Qué acaba de decir, señora Highsmith? —preguntó.
—Esa chica de ahí, la del horrible pelo rojo. Es una bruja —dijo la señora Highsmith con más energía. Era la mujer que me estaba mirando—. Y el chico rubio, el guapo, algo extraño pasa también con él.
Había adivinado que yo era una bruja porque ella también era una bruja.