CAPÍTULO 68

WISTY

—En primer lugar, para poneros en antecedentes, os vamos a ofrecer un rápido recorrido por la principal fortaleza del Nuevo Orden —dijo Janine—. La llaman la Ciudad del Progreso porque es su ideal de comunidad. Es una especie de piso piloto de lo que quieren hacer con el planeta entero. El sitio está lleno de lacayos del régimen.

Puso dos dedos sobre su boca y lanzó un silbido potentísimo. Dos chicos aparecieron al momento. Janine hizo una señal con la cabeza al más alto y delgado.

—Jonathan os guiará. Pero primero, Emmet os ayudará con los disfraces.

—¿Disfraces? —dijo Whit.

—Por supuesto —insistió Janine—. Tenéis que mezclaros con ellos. No podéis parecer demasiado puca. Si no, ya sabéis: «¡Que les corten la cabeza!».

Emmet, un chico rubio y bien parecido, dijo:

—¡Vamos! Primero, a Cosméticos. Yo os maquillaré. No os preocupéis: soy realmente bueno.

Una hora después, mi cabello del todo incontrolable estaba cepillado y reluciente, y apartado de mi cara gracias a una diadema situada con ingenio, y a unas dos docenas de horquillas ocultas. Mi ropa era como de pasar el día en el club de campo, rosa y verde lima, muy distinta a los negros y grises que solía llevar. Byron, la comadreja repugnante, había escalado hasta lo alto del archivador y me miraba de arriba abajo con sus pequeños y brillantes ojos.

—Estás muy guapa —dijo—. En serio, me gusta mucho.

Le saqué la lengua mientras Whit se acercaba hasta mí. Su cara estaba sonrosada y limpia, llevaba el pelo corto (más de lo que acostumbraba) y parecía más aseado de lo que había estado en mucho tiempo. Si no fuera su hermana, diría incluso que estaba atractivo. Pero como soy su hermana, dije:

—Oh, perdone, caballero, ¿nos han presentado? Soy Wisty, la bruja malvada. ¿Y usted?

—Mmm, el chico de portada de la revista de la Guardia Nacional.

Feffer se acercó y me olisqueó para asegurarse de que era yo, y que Whit era realmente Whit. Los dos aprobamos el examen y recibimos un lametón.

—Estupendo —dijo Jonathan, dirigiéndose hacia nosotros.

Era muy alto, varios centímetros más que Whit, pero no debía de pesar mucho más que yo. Con su tez pálida y su pelo rubio, tenía el aspecto de una barrita de chocolate blanco.

—Debéis recordar un par de cosas. La primera y más importante, nada de encantamientos. No habléis con nadie si no es necesario. Si no hay más remedio que hacerlo, recordad sonreír siempre y decir señora y señor. No crucéis las calles iluminadas, no masquéis chicle en público y, por el amor de Dios, no dejéis que el perro haga sus cosas en la calle. Todos los perros de la Ciudad del Progreso están adiestrados para usar areneros dentro de las casas, como los gatos.

—Parece que les gusta la limpieza —murmuró Whit—. ¿A qué te refieres con encantamientos?

—Nada de cositas de hechiceros —declaró Jonathan—. Muy bien. ¡Vayamos a conocer a nuestro enemigo!